La fuerza del AMOR

domingo, 10 de agosto de 2008
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El amor es paciente, el amor es servicial, el amor no tiene envidias, no quiere aparentar, ni se hace el importante, ni actúa con bajeza. No busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto. Y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo, todo lo ve, todo lo espera. Todo lo soporta. El amor nunca pasará. Pasarán las profecías, pasarán las lenguas. Y se perderá el conocimiento. Porque el conocimiento que dan las profecías no son cosas acabadas. Y cuando llegue lo perfecto, va a desaparecer lo imperfecto. Cuando era niño, yo hablaba como un niño. Me enojaba como un niño. Razonaba como un niño, pero ahora que soy grande, dejé atrás las cosas de niño. Del mismo modo, al presente, vemos como en un espejo, mal. Y en forma confusa. Pero entonces será cara a cara. Ahora solamente conozco en parte, pero entonces le conoceré a Él, como el me conoce a mi. Ahora tenemos la fe, la esperanza y la caridad. Las tres. Pero la mayor de todas es el Amor.

1º Corintios, 13; 4 – 13

En la sistematización que vamos haciendo de las catequesis en este tiempo, hemos elegido el camino de la caridad como la virtud teologal que, va a terminar por presentarnos el cuerpo de virtudes que, humanas y teológicas que, Dios quiere tengamos grabadas en nuestro corazón, para darle rumbo. Sentido, contenido, forma, color, a nuestra propia vida. La verdad que llegamos al final de la propuesta de las virtudes, como hábitos que van tomando nuestro corazón, y nos permiten crear una nueva naturaleza y una disposición a orar de una determinada manera, llegamos de la mano de la más grande de todas las virtudes.

Esta que Pablo dice; es la que va a quedar al final del camino. Es la que el mismo Jesús ha propuesto como “el camino”. El camino, ha dicho Jesús, es el camino de la caridad.

¿Qué ofrece de nuevo la caridad al corazón humano? ¿De qué se trata la caridad de la que habla Jesús? ¿y como se propone el camino del amor en el evangelio?

Una enseñanza bellísima que vamos a retomar en estos días, es la que nos ha dejado en su primera encíclica, Benedicto XVI, sucesor de Pedro en estos tiempos, Dios es amor.

Seguramente entre mañana y el lunes, estaremos trabajando en la hondura del mensaje con el que allí Benedicto nos ha dejado una hermosa enseñanza. Mientras tanto, nosotros, desde la Palabra de Dios, y reflexionando juntos en torno a la Caridad, iremos como “arrimando algunos palitos” al fuego para que arda,  en lo más hondo de nuestro corazón, esta llama de amor vivo, como le dice san Juan de la Cruz, que es el Amor de Dios. Que abre luces en medio de las sombras.

En la noche oscura de la fe, san Juan de la Cruz encontró esta llama. Esta llama del Amor Vivo, que trae claridad en la noche. Nuestras noches, cualquiera sean las noches, por las que vamos atravesando, encuentran su luminosidad en esta llama de Amor.

Vamos a arrimar algunos palitos a nuestro fogón fraterno, a nuestro fogón que nos hermana, que nos reconcilia, que nos permite encontrar cuánto de cerca estamos. A pesar de sentir a veces que hay un frío en el modo de ver las cosas, que nos distancian. Cuánto de hermanos somos. Y cuánto bien que nos hace diferenciarnos en lo que estamos verdaderamente diferenciados. Y cuánto las diferencias se transforman en posibilidades de riqueza, cuando en la caridad somos congregados.

Que es un poco el mensaje, que en estos días vamos encontrando en el andar como pueblo. Pasar de niveles de confrontación, a sumar posiciones diversas detrás de un mismo proyecto de nación, supone encontrar en algún lugar el punto de comunión. La fuerza superadora, lo que nos permite sumar. Lo que nos habilita para encaminar las cosas sumando lo que aparentemente es opuesto, diverso, distinto.

Las diferencias no tienen que desaparecer, lo que tiene que aparecer desde las diferencias son las posibilidades de construir con posiciones y miradas distintas. Es lo que hace la Caridad. La caridad de la que hablamos permite la construcción del sí mismo con otros, manteniendo las saludables diferencias. Que nos permiten justamente encontrar en lo otro, en el otro la parte que complementa, la limitación de mi mirada, de mi posición, de mi forma de estar observando lo que ocurre, y de mi manera de encaminar los pasos con esto que tengo que tengo, que soy y lo que puedo.

Cuando nosotros hablamos del don de la Caridad, lo planteamos en términos de fraternidad. Jesús lo hizo así. Cuando uno analiza la comunidad que Jesús fue construyendo alrededor suyo, las diferencias son notables entre pescadores, cobradores de impuestos, celotes, judíos de una sola pieza, y al final un fariseo como ninguno, Saulo, de Tarso. Que se suma después de la muerte y resurrección de Jesús al grupo de los apóstoles, con una llamada increíble. A pertenecer a ellos, sin haber surgido de la misma comunidad primaria, con la que Jesús inició el camino nuevo, de la construcción nueva del pueblo de Dios.

