La Acogida: una nueva primavera

viernes, 15 de octubre de 2010
image_pdfimage_print

Es tiempo de renovar y queremos hacerlo al encontrarnos con la riqueza que tiene el otro. En la actitud de acogida. Esta actitud que le damos a los demás en lo que hablábamos en algún momento en otro programa, de pasando de la hostilidad a la hostilidad. Esta buena acogida es la hospitalidad. Y este recibimiento a los demás que son diferentes a nosotros.

Esta noche vamos hablar sobre la “acogida” aprovechando este espacio que nos brinda la primavera para renovarnos. La primavera hace que las flores se abran y la idea es que también nosotros abramos nuestros corazones y recibamos a nuestros hermanos que siempre están al lado nuestro.

Y si hablamos de acoger podemos decir que acoger es admitir en casa. Servir de refugio a alguien, servir como protección, como aparo y esto es un signo de verdadera madurez humana y también cristiana.

Pero no consiste en abrir la puerta a alguien sino que se trata de darle un espacio en el corazón para que pueda existir, crecer un espacio en el que el otro se sepa aceptado como es, con sus heridas y con sus dones, que se sienta como en casa. Y para poder tener una actitud de acogida, esto supone que nuestro corazón pueda tener en algún momento un lugar silencioso, pacífico, donde el otro pueda encontrar el descanso. Si el corazón no está en calma es muy difícil poder acoger. Es muy difícil poder recibir y darle un lugar al otro en nuestra vida.

Acoger es decirle al otro en cada instante “entra!” Es darle un espacio y escucharlo con atención, es ver en el otro un don, es mirarlo con amor. Es hacer que el “extranjero” se sienta a gusto como en su casa.


Esto implica no juzgar, no tener ideas preconcebidas, prejuicios, sino dar un espacio para que la otra persona pueda “ser”. Pueda ser con sus heridas como decíamos y con sus dones. Por ejemplo como Jesús que recibía en su casa, en su mesa a publicanos y a pecadores. Los recibía, no estaba parado en el lugar de los prejuicios. Una vez que hemos hecho el esfuerzo de poder acogerlos y aceptarlo, vamos a descubrir la riqueza que guarda el otro, vamos a vivir un momento de comunión, un momento de paz, porque nos hemos animado al encuentro, así también se va hacer presente Dios, por eso acoger exige hacer un lugar al otro en mi, es como si pusiéramos esta imagen, vos ocupando la silla completa y le das el espacio al otro, nos corremos a un costado. Me tengo que correr del centro para que el otro pueda entrar. Esto exige esfuerzo, exige cruz, pero la comunión es la resurrección. Hacerle espacio al otro en el corazón exige correrme del centro.

Cuando acogemos a alguien en la mesa como lo hacia Jesús, cuando le mostramos que es amado, apreciado, cuando le hablamos con amor de la llamada de Jesús, que ha puesto en nosotros en ese momento también estamos anunciando la buena nueva, es decir con la acogida estamos imitando la acción que tiene Jesús con nosotros, estamos también siendo misioneros y también estamos anunciando la buena nueva que le llega al otro en gestos concretos de receptividad.


Antiguamente los cristianos que querían seguir a Jesús, abrían hospitales, escuelas, es preciso que nosotros que queremos seguir a Jesús, que decimos creer en él, nos comprometamos con nuestras nuevas comunidades de acogida para poder vivir con quien no tiene familia y con quien necesite que le muestre que es querido y que pueda crecer en libertad y a su vez pueda amar y dar la vida por los demás.

En nuestras relaciones cotidianas, existen vaivenes, es decir movimientos y siempre logramos acoger a otros. Vamos de la hostilidad a la hospitalidad y de vuelta de un lugar a otro. Este movimiento es el que va determinando nuestra relaciones con los demás. Debemos mirar la hospitalidad, la acogida, como espacio librea donde podamos invitar a ese extranjero que se convierta como amigo. Dios nos hizo también amigos de Él.


Muchas situaciones en nuestra vida que nos plantean la posibilidad de poder vivirla acogida.

Recordemos la parábola del buen samaritano. No se lo lleva a casa, sino que lo acoge, se hace cargo de la vida del hermano en su necesidad. Le brinda un espacio que permite que este hombre herido pueda sanar sus heridas. Se hace cargo de corazón y materialmente. Este gesto es hospedar en el corazón y desde el corazón.


