Jesús viene a romper con lo que creemos entender de Dios

viernes, 20 de abril de 2007
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En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. El les respondió: “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

Lucas 13, 1 – 5
En ésta gran inclusión del capítulo 9 al 19 donde Jesús decididamente va a Jerusalén y hace que detrás suyo se movilice un cuerpo de discípulos que sigue los pasos del Maestro de Galilea, comienzan a surgir una serie de invitaciones e indicaciones con las que Jesús va marcando la marcha. Es decir, va mostrando el camino, cuál es el ritmo que ha de seguir el que va detrás de Él, cuáles las actitudes, qué y de qué manera debe formarse el seguidor, el discípulo de Jesús.

Lo primero tiene que ver con ésta invitación que hace en la Palabra hoy el Evangelio de Lucas, en el capítulo 13 de una actitud constante de conversión por parte del discípulo, que en una primera instancia supone una cierta desestructuración de todo lo que es un modo y un estilo de vida por parte del que es llamado. Jesús, es verdad que ha venido a buscar a lo que estaba perdido, ha venido a encontrarse con nosotros así como estamos y con lo que tenemos.

En realidad, no se fija mucho en las apariencias, o en todo caso en la vida que hasta ahora las personas han llevado. Ejemplo de esto son los discípulos que ha elegido, pero alguno de ellos, de una manera muy particularmente marcada por un signo de pecado que tiene connotaciones sociales que, en principio, mostrarían a estos discípulos, a los que Jesús llama, de un carácter ciertamente débil, frágil, inconsistente, para seguir a algún maestro del tiempo de Jesús, por ejemplo Saqueo, Mateo.

De hecho, esto le cuesta a Jesús una acusación muy fuerte, le dicen, el Maestro de ustedes come con publicanos y pecadores. El Señor que rescata a la persona donde está y como está, y no le interesa el “qué decir” de lo que socialmente representan las personas, comienza a mostrar y a construir, después de desarmar a la persona del modo antiguo que tenía de vivir, un rumbo a través del cuál la persona, progresivamente, pacientemente, va construyendo, va haciendo un camino discipular.

A lo largo de todo el Evangelio de Lucas esto viene marcado, entre estos capítulos del 9 al 19, por éstas indicaciones concretas que compartimos ahora:

·        La verdadera grandeza está en el servicio.

·        La intolerancia no es el camino que ha de acompañar a los apóstoles cuando estos dicen ¿quieres que le mandemos fuego a aquellos que no nos recibieron en Samaria?

·        La exigencia de la vocación apostólica: el seguir a Jesús tiene su exigencia puntual y específica.

·        La eficacia de la oración.

·        La insistencia en el camino de la oración.

·        La parábola de la lámpara encendida y la necesidad de la vigilancia en la oración.

·        El verdadero y el falso temor de Dios.

·        El desprendimiento del estar puesto siempre en las manos de Dios y confiando en su camino.

·        La confianza en la Providencia.

·        El verdadero tesoro y la verdadera riqueza no está sino en el Cielo”, dice Jesús.

Todas estas enseñanzas van como marcando el paso y mostrando el ritmo a través del cuál, el nuevo maestro que aparece desde Galilea sorprendiendo a todos enseña una nueva doctrina que llama la atención por la autoridad con la que la ejerce. Hay un proceso espiritual que todos hacemos detrás de éste paso marcado por Jesús.

Después de haberse desarmado el corazón frente al modo como venía a partir del encuentro con el Señor, comenzamos a hacer un proceso que tiene etapas de resistencia, si así se puede decir, a la invitación del Señor, hasta que verdaderamente tomamos la decisión de convertirnos y las resistencias que ofrecemos mientras el Señor nos llama a la conversión, después del primer encuentro con El, a la que podríamos llamar una segunda conversión o una conversión continuada y sostenida en el tiempo, esta resistencia se articula en el organismo espiritual en cada uno de nosotros en aquellas potencias interiores, aquellas fuerzas interiores que constituyen todo nuestro ser en el espíritu.

