Jesús sana, muchos testimonios lo confirman

miércoles, 6 de septiembre de 2006
image_pdfimage_print
Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación. Estas son las señales que acompañarán a los que creen. En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y éstos se pondrán bien.
Marcos 16, 15 – 18

La última frase del Evangelio de Marcos no es un fin sino el principio de la expansión de la Buena Nueva que llega hasta nosotros. Dice Jesús en el último versículo que hemos compartido impondrán las manos sobre los enfermos y éstos se pondrán bien. La palabra termina en el verso 20 diciendo ellos salieron a predicar por todas partes colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que los acompañaban. Una de las características que distingue el auténtico apóstol son los signos, los prodigios, los milagros. Signos que encontramos en el cuarto Evangelio, en el de Juan, claramente identificado como aquello que en los otros Evangelios aparecen como milagros o curaciones. Aquí son signos. En el cuarto Evangelio los signos representan a los milagros, a las curaciones. Los signos no llevan siempre a algo que se está significando. Así como el humo nos muestra la existencia del fuego, así un milagro o curación nos debe expresar que Dios está allí actuando y salvando. Los milagros son signos sensibles de la acción invisible de Dios. Las curaciones que Jesús hace en el Evangelio que a lo largo del Evangelio ocupan el 70 o 75 % del ministerio de Jesús nos indican por un lado que Jesús está vivo hoy y tiene el mismo poder que en Samaría y en Galilea para curar a los enfermos, que Dios nos ama y quiere la salvación íntegra del hombre de su cuerpo y de su alma, que Jesús es el Mesías. Cuando los discípulos del Bautista fueron donde Jesús para preguntarle si era el Mesías, el no contestó sino que comenzó a sanar a los enfermos. Es más, les manda a decir a Juan: díganle a Juan, los ciegos ven, los paralíticos caminan, el reino de los cielos se les anuncia a todos . De hecho el ministerio de Jesús comienza proféticamente a ser proclamado en la sinagoga de Nazaret diciendo el Señor, que El ha venido a traer gracia y liberación de los cautivos, de los oprimidos, sanidad para los ciegos, para los cojos. Jesús ha venido a proclamar un tiempo de gracia. Muchas veces no se admiten los milagros y las curaciones porque esto implica aceptar también a Jesús y a sus exigencias. Como aceptar los signos implica reconocer el significado, por esto hay quienes los niegan, quienes no los quieren aceptar. Cuenta el Padre Emiliano Tardif: después de un retiro regrese a casa contando las maravillas del Señor. Había un sacerdote francés que me escuchaba atento pero incrédulo. Le conté como en la misa de sanidad el Señor le devolvió el habla a la esposa del animador del grupo de oración. Esa misma tarde ella había dado públicamente su testimonio delante de la multitud siendo que no podía pronunciar palabra alguna desde hacía cuatro años y medio. El sacerdote le dijo muy seguro: yo no veo ningún signo, ningún milagro, al contrario tú echaste a perder el milagro, como?, que hice? le pregunté, el contestó: el milagro no consistió en que ella hablara sino en que una mujer hubiera podido haber pasado cuatro años y medio sin hablar. Graciosamente cuenta esto el Padre Emiliano Tardif pero en realidad él mismo es testigo de lo que el Señor hizo en su vida, de cómo lo curó a él que también era un incrédulo entre otros tantos sacerdotes, que nos cuesta creer a nosotros mismos que la gracia del Señor se derrama en éste tiempo con fuerza de sanidad para su pueblo. Cuenta el Padre Emiliano: en 1973 yo era provincial de mi Congregación Misioneros del Sagrado Corazón, estaba en la República Dominicana, había trabajado demasiado abusando de mi salud en los 16 años que tenía como misionero en el país. Hace mucho tiempo en actividades materiales, construyendo iglesias, edificando Seminarios, Centros de promoción humana, de catequesis, etc. Siempre