09/09/2022 – “Queremos aprender a mirar como Jesús mira”, para mirar más allá de nosotros mismos, dijo el Padre Javier Soteras en la Catequesis. Desde este punto de partida, y con la invitación a reconocer miradas que nos cambiaron la vida, o los momentos que nos hicieron cambiar de perspectiva, para descubrir que Dios, en las cosas de todos los días, que nos ofrece miradas para encontrar por dónde “rumbear” de un modo nuevo.
«No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes». Les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro. ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Lucas 6,37-42
La mirada de Jesús, hacia el mundo y hacia la humanidad, es muy distinta a la de nosotros, quienes frecuentemente no logramos ver más allá de las apariencias. La conversión del corazón consiste en aprender de Jesús a mirar la realidad con una mirada nueva, la suya, “totalmente otra” que la del mundo.
Seguirlo significa poner la mirada donde Él la pone, dar importancia a lo que verdaderamente proviene de su Amor y no a lo que proviene del amor propio, que es por su propia naturaleza “miope”, no siendo capaz de mirar más allá de nosotros mismos. Aprender de la mirada de Jesús significa aprender día a día a caminar por encima del propio horizonte, más allá de los límites aparentes, de los prejuicios, del egoísmo, para mirar en la misma dirección de Jesús y para compartir las mismas aspiraciones de bondad, verdad y belleza contenidas en Su Palabra.
Cuando nos pide que nos amemos como Él nos ha amado (cf. Jn 13,34), nos exige al mismo tiempo que tengamos hacia nuestro prójimo una “mirada” nueva, es decir renovada por la caridad. Tal vez sea precisamente éste el reto más grande para un cristiano: vivir “dentro” de la palabra-mandamiento de Jesús, para que cada día ella se encarne en la vida y la renueve mediante la caridad.
“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado”. Sólo es posible amar de esta manera si “veo” al otro como lo “ve” Jesús. Si juzgo, si condeno, me situó fuera de la “mirada” de Jesús y me vuelvo “ciego”, incapaz de ir más allá de mi propio juicio, que me hace “ver” al otro como inferior a mí mismo: “¿cómo es que miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? (Lc 6,41).
Una mirada pura que ama a Dios olvidándose de sí mismo, mira en la misma dirección que Jesús y “ve” en el otro la semejanza divina “impresa” en él, lo reconoce lleno de dignidad, “vislumbra” las grandes potencialidades de bien, incluso cuando parecen estar “enterradas” a causa de situaciones dolorosas, de crisis, pero nada puede arrancarle la dignidad de hijo de Dios.
¡Qué consolador saber que quien nos ve primero es siempre Jesús! ¡Que su mirada se posa sobre nosotros con una inimaginable bondad! Si le creemos, tendremos la fuerza en los encuentros y acontecimientos de cada día, de tener también nosotros una mirada de misericordia, capaz de “encontrar” al prójimo para “revestirlo” de bondad.
Nos cuenta el Evangelio de San Marcos (10,46) que Bartimeo era un ciego que estaba al borde el camino, sentado. Una postura que indica inactividad, falta de movimiento, de iniciativa, de fundamento para ponerse de pie y comenzar a caminar. Indica un cierto “apoltronamiento” en “lo de siempre” y una falta de audacia y valentía para abrazar lo nuevo. Está parado, no haciendo camino, no construyéndose a sí mismo, ni tampoco inventando una historia compartida con otros.
Al igual que el ciego Bartimeo, puede que también estemos como él, acostumbrados a vivir de manera monótona. Nos da miedo levantarnos, o simplemente no queremos. No tenemos iniciativas.
Como Bartimeo, nosotros gritamos en la vida, pidiendo ayuda a otras personas o al mismo Jesús. Nos sentimos necesitados.
Jesús, movido por la compasión, manda llamarlo. Bartimeo soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Quiere dejar atrás su antigua vida de ciego representada por su manto. El manto es signo de seguridad y de esclavitud. Hoy somos invitados a tirar nuestro manto y dar un salto hasta Jesús, escuchando la pregunta: “¿qué quieres que haga por ti?” Queremos que Jesús nos dé la luz, que podamos ver, que limpie nuestra ceguera para caminar como hijos de la luz.
La fe no es una respuesta mágica a los problemas, sino una luz que nos abre a la esperanza de un camino en el que descubrimos el sentido de los pasos. “En María vemos que la fe se convierte en un cántico de gratitud y de alabanza”, éste es “el término natural de una mirada de fe, que ilumina y da sentido a nuestra vida, aunque podamos tener momentos difíciles y de incertidumbre”.
La alegría de la fe es confianza y sabiduría, por ello puede convivir, incluso, con el dolor de la cruz. La fe nos abre a esa verdad profunda del hombre interior, que como hijo de Dios se abre camino en lo de todos los días. La Fe despierta en nosotros el hombre interior que está dormido, y que es necesario despertar para encontrar el rumbo que ha perdido en el camino.
Que se despierte en nosotros la luz de la fe, para poder ver como Dios mira, para poder contemplar dejándonos contemplar por un Dios que nos ama, para sacar de nosotros lo mejor que está escondido, para brillar, para ser puestos como testigos humildes y sencillos del evangelio acompañando el camino de tantos hombres y mujeres que a tientas andan buscando su mejor destino.
Que brille la fe en el corazón de cada uno de nosotros, como familia, en el corazón de la Virgen.