Jesús nos invita a despertar nuestro oído y vista

miércoles, 15 de febrero de 2023

15/02/2023 – Como a los discípulos, Jesús nos invita a despertar nuestro oído y vista nos quiere sacar de nuestras comodidades.

 

Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos. Y lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea.”

 

San Marcos 8, 22-26

 

Dos milagros que sólo Marcos recoge

Es curioso que estas dos sanidades, la primera de un sordomudo y la segunda de un ciego, están situadas en un contexto en el que constantemente vemos las dificultades de la gente, y aun de los mismos discípulos, para distinguir quién era Jesús. En el pasaje anterior, Jesús les llegó a decir a sus discípulos: (Mr 8:18) “¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís?”. Y en el pasaje siguiente (Mr 8:27-28), el Señor pregunta a sus discípulos sobre la opinión que la gente tenía de él, y se puede apreciar que aunque lo consideraban un gran hombre de Dios, sin embargo, ninguno había llegado a una comprensión completa de quién era realmente Jesús. Por lo tanto, es muy probable que Marcos recogiera estos dos milagros por indicación de Pedro, debido a que de alguna forma, reflejaban el estado espiritual de los discípulos en aquellos días, y cómo el Señor estaba obrando también en ellos para abrir sus oídos y sus ojos para llegar a una comprensión plena de quién era Cristo, algo que finalmente ocurrió (Mr 8:29).

“Vino luego a Betsaida y le trajeron un ciego”

Jesús estaba nuevamente en Galilea, concretamente en Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro (Jn 1:44). Quizá esta fue la razón por la que Cristo hizo allí muchos milagros. Sin embargo, permaneció en su incredulidad, razón por la que el Señor anunció un juicio especialmente severo sobre ella (Mt 11:21-24).

Fue allí donde unos hombres le trajeron a un ciego para que lo sanara. Como en otras ocasiones, podemos decir que estos amigos sirven de ejemplo de la forma en la que nosotros mismos tenemos que llevar a otras personas a Cristo para que puedan ser salvos.

Pero en cualquier caso, el interés de los amigos, contrasta con la pasividad del ciego, que debía haber sido el mayor interesado. Por supuesto, no se parecía en nada a Bartimeo, aquel ciego de Jericó, que desde el momento en que supo que Jesús llegaba a la ciudad, no dejó de seguirle dando voces y pidiendo que le sanara (Mr 10:46-48). ¿Por qué ese ciego se había vuelto tan pasivo? ¿Reflejaba de alguna manera a los mismos discípulos que se dejaban llevar por el Señor, pero sin tomar iniciativas? Tal vez algo de todo esto había.

“Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea”

La razón por la que Jesús no quiso hacer el milagro dentro de Betsaida no lo sabemos. Tal vez tenía que ver con el rechazo de la ciudad y era una parte del juicio de Dios sobre ella. Aunque más probablemente, su propósito era evitar dar más publicidad a sus milagros, como veremos al final de nuestro pasaje (Mr 8:26).

En cualquier caso, el hecho de que Jesús sacara fuera de la ciudad al ciego, nos presenta un cuadro realmente hermoso. Podemos imaginarnos a Jesús guiando al ciego por un buen rato, hasta estar fuera de la ciudad. No es que el ciego no tuviera quien lo guiara, allí estaban sus amigos, pero el Señor quiso hacerlo él mismo. Esto formaba parte también del proceso de sanidad que el ciego necesitaba. El contacto con Jesús, el sentir su dirección, el ver que le dedicaba su tiempo, tal vez alguna conversación en el camino, pero sobre todo, estar a solas con él fuera de la multitud de curiosos, servía para establecer una relación personal de confianza, necesaria para este hombre, que como hemos visto, parecía muy pasivo al principio.

“Y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima”

El Señor sanó a muchos ciegos, pero en esta ocasión, la forma en que se llevó a cabo la sanidad, es completamente diferente a todas las demás.

Esto nos recuerda que el Señor no se limita a usar siempre los mismos medios. Cada persona es diferente, y por eso el Señor trata cada caso de forma individual y personal.

