Jesús nos invita a ser luz

miércoles, 25 de agosto de 2010
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"¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: ‘Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas’! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres!”
Mateo 23,27-32

Renovados por dentro, con la vida del Espíritu,
para tener un corazón puro y poder contemplar a Dios

    La invitación del Evangelio en el día de hoy es a renovar nuestro corazón y nuestro espíritu para vivir en clave de pureza interior; y a partir de allí, con un corazón contrito y humillado, de cara a Dios en el reconocimiento de nuestra condición frágil y pobre, por la gracia de Dios, purificar nuestra interioridad y disponernos así a la contemplación del misterio. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Jesús critica de los escribas y fariseos la contracara de esta realidad de interioridad, de pureza interior, que es la excesiva mirada minuciosa sobre la exterioridad, que impide entrar en contacto con la interioridad. Ustedes, escribas y fariseos, son hipócritas, parecen sepulcros blanqueados. Parecen hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Esta mirada profunda de Jesús, que resulta invisible a la mirada simple y a primer golpe de vista, nos invita a nosotros a ahondar sobre aquellos lugares de nuestra interioridad y de nuestra vida donde hace falta, justamente, presencia de luz que clarifique, purifique y nos ayude a rectificar nuestro mirada desde un corazón limpio y puro.
Justamente las profecías del Antiguo Testamento ubicaban la nueva alianza que Dios venía a celebrar con su pueblo en esta clave: yo les daré un corazón distinto. Arrancaré de ustedes el corazón que tienen endurecido como piedras, y les devolveré un corazón que sea capaz de latir al ritmo cardíaco de la presencia  de la vida del Espíritu. Les daré un corazón nuevo, un corazón de carne, un corazón que sea capaz de sentir en el sentir de Dios y desde allí, desde la renovación interior, producir esta alianza que Dios establece con su pueblo, no en la exterioridad sino en la interioridad. El verdadero cambio viene de adentro hacia fuera. Y Jesús, en su humanización, nos muestra el camino (que también nos lo pueden mostrar las ciencias humanas): la verdadera transformación de las personas no se produce sino desde abajo hacia arriba, desde adentro hacia fuera. Pero para eso hace falta tener luz y claridad, transparencia.

Queremos redescubrir los lugares donde necesitamos sacar lo que no está bien, purificar, ordenar, rectificar, y poner luz. En lo vincular, en lo laboral, en lo matrimonial y familiar, en la educación: allí sentimos la necesidad de la vida del Espíritu para transformar, purificar y crecer. Que Dios nos dé la gracia de poner luz, para encontrar los caminos que nos lleven a un proceso de verdadera purificación desde dentro, creciendo en el estilo que Dios nos propone en la vida nueva. Jesús supera la mirada de exterioridad que superficialmente tienen escribas y fariseos (que quieren esconder detrás de las apariencias la voracidad que hay por dentro), y nos invita a no dejarnos contagiar de ese espíritu, para ser alcanzados por su luz y su presencia que nos muestra un camino distinto y nuevo.

¿Por qué Jesús los llama sepulcros blanqueados?

La belleza y la bondad están emparentadas con la vida. La muerte es horrenda, trae la corrupción; y las tumbas se tapan y se adornan con flores, y las blanquean para que brillen con el sol. Peor que la muerte es el hombre vivo, que esconde en sí mismo la semilla de la muerte. Él está triste porque la muerte, el pecado, le corroe el corazón, el alma y el cuerpo, un proceso que tiene lugar por nuestra voluntad libre, con nuestro colaboración. Sin embargo, externamente podemos parecer personas buenas y bellas. Pero no alcanza con la exterioridad para mostrar lo que verdaderamente somos. No se puede tapar lo que en nosotros hay de corruptible, de feo, de mal. Y hoy el Señor quiere ir sobre ese lugar de nuestro vida para sacarnos, y regalarnos su luz y la gracia de poder quitar de adentro de nosotros lo que está fuera de lugar, desordenado, a oscuras; lo que necesita de una presencia luminosa que sea capaz de devolvernos la vida y su sabor. No hay nada que no se pueda remediar.
San Efren observaba a la gente que lloraba sobre las tumbas de sus seres queridos y pensaba: las lágrimas no pueden resucitar a los muertos, pero las lágrimas de la penitencia pueden dar vida nuevo al alma muerta.
Y es justamente por este camino penitencial por donde se nos ofrece -desde la luz que Dios quiere poner en los lugares donde necesita ser renovada nuestra vida- la gracia de poder, verdaderamente, purgar y purificar. Y desde una mirada de pureza interior, contemplar con mayor claridad el rostro de aquel que guía por el camino.

Metafóricamente se puede decir que los pecadores que no blanquean y adornan las tumbas de sus cuerpos, sino que las abren para resucitar las almas que están sepultadas adentro, son los que se disponen a sacar afuera lo que huele mal; y a partir de allí, como Lázaro cuando sale del sepulcro, poder comenzar a ponerse de pie y caminar. Te invito a que te animes a descubrir dónde te hace falta que llegue la luz a tu vida, para así sacar a la luz lo que huele mal y, purgando por un camino penitencial nuestras vidas, disponernos a ese misterio de alianza con un corazón nuevo, con quien es capaz de generar la vida del Espíritu en nosotros. Dios nos lo prometió: yo te daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Decía Juan Pablo II en un Encuentro Mundial de Oración por la Juventud: ¿te das cuenta que sos luz del mundo en Cristo? Pide esta luz para que tu ser alcance la plenitud y progrese la humanidad. No hagas lo que nuestra cultura acostumbra a hacer, entregando su luz a cualquier viento que la apaga.
Lo que hay en nuestra cultura que se avienta para crecer se llama progreso. Podemos compararlo a una máquina de tren con caldera de carbón y muchos vagones de madera. Un día se agota el carbón para poder alimentar la caldera, y para que siga funcionando el tren, a unos cuantos se les ocurre la feliz idea de ir desarmando los vagones de madera e ir haciendo andar la caldera. Sin embargo, un día, la madera se acaba, la máquina se detiene, y se quedan sin tren y sin viaje. Así es el camino de los que, teniendo la luz y el fuego de Jesús en el corazón, no renovamos esa presencia suya en nosotros y gastamos todas las energías que nos da el Señor, mal quemando las naves. La luz no sirve cuando no es renovada. Se apaga y nos deja a oscuras en el camino.