Hablamos entonces de los afectos, de la voluntad y de la inteligencia. Es allí donde se instalan, por nuestra naturaleza herida, por el ambiente en el que vivimos, y también por la acción que el mal ejerce ante la presencia del Señor, las resistencias que ofrecemos a dar el paso decidido de conversión al que el Señor invita cuando dice: “Sígueme”. Sígueme según ésta marcha, según éste ritmo, según éste camino que te muestro, según ésta invitación en el corazón que yo te hago. Entonces empezamos a encontrarnos con fantasías de proyección que nosotros hacemos desde nuestra naturaleza herida, ya sea en lo sentimental, ya sea en la inteligencia, ya sea en la voluntad. Allí es como que se asientan ilusiones, fantasías, que no muestran el verdadero rostro de Dios, el que Jesús nos revela, sino que en el fondo seguimos queriendo ocupar nosotros el lugar que Dios dice que necesita ocupar para poder guiarnos verdaderamente.

Vamos a ir trabajando cada una de éstas ilusiones o fantasías en las que de alguna manera nuestra naturaleza estaría proyectando, es decir, sacando de sí, poniendo delante de sí mismo una imagen de Dios que es falsa, que no es verdadera. Estos lugares de resistencia, cuando caen definitivamente, dan el paso al Dios verdadero, y Dios puede tener algo para decirnos. Mientras tanto hay que saber que este proceso lo hacemos, y que las resistencias que conviven en nosotros, en el momento de la conversión forman parte también del camino. De hecho también los discípulos la han vivido. Ellos no entendían nada dice una y otra vez el Evangelio de Lucas cuando El les hacía la propuesta del Reino nuevo y de la Buena Noticia que venía a anunciarles.

¿Cuánto, cómo y de qué manera, las resistencias interiores que proyectamos desde nuestros afectos, sentimientos, inteligencia, voluntad, van cayéndose una tras otras para dar paso a Aquél que viene a marcar el rumbo de nuestro camino?

Afectividad: Hay una resistencia primera que se instala en el corazón del que sigue a Jesús en éstos tiempos que tiene que ver con los sentimientos, lo sentimental, los afectos. Es cuando hacemos valer la experiencia de Dios con el sentir profundo, el sentir dentro, del sentir a flor de piel. En la práctica esto está absolutizado. El dato sentimental parece que fuera el único criterio con el cuál podemos establecer un vínculo con Dios. ¿Y cuándo no está? Es decir ¿cuándo no percibo dentro mío una sensación positiva de que Dios está? ¿Dios deja de estar? ¿Dios abandona porque nos aparta la Gracia de hacernos erizar la piel con su presencia? 

En el camino del pueblo de Israel Dios cambia su rostro permanentemente, y lo va cambiando para que el pueblo no termine por manipular la Imagen de Dios, que es propio del ámbito de los sentimientos.

Cuando nosotros nos movemos sólo en el plano sentimental en la relación con Dios el riesgo es manipular la imagen de Dios, y entonces todo lo que entra dentro de los sentimientos positivos forman parte de lo que nosotros verdaderamente adherimos o detrás de lo cuál vamos. Pero el encuentro con Dios no siempre es placentero. A veces es doloroso en el proceso de purificación.

Cuando todo depende de los sentimientos, llega un punto que hacemos de Dios también una emoción, agradable, por supuesto, pero Dios no es una emoción ni un sentimiento, aún cuando Dios, con su presencia muchas veces nos sacuda el alma, el corazón, la piel, y todo nuestro ser se estremezca ante su presencia, Dios no es ese estremecimiento ni ese sacudón, es más que todo eso.

Cuando nosotros hacemos depender proyectivamente la presencia de Dios de este sentir, este estremecernos, esta experiencia sensible, la experiencia de Dios se hace muy inestable, tan inestable como es inestable el cuerpo emocional de nuestra persona, entonces depende de “las ganas” por así decirlo. Depende de cómo estoy, de como me he levantado. Si en la relación conyugal todo depende de como estamos muchos vínculos se van endureciendo, deteriorando, afeando, porque dependemos en la relación con el otro de cómo estoy yo o de como está el otro en éste ámbito de puro sentimiento, o donde en todo caso prevalece el sentimiento.

Voluntad: Otro modo de resistir, un poco más sutil pero igualmente proyectivo de nosotros mismos hacia Dios es desde el ámbito de la voluntad. Podríamos llamarlo “la ilusión moral” que consiste en creer que a Dios lo alcanzamos con una serie de pases mágicos, por decirlo de alguna forma. Creemos que haciendo una determinada práctica de oración, de culto, de comportamiento y esto nos habilita para decirnos a nosotros mismos que estamos para alcanzarlo a Dios.

Es como si por una escalera exigente en términos morales y en términos de piedad, nosotros pudiéramos llegar hasta donde Dios está. Esta actitud está muy desprendida de la propuesta de Jesús, actitud que a veces surge en nuestro corazón omnipotente, que no reconoce límites y que por momentos cree que también a Dios lo puede alcanzar desde su propia voluntad.

