La avaricia

martes, 3 de agosto de 2010
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Hoy vamos a compartir el evangelio de San Lucas 12-13-21 donde nos habla de la avaricia, la codicia, los apegos desenfrenados a los bienes. Antes que nada quiero recordar hoy la festividad de alguien que nos dejó una obra muy linda, fue fiel al llamado, San Ignacio de Loyola quien aparte de La Compañía de Jesús nos dejó los ejercicios Ignacianos que marcan la vida espiritual de muchos y por eso queremos dar gracias a Dios por este ejemplo de vida. Ahora meditemos el evangelio “Uno dijo “maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia” Jesús le dijo “amigo, ¿Quién me ha hecho juez o mediador entre ustedes? Y añadió, tengan mucho cuidado con toda clase de avaricia que aunque se nade en la abundancia la vida no depende de las riquezas y les dijo una parábola, había un hombre rico cuyo campos dieron grandes cosechas, entonces empezó a pensar que puedo hacer, porque no tengo donde almacenar mi cosecha y se dijo, ya se lo que haré, derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, almacenaré en ellos toda mi cosecha y mis bienes y me diré, ahora ya tienes bienes almacenados para muchos años, descansa, come, bebe y diviértete pero Dios le dijo, torpe, esta misma noche morirás, ¿Para quién será lo que has almacenado? Así le sucede a quien atesora para sí en lugar de hacerse rico a los ojos de Dios”

En la carta a los Efesios, en el cap 19 Pablo cuando habla del hombre nuevo en Cristo dice “les recomiendo con insistencia, en nombre del Señor, que no vivan como viven los paganos vacíos de pensamientos, oscurecida la mente y alejados de la vida de Dios a causa de su ignorancia y su terquedad, perdido el sentido moral se han entregado al vicio y se dedican a todo género de impurezas y de codicia. No es eso lo que ustedes han aprendido de Cristo” El apego a la codicia, la adoración de lo material, el culto excesivo a los bienes, el poner ahí toda la seguridad, va también acompañado de otros vicios. Ustedes saben que la avaricia es uno de los pecados capitales. La Sagrada Escritura y la tradición cristiana señalan que han observado en el comportamiento humano como el corazón del hombre cuando se hace avaro pone como suyo el bien de la seguridad temporal. Pero la avaricia no está referida solo al bien del dinero. Hay muchas maneras de ser avaro, hay muchas maneras de poner la seguridad en sí mismo

También la escritura nos recuerda en uno de los salmos. “maldito el hombre que pone su confianza en el hombre y no confía en el Señor” no es maldito porque no confía sino porque no confía en Dios. Para la Sagrada Escritura la avaricia es una de las maneras de poner todo el corazón en algo temporal. Es un grave pecado que adormece a la persona y la encierra en su propia experiencia personal. Solo se busca a sí misma y todo tipo de relación es por la conveniencia que le implique al propio ego. La codicia es el deseo desmesurado de acumular bienes materiales, tener siempre más sin preocuparse ni de los medios, ni del fin. Para el avaro el fin justifica cualquier medio. Entonces con tal de tener más, de acumular no le importa lo que haga, por eso la codicia, la avaricia son vicios capitales que van haciendo perder el sentido moral, natural y si uno es bautizado más trágico aún porque es como un árbol, cuanto más alto al caer más daña, más ruido hace, más fuerte es el golpe. Por eso cuidado, el Señor advierte hoy en el evangelio, cuidado con la avaricia

En la primera carta a Timoteo San Pablo va a recordarle, allá por el ver. 10 aquella expresión que decía “la raíz de todos los males es el dinero” muy, muy preocupado Y estamos leyendo el evangelio de Lucas donde muestra la preocupación por el apego desordenado a los bienes materiales y al dinero. Esto no aparece en los otros evangelios. Es seguramente una elaboración hecha en su catequesis y en su comunidad. Por ahí hay algunos ambientes donde el apego, la cierta tendencia a la prosperidad va como encalleciendo la sensibilidad, le va haciendo entrar en una esclerosis al corazón, es decir, lo va privando de la elasticidad natural que debe tener el corazón. Para dar vida y hacer que funcione todo el organismo, tiene que contraerse y dilatarse permanentemente. Cuando el corazón va perdiendo esa elasticidad por tanto no va llegando la irrigación sanguínea al resto Eso es lo que pasa también con la avaricia, es este pecado capital que va encerrando a la persona en su propia necesidad, en su propia aspiración, siempre conserva un relacionamiento, siempre sigue pulsando la sangre al resto del organismo pero no ya con la libertad, la naturalidad, la frescura con lo que lo hacía normalmente

