La ascesis de la normalidad – 1º Parte

miércoles, 18 de febrero de 2009
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Nos va a acompañarnos la hermana María Cándida de la Abadía de Santa Escolástica y vamos a tomar uno de sus textos. Ella nos acompaña porque nos va ayudar a transitar del desorden al orden por el camino de la ascesis de la normalidad. ¿Y esto qué es?
Vamos a ir definiendo qué dice el diccionario de la ascesis. Dice: son las reglas y tácticas que están encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud. Esto está también referenciado a la ascesis como ejercicio que nos permite que el espíritu pueda ir trabajando más libremente en nuestra vida. La hermana Cándida nos dice que la ascesis es esencial para la vida cristiana y que está vinculada al doble hecho de un solo misterio. Este doble hecho es, por un lado, el pecado y en especial sus consecuencias y, por el otro lado, la salvación.
¿Por qué hacemos referencia al pecado y la salvación? Porque es aquello que se va dando en nuestra vida. El pecado concierne a todo el hombre cuando lo experimentamos como este peso que nos produce, en muchos casos, gusto o placer. El pecado y la gracia van afectando al núcleo esencial nuestro, a nuestro “yo”. Son como la sombra y la luz que va jugando en los planos de las distintas molduras de nuestras facultades y sobre todo nuestro organismo de persona. Es decir, nada escapa a esta presencia de la muerte y de la vida; de las tinieblas, de la luz; del orden y del desorden. Uno puede entender cuando San Pablo dice “hago el mal que no quiero y no puedo hacer el bien que quiero”. Justamente es porque, a veces, nosotros  nos encontramos en esta lucha, en esta dicotomía, en este antagonismo entre la sombra del pecado y la luz de la gracia en toda nuestra vida.
Así la indiferencia, la repetición en los pequeños pecados, la reiteración de los pecados veniales, aquello que creemos que es la mentirita piadosa, aquello que es pequeño, va engendrando en nosotros un vicio y el vicio da luz a un acto contrario al amor de Dios y al amor al prójimo. Y frente a esto, deberíamos emprender una lucha para poder definir: o nos quedamos con la luz o nos quedamos con las sombras. Y una lucha que surge justamente para poder desarraigar estos vicios, desarmar esta estructura que se va armando en torno nuestro por estas pequeñas cosas que nosotros vamos dejando pasar, pero que después van formando como una costra, una armadura de nuestra alma y que en realidad nos cuesta después movilizarnos, poder dejar a Dios ser Dios en nuestra vida.
Ésta es la lucha que se transforma en una gran tarea, en un trabajo importante que vamos a tener que hacer porque las virtudes son obra de la fuerza de Dios en nosotros. Y la oración es este canto que escucha en silencio la oración del Espíritu Santo y, para que esa fuerza de Dios pueda darse, desarrollarse, es necesario que nuestro “sí” esté incluido. Dios no pasa por sobre nuestra libertad y el camino de la virtud, de la ascesis, de la lucha, es el que va a permitir que la fuerza de Dios pueda desarrollarse, darse en nosotros y nos pueda llevar poco a poco a la felicidad, aquello que tanto busca y desea nuestro corazón.
Por eso, al hablar de lucha, hablamos de una actividad espiritual. Este lucha motivada por una lucha previa que es la venimos mencionando, la lucha de los vicios contra las virtudes. Y la causa de esta lucha, de esta ascesis es experimentar que hay un des orden en nosotros y la finalidad de la ascesis es restablecer el orden, poder llegar a un orden. Y hay un desorden personal, social, comunitario.
Un desorden personal, por ejemplo, en las formas en las que me divierto o en las distintas maneras en las que creo que tengo, un esparcimiento en los tiempos en los cuales puedo dedicar a la televisión o en los tiempos que le dedico al trabajo por no poder asumir otra cosa más. Hay también un desorden en torno a la oración, pasan días, semanas que no me encuentro con el Señor profundamente.
En el orden social también hay algunos desórdenes: en el compromiso con el medio ambiente, en la higiene social. También con mis compañeros de trabajo, cómo soy ahí.
También encontramos un desorden comunitario. Por ejemplo la lucha entre lo que yo quiero y lo que la comunidad- mi familia, mi comunidad pastoral- discierne o va definiendo entre todos a la luz del Espíritu, de la oración.
El camino parece un poco rocoso de pasar del desorden al orden. Un camino que nos va a llevar toda la vida, que estamos llamados desde el corazón. Y en la meta hay alguien que nos está esperando, nos hace de referencia. Justamente el orden tiene una referencia que permite organizarlo todo y es Jesús, y eso es el Evangelio, el mensaje que Jesús nos deja. Es desde ese lugar que nos va a permitir a nosotros poder ir “enfilando” hacia el orden. Cuando vamos en el camino hay un horizonte, el horizonte aquí lo presenta el Señor. Y hay una gran promesa que es la de la felicidad y la paz interior.