estaba buscando dinero para edificar casas y para dar alimento a los seminaristas. Un día en una Asamblea del Movimiento familiar cristiano me sentí mal, muy mal. Tuvieron que llevarme inmediatamente al Centro Médico Nacional. Estaba tan grave que pensaba que no podría pasar la noche, creí realmente que me iba a morir pronto. Muchas veces había meditado sobre la muerte y predicado sobre ella pero nunca había hecho el ensayo de morirme y esto no me gustó. Los médicos me hicieron análisis detectándome tuberculosis pulmonar aguda. Al ver que estaba tan enfermo pensé volver a mi país: Québec, Canadá, donde nací y vive mi familia pero estaba tan delicado que no podía hacerlo entonces. Tuve que esperar 15 días bajo tratamiento con reconstituyentes para realizar el viaje. En Canadá me internaron en un centro médico especializado donde los médicos me volvieron a examinar pues querían estar bien seguros de cual era mi enfermedad. El mes de julio se lo pasaron haciendo análisis, biopsias, radiografías, etc. Después de todos éstos estudios confirmaron de manera científica que la tuberculosis pulmonar aguda había lesionado gravemente los dos pulmones. Para animarme un poco me dijeron que después de un año de tratamiento podría volver a mi casa. Un día recibí dos visitas muy peculiares. Primero llegó el sacerdote director de RND Revista Notre Dame quien me pidió permitirme tomarme una fotografía para el artículo “como vivir con su enfermedad” Aún el no se despedía cuando entraron cinco seglares y un grupo de oración de la renovación carismática. En la República Dominicana me había burlado mucho de la Renovación Carismática, afirmando que América latina no necesitaba don de lenguas sino promoción humana y ahora ellos venían a orar desinteresadamente por mí. Estas visitas tenían dos enfoques totalmente diferentes. El primero para aceptar mi enfermedad, casi mi muerte, el segundo para recobrar la salud. Como sacerdote misionero pensé que no era eficiente rechazar la oración pero sinceramente la acepté más por educación y cumplido que por convicción. No creía una simple oración pudiera conseguirme la salud. Ellos me dijeron muy convencidos: vamos a hacer lo que dice el Evangelio: impondrán las manos sobre los enfermos y éstos quedarán sanos. Así que oramos y el Señor te va a sanar. Acto seguido se acercaron todos a la mecedora donde yo estaba sentado y me impusieron las manos. Yo nunca había visto algo semejante y no me gustó. Me sentí ridículo debajo de sus manos y me daba pena con la gente que pasaba afuera y se asomaba por la puerta que estaba entreabierta y que pensaría. Entonces interrumpí la oración y les propuse si quieren vamos a cerrar la puerta, como no padre, respondieron. Cerraron la puerta pero ya Jesús había entrado. Durante la oración yo sentí un fuerte calor en mis pulmones, pensé que era otro ataque de tuberculosis, que me iba a morir pero era el calor del amor de Jesús que me estaba tocando y sanando mis pulmones enfermos. Durante la oración hubo una profecía, el Señor me decía: Yo haré de ti un testigo de mi amor. Jesús vivo estaba dando vida no solo a mis pulmones sino a mi sacerdocio y todo mi ser. Después del año que supuestamente debía pasar en el hospital regresé a la República Dominicana. Mi superior me destinó a una parroquia de la ciudad de Nahua. Al llegar cuenta el Padre Emiliano Tardif, convoqué unas 40 personas para darles el testimonio de mi curación pulmonar. Recuerdo que invité a los enfermos a pasar al frente para orar por ellos. Para mi sorpresa había más gente entre el grupo de enfermos que entre los sanos. Esa noche al Señor se le ocurrió sanar a dos de ellos. La asamblea, cuenta el Padre Emiliano, estallo de alegría y los sanados daban testimonio por todas partes. Así humildemente comenzó una historia que no nos imaginábamos sería tan maravillosa. A partir de las curaciones que el Señor realizaba, nuestro grupo se asemejaba al banquete del reino de los cielos. Los