Tanta diversidad, y tanta comunión. Uno lo ve claramente, entre un cobrador de impuestos, que trabaja para el imperio romano y un pescador, que salga el fruto del mar como una riqueza grande, con la que Dios bendice a Israel, y comercia con ello para tener en su empresita la mejor forma de crecer él y su familia, hay una distancia inmensa. Ni que hablar de la presencia de Simón, el celote, Judas, celote, que son quienes tienen una posición más combativa contra el imperio. Asaltaban en el camino, robaban a los que pasaban de Roma por allí, y distribuían esto entre los pobres. Ni que hablar de la mirada, la perspectiva, aquél a que Jesús dice “ahí tienen a un judío sin doblez, a un hombre íntegro”. Un judío de pies a cabeza. Ni que hablar de la presencia de Saulo, que se suma al grupo después. Apareciendo sorpresivamente entre los doce, en Jerusalén, visitándolo a Pedro, después de haber perseguido la Iglesia, de haber combatido contra ella. Contra los discípulos del camino.

Jesús es un hermoso ejemplo de integración de lo diverso, de lo distinto, de lo que aparentemente es irreconciliable. Hay algo que está permitiendo esto y justamente aquello que el Señor propuso a los discípulos, cuando comenzaron a sumarse a esta propuesta suya, maravillosamente superadora, de todo lo conocido hasta el momento, como forma de reorganizar a su pueblo. Es el nuevo pueblo el que surge de la mano de Jesús y la propuesta es la de la Caridad.

Por eso, yo creo que es providencial encontrarnos frente a esta síntesis de las virtudes, en torno a la Caridad, para este planteo de novedad, con la que Dios quiere refundar nuestra nación. Mientras van apareciendo las diferencias saludables, ciertamente. Es tiempo de encontrar un lugar donde sumarlas. Sí al consenso, se ha dicho hoy, claramente, pero no de cualquier modo, si no en la búsqueda de lo mejor para todos. Eso lo da esta virtud, la virtud del Amor.

Cuando uno descubre en el discernimiento, que en realidad, lo que está ocurriendo, se ve en los frutos, hay que empezar entonces a leer, si hay frutos en la Caridad que nos permitan descubrir que verdaderamente en el amor estamos construyendo. Y ¿cuáles serían esos efectos? ¿Esos frutos de la Caridad que nos permiten descubrir que en ella estamos construyendo?

La primera expresión del fruto de la caridad es el gozo interior, la alegría. Por la presencia de las bienaventuranzas del Señor. Un gozo que se entremezcle en medio de los dolores, de las luchas, de las fatigas, en medio del combate interior. Por eso decimos, un gozo bienaventurado. Un gozo en la vivencia de la bienaventuranza. ¿Por qué? Por la soberanía de Dios. Por este Dios soberanos, que trae un nuevo orden.

Además, se descubre que es la Caridad, la que nos alienta, la que nos asiste, desde donde vamos construyendo cuando hay un celo extremo en nosotros, en orden a, que sea la Gloria de Dios, lo que prevalece. Que sea el amor sobrenatural del mismo Dios y el prójimo, lo que nos alienta. Que sea el deseo de la bienaventuranza eterna, la que nos guía, y la conformidad al querer de Dios, que hemos discernido. Y que sea la fidelidad y el trato fiel en la oración con Él.

El gozo no solamente personal, sino el gozo por el bien del otro. Ver bien que el otro está bien. Y ayudar a que el otro esté bien. Es fruto de la Caridad la paz y la concordia. Nacen de un corazón lleno del amor de Dios, en la noche oscura lo ilumina todo. La misericordia que se expresa en el disgusto por el mal que sufren otros, y en la tendencia a querer eliminar este mal en medio de nosotros.

La presencia gozosa, misericordiosa, alegre, reconfortante, fuerte, sostenida de Dios en nosotros habla de este amor que lo transforma todo. Y que es capaz de integrar y de sumar los opuestos en un mismo camino.

Es el que acorta distancias, el amor, y es el que reconcilia, el que hermana. La transformación del mundo que se nos ha confiado, para que seamos señores de él. Dueños de nosotros mismos, y señores del mundo, no es ni a los golpes, ni a los cachetazos. No es por decreto, ni sencillamente por una firme voluntad, humana voluntad, que así lo determina. Es por la vivencia interior, profunda, expresada en gestos llenos de misericordia, que apuntan hacia fuera lo que se vivencia interiormente. Es desde allí donde verdaderamente, el señorío, que es la Gloria de Dios en medio de nosotros, por la Caridad, nos hablan de un tiempo nuevo.

Es maravilloso descubrir, en medio del dolor de estos días, que van pasando, en las búsquedas, en las preguntas, en las confrontaciones necesarias de discusiones necesarias, por las ideas diversas que alientan el proyecto de nación, es hermoso ver, cómo por encima de toda esta circunstancia coyuntural, hay una mano que guía. Hay un señorío de Dios, que acompaña. Hay una presencia de liberación, que sostiene Dios en su amor y en su querer por este pueblo, por el que sus bendiciones se siguen derramando para hacernos entender cuánto tenemos también para darle a otros. Que van a solicitar y mucho de nosotros en los tiempos que vendrán.