Es tan fuerte la marca de voluntarismo que en la sociedad racional se ha establecido que se ha llegado a decir que el hombre es eso: un acato de voluntad que lo constituye en un superhombre, de manera tal que según sea lo que hay en su voluntad es como se determina el modo de la realidad y como se va a dar cauce a ella. Concretamente, si nosotros decidimos que la ley del aborto, por un acto voluntario de un cuerpo de representantes debe establecerse como ley, es decir, como marca que identifica a la sociedad, nosotros hemos decidido esto y no interesa sino lo que nosotros hemos decidido.

Digo este ejemplo para mostrar cuánto tiene de impronta fuerte un acto de voluntad no racional no racional, por más que haya un montón de razones que quieran justificar aquello que hemos decidido. Como un divorcio entre la verdadera racionalidad, la inteligencia y la voluntad puesta en práctica. Esto mismo lo podemos trasladar al ámbito de la voluntad con Dios y decir: yo he decidido que puedo estar con Dios porque lo justifico desde lo que digo, con lo que hago, con mi comportamiento.

¿Y yo cuándo me equivoqué? Y creo que nunca, casi no me hace falta ni un acto de reflexión ni de conciencia, “impecables” nos creemos. Es típicamente el modo de ser de los hipócritas y fariseos. Y de estos dentro de la comunidad de hoy, y nosotros dentro de la comunidad eclesial tenemos y mucho, de pensar que por un determinado culto, por un determinado modo de comportamiento ya estamos justificados, negándole a Dios la posibilidad de la gratuidad del amor con que El nos ofrece el perdón. ¿Por qué Jesús se sienta a comer con los publicanos y pecadores?

Porque estos están abiertos a recibir gratuitamente el don de la salvación, no tienen modo de justificarse, de decir “yo por mí mismo, por mi acto, por una decisión personal he alcanzado la Gracia de la redención”. No lo tienen, no hay forma, esto sí era típico de los escribas y los fariseos. Ellos decían de sí mismos que ellos por cumplir la ley estaban justificados, estaban salvados. Jesús, lo dice y lo desarrolla aún más el apóstol San Pablo en la Carta a los romanos: “La salvación, la redención, no viene por la ley sino por la Gracia”, es decir es un don gratuito de Dios, por lo tanto no es lo primero que yo hago lo que importa sino lo que Dios dice, para que yo, en todo caso, sobre el decir de Dios pueda dar una respuesta.

Racionalidad: Otra ilusión que nos condiciona en el camino de conversión al que el Señor nos invita en su seguimiento tiene que ver con algo más sutil que es la “racionalidad” con la que queremos meter a Dios dentro de nuestra bolsa. San Agustín, pensador como pocos en la historia, intentando entender el misterio de Dios dentro de sus búsquedas preguntaba: ¿Cómo es el Misterio de la Trinidad? Y entonces, paseando por una playa había un niño que quería poner en un hoyo que había hecho en la arena, el agua de todo el mar. Cuando San Agustín preguntó que estaba haciendo contestó que estaba tratando de poner todo el agua del mar en éste hoyito y ahí se dio cuenta lo imposible de meter el misterio de Dios en la cabeza, racionalmente.

Este modo racional de resistir, muy propio de este tiempo tiene que ver con eso de querer meterlo a Dios en nuestros silogismos, en nuestra lógica, en nuestra razón. Dios, el Dios que nos propone Jesús, es un Dios razonable, pero no lógico. Es razonable lo que Dios propone pero por allí se lleva mal con nuestros silogismos y lógicas de querer hacerlo entrar, porque es imposible que entre.

La racionalidad pura es un mal propio de este tiempo porque a partir de la Revolución Francesa, en el desarrollo de la era industrial comienza a aparecer la ciencia pragmática que da origen a este tiempo de la Modernidad marcado por la Racionalidad.

Es verdad que parte de ese tiempo va cayendo de rodilla delante de una nueva época que llamamos Posmodernidad, sin embargo a la hora de relacionarnos con Dios sigue teniendo una cierta vigencia el querer entenderlo a Dios, cuando a Dios, si bien es comprensible, no es tan fácil decir que lo entendemos, es decir que lo podemos explicar con un pensamiento.