invitados eran los cojos, los sordos, los mudos y los más pobres. Cada semana el Señor sanaba enfermos. En agosto sanó a una señora Sara que tenía cáncer en la matriz. Ella estaba desahuciada y la habían regresado del hospital para que muriera en su casa. La llevaron a la reunión y durante la oración por los enfermos sintió un profundo calor en el vientre y comenzó a llorar. Poco a poco se dio cuenta que la enfermedad desaparecía. A los 15 días estaba completamente sana y volvió al grupo de oración para dar su testimonio llevando en sus manos su mortaja, los vestidos que sus hijos le habían comprado para el día de su sepultura. La gente venía en gran número, cuenta el Padre Emiliano, todos cantaban con alegría y alababan a Dios espontáneamente. Ante la curación y prodigios estallaban de gozo y contaban a todo el mundo lo que pasaba en la parroquia. A raíz de éstas reuniones tan festivas y hermosas, algunos sacerdotes comenzaron a decir sarcásticamente, el Padre Emiliano se sanó de la tuberculosis pero está enfermo de la cabeza, porque oraba en lenguas y creía en el poder sanador de Cristo afirmaban que me había vuelto loco. El Señor me dijo mediante profecía: yo trabajo en la paz, te doy mi paz, sean mensajeros de paz, comienzo a derramar mi Espíritu en ustedes, es un fuego devorador que va a invadir a la ciudad entera, abran los ojos porque verán señales y prodigios que muchos desearon ver y no lo vieron, yo lo digo y yo lo hago. Estábamos, dice el Padre Emiliano, delante de la obra del Señor, de esto estábamos seguros. Los milagros continuaron tan numerosos que no los podría contar. Parejas que vivían en concubinato se casaron, jóvenes fueron liberados de la droga y del alcoholismo. Era la pesca milagrosa después de haber pasado mucho tiempo tirando el anzuelo. Ahora el Señor llenaba tantos las redes hasta se me imaginaba que la barca se podría hundir. Jesús estaba liberando a su pueblo de las cadenas de la esclavitud. Los jóvenes que ya no se interesaban por la iglesia y la fe comenzaron a encontrar y a proclamar que Jesús era su liberador. En un retiro parroquial proclamamos a Jesús y luego oramos por la salud de los enfermos durante la Eucaristía. La primera palabra de conocimiento que tuve fue, aquí hay una mujer que está siendo curada de cáncer. Ella siente un fuerte calor en su vientre, seguí orando. Y hubo otras palabras de conocimiento que fueron confirmadas por los testimonios, sin embargo nadie respondió la primera. Al día siguiente una señora adelante del micrófono dijo a todos: tal vez todos se sorprendan de verme aquí. Soy pecadora pública que ha pasado muchos años en la prostitución. Ayer quise venir a misa de sanación más por la vida que he llevado me dio vergüenza entrar y me quedé un poco lejos, atrás de la empalizada. Estaba enferma de cáncer, incluso llevo dos operaciones que no han detenido la enfermedad, pero cuando el sacerdote dijo que una persona estaba siendo curada, sentí que era yo. El Señor la sanó no solo del cáncer de su cuerpo sino también del cáncer de su alma. Se arrepintió y comulgó al día siguiente. Cuando la ví comulgar con tanta alegría y lágrimas de felicidad en su rostro recordé el regreso del hijo pródigo come el becerro que su Padre le había hecho matar. El estaba recibiendo el mismo Cordero de Dios que quita el pecado del mundo purificando su alma y cambiando su vida. Ella regresó al prostíbulo para testificar a sus compañeras con lágrimas en los ojos. No vengo a decirles que dejen ésta vida, solo quiero hablarles de mi amigo Jesús que me rescató y cambió mi vida. Les contó su curación y su conversión. Luego pidió permiso para hacer un grupo de oración en el mismo prostíbulo y todos los lunes se cerraba el corazón al pecado y se abría el corazón a Jesús. Había oración, lectura de la Palabra y cantos. El Señor no terminó ahí su obra. Después de un año se organizó un retiro para 47 prostitutas de la ciudad. Es el retiro donde he visto actuar con más poder la