Jesús y su madre

jueves, 25 de septiembre de 2008
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Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo al quien Él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Juan 19, 25-27

¿Cómo apartarnos de aquella tentación grande, que aparece cada fin de semana después de una actividad tan intensa como la que vivimos día a día o de lunes a viernes, sábados incluidos en algunos casos? ¿Cómo apartarnos de esa tentación fuerte de encerrarnos, de aislarnos, de decir ya no quiero más tener que ver con nada?

Quiero necesariamente recuperarme y para eso buscamos el encierro, como modo y salida. Salida mentirosa y como modo también engañoso. Esta de querer aislando y encerrarnos como forma de recuperar lo que perdemos cuando nos desparramamos en un montón de acciones y actividades, que por más santas que sean, terminan siempre por desgastar nuestras fuerzas.

¿Dónde recuperar la fuerza de lo entregado, lo ofrecido, lo donado, lo puesto en manos de los que esperan de nosotros el servicio, la entrega, el esfuerzo, la tarea. Sin duda no es el encierro, ni tampoco el aislamiento, ese que a veces encontramos o creemos encontrar o esperamos encontrar la recuperación de nuestras fuerzas, cuando por allí frente al televisor, frente a una determinada lectura, escuchando una buena música, no queremos que nadie nos moleste, y nos apartamos de todo. No es que esté mal encontrar esos espacios que necesitamos para la intimidad, para saber estar saludablemente a solas con nosotros mismos. Está bien, es bueno, es necesario más diría yo, es saludable, recomendable. Tenemos que aprender a defender esos espacios propios.

Pero, ¿como distinguirlos de este otro punto que está un pasito más allá del encierro, el aislamiento? Cuando llega el fin de semana, después de un largo cansancio, decimos, ahora, un tiempo para mí. Ese tiempo para mi, supone un no tiempo para los otros.

A mí me pasa a veces cuando estoy viendo un partido de fútbol, en donde hago como nido. Si me dicen alguna cosa que esta lejos del campo de atención de lo que en ese momento forma parte de mi recreación, que ni escucho, que ni entiendo, estoy como metido ahí adentro del aparato que emite la señal de la televisión y me pone casi adentro del mismo estadio donde se juega el partido. Entonces es como en otro mundo donde pertenezco y no a los que forman parte de mi mundo allí en donde estoy, mi casa, la de mis padres, etc. Y no está bien, este modo poco sano de buscar los propios espacios.

Nunca los propios espacios pueden excluir a los demás. Cuando la búsqueda de la soledad que nos hace bien para recrearnos interiormente excluye directamente a todos, es una soledad mal vivida, es una mala soledad. Es un aislarse que no es un encuentro con uno mismo sino una búsqueda consigo mismo o un encierro en si mismo que no forma parte de los saludables modos que tendríamos que buscar y encontrar para recrearnos. La idea de la catequesis de hoy es aprender a descubrir en la ofrenda y en la entrega a los otros y en los demás aquello que buscamos como saludable modo de saber permanecer en nosotros mismos y de recrearnos apartándonos del egoísmo y el aislamiento que no nos hace bien.

El amor cristiano es lo mas opuesto que hay a la solitariedad con la que a veces nosotros podemos