Hacíamos mención al tema del pecado, no para quedarnos en un ámbito meramente moral, sino para poder ubicar de lo que estamos hablando que es la ascesis de la normalidad. Al hablar de ascesis, hablamos de ejercicio, lucha contra el pecado que nos desordena. Y necesitamos esta lucha para permitir que esta fuerza de la gracia de Dios que constantemente se derrama en nosotros pueda actuar con libertad. Ésta es la clave: la lucha es para dejar que Dios vaya actuando en nosotros porque nuestro pecado, nuestro modo de oscuridad interior no le permite a Dios porque Dios nos pasa por sobre nuestra voluntad.

El vicio de cada cosa consiste en nos estar conforme al modo propio de su naturaleza.
Por eso, San Agustín nos dice: “todo lo que veas que carece de perfeción de su propia naturaleza aplícale el nombre de vicio”. Si el hombre nos está llamado a vivir lo que tiene que vivir, ahí dice San Agustín que aparece el vicio. Por eso, aunque nos cueste encontrar, reconocer, buscar nuestros desórdenes y vicios interiores, es necesario que  realicemos este trabajo para poder arrancar con la lucha, sentirnos plenos y vivir como hijos de Dios porque este desorden interior me está bloqueando, aislando de Dios y dividiendo de los demás hermanos.
Por eso, antes de iniciar la lucha es necesario que podamos valorar en dónde estamos parados, desde qué lugar estamos iniciando la lucha, es decir, cuántos soldados tengo para enfrentar esta lucha. Nos vamos a dar cuenta de que aparece una condición, es la de admitir y no enmascarar las consecuencias que nos trae el pecado, estos desequilibrios, fobias, fabulaciones, miedos, manías, incoherencias, que traemos por nuestra historia o que hemos ido colaborando para que se vayan acrecentando. Entonces, cuando podamos reconocerlas, todo intento de ascesis, de lucha va a tener su efecto. Si no lo reconocemos, vamos a quedar en un mero fariseísmo. Es decis, vamos a quedar en un mero actuar, puramente por fuera porque no nos vamos a reconocer necesitados.

La hermana Cándida nos dice que es importante que aprendamos a mirar el propio desorden a fin de no confundirlo con un complejo de culpa, ni tampoco con un esquema que nos han puesto desde afuera. Dice que es preciso que caminemos del desorden al orden y, para ello, tenemos que aprender a estar de pie y con los ojos abiertos en esta estación de partida, que es la de reconocernos pecadores, débiles, que tenemos desequilibrios.