misericordia de Dios. Hubo arrepentimiento y conversión y confesiones.27 dejaron su antigua vida y según informes recientes 21 han perseverado en el camino de Jesús. Algunas se han vuelto hasta catequistas, algunas animan grupos de oración testificando poderosamente como el amor misericordioso de Dios las ha transformado. De 21 casas de prostitución que había en la calle Mariano Pérez no quedaron más que 4. Personas del mismo grupo de oración visitaron todas éstas casas y el Señor las transformó. Toda aquella historia comenzó a ocurrir en la vida del Padre Emiliano Tardif en Nahua, allí en República Dominicana después de el ser el curado de la tuberculosis, comenzó también a experimentar la gracia de sanidad con la que Jesús actuaba a travéz de su ministerio. El padre Emiliano cuenta que el 80% de las casas de prostitución de Nahua cerraron sus puertas. Eran 500 en total las casas de prostitución. Nahua decía la gente que era la ciudad de la prostitución. Ahora se ha vuelto la ciudad de la oración. De Nahua al padre Emiliano lo trasladaron a Pimentel. El padre provincial le pidió que supliera temporariamente un párroco que se iba de vacaciones. El párroco lo recibió al padre Emiliano, el cual le pidió poder hacer grupos de oración de la renovación carismática para poder seguir viviendo su ministerio renovado. Esta bien, le dijo, pero haga el grupo sin carismas. Bueno, le contesté, los carismas no los doy yo, eso viene del cielo, del Espíritu Santo. Si El quiere dar los carismas a tu gente que puedo hacer yo. Haz lo que quieras, me contestó, y se fue de vacaciones. Durante la misa del primer domingo invité a la gente para una conferencia sobre la renovación carismática prometiéndoles contar el testimonio de mi curación. Asistieron unas 200 personas pero esa gente tenía tanta fe que en la noche llevaron a un tullido en una camilla. Se le había roto la columna vertebral y no había vuelto a caminar desde hacía 5 años y medio. Cuando los vi llegar con él en la camilla pensé que eran demasiado atrevidos pero me acordé de aquellos cuatro que llevaron a su amigo paralítico a Jesús. Oramos por él y le pedimos al Señor que por el poder de sus santas llagas sanara a éste tullido. El hombre empezó a sudar abundantemente y a temblar, entonces recordé que cuando el Señor me sanó yo también sentí mucho calor. Así que le ordené, el Señor te está sanando, levántate en el nombre de Jesús, le dí la mano y el me miró muy sorprendido. Con mucho esfuerzo se levantó y comenzó a caminar lentamente. Sigue caminando en el nombre de Jesús, le grité, el Señor te está sanando, el daba un paso y otro paso. Llegó hasta el sagrario llorando, daba gracias a Dios. Todo el mundo alababa al Señor mientras el curado salía llevando su camilla debajo de su brazo. Ese día otras 10 personas también fueron curadas por el amor de Jesucristo. Que sed tiene también la gente de oración. Se acercan a nosotros para pedirnos que le enseñemos a orar. Como Jesús debemos enseñarles a orando con ellos. No podemos desaprovechar, dice el padre Emiliano, esas maravillosas oportunidades que nos da el Señor. Si nosotros habláramos menos del Señor y habláramos más con el Señor que pronto se transformaría nuestro mundo. El siguiente miércoles llegaron más de 3000 personas. Entonces realizamos la reunión en la calle por que no cabíamos en el templo. Como no se podía hacer asamblea de oración con tanta gente prediqué media hora antes de celebrar la Eucaristía por los enfermos. Había allí una mujer llamada Mercedes Domínguez tenía 10 años completamente ciega. Durante la oración por los enfermos sintió un intenso frío en sus ojos. Regresó a su casa muy emocionada diciendo a todo el mundo que podía ver un poco. Al día siguiente amaneció completamente sana. El Señor le abrió los ojos, ella abrió la boca para testificar por todas partes su maravillosa curación. Esta sanación impresionó mucho a todo el pueblo. Imagínense lo que sucedió a la tercera semana. Nos fuimos al