La relación entre padres e hijos


Hemos mencionado que hay distintas situaciones de la vida diaria y cotidiana que podemos verlas en clave de acogida. Y es muy claro que el centro del mensaje cristiano está en la idea de que los hijos, en el caso de la relación entre padres e hijos, los hijos no son una propiedad a poseer y dirigir tampoco, sino dones a custodia y cuidar con ternura. Los hijos son amistades, nosotros somos administradores de la vida de nuestros hijos. Podemos pensar que los hijos son huéspedes, huéspedes más importantes que requieren atención urgente y de acuerdo a su necesidad y su edad. Y ellos se quedan en nuestra vida quizás por poco tiempo y luego se van alejando para seguir su camino. Ellos van teniendo en la vida de la familia, en la vida en nosotros los padre, un espacio como huéspedes. Y los hijos de alguna forma podríamos utilizar este rasgo característico de “extranjeros” que tenemos de alguna manera aprender a conocernos. Ellos tienen todo un mundo que van desarrollando y para esto se requiere tiempo, se requiere paciencia para que este pequeño extranjero se encuentre a gusto. Y es realista decir que hasta nosotros los padres debemos aprender a amar a los hijos.


Y al hablar de padres, me refiero a padres en el sentido amplio incluyendo en la relación con tu sobrino, con tu ahijado, quizás no tenemos hijos, pero este encuentro, este modo de relación y de vinculo también de alguna forma se referencia a la paternidad, que es claro que la paternidad se origina en el corazón; y los padres somos quienes debemos ofrecer como anfitriones un lugar seguro para estos huéspedes, un lugar con libertad para que ellos puedan sentir y expresarse.

Un lugar donde pueda experimentar la vida sin riesgos a ser rechazados. Es difícil este camino, de prepararlos para enfrentar el fracaso, pero es parte de la vida. Ayudarlos a que puedan experimentar esta vida que tiene cruz y que no teman a ser rechazados y que puedan ser ellos, tener claramente una vivencia de afecto y de amor que los haga seguros.


Esto de que nuestros hijos son nuestros huéspedes, puede liberarnos de las ideas que uno se plantea y que se reprocha como “en que nos equivocamos con nuestro hijos” “qué no hicimos” “qué deberíamos haber hecho para evitar que se comporte así”.

Muchos buscamos en que hemos faltado, pero lo cierto es que los hijos no son una propiedad que manipulamos y manejamos como títeres. Ellos van desarrollando su propia libertad. Es justamente nuestra tarea la de ayudar a que ellos puedan desarrollar una libertad que les habrá de permitir de mantenerse de pié por si mismos, física y espiritualmente, permitiéndoles partir, seguir su camino, cada uno es su propia dirección. Esto nos cuesta, quizás que no estamos preparados para esto.


Otro punto en la relación de padres e hijos es el tema de la responsabilidad del hijo. Nuestra cultura parece que la responsabilidad recae únicamente en los padres. Pero otras culturas nos han mostrado que no es así, porque se comparte en otros grupos esta responsabilidad de los hijos, como otros grupos la iglesia, como los tíos, vecinos, parientes. Y el niño se va criando rodeado de mucha gente que ayuda a los padres en esta tarea formadora.

La relación entre padres e hijos es un espacio de acogida, en el cual nosotros necesitamos paciencia y también darnos cuenta que ellos son huéspedes que están en nuestro hogar, en nuestra familia de paso, y nuestra tarea más importante es prepararlos para que desarrollen una libertad comprometida y responsable para que se puedan mantener de pie y continuar con su camino. Esto lleva tiempo.


La relación entre maestros y alumnos


Es claro y evidente que hoy por hoy el estudiante es como que mira en la educación una serie infinita de deberes por cumplir. Entonces el docente se transforma en aquel que tiene la obligación de impartir conocimiento y de bajar el conocimiento y yo de recibirlo, al estilo de una cuenta bancaria. Yo me quedo ahí, yo recibo lo que me dan y por lo tanto en este marco como estudiante busco obtener puntos, diplomas, premios, como si esto fuera los más importante. Es claro que entonces en este clima surge una natural y muy enorme resistencia hacia aprender y a que el desarrollo emotivo y emocional aparece inhibido en un ambiente educativo en el que los alumnos van recibiendo del docente, mas que como un guía en la búsqueda del conocimiento como patrones exigentes.