Hermanos comparten acerca de la debilidad, de los desequilibrios sobre lo sexual, sobre lo familiar, sobre lo alimenticio, sobre las relaciones personales, esto de poseer a otro. Son diferentes maneras que, en mayor o menor medida, las tenemos muchos de nosotros, por no decir todos y que constituyen nuestra pobreza personal. Es decir, casi nos sentiríamos como el hombre tirado en el camino a Jericó, que estaba ahí, que había sido atacado por los ladrones, pisoteado, golpeado. Así nos sentimos nosotros tantas veces, por estas cosas que sentimos que nos pasan por arriba como un camión, como un tren. Y nos sentimos tirados en el suelo. O como el hijo pródigo que vuelve todo con el pelo rapado, sucio, cansado. O como el paralítico, el ciego que intentan de diferentes maneras levantarse o caminar a un lado. Entonces, si nosotros estamos convencidos, lo asumimos, la admitimos a esta realidad que nos toca, vamos a poder entrar en el camino correcto de esta ascesis personal y comunitaria que te estamos proponiendo.
La hermana Cándida nos aclara que en esta ruta hay muchas formas y medios de ascesis, de este ejercicio de liberación y que ninguno es absoluto o es el arquetipo o modelo. La ascesis no es una abstracción, no es una teoría.Tampoco es una técnica. Es una vida. Y dentro de esta perspectiva es lo que venimos a plantear, lo que nos viene proponiendo la hermana Cándida: la ascesis de la normalidad como un camino hacia la fiesta de los que están alegres, los que se sienten salvados por la gracia de Dios.
Ascesis de la normalidad. ¿De qué se trata? Justamente de ser normales y de actuar con normalidad desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y desde que nos acostamos hasta que nos levantamos. Ahora bien, este trabajo es un  actitud que debemos sostenerla justamente aunque esto nos vaya implicando algunos días o meses o años o toda la vida, mucho tiempo y esfuerzo. Una cruz, podríamos decir, una abnegación,  hasta un martirio. Éste es el camino que vamos haciendo si queremos seguir a Jesús, si queremos encontrar la paz. Es un camino que nos va a costar “sudar la gota gorda”, sudar, caminar, el esfuerzo. Y dentro de este proceso es que vamos adquiriendo hábitos éticos, sobrenaturales, pero que los vamos a ir viviendo muy naturalmente, sabiendo justamente- y aquí esta la clave- que lo normal no es el vicio, el desequilibrio, no es el desorden, sino la virtud. Y ésta es justamente la buena noticia, saber que la virtud, que lo bueno es lo normal, saber que lo bueno está entre nosotros, en la práctica de lo cotidiano y que incluye más la virtud que el vicio. Y esta línea de la ascesis debe conducirnos a un desarrollo de nuestra naturaleza como hombres, a una perfección de la caridad.
En esto quería detenerme: descubrir que lo normal, podemos sacarlo de aquello que es común. Lo común es lo que generalmente se hace. Y lo normal es lo que nuestra naturaleza, nuestro llamado mas profundo nos invita. La ascesis de la normalidad es la lucha por caminar a aquello a lo que estamos llamados, que es lo normal. Lo normal no es estar poniendo cara de santito o cuando hago algún ayuno estar con cara de compungido o decir a todas voces las cosas buenas que hago, todo lo bueno que soy yo. Es lo normal lo que debería ser, caminar siguiendo a Jesús, como nos dice Él en el texto del Evangelio: “Di siervo inútil he hecho lo que tenía que hacer”. Ése es el camino de lucha en lo normal en lo cotidiano. Obviamente, sabiendo que estamos recuperado por Cristo y por su gracia para Dios, para la Iglesia, para el mundo, por la gracia de Dios porque fuimos y somos constantemente golpeados por el pecado.  Somos rescatados por el Señor. Es decir, la gracia de Dios nos garantiza el camino y se quiere dar. Y justamente la lucha es para disponer todo para que la gracia y la virtud se puedan dar en nuestra vida. 

Cuando hablamos de la normalidad hablamos de aquello que se halla en su estado natural, es decir, a lo que naturalmente nosotros estamos llamados: a ser hombres que tiene corazón, que tiene razonamiento, pero que también tienen un alma. Nosotros, vos, yo, que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Ésa también es nuestra naturaleza divina que el Señor nos ha impreso, especialmente en el momento de nuestro bautismo. Justamente cuando respondemos a lo nosotros somos es cuando estamos siendo-como dice el texto de hermana Cándida- normales. Esto es caminado la búsqueda de la normalidad, vivir las virtudes. Y la ascesis es luchar para que las virtudes puedan vencer esos vicios, esos desequilibrios. Lo espiritual y lo material en el hombre están unidos, somos cuerpo y alma y así es como debemos orarle al Señor, decirle: “necesito el alimento del espíritu como también necesito el del cuerpo”.