parque al aire libre para celebrar la gloria del Señor. Era como cuando Jesús llegaba a Cafarnaún o a Betsaida. El mismo Jesús vivo llegaba a nuestro pueblo. El parque parecía la piscina de Betfatá, llena de enfermos. ciegos, cojos, paralíticos esperando su curación. Betfatá quiere decir casa de la misericordia. Pimentel, el más pequeño de los pueblos, se había convertido en el lugar escogido por Dios para mostrar su misericordia. El ministerio de la curación es el ministerio de la misericordia de Dios. Esa noche había más de siete mil personas. Hicimos lo mismo: predicar el amor de Jesús, que el está vivo en su iglesia y sigue actuando con signos y prodigios. Celebramos la misa y de nuevo el Señor comenzó a sanar enfermos. Era algo casi exagerado. Sucedía como en las Bodas de Caná, que al Señor se le fue la mano con el vino, le sobró tanto que se podía organizar otra boda. Cuando le pedimos algo El nos da todo porque El no tiene límites en su poder y en su amor. El no sana solo a dos o a tres, son cantidades enormes. La policía estaba muy molesta porque tenía que trabajar horas extras tratando de controlar el excesivo tráfico en un pueblo tan pequeño. Entonces los oficiales fueron ante los jefes de la policía para que prohibiera las reuniones. El jefe abrió las manos y le respondió con una sonrisa: yo también hubiera querido suspenderla pero mi esposa se curó en una de éstas reuniones.

Algo extraordinario cuenta el Padre Emiliano, ocurrió el 9 de julio justo cuando se cumplía un año de mi regreso a República Dominicana. Llegaron esa mañana desde las 9 autobuses, camiones con gente de todo el país. Hasta los taxistas nos hacían propaganda por que les convenía también a ellos. Esa tarde habían unas veinte mil personas en la oración. Por tanta gente nos tuvimos que subir al techo donde colocamos el altar y las bocinas. Saben ustedes Jesús se valió de la curación de un policía y con eso esa noche los policías todos comenzaron a colaborar completamente con ésta obra de Jesús. En verdad que la forma de terminar Dios con los problemas es mejor que la que tenemos nosotros para arreglar las cosas, cuenta el padre Emiliano. Una señora conocida por todo el pueblo que tenía 16 años de sordera se curó completamente. Sintió tener un zumbido y luego se dio cuenta que oía perfectamente la predicación. Al día siguiente fue al mercado y un empleado le dijo a otro compañero, hay viene la sorda, vamos a hacerle una broma moviendo nuestra boca pero sin pronunciar una sola palabra. Pero ella alcanzó a escuchar lo que decían y les contestó muy contenta: no señores ya no estoy más sorda porque Cristo me sanó anoche. Aparte de estar curada daba testimonio del poder de Dios. Un hombre que no podía caminar ya que apenas gateaba también se curó en esa ocasión. Hubo derroche de milagros y prodigios. Era vivir en colores y en vivo y directo lo que cuenta el Evangelio, ver a Jesús resucitado caminando entre nosotros salvando a su pueblo. Esa noche hubo más de cien curaciones según los testigos y los testimonios que recibimos. Para la quinta reunión nuestro equipo de sonido resultó insuficiente. La policía calculó en base a los metros cuadrados que aquella multitud eran cuarenta y dos mil personas. Vino gente desde Puerto Rico, Haití y desde todas las parroquias del país, las calles estaban llenas, los tejados abarrotados y la pequeña carretera congestionada por autobuses, automóviles y camionetas. La gente aumentó tanto por la simple razón que el Señor Jesús no ha cambiado todavía en su manera de trabajo. Mientras nosotros buscamos métodos pastorales más eficaces y acordes con nuestro tiempo, el Señor cuenta con el suyo, cuenta el padre Emiliano. El recorría la Galilea sanando a los enfermos, entonces las multitudes le seguían y les predicaba la Palabra de salvación. Hoy sigue haciendo lo mismo, sana a los enfermos, la gente se reúne por miles y nosotros proclamamos el reino de Dios. Es sencillamente el Evangelio que se repite.