Jesús nos lleva por el camino de la corrección

miércoles, 11 de agosto de 2010
image_pdfimage_print

 “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos".
Mateo 18,15-20

 Quienes vamos por el camino de la fe no somos un conjunto de personas de pureza ya adquirida en su vida y de perfección ya conquistada. Somos una asociación de personas que buscan cambiar permanentemente el sentido de sus vidas. Como decía gráficamente Francisco de Sales, un inmenso hospital es esta comunidad de creyentes, llena de enfermos que necesitan curación, que necesitan ser sanados.
 Uno de los instrumentos de los que Dios se vale para alcanzar esta plenitud de salud en nosotros es el que la tradición de la Iglesia denomina “corrección fraterna”, y hoy Jesús nos lo refleja en su Evangelio.
 El camino de la corrección fraterna apunta a descubrir cómo es esto de cargar sobre sí la debilidad del hermano. ¿Por qué debo cargarlo, si es su debilidad? Deberás reprenderlo convenientemente para no cargar con su pecado (Lev. 19, 17). ¿Cómo traducir esto en lo concreto? ¿Soy yo responsable de lo que el otro hace? Lleven mutuamente su peso, dice la Palabra en Gálatas, cárguense mutuamente, sean capaces de llevar sobre sus espaldas las debilidad es de uno y de otros.
 Para librarnos de este peso, que lo tomamos muchas veces como un sobrepeso, encontramos en nosotros expresiones como éstas: en el fondo no es asunto mío lo que el otro hace; no me corresponde decírselo a mí, que se lo diga su padre; mirá si se enoja, mejor no le digo nada, ¿y si me rechaza y después no me habla más?; él es así, no va a cambiar; tiene que aprender las cosas por su propia cuenta… Y con estas excusas nos libramos de la gran posibilidad de crecimiento mutuo que supone el corregirnos fraternalmente, aprendiendo a llevar nuestras cargas con amor fraterno. Y al creer que no es asunto mío lo que hacemos es que la dificultad que puede tener algún hermano o nosotros mismos, sin que nadie nos salga al cruce o nosotros no salgamos al cruce de la realidad, quede allí sin resolverse.
Claro que cargar la debilidad, error o defecto del hermano no es tapar la responsabilidad que le cabe de hacerse cargo, sino acompañarlo en el proceso de asumir su propia fragilidad y así resolverla desde el hacerse cargo. Como aquella bella estatua que el padre Muñoz encontró en la Universidad Católica de Washington, de un niño que tiene a su hermanito cargado sobre los hombros. Representa la historia de un niño, que tras un terrible incendio en los algodonales de Illinois, aparece luego de tres días cargando a su hermanito maltrecho; y al querer quitarle el peso de su hermano para ayudarlo, él responde es mi hermano, no me pesa. El amor es el que hace que el yugo de la carga fraterna no sea pesado.
Ojalá podamos entender que no es por el camino del individualismo ni el de esquivar la responsabilidad frente al error del hermano como mejor nos va, sino que debemos aprender a llevar este yugo suave y liviano, con amor. El otro no es un peso sino una oportunidad, en la corrección fraterna, de crecimiento, al ir curando las heridas que hay en nosotros y en los hermanos, por el vínculo de amor que Jesús nos regala.
 
 Un camino de dos o más es el camino de la corrección fraterna y el camino de la oración eficaz cuando hay amor, el Cielo se acerca a nosotros y todo lo que vinculamos como pedido, llega.

Esto de la corrección fraterna es un modo de crecer juntos, de ligar mi propia vida a la del hermano, la del vecino; es un entender la fraternidad y el llamado a vivir en comunidad y comprometerme, de ser sociedad; es un hecho de construcción conjunta que nos rescata del individualismo. Es un reconocerme necesitado del otro y que el otro sepa que necesita también de mi ayuda.

Un camino de dos o más es un camino de muchos, como el nuestro, de acortar distancias, de establecer vínculos, dándonos cuenta que somos familia gracias a este instumento.

Para poder ver la verdad en el vínculo con el otro y desde ese lugar corregir y acompañar, necesitamos de mucha sencillez y humildad, delicadeza, decir la verdad con delicadeza y espíritu de verdad, con sentimientos correctivos y no proyectando nuestros traumas. Hace falta mucha empatía, necesitamos saber cómo está y dónde está. Para eso nuestro corazón debe ser inteligente, para poder entenderlo, con amor. El amor nos pone en la situación de sobrellevarnos mutuamente sin que nos signifique un peso.
La 2° Carta a Timoteo nos invita a corregir, pero no de cualquier manera, sino con mansedumbre. Y nos cuesta más cuando el error ha sido cometido contra nosotros.
También hay que tener en cuenta lo que se dice en Mateo 7,12 hagan con los otros lo que quisieran que hagan con ustedes. En la corrección, la mansedumbre debe estar presente siempre. Gálatas, 6,1, lo dice bellamente: corrijan con mansedumbre; también ustedes pueden ser tentados, recordándonos también esto de ayudarse a llevar mutuamente las cargas.

No existe sólo una manera verbal de corregir; también se puede hacer a través de un gesto, una actitud, una mirada pastoral, una cortesía. Para esto es bueno recordar lo que decía San francisco de Sales: una verdad que no sea caritativa procede de una caridad que no es verdadera.

La Palabra dice hoy que el camino de la corrección fraterna va primero por lo privado, en la intimidad. La herida no está para ser expuesta sino para ser bien tratada, porque el que se ha golpeado, está caído, dolido, hay que tratarlo con amor. Hay que acercarse con delicadeza, y a partir de allí buscar la manera de corregir. Don Bosco tenía una fórmula: que no se reprenda ni se corrija en público, sino en privado, lejos de los compañeros y empleando la mayor paciencia.

Corregir es regir con, es decir, aprender a estar con el otro rigiendo sobre la propia vida, y que el otro vaya aprendiendo a llevar su propia carga. Es co-gobernar sobre el otro, y por eso necesita que otro lo ayude en ese aspecto. El centro de la corrección no soy yo sino el otro, el que erró, que se abra para poder pedir ayuda y yo estar al lado. Si no ocurre, hay que tomar la iniciativa para buscar por dónde puedo entrar para que el otro se encuentre con su propia debilidad. En el camino de ir juntos veremos a Dios vivir en medio nuestro.

Padre Javier Soteras