Jesús se compadece y actúa

jueves, 8 de enero de 2015
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Panes y peces

08/01/2015 – Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde.Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer”.

 El respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. Ellos le dijeron: “Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos”.Jesús preguntó: “¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver”. Después de averiguarlo, dijeron: “Cinco panes y dos pescados”. El les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde,y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.

Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.

San Marcos 6,34-44

En el evangelio de hoy, San Marcos nos relata este primer milagro de Jesús. En éstos días los evangelios nos van a ir presentando las distintas manifestaciones de Cristo: a María y José, los pastores, los magos, los ancianos en el Templo… Él comienza a predicar la conversión porque el reino de Dios está cerca.

Y hoy se manifiesta en los elementos, multiplicando los panes. Quienes escriben la Biblia advierten que este relato está lleno a alusiones del Antiguo Testamento en relación al pueblo que camina por el desierto con Moisés. San Marcos nos dice que es un episodio de manifestación de Dios.

El lugar es desértico, no hay recursos y al verlos como ovejas sin pastor Jesús se compadece. Jesús reúne numerosas ovejas olvidadas, más de 5 mil, y las conduce a pastos tranquilos y las alimenta con sus palabras que abren nuevos horizontes. Jesús comenzó a enseñarles muchas cosas porque es el momento en que la ley de Moisés llega a su plenitud. Su enseñanza dejará patente que Él posee la plenitud del Espíritu Santo y sus gestos anuncia el maná venido del cielo, más que una comida, donde Él mismo se ofrece en carne, sangre y divinidad para la salvación.

A Dios rogando y con el mazo dando…

Jesús nace como una tierna espiga en “Belén” (que significa casa de pan) crece con vocación de ser comida de todos los hambrientos, quienes lo siguen se sacian de Él. Es el pueblo humilde quien tiene hambre de la palabra de Vida y de verdad, de alguien con un amor total. Este deseo de conocer a Dios le hace a la gente llegar a extremos como de olvidarse del alimento corporal. Jesús se compadece, camina tan a nuestro lado que al ver a la multitud se puso al lado del dolor de quienes lo seguían y escuchaban. Él no realiza el milagro con panes sacados de la nada. Lo hace con panes de solidaridad. Si los discípulos se hubieran quedado con los 5 panes de manera egoísta es muy posible que no se hubiera hecho el milagro, pero Dios multiplica el pan del generoso.

Nosotros tenemos hambre y sed también. En el Nuevo Testamento esta hambre aparece en muchos personajes: Nicodemo, la samaritana, Marta y María, Zaqueo, Pedro, Juan… y también pueden estar nuestros nombres. Somos seres que tenemos hambre y sed y necesitamos de alguien que sacie nuestra hambre y calme nuestra sed y Jesús viene de parte del Padre como expresión de su amor infinito dándose Él mismo en pan de amor y amistad. Él hace de su cuerpo un pan regalado y así crea una nueva comunidad.

A veces pedimos mucho a Jesús… casi como si fuera magia. Quizás tendríamos que hacer nuestra petición con claridad, pero también ofrecer algo para que Él obre el milagro. Jesús necesitó los 5 panes y los 2 pescados de los apóstoles… ¿qué materia entregás vos?. Dios obra pero necesita de nuestra colaboración.

Padre e hijo

Dios nos amó primero

En la 1º lectura de hoy, la liturgia coloca un fragmento de la 1º carta de San Juan, sobre las condiciones de vivir como hijos de Dios. Si nos habló con romper el pecado como primera condición, la caridad con los hermanos como segunda, y la fe en el Hijo de Dios como tercera…. hoy nos hablará del amor  “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” ( 1º Jn 4, 7-11).