De la misma manera, a cada uno de nosotros Dios nos busca y nos llama a la conversión de una forma distinta, atendiendo siempre a nuestras circunstancias y necesidades concretas.

En el caso del ciego, Jesús usó métodos que él pudiera entender, y sobre todo sentir. El hecho de que Jesús le guiara de la mano hasta fuera de la ciudad fue el comienzo, pero luego continuó poniendo saliva en sus ojos, y colocando sus manos sobre él. En todo esto, apreciamos el acercamiento e intimidad con la que Jesús le estaba tratando. Sin duda, quería que le entendiera, pero aún más, que confiara en él.

En cualquier caso, nos sorprende la grandeza del Señor, que estaba dispuesto a usar métodos tan “rudimentarios” con el fin de hacerse entender por una mente sencilla.

“Y le preguntó si veía algo. El, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles”

Podemos deducir de estos detalles que el hombre no había sido ciego desde su nacimiento, porque sabía cuál era la forma de los hombres y de los árboles.

Pero este no es el detalle más importante, sino el hecho de que por primera vez Jesús hacía un milagro de forma gradual. En todas las demás ocasiones, las sanidades se producían de forma instantánea, pero con este ciego, fue necesario que el Señor pusiera en dos ocasiones sus manos sobre él. ¿Por qué realizó este milagro en dos etapas?
Por supuesto, no era por una falta de poder por parte de Jesús. Tal vez el Señor estaba acomodando la velocidad a la que actuaba su poder, a la lentitud de la fe de este hombre.

En cualquier caso, como ya hemos comentado anteriormente, aquel ciego no era el único que tenía dificultades para ver en Betsaida; los discípulos tenían el mismo problema. Y probablemente, el evangelista nos quiere ilustrar con este milagro progresivo, cómo el Señor estaba obrando también en los discípulos para disipar de ellos las tinieblas, y que así pudieran ver con claridad quién era realmente Jesús.

Y algo similar ocurre también con todos los hombres. Nadie llega a comprender toda la verdad de golpe. Es cierto que hay personas que se convierten después de escuchar la primera predicación, pero normalmente, es un proceso que lleva su tiempo, mientras el Espíritu de Dios va convenciendo a la persona de su necesidad y de quién es Jesús (Jn 16:7-11). Y lo mismo pasa con los creyentes. Nuestra comprensión de Dios y de su revelación es progresiva, y avanza según crecemos en la fe.

Todo esto nos debe llevar a ser pacientes y comprensivos con las dificultades de visión y entendimiento que todas las personas tienen, de la misma forma que Jesús lo fue con sus discípulos.

“Y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos”

Como no podía ser de otra manera, finalmente el ciego fue completamente restaurado. Y esto nos enseña una gran verdad: el Señor no deja nunca sus obras a medias. Como expresa el apóstol Pablo: (Fil 1:6) “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.

Y de igual manera, la visión de los discípulos también progresó hasta un discernimiento pleno de quién era Jesús, como veremos en el próximo pasaje, cuando ante la pregunta del Señor acerca de quién pensaban ellos que era él, Pedro contestó acertadamente: “Tú eres el Cristo” (Mr 8:29). Y como veremos, ese momento cierra un ciclo que termina igual que el milagro del ciego de Betsaida: “viendo claramente” a Jesús.

“No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea”

Y nuevamente nos encontramos con algo a lo que el Señor nos tiene acostumbrados: la prohibición de divulgar el milagro. El propósito sería evitar provocar entusiasmos desmedidos que dificultaran el progreso de su obra.

Esto era lógico, porque mientras que las multitudes, y los mismos discípulos manifestaran tanta lentitud para comprender quién era realmente él, y lo que había venido a hacer, no podía fomentar su popularidad, creando falsas esperanzas sobre la cercanía de una liberación política, que por el momento era lo que la mayoría esperaba de él.

Pero una vez que los discípulos comprendieron quién era Jesús, y también tuviera ocasión de enseñarles acerca de la obra que había venido a llevar a cabo en Jerusalén, entonces ya no sería necesario seguir “escondiéndose”, sino que él mismo se presentaría públicamente en Jerusalén (Mr 11:1-11). Pero mientras tanto, era necesaria cierta discreción.