18/08/2020 – En el Evangelio de hoy Mateo 19,23-30, Jesús nos invita a vivir desprendidos de todo, pero no para vivir en la indigencia, sino para tenerlo todo: “Dejarlo todo par poseerlo todo” dice San Juan de la Cruz.
A veces pensamos que la seguridad está en el tener, como si eso pudiese reemplazar lo único que nos puede saciar que es la presencia de Dios y para eso nos pide que confíemos en Él en todo . Nos dice que si todo lo entregamos, recibimos 100 veces más . Es una actitud interior de confianza absoluta.
Lo que tenés y lo que te falta, ponerlo en las manos de Dios con la certeza de que Él se encarga. Dios nos pide poder permanecer, descansar en Él, sabiendo que lo nos pasa no se escapa de Su mirada; eso se llama providencia, quiere decir que Dios mira antes y sabe lo que nos hace falta.
Que la confianza gane tu corazón en estas horas.
Jesús dijo entonces a sus discípulos: “Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible”. Pedro, tomando la palabra, dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros. San Mateo 19,23-30
Jesús dijo entonces a sus discípulos: “Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible”. Pedro, tomando la palabra, dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.
San Mateo 19,23-30
“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.”
Jesús no dijo nada al azar. Por lo tanto, es necesario tomar en serio estas palabras, sin pretender diluirlas.
Pero intentemos comprender su verdadero sentido desde Jesús mismo, desde su modo de comportarse con los ricos. Él frecuentaba también personas de buen pasar. A Zaqueo, que regala solamente la mitad de sus bienes, le dice: la salvación ha entrado en esta casa.
Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio, entre otras cosas, de que en la Iglesia primitiva la comunión de bienes era libre y por lo tanto que la renuncia concreta a todo cuanto se poseía no era un requisito.
Jesús no pensaba, entonces, en fundar solamente una comunidad de personas llamadas a seguirlo radicalmente, que dejan de lado toda riqueza.
Y sin embargo dice: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.” ¿Qué es, entonces, lo que Jesús condena? Seguramente no los bienes de esta tierra en sí mismos, sino al rico que se apega a ellos.
¿Y por qué?
Es claro: porque todo le pertenece a Dios, y el rico en cambio se comporta como si las riquezas fueran propias.
En efecto, con facilidad las riquezas ocupan en el corazón humano el lugar de Dios y enceguecen, inducen a cualquier vicio. Pablo, el Apóstol, escribía: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos.” Ya Platón había afirmado: “Es imposible que un hombre extraordinariamente bueno sea al mismo tiempo extraordinariamente rico”.
¿Cuál debe ser entonces la actitud de quien posee bienes? Se requiere que tenga el corazón libre, totalmente abierto a Dios, que se sienta administrador de sus bienes y sepa, como decía Juan Pablo II, que sobre éstos grava una hipoteca social.
Si los bienes de esta tierra no son un mal en sí mismos, no hay por qué despreciarlos, pero es necesario usarlos bien.
No es la mano, sino el corazón el que debe estar lejos de ellos. Se trata de saberlos emplear para el bien de los demás. Tal vez digas: en realidad, yo no soy rico, de manera que estas palabras no se refieren a mí.
Presta atención. La pregunta que los discípulos, sorprendidos, le hicieron a Cristo enseguida después de esta afirmación fue: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Lo cual dice a las claras que esas palabras estaban dirigidas de alguna manera a todos. También alguien que lo dejó todo para seguir a Cristo puede tener el corazón apegado a miles de cosas. Incluso el pobre que insulta porque le tocan su bolsa puede ser un rico a los ojos de Dios.
El que se siente rico, pleno, satisfecho, autosuficiente termina siendo autorreferente, lleno de sí mismo, cerrado sobre su horizonte y apoyado sobre la falsa seguridad que le da el dinero.
Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. El que renuncia a los bienes de la tierra por amor al Reino, se hace desprendido, pobre, pequeño; no tiene dónde apoyarse materialmente, por tanto se siente necesitado, valora la ayuda, tiene el corazón libre para amar. Su riqueza está toda puesta en su “Nombre”. Él es su seguridad ¿qué más necesita? En Él está todo, en esta tierra y en la eternidad.
Cuentan que Mamá Margarita, creyente sencilla, “pequeña” mujer del pueblo, advirtió a Don Bosco en los días de su ordenación sacerdotal: “Si llegara a saber que te hiciste rico, no pisaría más tu casa”. … Años después fue con él a construir la primera comunidad del Oratorio de Valdocco dejando su casa, su hijo, sus nietos, la tranquilidad del campo… y en esto apostó todo, porque tan grande era la pobreza de los inicios que se desprendió hasta del ajuar de su casamiento que “había guardado íntegro hasta ese momento”.
Decía Don Bosco a los primeros misioneros “Procuren que el mundo conozca que son pobres en el vestir, en el comer y en la casa; serán ricos ante Dios y se harán dueños de los corazones de los hombres”.
San Benito, con su simplicidad y profundidad decía: “No anteponer nada al amor de Cristo”. Lo fundamental es no anteponer nada al amor de Cristo, y esto vale para todos los bautizados. Todos tenemos necesidad de revisar nuestra disponibilidad para el seguimiento de Cristo. Sea que estemos empezando el camino de seguimiento, sea que llevemos años transitando por él. Pidamos al Señor que nos muestre la grandeza de su amor para que podamos discernir lo que nos impide seguirlo con una disponibilidad total, y tengamos la confianza y el valor para dejarnos purificar por Él, hasta la raíz; a fin de renacer a una vida regida por la caridad.
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