Juan Pablo II al servicio de Dios y de su pueblo

miércoles, 2 de noviembre de 2016
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Karol_Wojtyla

02/11/2016 – Juan Pablo II, un hombre de Dios y un hombre de la tierra que como sacerdote y hombre de Dios nos ha dejado un gran legado.

“Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes”.

Lc 22,17-20

 

 

En octubre de 1946 el cardenal Sapieha decidió que Wojtyla se trasladase a Roma para completar sus estudios en una universidad pontificia y fijó como fecha de su ordenación sacerdotal el 1 de noviembre siguiente, la fiesta de Todos los Santos. Karol llegó de mañana a la capilla donde se celebró la ceremonia acompañado de un reducido grupo de parientes y amigos.

El 2 de noviembre, día que la liturgia dedica a la memoria de los difuntos, Juan Pablo II celebró su “primera misa” en la cripta de San Leonardo, en el interior de la catedral de Wawel, en Cracovia.

La ordenación fue un momento clave en la vida de Karol Wojtyla. Lo subrayó él mismo afirmando que “nada tiene más importancia para mí o me causa una mayor alegría que celebrar a diario la misa y servir al pueblo de Dios en la Iglesia. Y eso es así desde el mismo día de mi ordenación como sacerdote. Nada lo ha podido cambiar en ningún momento, ni siquiera el hecho de ser ahora Papa”.

Un testimonio significativo al respecto es el de un monseñor que había reconocido –en un mendigo que se detenía siempre en la calle de la Traspontina, a pocos pasos de San Pedro- a un sacerdote que se había apartado del ministerio. Consiguió que lo incluyeran en una audiencia en la sala Clementina y avisó a Juan Pablo II de su presencia. El Pontífice, explicó, le pidió si podía confesarlo  a lo que se negó, aludiendo que había dejado el ministerio. “Pero yo soy el Papa y te puedo dispensar. ¿Podés confesarme?”. Accedió y después del sacramento, dijo: “¿Entiendes la grandeza del sacerdocio? No la desfigures”.

El 15 de noviembre de 1946, acompañado del seminarista Stanislaw Starowieyski,  Wojtyla subió por primera vez al tren que lo iba a conducir al otro lado de la frontera. Fue un viaje largo y emocionante, como él mismo contó: “Mirando por la ventanilla del tren en marcha vi ciudades que sólo conocía por los libros de geografía. Vi por primera vez Praga, Núremberg, Estrasburgo y París, donde nos detuvimos, dado que habíamos sido invitados al seminario polaco que se encuentra en la calle des Irlandais. Abandonamos la ciudad al poco tiempo, porque teníamos prisa, y llegamos a Roma a finales de noviembre”. En un primer momento residió con los padres Pallotines, luego se trasladó al Colegio belga, que se encuentra en la calle del Quirinale, a pocos metros de la Universidad Angelicum, en la que, en menos de dos años, el 19 de junio de 1948, se licenció con una tesis sobre La doctrina de la fe según san Juan de la Cruz.

Karol se emocionó mucho durante la audiencia con Pío XII a la que asistió a principios de 1947. El Papa saludó uno por uno a todos los jóvenes y seminaristas del colegio belga y, cuando llegó a su lado, el rector Maximilien de Furstengerg se lo presentó comentando que venía de Polonia. Pío XII se detuvo y, con evidente emoción, repitió “de Polonia”. Acto seguido le dijo en polaco: “Alabado sea Jesucristo”.

A ese periodo se remonta una conversación de Wojtyla con un sacerdote belga que era miembro de la Jóvenes obreros Cristianos del futuro cardenal Joseph Cardijn. Mientras reflexionaban sobre la situación que se había creado en Europa al finalizar la Segunda Guerra Mundial el sacerdote le dijo: “El Señor ha permitido que vosotros viváis la experiencia de un mal como el comunismo… ¿Por qué lo habrá consentido?” Sin darle tiempo a contestar se respondió a sí mismo: “Quizá nos lo ahorró a nosotros, los occidentales, porque no habríamos sido capaces de soportar una prueba semejante. Ustedes, en cambio, lo lograrán.” Una frase que Juan Pablo II evocó más tarde por su valor profético.

Uno de sus condiscípulos recordó así esos días: “En el Colegio belga citábamos con frecuencia el dicho de Napoleón: “Puedo perder alguna batalla, pero jamás un minuto”. Wojtyla aprovechaba cada minuto para finalizar su tesis. Sabíamos que era un buen futbolista, pero no logramos persuadirlo de que entrase en nuestro equipo. ¿Fue esa la razón de que perdiéramos contra los equipos de Brasil y de Inglaterra? En cualquier caso, de vez en cuando participaba en los pequeños partidos que jugábamos en el jardín”. 

Con los brazos en cruz

Karol estaba muy concentrado en su objetivo. Tal y como subrayó un compañero de su época romana, “era siempre muy discreto con los amigos que frecuentaba y las fotografías de grupo son una buena muestra de ello, porque siempre aparece en la última fila. Durante las conversaciones jamás se mostraba demasiado elocuente. Nunca me habría imaginado que, unas décadas después, sería capaz de tomar la palabra con una seguridad semejante y guiaría a la Iglesia universal con la energía y la eficacia con que lo hizo.