¿Por qué? Porque se ha encerrado en sí mismo y solo lo hace con los demás cuando de alguna manera le conviene. Por eso el avaro es muy especulador, es muy frío, muy insensible y pierde noción del sentido de la comunidad. Es un pecado que arrastra a la soledad profunda la experiencia de la avaricia. Estaba recordando hoy cuando meditaba este evangelio, cuantas familias se han destruido, cuantos hogares se han roto a partir de la muerte de los padres por algunos pedazos de tierra, algunos tractores viejos, alguna casa, algunos pesos en el banco, basura ¿no? pero rompieron toda la comunidad, toda la fraternidad, a veces familias que eran para admirar verlos unidos, trabajando juntos, como el vicio está oculto. Cuidado con la avaricia, dice el Señor, por algo hace la advertencia. Porque se nos va anidando aún en las mejores buenas intenciones, en las tareas mejor presentadas, cuidado porque ni el coludo descansa, ni el hombre está libre de caer en la miseria del apego desordenado al dinero. Uno ha visto familias enteras trabajando juntos, toda la muchachada creciendo, por ahí muere el viejo y empieza el primer problema y después muere la vieja y se termina el problema

¿Por qué? Porque se resuelve vivir aislado, en soledad. Ya los hermanos no se hablan, cada uno, como perro muerto de hambre, tironean del pedazo de bicho podrido ahí en el suelo, tironea el cuero para llevarse lo más que pueda para su lado. En este sentido el avaro es el que se rasca para adentro. Que bicho desgraciado del espíritu, cuidado, tenemos que aprender de él y observarlo en nuestra vida porque por algo el evangelio nos advierte con tanta claridad, cuidado con la avaricia. Los bienes no son algo para guardarse sino algo que tiene una finalidad, tiene una utilidad y diría, tiene una doble utilidad, los bienes son para que el corazón amando, soñando, entregando, comunicándose vea como puede hacer este servicio de edificarse y edificar a los que lo rodean. Siempre los bienes materiales tienen una finalidad comunitaria, ese exceso de mirada de propiedad privada, ese concepto de apropiarnos de los bienes tiene su razón, porque uno tiene la necesidad de tener cierta seguridad pero eso no justifica que uno se llene de poder material para quedarse en sí mismo

Esto es un mal para el hombre, el apoderarse de los bienes porque el hombre nunca es Dios, el hombre es hijo de Dios y se le han puesto los bienes y las posibilidades en las manos para que uno las administre, no para que se apodere de ellas y ponga e instale su existencia en torno a las propias seguridades. Creo que aquí radica una de las tensiones del alma más profunda, uno de los vicios que adormecen al hombre en su vocación a la fe, su vocación a la vida y a la comunidad. Es justamente, la tentación de asegurarse, más que el dinero en sí es el apego del corazón Porque a veces puede ser también que nuestro apego, nuestra avaricia, esté fundada o concretada en cosas muy simples, muy chiquititas, muy superfluas. Quizás yo soy muy pobre, materialmente muy carente pero también soy muy soberbio, muy apegado, muy adueñado, muy atado, muy avaro. Entonces la avaricia no necesita mucho para decir aquí estoy yo. Con poca cosa ya se conforma pero si el hombre vive para el dinero, la concepción materialista de la vida es una concepción que quita el de dignidad al ser humano porque lo va negando a la trascendencia

