La caída y el pecado

martes, 10 de enero de 2017
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10/01/2017 – ¿Cómo es esta realidad que todo ser humano vive de la presencia del mal en la propia vida? ¿Por qué a veces hacemos el mal que no queremos hacer y dejamos de hacer el bien que quisiéramos? A partir de las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica, profundizamos sobre la realidad del pecado y su obrar en la vida del hombre.

“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” Rom 5, 20

 

Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? “Quaerebam unde malum et non erat exitus” (“Buscaba el origen del mal y no encontraba solución”) dice S. Agustín (conf. 7,7.11), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque “el misterio de la iniquidad” (2 Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del “Misterio de la piedad” (1 Tm 3,16). La revelación del amor de Dios es el que descubre la herida profunda que el pecado como ruptura con Dios nos ha dejado y a partir de allí podemos recorrer un camino de recomposición de nosotros mismos.

El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia”

Cuando pensamos en el camino de nuestra conversión nos descubrimos vinculados a Dios profundamente y cuando nos damos cuenta de las veces que lo hemos negado por el camino del pecado, sólo podemos descubrirlo por éste vinculo profundo con Él. Un lugar oscuro sólo puede ser descubierto cuando una luz lo penetra, y así nosotros sólo a la luz de la Palabra que nos muestra el vínculo profundo con Dios podemos ver lo que significa este misterio de inequidad que es el pecado que apunta a romper el vínculo con Dios.

 La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Hasta que descubrimos que hay una fuerza interior de iniquidad que busca instalarse en nosotros y que tiene la misión de apartarnos de Dios. Es la fuerza del mal que obra la ruptura con Dios y nos hace pecar.

Al mal que nos acontece tenemos que llamarlo por el nombre que tiene, pecado. El pecado es la fuerza del acción del mal que opera en nosotros y busca apartarnos de Dios. Nos abrimos a esta realidad dolorosa nuestra con paz,  con la alegría de saber que ya estamos redimidos y que ahí donde hubo pecado sobreabunda la gracia de Dios. 

En el relato del Génesis en torno a la caída de los primeros padres aparece esta fuerza de desorden y de muerte con el que el mal seducen a Adán y Eva en el paraíso, obra en el corazón de los hombres desde el principio, momentos después al acto creador de amor de Dios que les había prohibido comer del árbol del bien y del mal. Seducidos por la fuerza del maligno en la figura de la serpiente aparecen tentados de querer ser iguales a Dios.  El pecado siempre tiene estas características de sobervia y de búsqueda de otros dioses. La ruptura tiene costados tan diversos, el miedo, el esconderse y al mismo tiempo desconocerse con los otros, la falta del vínculo cordial con la realidad y al mismo tiempo y profundamente la ruptura del vínculo con Dios que hace que el pecado nos saque fuea.

Si uno analiza su propia vida y descubre que en más de una oportunidad cayó y su vida se desordenó y tuvo discursos de sombras y de muerte, se podrá descubrir con claridad que en un sentido u otro, este querer constituirse en dios trae más problemas que soluciones. Es una propuesta de muerte la que trae el pecado, que propone mentirosamente un bien. Nunca el pecado es una invitación a un mal, sino a un bien mentiroso. La fuerza del pecado es una fuerza de desorden, misterio de iniquidad y de muerte.

La caída de los ángeles

Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. “El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos” (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800).

La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta “caída” consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: “Seréis como dioses” (Gn 3,5). El diablo es “pecador desde el principio” (1 Jn 3,8), “padre de la mentira” (Jn 8,44). No hay posibilidad de arrepentimiento para ellos como sí lo hay en nosotros los hombres, que vamos eligiendo paso a paso en términos discipulares lo que el Señor nos muestra en el camino. Satanás es el padre de la mentira por eso a la hora de seguir a Jesús tenemos que estar muy atentos a como en el camino aparece quien nos quiere hacer desbarrancar. Obremos a favor de Dios y a lo que nos pide en el corazón y estemos atentos a esa otra voz que nos quiere sacar del camino y al lugar al que pertenecemos, ser uno con Dios.

La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). “El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo” (1 Jn 3,8). Es llamado por San Ignacio, “el enemigo de la naturaleza humana” y Jesús viene en nuestra ayuda para asistirnos. La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios. Es por la rebeldía desde donde nos invita a desobedecer a Dios.

La vida de quien se encuentra en el camino de seguimiento de Jesús es de lucha y de combate, de tarea ardua para buscar la forma de que este que miente, distorsiona y seduce con un bien que es aparente pero que después deja un vacío en el corazón. La forma de afrontarlo es desde el combate no desde la propia naturaleza, sino desde la fuerza de Dios que nos hace vencerlo. “Yo he vencido al mundo” dice Jesús, y nosotros estamos invitados en la sencillez y en la humildad a vencer en Jesús a quien Él mismo venció en el árbol de la cruz.

Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física-en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por Dios en su providencia. El mal actúa así porque Dios el Padre se lo permite. ¿Por qué el Padre se lo permite? Hay una parte que no tiene respuesta. Pero Dios saca un bien del mal, “feliz culpa que nos mereció tal Redentor”.  Allí donde abunda el pecado que nace de la fuerza y de la acción de Sanatás sobreabunda la gracia de Dios. Esto nos llena de esperanza el corazón sabiendo que los males que atravesamos en términos morales apartándonos de Dios aún cuando no los deseamos, es redimido y somos integrados integralmente como personas de cara al proyecto de Dios quien particularmente en la fuerza de la cruz vence en un árbol, como en un árbol fueron vencidos Adán y Eva.

 

Padre Javier Soteras

  • Material elaborado en base al Catecismo de la Iglesia católica