¿Cómo le explicamos a uno que no cree, que no tiene la fe, don de gratuidad, cómo le explicamos, por puro razonamiento, que Dios existe? Es complicada la historia, lo cuál no quiere decir que por la razón no se pueda llegar a Dios pero, en el fondo, aún cuando uno llegue por la razón a explicar la existencia de Dios, ese Dios no termina siendo el Dios que Jesús nos ha revelado en la Palabra, Aquél al que alcanzamos. Puede ser, como de hecho lo ha mostrado Santo Tomás de Aquino: el Primer Motor, el Ordenador de Todo, pero que sea el Dios vivo y verdadero, el Dios que tiene corazón, que se hizo uno de nosotros, que se encarnó para quedarse con nosotros…

La racionalidad y el pensamiento sólo racional puede ser un gran obstáculo para  entrar en el Misterio. ¿Qué más genera ésta racionalidad? En la racionalidad no tiene sentido el abandono porque la persona que lo razona todo y lo entiende todo, el que cree razonarlo todo y el que cree entenderlo todo no necesita entregarse a nada que esté lejos de lo que él mismo puede por su propia razón, por su propio entendimiento sostener y abrazar, y en realidad para poder entrar en el Misterio de Dios y para poder comenzar a comprenderlo lo que hace falta es una actitud de entrega.

Sólo las personas que tienen ésta entrega pueden entrar en el Misterio. Cuando nosotros decimos “racionalizar la fe” no estamos diciendo que la fe no pueda ser pensada ni razonada, es más, tiene que ser pensada y razonada, lo que no podemos pretender es vivir racionalizando la fe. Tenemos que dar razones de nuestra fe. Dice 1 Pedro: “Den ustedes razones de su esperanza”, pero dar razón de la esperanza no quiere decir que uno alcance la esperanza o la fe racionalizando la fe y la esperanza. Pareciera una sutileza de expresión, pero te invito a que dejes que vaya decantando el tu corazón para que se vaya rompiendo definitivamente dentro tuyo, como yo espero que se rompa dentro mío, el querer racionalizarlo todo.

Entonces, en síntesis, ésta invitación que hace Jesús a seguirlo por el camino, es una invitación a un camino nuevo, no conocido. Jesús, para esto necesita romper con lo que nosotros creemos entender que entendemos. Para eso hoy no hemos detenido frente a tres modos de creer que estamos en Dios o habiéndolo entendido absolutamente: cuando nos vinculamos sólo desde el sentimiento, cuando nos vinculamos sólo desde la razón, cuando nos vinculamos sólo desde la racionalidad. El encuentro con el Señor, que no está determinado por ninguna de éstas tres ilusiones, debe integrar el afecto, la voluntad y la inteligencia. ¿Cómo ocurre esto?

Ocurre cuando el encuentro con el Señor es con un Dios vivo, con un ser real, personal, cuando la persona del Señor me seduce de tal manera que no me importa dejar lo que me da seguridad y me animo a caminar en la fe, integrando sí mi sentir, mi querer, mi entender, pero no haciendo depender mi vida de lo que yo siento, quiero o entiendo sino de lo que la marca del camino que el Señor me deja me muestra un rumbo.

El camino de encuentro con el Señor es un camino en la fe, por eso Jesús dice que hay que dejar lo pasado, dejar el hombre viejo, en términos paulinos, para hacerse un “hombre nuevo”.

En cierto modo, en el proceso de la conversión, Dios desarma a la persona y la comienza a reconstruir haciéndola nueva pero para eso se vale a la invitación a la confianza, a la entrega, al abandono y al cuidado de la persona toda, en su sentir, en su querer y en su razonar, pero no haciendo depender el encuentro con El de esto porque si no nosotros, por nuestra naturaleza herida, hacemos de Dios una canción, hacemos de Dios un acto de piedad, o hacemos de Dios la lectura de un libro, y creemos haber encontrado a Dios porque en un momento determinado nos sentimos bien, porque rezamos o porque hemos entendido algo del Misterio cuando lo hemos pensado. Dios, que entra por estos caminos, es más que todo esto, y ese “más”, de todo lo que Dios es, se lo aprende a descubrir cuando en la oscuridad de la fe nos metemos en el Misterio de Dios, que integra nuestro sentir pero que no quiere que dependamos de nuestro sentir para estar con El, que integra nuestra piedad y nos da instrumentos con que rezar, pero no quiere hacer depender nuestra fe de nuestra piedad, que integra nuestra racionalidad pero es imposible meterlo al Misterio, como es imposible meterlo en nuestra cabeza, como es imposible meter al mar en un pozo en la playa.