El apego desordenado a los bienes materiales produce naturalmente una esclerosis del corazón, un endurecimiento de los músculos de tal manera que uno ya no puede latir, no puede comunicarse. El avaro solo vive para sí, acumula riquezas para sí y pierde cosas muy valiosas que son mucho más importantes que lo que acumula. Primero pierde la dignidad porque pone todo su norte, su sentido de vida en eso que acumula que es inferior a su condición de persona y a su vocación a la vida, su vocación a ser hijo de Dios, eso es lo primero. Pero también pierde al hermano. En la parábola que escuchamos hoy el Señor ha hablado con mucha nitidez. El les cuenta  a estos que estaban peleando y disputándose la herencia la historia del hombre rico que pensó levantar nuevos silos y guardar toda su cosecha para disfrutar su riqueza pensando pasar una buena vida. Esta es una de las situaciones de ignorancia más terribles provocada justamente por la avaricia. Esta nos hace perder el rumbo, el sentido de la realidad y miren ustedes que la avaricia, si bien mata la vida espiritual, no mata la naturaleza espiritual del hombre

Por eso el que más tiene, más quiere y nunca se conforma, siempre está buscando como aprovecharse, es impresionante ver como adquieren tanta habilidad para el cuidado del dinero, cuando la avaricia es lo que nos domina. El avaro también es capaz de grandes sacrificios, de grandes despojos, grandes renuncias que no harían otras personas. Es impresionantemente sacrificado el avaro. Es capaz de privarse de muchas cosas con tal de conseguir una seguridad, seguridad basada en bienes materiales o en cosas pasajeras, temporales. La avaricia, uno de los pecados que mata la vida espiritual, que nos priva de la comunidad, que hace que nos pongamos insensibles y que nos creamos, sin querer nos vamos acostumbrando, creamos que todo lo que hay es mío y yo hago lo que quiero. Entonces yo reduzco todo a mi manera, a mi medida, a mi gusto, entonces no me importa ya lo que pasa alrededor, no me importa el prójimo, no me importa el hermano, importa lo que yo pueda acumular. Que triste ver el corazón humano en esta situación, adorando el dinero

Por eso la avaricia es una de las formas de idolatría, va generando toda una actitud despótica en la persona, va despertando una necesidad de poder. Cuando uno tiene seguridad tiene manejo, dominio y como no le importa que medios con tal de lograr el fin entonces va ampliando sus necesidades de enriquecerse y asegurarse y empieza a pisotear a su hermano, a su prójimo, empieza a romper cosas, a despertar pasiones bajas del hermano, ofrece dinero, subyuga, humilla con tal de quedarse poseyendo. Es triste el hombre. Como vamos entrando en una situación de lo que llamamos injusticia. Es la muerte del corazón, es parte de la cultura de la muerte, Cuidado con la avaricia, dice el Señor, hay que estar atentos porque a veces nos apegamos demasiado a cosas no necesarias. Hay que alejarse de la codicia, de la avaricia, a veces nosotros somos avaros quizás no en gran escala pero si lo somos en escalas concretas, cotidianas. A veces nosotros somos muy apegados no solo a cosas materiales, también hay gente que le gusta tener una seguridad material y no está mal.

No es que sea malo tener bienes, uno puede tener mucho, mucho, es decir, la avaricia no está en el tener sino como tener. Si el tener domina nuestra existencia, si el tener es el objetivo de nuestra vida, el poseer, estar asegurado hace que acumulemos y guardemos y de paso vamos sacrificando muchas cosas que tienen necesidad alrededor nuestro. Los bienes tienen un destino universal por eso quien tiene la capacidad, el talento de tener, de administrar, de saber reunir fondos, de adquirir recursos también tiene la responsabilidad con el hermano. Un discípulo de Jesús no puede vivir de la avaricia sin perder a Jesús. Se pierde no solo a Jesús, se pierde el sentido de la vida. “El que guarde su vida la perderá pero el que es capaz de perderla, la ganará” dice el Señor. En la Sagrada Escritura en este mismo evangelio de Lucas cap 9, porque este tema del desprendimiento de los bienes materiales es una gran preocupación y está en la catequesis de Lucas en muchos momentos. En este cap. ver. 25 nos va a recordar “de que le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su propia vida”

