La Eucaristía y la misión

viernes, 3 de mayo de 2013
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“No ardía a caso nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras. En ese mismo momento se pusieron en camino. Partieron el pan para la misión” Esto se decían los discípulos cuando llegaron al final del camino en Emaús.
 

 

1) Partir el pan para un mundo nuevo

Nuestro Dios es el Dios de la Historia, un Dios de relación, un Dios que comunica con la Humanidad. Su acto creador es ya un acto de relación. Mediante este acto de amor compartió su vida con los humanos, y los humanos perpetúan su acto creador al compartir su amor de los unos por los otros.

Las Sagradas Escrituras revelan como el pecado la degrada la relación que mantienen los seres humanos con Dios, como en el caso de Adán y Eva que fueron expulsados del Edén, y el de Caín, que al matar a su hermano, dio por vez primera entrada a la muerte en el mundo.

El pecado viene a destruir el plan de vida y amor de comunión con el que Dios vino en Jesús o para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga la vida eterna” (Juan 3, 16). 
En la encarnación y en la pascua el drama humano se resuelve por el gran acto de amor de Dios de hacerse uno de nosotros hasta enfrentar a la misma muerte y vencer para darnos vida

La institución de la Eucaristía, la víspera de su muerte, constituyó la recapitulación simbólica de la vida de Jesús, cuya finalidad estribaba en el don absoluto de sí mismo realizado con su muerte en la cruz.

Él pidió a sus discípulos: “Haced esto en memoria mía” y les encomendó la misión de velar para que aquel último día permaneciese presente en la realidad concreta de su existencia hasta que Él volviera glorioso para transformar todo el universo y dar lugar a los nuevos cielos y tierra en los que puedan reinar la perfecta relación de amor entre Dios y los hombres, y también entre los hombres.

La Iglesia es la comunidad que, sobre las huellas de los primeros discípulos y apóstoles, sigue cumpliendo, a través de los siglos, esta misión en el mundo.

Cuando celebramos la Eucaristía, proclamamos el gran acto redentor de Cristo y nos comprometemos a proseguir su trabajo en el mundo por una vida de amor y de partición. He aquí lo que fuera rasgo distintivo de los primeros cristianos. En el acto departir el pan reconocen al Señor y, a su vez, ellos son reconocidos como cristianos porque comparten el pan (Hechos 2, 44-47). La Eucaristía era, pues, un acto mediante el cual afirmaban su identidad religiosa, identidad basada en su relación con Dios y con los demás hombres.

Cuando los discípulos de Cristo transponen el amor de Dios que ellos experimentan en Jesús presente en la Eucaristía, en su vida cotidiana y en sus relaciones con los demás, construyen una nueva sociedad, una nueva creación.

Eucaristía y la misión en la India

Hace163 años, las tribus del centro y del norte de la India oriental aún no habían oído hablar de Jesús. Pobres y totalmente analfabetos, eran víctimas de la opresión de los ricos propietarios y de los poderosos que los explotaban sin piedad. Cualquier esperanza de justicia era inexistente para esas tribus desfavorecidas. Varias de ellas se refugiaron en los jardines de té Assam o en los bosques de las islas Andaman para poder sobrevivir. Las tribus que permanecieron en las tierras ancestrales estaban amenazadas de desaparición y habían perdido hasta el gusto por la vida.

En ese momento de su historia, Dios oyó sus lamentos y, en 1845, les envió algunos misioneros cristianos a Ranchi, donde estaban concentradas esas tribus. Durante cuatro años los misioneros trabajaron en vano. Pero un buen día, cuatro miembros de una tribu se acercaron a ellos porque habían oído decir que predicaban acerca de un hombre que había sido matado pero que permanecía siempre vivo y deseaban encontrarlo. Llegaron donde estaban los misioneros y dijeron: “Queremos ver a JESÚS”. Y constantemente preguntaban: ¿Dónde está JESÚS? Queremos verlo”. Los misioneros no sabían qué hacer y los miembros de la tribu se enojaron, calificándolos de tramposos y mentirosos. Luego, los misioneros los invitaron a rezar y, un día, los bautizaron.