¿Te das cuenta que sos luz del mundo en Cristo, y por Cristo, y necesitás de esta presencia  de luminosidad de Él para vivir y para hacer vivir a los demás? Se trata de un compromiso permanente, constante, de renovación en la luminosidad de Jesús, ésa que el Señor viene a traer por el fuego de su amor y que nos llega por el camino de la oración (y que nosotros particularmente en la obra de María la sentimos cercana, que de su mano en el Rosario brota, como oración compartida con nosotros, y queremos hacerla presente en todas partes donde haya lugares de sombras).

El Papa Juan Pablo II invitaba a los jóvenes a no tener miedo de anunciar a Cristo donde falte luz. Él decía: un día tuve la oportunidad de encontrarme con un grupo de jóvenes que me indicaron que deseaban cambiar su forma de vivir, que se reducía a disfrutar de la vida a costa de lo que fuera, a utilizar a los demás muchas veces de manera egoísta, banal; de hacer de la sexualidad un lugar de relación vacía, y el trato con las personas otro tanto. Les dije que para cambiar la forma de vivir, tenían que enfrentarse a ellos mismos y preguntarse en profundidad quienes eran. Lo hicieron con mi ayuda y se dieron cuenta que no eran nada sin los demás. Les indiqué que observaran los rostros y las acciones de quienes los rodeaban.  Pudieron comprobar que existía mucha desesperación, vaciedad, superficialidad entre la gente. También encontraron muchas cosas buenas; pero lo más importante fue que descubrieron que a los otros, que eran como ellos, no les quedaba más salida que atarse a las cuerdas que los llevaban a una dirección sin sentido y llena de vacío. Fue entonces cuando pude presentarles a Jesús y explicarles que Él era la luz y que desde Él, ellos podían ser luz del mundo.
Les quiero hablar del encuentro verdaderamente humano. Quizás lo han oído muchas veces, pero aquí tiene una resonancia especial, cuando el Señor nos dice lo que produce en nosotros ese encuentro, porque ustedes son la luz del mundo, esa luz del mundo fruto del encuentro con quien es luz verdadera, Jesús.
Les quiero presentar a Jesús, luz del mundo. Pongan mucha atención en lo que les voy a decir. Sepan muy bien que ser persona, tener dignidad plena, nos viene dado por Dios y precede a la relación con los demás. Pero también es cierto que a través de algunos encuentros verdaderos nos damos cuenta de lo que significa ser persona. Solamente a partir de esos encuentros verdaderos uno puede hallar respuesta a esa pregunta profunda que, más tarde o más temprano, todo ser humano se la hace, y que tiene ante sus manos: ¿quién soy, para qué existo, para qué valgo, cuál es el sentido de mi libertad?
Hay muchos tipos de encuentros, pero solamente hay uno que nos hace tomar conciencia de nosotros mismos y nos permite existir como personas, con las medidas auténticas que tiene el ser humano, y eso se realiza solamente en el encuentro con Jesús, donde reconocemos el valor de nuestra existencia como personas. Le costó la vida, la dio por amor, nos entregó su propia vida por amor, y eso cambió la oscuridad de nuestra propia existencia, y nos llegó la luz que nos tenía prometida el Padre, desde siempre, en la persona de su Hijo.

Encontrarse con Jesús y proponer a Jesús en aquellos lugares donde percibimos que hay sombras y oscuridad es el mejor regalo que le podemos hacer a los demás.
Nosotros hoy nos queremos hacer un gran regalo: dejar que la luz de Cristo llegue a los lugares donde sentimos que hay sombras.

Queremos ver al mundo a la luz de Cristo con claridad, sin ilusiones, y, sin embargo, no de manera escéptica. Ver la realidad de pecado, ruptura y escombros de la tierra, y no caer en la desilusión, no resignarnos o desesperarnos de forma que sólo podamos librarnos por la diversión o la distracción. Cristo viene a ponernos la luz con su Palabra de amor, y a mostrarnos una nueva realidad en la que podemos poner nuestra esperanza última e incondicional. Esa realidad es el amor de Dios que se destaca como luz en todas las sombras y tinieblas, peligros y amenazas, traiciones y bajezas humanas, en las ruinas y las catástrofes. Saber, en el fondo, cuando la luz de Cristo nos habita, hacia dónde vamos y cuál es el camino de vuelta que nos lleva a transformarnos: es éste, el amor a los demás, al modo y al estilo con el que el Señor nos ama, quemándose a sí mismo e iluminando a los que necesitan recibir esa luz. No hay luz sin Pascua, pasando por las sombras de la muerte con la confianza cierta de que venceremos con Cristo quien, al final, nos resucita con Él para llevarnos a la luz que no tiene fin.

Padre Javier Soteras