Jesús nos invita a desprendernos de nuestros apegos

domingo, 21 de noviembre de 2010
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“Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.”

Lucas 14,25-33.

“Decidí vivir el momento presente llenándolo de amor, pero no era fácil esta tarea”, dice el Cardenal Van Thuan. Y cuando el corazón se va poniendo complicado, es porque el Señor lo está llamando a la simplicidad. Cuando las pulsiones humanas, las ansiedades, empiezan a hacerse más intensas, luego de haber caminado un largo rato, cuando el corazón se empieza a perturbar y empezamos a sentir cosas extrañas y no sabemos qué hacer con ellas, quizás es el momento en que entramos en una cierta crisis de inestabilidad y de seguridad, y si nos asustamos, arruinamos un momento de gracia. Vivir el momento presente, ¡qué importante que es ser aterrizados! Crecer en la contemplación de lo que me pasa, no sólo del entorno, de la Palabra, de los acontecimientos, sino contemplar lo que me pasa en mi propia persona. A veces no tenemos tiempo, estamos excéntricos, salidos de nosotros, descentrados, estamos alborotados por todo lo que pasa; y queriendo vivir, nos olvidamos de vivir. El corazón necesita identificarse, y saber que todo está acompañado por Dios. Cuando uno se mira y se detiene, comienza a descubrir la voluntad de Dios. Buceando en el interior, se encuentra a Dios.
Vivir el momento presente y amar en el momento presente, amar a Dios y amar a mi prójimo.

La necesidad del desprendimiento

El Señor casi siempre anda caminando. Así lo presenta el Evangelio de hoy.
Nada le es indiferente al Señor. Y nada puede ser indiferente ante el paso de Dios. ¡Qué bueno que nos llenemos de la comunión con el Señor! Que busquemos su designio. Y que no perdamos tiempo aferrándonos a nuestros caprichos y gustos, criterios, posiciones demasiado firmes muchas veces, que nos estrujan el corazón, nos tiran para adentro y nos impiden comunicarnos en la verdadera medida en la que estamos llamados a compartir y realizar la vida según nuestro vocación.
La vida es como un gran negocio al que somos invitados; pero en este negocio, lo que hacemos es perder, más que ganar. Ése es el primer gran impacto de este negocio: estar dispuestos a despojarnos de nosotros mismos, el desprendimiento de nosotros mismos. Tenemos temor de esto porque tenemos un mal amor hacia nosotros mismos, nos valoramos de una manera apegada, como algo que queremos arrebatar y tener. Y para que las cosas crezcan, hay que largarlas. Ése es el desprendimiento de nuestros apegos que nos propone hoy el Evangelio.

El amor no es sólo cuando sentimos cosas positivas. En nuestra cultura materialista se nos propone la felicidad y el placer sólo con cosas positivas. Tenemos miedo de las palabras sacrificio, oblación, despojo, desprendimiento. Hemos limitado al amor, quitándole el valor esencial: sin la purificación del corazón no hay amor. Y para ello hay que ir creciendo. Amar es estar en estado de crisis. Es una mala tentación querer la seguridad. El cristiano está llamado a superarse: “estén despiertos” dice la Palabra, atentos a crecer, a una transformación permanente.
Vivir el llamado de Dios es apasionante. Es una actitud ante la vida: asumir el riesgo, la lucha, superando las dificultades día a día. Pero a veces somos llamados por la cultura actual a la mediocridad.

El Señor en su caminar, se da vuelta y les dice a sus seguidores: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.” Nos está pidiendo una radicalidad, un amor esencial. Esto es lo propio del discípulo: amar con pasión. Quizás tenemos demasiadas cosas materiales, temporales, donde ponemos nuestra seguridad. Y todo eso es transitorio. Como dice en otra parte la Palabra: “Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre y no pone su confianza en el Señor”.

¡Qué importante es comprender que en lo concreto de la vida, hoy , en este día, hay cosas concretas que hay que estar dispuestos a perder. Hoy tenés que salir perdiendo. Reconocer que no podés todo, que tu límite no es tu negación, éste es el camino de tu ganancia. Hay que caminar en la confianza, para descubrir el don de la confianza. Primero tengo que desprenderme y luego viene la confianza.
No hay que confundir la vida espiritual con cualquier signo externo. Lo que necesitamos está adentro. Hay que trabajar la confianza, no los signos llamativos que alborotan a la gente o que publicitan los medios masivos de comunicación. Hay que buscar la paz. Hay que darle a Dios lo que te cuesta dar, tu apego grande a las cosas, a la vida. Para que tu vida espiritual progrese, debes vivir una experiencia personal con Dios. Allí Dios te va a ir indicando un camino de liberación. Tenés que estar dispuesto a perder, para ganar en santidad.
Desapegarse.
El miedo a perder no nos deja vivir. Por ejemplo en un matrimonio: están duros, distantes, porque no quieren hablar, no están dispuestos a ceder. Qué nombre le pondrías a tu situación: ¿amor, esperanza, alegría, felicidad? Es necesario saber perder, entregar.

Espero que abras tu alma, que no te asuste el dolor. Abrite a vivir y aceptá el desafío que Dios te presenta. Desprenderse no es perder, es estar livianito para empezar a volar.
Padre Mario Taborda