Unos treinta años más tarde, en 1869, el arzobispo de Calcuta envió los primeros misioneros jesuitas a esas tribus. Cuatro años más tarde, seis familias de esas tribus, con un total de 28 personas, fueron bautizadas en la Iglesia Católica. Pero el verdadero movimiento de gracia comenzó con la llegada de un siervo de Dios, el padre Constant Lievens, S.J, conocido hoy en día como el apóstol de Chota-Nagpur, la patria de las tribus.

Cuando llegó este jesuita había solamente 56 católicos en el territorio. Vivió entre ellos tan sólo siete años pero a su muerte, debida al exceso de trabajo, al agotamiento y a la tuberculosis, la región contaba con 80.000 católicos bautizados y más de 20.000 catecúmenos.

¿Qué había sucedido? ¿En qué se diferenciaban esos misioneros jesuitas de los primeros que habían llegado treinta años antes? La respuesta es sencilla: ¡La Eucaristía! La diferencia estaba en la forma en la que los católicos comprendieron, celebraron y vivieron la Eucaristía. Muchos de los primeros cristianos abrazaron la fe católica precisamente por esta razón.

Las hermanas de Lorette fueron las primeras religiosas en acudir en ayuda de los misioneros en su labor de evangelización. Cuatro jóvenes cristianas procedentes de una familia instruida y estudiantes en el pensionado de las hermanas de Lorette en Ranchi abrazaron la fe católica y, en 1897 fundaron, en Ranchi, la primera congregación religiosa autóctona: las Hijas de Santa Ana. Esta congregación cuenta hoy día con más de mil religiosas distribuidas en 23 diócesis de la India, así como en otras diócesis fuera de dicho país. Las humildes religiosas han desempeñado un importante papel en la labor de evangelización.

La joven Iglesia implantada en tierra tribal ha crecido de tal forma que hoy corresponde al 10% de la población católica de la India, es decir, 18 millones. Pese a su indigencia material, la Iglesia esa autosuficiente en muchos aspectos y puede contar con sus religiosas, sacerdotes y obispos propios. Una de las características de dicha Iglesia es que estos católicos tribales llegaron a ser portadores de la fe adondequiera que fueran. Ésta es la razón por la cual el extraordinario crecimiento de esta Iglesia en tierras tribales ha sido reconocido rápidamente como el “Milagro de Chota-Nagpur”.

Muy poca gente sabe que también la beata Madre Teresa forma parte de este milagro. Entre los jesuitas que sirvieron en la misión de Calcuta, de la que Ranchi forma parte, figuran dos albaneses. Cuando estos jesuitas fueron a Albania a visitar a sus allegados, dieron conferencias ante alumnos con el fin de fomentar la vocación misionera y recaudar fondos para su misión.

Entre el público al que se dirigían se encontraba una estudiante de enseñanza secundaria llamada Agnès, la futura Madre Teresa, que entonces tenía 13 o 14 años. Tras escuchar atentamente a uno de los misioneros sobre lo que sucedía en las tribus de Ranchi, decidió ir a la India para convertirse en una hermana de Lorette, puesto que esta orden tenía religiosas trabajando en Calcuta, y también en Ranchi. Ingresó, pues, en la orden de las hermanas de Lorette en Irlanda y, desde allí, se fue a Calcuta.

Un día, en la época en la que yo era un joven obispo, tuve el privilegio de llevar en mi coche a la Madre Teresa. Iba acompañada por tres de sus misioneras de la Caridad. Fueron ellas las que me dijeron que la Madre Teresa había estado trabajando hasta después de medianoche en la reorganización de su comunidad. Ella iba sentada a mi lado, en el asiento delantero, y yo estaba turbado de verme al lado de una persona de tal calibre. Pero, como una verdadera Madre, me dijo que me relajara y que me sentase confortablemente. Tal actitud me dio ánimos para decirle: “Madre, me han dicho que usted trabajó anoche hasta muy tarde. Usted no es muy joven. ¿Dónde encuentra fuerzas para realizar tales trabajos? Me respondió con la velocidad del rayo: “En JÉSUS, presente en la Eucaristía”.

Creo que esto fue y seguirá siendo el secreto del éxito de Madre Teresa y de las misioneras de la Caridad. Ella decía que cada nueva comunidad que inauguraba en cualquier parte del mundo era “un sagrario más”. La Madre Teresa es el auténtico ejemplo de la importancia que ocupa la Eucaristía como alimento y fuente de motivación para la misión de la Iglesia.

 

                                                                                                             Padre Javier Soteras