Lo ideal que tendríamos que cambiar, descubrirlo o por lo menos renovarlo, seria que este intercambio educativo lo podamos experimentar en un verdadero clima de hospitalidad, en donde maestro/estudiante profesor/alumno puedan intercambiar sus experiencias de vida, donde pueda respirarse este clima de entrega y aquí surge la pregunte ¿es posible ser hospitalarios unos a los otros en el aula? A veces se torna muy difícil porque tanto el maestro, el docente, como en alumno forman parte de esta sociedad tan exigente en donde lo más importante es la productividad y también las situaciones sociales que rodean el contexto de los docentes como también el contexto familiar de los alumnos y es bastante problemático


La enseñanza desde el punto de vista espiritualidad seria el esfuerzo por crear espacios libres, donde podamos apelar a la creatividad, a la libertad de expresión, por eso si miramos a la enseñanza en términos de hospitalidad, es decir considerar al docente como llamado a crear en el alumno un espacio en el que no exista el miedo y en el que puedan tener lugar el desarrollo mental, emotivo e integral de la persona. Por eso el docente a tiene que hace saber a sus alumnos que ellos tienen algo que ofrecer y ayudarlo a cada uno a desarrollar estas capacidades internas que guardan en su corazón. Así también en maestro está llamado a ofrecer a sus alumnos un ambiente hospitalario en el que se puedan construir modelos de pensamientos, de sentimientos, sobre lo que se pueda construir su existencia.


Damos vuelta y profundizamos sobre el aspecto de la acogida como un espacio de libertad en este caso del docente, un espacio donde no existe el miedo y en el que pueda tener posibilidades para desarrollarse mentalmente y emotivamente. Hemos estado mirando la relación entre maestro y estudiante en clave de acogida y de hospitalidad.

La acogida es difícil y la vida misma nos invita a dar el paso ya que si no lo damos quedamos estancados sin posibilidades de realizarnos y menos aún de trascender. Hay una esperanza y nosotros somos importantes como lo es el otro y la riqueza que tenemos es tan importante como la que tiene para ofrecer el hermano, por eso la invitación es aprender a tener un corazón abierto, que ceda espacio al otro y esto no implica que yo quede anulado.


La relación entre asistente y asistido


El curar es una forma de hospitalidad y la acogida también cura.

Los que de alguna forma quieren llegar a sus hermanos a través de las distintas formas del servicio que se brindan, deben recordar siempre, que no son propietarios de quienes necesitan ayuda, aquellos a quienes servimos no son de nuestra propiedad ya que muchas veces el creciente profesionalismo que se da en distintas formas de asistencias consiste en la posibilidad de que quienes brindan esta asistencia se conviertan en medios para ejercer el poder

Esto me recuerda a profesionales de la salud como enfermeros y médicos que en un lugar donde realizábamos una misión no expresaban esta característica de poder absoluto del médico sobre el enfermo. El paciente se sentía debilitado por el efecto de la enfermedad pero por otro lado también estaban internamente debilitados por la actitud de superioridad con la cual el enfermero o el médico actuaba con el paciente. Esta actitud no ayuda en nada. Esto es un poder que no está dispuesto a servir y que muchas veces se sirve del otro, un poder que a veces termina siendo opresivo.

Muchos profesionales admiten esta dificultad que hay en ser abiertos y en ser receptivos con quienes ello están asistiendo.


Aquí aparece el formalismo que despersonaliza los aspectos interpersonales de las profesiones asistenciales.

Quien asiste debe esforzarse en llegar a una espiritualidad que pueda concebir un espacio en que tanto el que asiste como el que es asistido puedan llegar a sentirse como compañeros de viaje que comparten la misma y piadosa condición humana. Están compartiendo una misma realidad en lugares distintos y en roles diferentes pero complementarios.


De nuestra espiritualidad cristiana surge que todo ser humano está llamado a ayudar y a sanar. Todos somos curadores que podemos llegar al otro para ofrecer salud y todos a su vez somos pacientes en constante necesidad de curación. La realidad entre el asistente y el asistido es la condición humana y podemos ayudarnos mutuamente más allá de lo que creemos porque tenemos que aprender a descubrir el aspecto primario de toda ayuda , se trata de un esfuerzo dirigido a conocer más y mejor a la persona con todas sus alegrías, dolores, placeres y sufrimientos .