Pocos días después de presentar la tesis de licenciatura, Wojtyla regresó a la diócesis, donde se le confirió su primer encargo, la denominada aplikata, como vicepárroco de Niegowic, que se encontraba a unos 30 kilómetros de Cracovia. Se trataba de una comunidad de cinco mil personas desperdigadas en trece pueblos y barrios completamente excluidos de los habituales recorridos de los medios de transporte públicos. El 8 de julio de 1948 Karol partió a bordo de un autobús de Cracovia y, llegado un momento, tuvo que aparearse del vehículo y caminar. Un campesino se ofreció a llevarlo con su carro. Cuando llegaron al confín del territorio parroquial, Karol quiso bajar: se arrodilló y rezó por sus nuevos parroquianos, siguiendo el ejemplo de San Juan María Vianney, el famoso cura de Ars. Este gesto luego lo multiplicará por cientos cada vez que llegaba a un nuevo país en sus visitas apostólicas. 

Durante un año colaboró con el párroco Kazimierz Buzala y con otros tres vicarios. Al mismo tiempo enseñaba religión en las cinco escuelas de primaria que había desperdigadas por el territorio, una actividad que le ocupaba unas treinta horas a la semana, y dirigía la Asociación católica de la juventud femenina. El hecho de tener que hablar de manera sencilla, de trabajar mucho y, a menudo, en contacto con unas condiciones económicas y sociales difíciles, y de vivir en un ambiente campesino tan distinto al académico supusieron un auténtico reto pastoral para un intelectual como don Karol.

Los parroquianos se quedaron profundamente impresionados de su extraordinaria devoción eucarística, que manifestaba en las larguísimas adoraciones al Santísimo Sacramento. A menudo Wojtyla pasaba parte de la noche rezando delante del altar, tumbado en el suelo con los brazos en cruz. Un testigo destacó: “La presencia de Cristo en el sagrario le permitía tener una relación muy personal con Él: no sólo hablaba a Cristo, conversaba con Él”. Pasado el tiempo, y observando el comportamiento del joven capellán, su ama de llaves profetizó: “Usted llegará a ser obispo”.

En octubre de 1948 murió el cardenal primado August Hlond y la Iglesia polaca nombró como nuevo primado a un joven arzobispo, Stefan Wyszynski, que por aquel entonces tenía cuarenta y siete años. El episcopado pretendía, de hecho, comprometer a las fuerzas más válidas en lucha contra el comunismo, para evitar la difusión de las tesis marxistas. Debido a ello, el 17 de agosto de 1949 el cardenal Sapieha decidió trasladar a don Karol a la parroquia de San Floriano de Cracovia, que se encontraba a pocos pasos de la Universidad Jagellonica.

El párroco, monseñor Tadeusz Kurowski, le asignó la catequesis de las clases superiores del instituto y la asistencia espiritual a los estudiantes universitarios. A éstos Wojtyla proponía todos los jueves una conferencia sobre temas fundamentales relativos a la existencia de Dios y a la espiritualidad, unos temas de gran impacto en un contexto que se encontraba sofocado por la propaganda comunista a favor del ateísmo militante. Para explicar con mayor claridad sus reflexiones –que a menudo abordaban sutiles cuestiones teológicas-, preparaba unos esquemas que imprimía con el ciclostil en papel de periódico.

En este marco universitario se constituyó ese grupo de amigos tan unidos que incluso transcurrían las vacaciones juntos y del que surgieron numerosos matrimonios. Y fue precisamente en las conversaciones que don Karol mantuvo durante ese período donde fue tomando forma y perfilándose su teología del cuerpo y del matrimonio. El famoso ensayo Amor y responsabilidad, que fue publicado en 1960, era, en su origen, el texto de los ejercicios espirituales que proponía a los novios.

Su primer excursión tuvo como meta Kozy, y el grupo durmió en la parroquia de don Franciszek Macharski, que años más tarde sustituiría al papa Wojtyla en la cátedra de Cracovia. Fue el inicio de una larga serie de excursiones en las que solían hacer también trayectos en canoa. Todas las mañanas se celebraba una misa; la lectura del Evangelio iba seguida de una breve homilía en la que se proponía una frase sobre la que debían reflexionar durante todo el día. A don Karol le gustaba mucho estar con la gente, sobretodo con los jóvenes, impronta que quedará marcada en las Jornadas Mundiales de la Juventud. 

En este tiempo que compartía con el grupo de jóvenes y novios le encantaban las excursiones en canoa, porque mientras navegaba solo o, como mucho, en compañía de un amigo, podía pensar y abstraerse en total libertad. Tanto es así que, en 2000, se llevó una gran alegría cuando un grupo integrado por tres generaciones de esos antiguos amigos viajó a Castel Gandolfo para realizar lo que definieron como “la canoa en seco”: tras colocar en el prado, delante de Juan Pablo II, cantaron en honor del “tío”. Al final, hasta ciento veinte personas lo saludaron una a una.

Para lograr que aumentase la participación de los jóvenes de la parroquia, a don Karol se le ocurrió organizar un coro, que empezó con tan sólo diez jóvenes, cinco chicos y cinco chicas. Al principio recopilaron un repertorio de Koledy (los villancicos, sobre los que Polonia cuenta con una riquísima tradición). Después, el joven vicepárroco pidió al actor Adamski que le echara una mano, y logró montar un Misterio cuaresmal que propuso en la iglesia durante el periodo pascual de 1951.

Padre Javier Soteras