Es interesante ver la preocupación de los hombres espirituales, de los anunciadores del reino, de los que cuidan el rumbo, la vida y el sentido definitivo de la vida. Como Lucas, un hombre que tiene que dejarnos la palabra de Dios y dejárnosla desde situaciones de vida comunitaria concreta, nos ilumina y nos advierte y en esto está el amor de Dios para nosotros. También en el Antiguo Testamento hay muchas cosas que hablan de los bienes materiales y algunas son muy significativas. El salmo 89 tiene una expresión muy linda “nuestra vida Señor, pasa como un soplo, enséñanos a vivir según tu voluntad” Cuanta sabiduría y que linda oración. Pensando hoy también en nuestros apegos y a veces son también nuestros miedos, nuestros caprichos, nuestras faltas de seguridades porque no nos queremos bajas del caballo. Tenemos miedo al renunciamiento, tenemos miedo de la humildad, de la virtud de la pobreza, de las bienaventuranzas. “Bienaventurados los pobres de espíritu” Todo mal tiene su contraparte en el bien y existe ese mal porque hay un bien.

El fundamento del mal no está en si mismo sino está en relación siempre con un bien por eso la vocación cristiana es, al reconocer los males trabajar el aspecto virtuoso, bueno, positivo contrario que ayuda a educar y purificar el corazón. La meditación sobre este tema de la avaricia, el apego, la codicia nos viene bien para recordar que somos llamados a purificar, que somos perfectibles, que tenemos que ir trabajando y colaborando con la purificación de nuestro corazón, ya que el apego, en el aspecto humano puede quitar la libertad al hombre y hacerle perder su dignidad. Así que nos debemos unos a otros, somos hermanos, los bienes no son solo para nosotros, quien tiene el don y la capacidad de conseguir recursos y tener bienes, tiene también la vocación y la responsabilidad y el Señor le va a pedir cuentas, que hiciste con tu hermano. Yo leía ayer el salmo 89 y veía un poco la fugacidad de la existencia humana como dice el salmo. Y es interesante como el hombre de la parábola busca asegurarse como si esto fuera definitivo

A veces los apegos, la locura, lo frenético de tener, de poseer, de adueñarnos, de ponernos totalitarios con los elementos que no son para nosotros. Tienen que hacer que en nosotros surja una inteligencia, una sabiduría, una capacidad diferente que es la de compartir, la de hacer posible la vida del hermano. Quien tiene talento tiene responsabilidad sobre el resto de la humanidad. Los bienes no son solo para mí, pensemos como tenemos nuestros bienes. Quizás los tenemos muy apegados, muy adueñados, quizás tenemos el dinero demasiado guardado innecesariamente por una posibilidad remota. Yo creo que no solo hay que leer este evangelio sino hay que continuar su lectura. Hoy leímos hasta el 21 pero si continuamos con el 22 dice “no se inquieten pensando que van a comer para poder vivir” y así hasta terminar. La escritura tiene que llamar a la pobreza del corazón. Nosotros tenemos que purificar nuestro corazón, a veces tenemos apegos excesivos, exagerados que nos hacen mal. En la parábola el hombre quiere hacer de esto temporal algo definitivo

Entonces el Señor le dice “torpe, hoy vas a morir y para quien queda todo lo que acumulaste” Cuantas veces nosotros nos privamos de cosas, no sabemos vivir, estamos apegados, queremos tener dinero, seguridad. A veces la avaricia está tan metida en nuestra forma de vida que no nos damos cuenta. A veces somos avaros y por eso no sabemos vivir, no tenemos alegría, no tenemos satisfacción, placeres verdaderos que nos dilaten el corazón, los placeres son para llenar la parte más superficial de nuestra persona y la más pasajera. Tener poder, seguridad, éxito cosas y nadie es feliz con eso. Que importante escuchar bien el evangelio de hoy. ¿Habrá avaricia en mi corazón?

 

                                                                                                                       Padre Mario José Taborda