Siempre se da este intercambio: Dios nos ama y nos ofrece su amor hecho hombre, su Hijo. Nos ama y Él nos amó primero, Él nos primerió. Por eso cuando nosotros queremos vivir el mandamiento del amor no sólo lo podemos vivir de palabra sino que hay que aprender a vivirlo con obras. Amamos en las obras, amamos cuando de nosotros se arranca una actitud… no podemos amar solo de palabras.

Este verbo tiene la experiencia bíblica superior al intelectualismo y supone el contacto con el otro. En la Biblia cuando se nos define que Dios es amor, siempre actual que envuelve al universo entero, hace surgir la necesidad de hacerlo práctico. Decir que Dios es amor es afirmar no sólo que es una persona que ama sino que es el amor mismo. ¿Cómo amar al hijo de Dios que es amor si no lo amamos…? ¿cómo podemos decir que lo conocemos si no amamos?. Cristo es el sacramento del amor del Padre… Dios que es amor se ha manifestado en Cristo, por eso en cada gesto de Jesús se está reflejando el amor del Padre.

Jesús ha manifestado el amor en las palabras, y caída la tarde se compadece frente al hambre de su pueblo. Nos remite, como anticipo, al pan de la eucaristía. San Juan dirá que en la multiplicación de los panes entreveemos al Buen Pastor que dará su vida por las ovejas, que estarán reunidas en la mesa donde se parte el pan para los hijos, el cuerpo eucarístico que nos une a todos en fraternidad y en comunión de vida.

 Este evangelio en donde Jesús nos muestra su compasión y al solidarizarse se reparte a los demás, aparece anticipada en la Eucaristía en donde Jesús reparte un pan que no es para una clase social para los poderosos sino pan para todos. Hay sobreabundancia en la mesa divina. Y mirando a Jesús que reparte el alimento se nos invita a reconocerlo como el que viene a saciar nuestra vida necesitada. Él mismo se ha convertido en un pan para nosotros.

Mirando nuestro corazón podemos advertir que a veces estamos llenos de ídolos, de tristezas, de recuerdos, de proyectos, llenos de cosas que hemos guardado dentro para intentar saciar nuestras necesidades más hondas pero nada de eso nos hace sentir verdaderamente satisfechos. Hoy somos invitados a dar un paso de conversión que es aprender a descubrir que Cristo primero se compadece de nosotros para venir a saciar esa hambre y sed interior de cada uno de nosotros. Entrañablemente Cristo conoce aquellos ámbitos de nuestra vida que no están saciados y que necesitan de lo que Él reparte para saciarnos, dar sentido a lo que hacemos, dar plenitud a toda nuestra vida.

Entregarnos como el Maestro se entrega

Es el amor quien facilita el conocimiento de las personas y de las cosas. San Pablo lo va a expresar cuando nos dice “si no tengo amor no tengo nada”. En este sentido, decimos que cuando una persona ama su trabajo es porque tiene vocación para ello. Es el amor lo que lo lleva a super dificultades. Dios toma la iniciativa con nosotros y es el primero que nos ama. Nos comparte su amistad y nos incluye en el vínculo trinitario para ser hijos suyos en el amor. “Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo y nos ha destinado, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos. El tesoro de su gracia ha sido un derroche para nosotros”Definir a Dios como amor no es algo poético sino una realidad fascinante. En este misterio proclamado, Dios es amor y nos amó primero, está la enseñanza del evangelio de hoy: Jesús se compadeció porque eran como ovejas sin pastor y estuvo enseñandoles largo rato. Cuando damos de lo nuestro Jesús obra el milagro.

Sólo podemos ofrendar la vida a la luz del tremendo amor de Dios para con nosotros.

El Documento de Aparecida (nº 136,138-140) nos dice: La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn 10, 3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).

(…) Para configurarse verdaderamente con el Maestro es necesario asumir la centralidad del Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano no puede dejar de ser la característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio, “reconocerán todos que son discípulos míos” (Jn 13, 35).

En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias.

Identificarse con Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará también el que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34). Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.

Padre Daniel Cavallo