La amistad en Jesús

lunes, 11 de noviembre de 2013
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11/11/2013 – Jesús es capaz de unir lo diverso y conformar un grupo de amigos. Nosotros también recibimos la fe en un clima de amistad. Hay alguien que nos presentó y nos acercó a la persona de Jesús. A partir de ahí iniciamos un vínculo de amistad personal con Jesús, pero que a la vez integra a los otros amigos.


Jesús crea amistad incluyendo las diferencias


 Si hacemos un recorrido por los lugares de pertenencia de los que forman parte de la comunidad de los doce, nos encontramos entre otros con: cuatro pescadores, dos que pertenecen a un grupo de revolucionarios llamados de los zelotes, un cobrador de impuestos, uno considerado por Jesús un “judío de pies a cabeza”, sin dobles. A los que después se les suma uno que de perseguidor de los discípulos del camino se constituye en apóstol de los gentiles, Pablo.


 Los modelos mentales de pertenencia a la sociedad de su tiempo y cómo se vinculan desde esos lugares a Jesús, son bien distintos. Es decir, todos tienen expectativas distintas sobre cómo sería el Mesianismo de Jesús. Sin embargo pudieron construir desde una perspectiva nueva, un modelo comunitario surgido del orden nuevo que propone el anuncio del reino. Todo fue posible gracias a la fuerza aglutinadora de Jesús Amigo, el que pone en sinfonía a los opuestos a modo de un gran director de orquesta.


 Pablo lo dice hermosamente en Ef 2,14 cómo es que obra esa gracia de armonía y alianza entre los diversos modos de ser de la comunidad:”Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad”. Cristo Jesús es capaz de integrar lo diverso, por éste don maravilloso que nosotros celebramos: el de la amistad.


 Ser amigos en el Señor


San Ignacio de Loyola escribe así a Juan Verdolay desde Venecia el 24 de Julio de 1537: “De parís llegaron aquí nueve amigos míos en el Señor”. Qué mejor lazos de relación humana sostenidos y construidos en Cristo. Encontrar esta dimensión de la relación de amistad es construir el vínculo desde un lugar muy sólido y es vivir la fe en el Señor con la certeza de haber entendido el misterio de Alianza que supone el trato íntimo con El.


Cuando la amistad es en Jesús la relación fluye, se puede compartir toda experiencia, se puede confiar todo pensamiento, porque el fondo de pertenencia mutua en Él protege y valoriza el entendimiento y el sentimiento sincero.


 Así describe San Agustín esa experiencia de amistad:
“Lo que más me reconfortaba y reanimaba eran los consuelos de otros amigos, con quienes yo amaba lo que en lugar de ti [Dios] amaba. … Cautivaba mi ánimo: conversar y reír juntos, dispensarnos mutuamente pequeños favores, leer en común libros amenos, divertirnos unos con otros y darnos pruebas de mutua estima, discutir de cuando en cuando sin apasionamiento, como lo hace uno consigo mismo, y sazonar con este rarísimo descuerdo las múltiples ocasiones en que estábamos de acuerdo, enseñar o aprender algo unos de otros, echar de menos con nostalgia a los ausentes, acoger con alegría a los que llegaban. Con estas manifestaciones y otras semejantes, que nacen del corazón de los que mutuamente se aman, y que se expresan por el rostro, por la lengua, por los ojos y por mil otras gratísimas demostraciones que se funden como combustible las almas, y de muchas se hace una sola”  1 (SAN AGUSTÍN,Confesiones Editorial Porrúa, México, 1999, p.90)


¿Quiénes son esos que forman parte de tu vínculo de amistad y cuáles son los ritos que comparten?. Los ritos entre nosotros son muy importantes, porque nos abren a otra dimensión como reflejo de la amistad que Dios quiere ofrecernos.


 Jesús puede llegar a ser el mejor amigo


 Cuenta el padre Carlos Valles:
 “La amistad personal con Jesús es la mejor realidad de nuestras vidas y el vivirla puede llegar a ser una experiencia tan intensa, tan llena de gozo intimo y de placer sin mancha que nada más y nadie más parecen hacer falta para la felicidad completa y el desarrollo total de la persona. Se por propia experiencia lo que eso significa, he vivido no solo en mi juventud, sino en mi edad madura, y bien madura, períodos de gracia y de luz, en que Dios se acerca y todo lo demás palidece; y he gustado la verdad , la alegría, la profundidad, la ilusión y el idilio de decir: “ Jesús es mi mejor amigo. Es el fruto más exquisito de nuestra fe y permite que el vínculo de ligazón con el cielo sea posible en nosotros. Dios puede y de hecho lo hace satisfacer todas las necesidades humanas, por si solo. Sin embargo habitualmente llega por medio y de la mano de otros, por eso Jesús crea la comunidad de amistad” 2 (Carlos Valles Viviendo Juntos Sal Terra p 36)


Esa comunidad de amigos te da la capacidad de crear nuevos vínculos. Es lo que Francisco llama la “espiritualidad del encuentro”.


 En el evangelio de San Juan donde la categoría de amistad aparece propuesta como el modo de vinculo de Jesús con los discípulos la comunicación de esta gracia viene mediada, leemos el capitulo 1, 35 -49 “Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.»Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscan?» Ellos le respondieron: «Rabbí – que quiere decir, "Maestro" – ¿dónde vives?» Les respondió: «Vengan y lo verán» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.


 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» – que quiere decir, Cristo.
 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» – que quiere decir, "Piedra".

 

 Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme.» Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro.


Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret. Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»


Si nos ponemos a pensar, nosotros también recibimos la fe en un clima de amistad. Hay alguien que nos presentó y nos acercó a la persona de Jesús. A partir de ahí iniciamos un vínculo de amistad personal con Jesús, pero que a la vez integra a los otros amigos.

En la amistad se revela nuestra más profunda identidad


El punto de partida de toda madurez personal es el conocimiento de sí mismo. Uno sólo se puede conocer a la luz de la socialización de la propia vida, cuando saliendo de la simbiosis aprendemos con dolor que somos con los demás. En la amistad se manifiesta lo mejor de mi ser: la alegría, el humor, la ternura, mis placeres, mi interés por los demás y mi valor para ser yo mismo, los otros y en particular mis amigos, me regalan esta posibilidad de vida. Esta dimensión de mi ser más intimo revelado en la relación de amistad nos invita a mantener los vínculos y profundizarlos.


El ser con los otros tiene su origen en el misterio de la Trinidad, donde las personas se aman entrañablemente, eternamente y son una en ese amor sin perder identidad. Si por el pecado perdimos la semejanza con Dios es que dejamos de parecernos en este lugar de ser con los otros. En ese sentido los amigos nos redimen devolviéndonos nuestra identidad.

En esta clave Saint Exupery describe el proceso de pertenencia mutua en la amistad a la que él  llama domesticar, que sería como estar en casa, hacer del vínculo un lugar domestico donde poder encontrarse a gusto:


 – Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, domestícame!
 – Qué hay que hacer? – dijo el principito.
 – Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…
 Al día siguiente el Principito regresó.
 – Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro. – Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad. Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos.
 – Qué es un rito ? – dijo el Principito.
 – Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Entonces el jueves es un día maravilloso ! Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
 Así el Principito domesticó al zorro”
Los ritos de la amistad son los que nos domestican. Nosotros tenemos un ritual en nuestro encuentro de cada día a través de la radio: la canción de comienzo del programa “Mi Getsemaní”, las palabras y la música y hasta la participación de los oyentes. En medio de nuestros ritos, Dios se hace presente, cercano y compañero de camino.

 

Padre Javier Soteras