Es un camino difícil porque es doloroso no sólo afrontamos nuestros propios sufrimientos, si no también los sufrimientos de los demás. Esa voluntad de conocer a fondo al otro es donde reside nuestra capacidad de llegarnos hasta ellos y de curarnos. Curar significa ante todo que podamos crear un espacio amigable en el que sufre y que el pueda contar su historia a alguien que lo escuche con atención real. Escuchar no como una técnica para poder desahogarnos sino como un arte en la que haya una presencia real de la persona y esta es una de las formas más altas de la acogida y de la hospitalidad

Acoger es una forma de servicio que cura ya que vuelve familiar al que es extraño ayudando a descubrir el camino que intenta recorrer. Curar significa permitir a los extranjeros escuchar y obedecer sus propias historias personales. En la escucha las personas son invitadas a redescubrirse a sí mismos, recontando su propia historia a alguien que le ofrece un lugar donde detenerse. La escucha como acogida le permite al que está hablando escucharse a sí mismo y descubrir cosas que en su propio pensamiento no descubría, es decir que actuamos como espejo. El extranjero debe entrever en los ojos de quien lo está hospedando con la escucha, el camino que lo ha conducido a la situación actual y de alguna forma le pueda sugerir que dirección o que orientación puede tomar.

Si queremos curar debemos acoger la historia de nuestros hermanos con un corazón comprensivo, compasivo que no juzgue y que no condene sin que el vínculo entre la historia del extranjero y la propia se rompa, sino que el pueda descubrir que está siendo recibido con todo lo que es y con todo lo que tiene, en una tarea humilde y que exige crear y ofrecer un espacio en el que pueda reflexionar sobre su dolor y sobre los sufrimientos sin ningún temor, un espacio de seguridad.


Estamos llamados a servirnos unos a otros y esto implica crear un espacio donde esto pueda ser posible. La hospitalidad y la acogida tienen como dos lados la receptividad y la confrontación. Ser receptivos hacia el otro no implica en absoluto que nosotros quedemos anulados, recibir al otro honestamente significa invitar al extranjero a nuestro mundo en las condiciones puestas por el, es decir como es el.

Por otro lado la receptividad/ hospitalidad implica la confrontación, en el sentido en que un espacio resulta acogedor sólo cuando tiene límites definidos. Si ingresamos en una casa vacía sentimos como que es algo frío y en soledad, pero cuando encontramos en la casa una linda alfombra un buen sillón, unos cuadros sencillos, una mesa dispuesta es distinto, hay otro marco de referencia y ahí realmente nos sentimos acogidos.

Un espacio resulta acogedor solo cuando tiene límites definidos y dentro de los cuales definimos nuestra posición. La confrontación es el resultado de una presencia dentro de límites del que hospeda con respecto al invitado, al que se le ofrece como punto de orientación y como marco de referencia , es decir , recibimos al extraño y confrontamos con nuestra presencia que carece de ambigüedades , no nos escondemos detrás de una neutralidad, mostramos nuestras ideas opiniones y estilos de vida distintos y solo podemos entrar en comunicación con el otro cuando las opciones, las actitudes y puntos de vista de nuestra vida ofrecen los límites que también lo desafían a el a tomar conciencia de su posición y explorarla críticamente .

La confrontación no se refiere al aspecto estricto de la confrontación en cuanto a choque , sino al aspecto en el que recibo al otro como es recibiéndolo como yo soy . Él se confronta con mis limites, él se confronta con lo que yo soy y eso es lo le ofrezco, lo cual tiene límites. Mi propia posición le sirve al otro para orientarse y para darse cuenta del marco por donde debe ir

La receptividad es recibir al otro sin imponerle nuestros puntos de vista y la confrontación es ponerlo frente a frente, uno frente al otro. No es uno contra el otro es uno frente al otro en un ámbito fraternal de apertura. Lo recibo y le digo ‘este soy yo’ con estas cosas y con este modo y es aquí donde comienza a profundizase cada vez más la comunicación y el dialogo que nos lleva a una profunda comunión.

Debemos descubrir como somos acogidos en el seno de Dios y en el corazón de María y también en tantas personas a nuestro alrededor.

Nutrámonos de esta experiencia que nos va a fortalecer y a orientar para poder replicar e imitar con los demás, sobre todo con aquellos que más nos cuesta, con aquellos que desafían nuestro interior, con aquellos que nos cierran y rechazan

Dios nos quiere ir purificando y dándonos la gracia que necesitamos para descubrir y vivir la felicidad.