No es la posesión de lo que tenemos egoístamente, lo que nos hace más fuertes. Es en el saber dar y compartir, es en el abrazar particularmente a los más pobres, es en el redistribuir lo que nos pertenece a todos, de manera equitativa. Bajo un nuevo signo, que no es el de la corriente neoliberal, que asiste al mundo todo con un único discurso, donde el que más tiene, es para que tenga más, y comparta menos. Y se olvide del que menos puede, del que menos tiene, del que menos sabe.

En estos días, hemos encontrado un lugar muy rico de discusión, en torno a lo que poseemos, como pueblo. Nuestra tierra, lo que da su fruto. ¿Cómo hacer para qué todas estas riquezas con las que Dios nos ha bendecido, se multipliquen y lleguen a más, a muchos más? A los nuestros, a los más próximos, primero.

Para que no haya tantos con hambre en el norte, como ha dicho el padre Olmedo de Humahuaca. Para que no haya 800.000 jóvenes, entre 16 y 25 años, en el cordón del gran Buenos Aires, que no tienen un lugar donde formarse, ni donde trabajar. Ni estudian, ni trabajan.

¿Cómo hacer para que no sea el paco, ni la droga lo que va como queriendo apagar la angustia? Que lejos de ser apagada, se potencia, cuando en estos lugares comienza a aparecer esta aleatoria y alienante respuesta a una necesidad de dignidad, que debe estar presente en el corazón de los que son futuro y presente del pueblo que vendrá.

Es urgente que nosotros nos abramos a la experiencia de un don, una gracia, que está llamada a ser virtud. Esto es hábito, disposición, manera de ser, identidad, donde y desde donde comencemos a sumar. A sumar, que no es por la dialéctica confrontativa que genera una síntesis en la lucha. A sumar, a partir de la caridad del amor, que reconcilia, que hermana, y que particularmente, se detiene frente a los que menos tienen, a los que menos pueden, a los que menos saben. Pero no de cualquier forma. No para sólo dar. Que es necesario en estos tiempos, sin duda, sino que en ese dar nos demos poniéndolos de pie. Ayudándolos a dignificar sus vidas.

En el vademécum que la Iglesia universal ha desarrollado, en torno a la doctrina social, que ha sido promulgado en este año que pasó, quien fue su mentor, (a quien nosotros queremos tanto, por lo rico que ha asistido nuestras catequesis por su doctrina François Van Thuan), plantea la dignidad de la persona, como el lugar desde donde desarrollar nuestra enseñanza social. Nuestro trabajo de compromiso, por transformación de la sociedad, es el lugar propio de los cristianos bautizados laicos. Es el lugar justo, de quienes están llamados a ser sal de la tierra.

También a la cosa más hermosa que pudimos vivenciar estos días, a pesar de la amenaza de violencia física, los discursos un poco agresivos, las amenazas de desborde social, ha sido el no miedo, donde en medio de un montón de temblor social nos hemos podido expresar. Y esto de verdad, que es fruto de un proceso de madurez.

Ojalá podamos seguir encontrando estos caminos. Porque es justamente desde allí, desde el no temor, donde vamos a poder romper el “no te metas”. Y particularmente, quienes creemos en el camino de la caridad, como la fuerza transformadora del tiempo que vendrá, vamos a poder ser lo que estamos llamados a ser: luz y sal por la Caridad en el medio del mundo.

La fuerza del amor. Esta es la gran riqueza de Jesús. El poder que tiene el amor de Dios en nosotros es capaz de sumar al adversario. Es capaz de incluir al que nos agrede. No solamente al que nos agrede, sino al que se presenta como un obstáculo, que se manifiesta como distinto. Y en la distinción, hasta con agresividad, digamos.

ESTA ES LA FUERZA INTEGRADORA DEL AMOR: ES CAPAZ DE SUMAR AL DISTINTO.

Y el Señor lo expresa claramente cuando muere en la Cruz, Jesús dice “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y los suma. Suma a los que están allí padeciendo, por los que está padeciendo allí el misterio de su muerte.

Es clara la enseñanza de Jesús. El Padre no es padre de algunos. ES PADRE DE TODOS.

Lo hemos dicho estos días, la patria viene de patris, de padre, es para todos. Por lo tanto, este ser patria, figura de la paternidad de Dios, nosotros estamos llamados a vivir en la inclusión de todos.

También para cada uno de nosotros, llamados a este servicio, de acortar las distancias, y de sumar en la caridad, en medio de las noches, también a los adversarios. También a los que interfieren en el andar, en el peregrinar con la agresividad propia del que es enemigo. También el amor va para ellos, lo dice Jesús.

Ayer, preparando la catequesis, me encontré con una frase de los santos, que nos puede ayudar a encontrar mayor luz, desde su doctrina, en el ejercicio de la caridad. Y voy a empezar a compartir alguna de ellas, que nos traigan aún mayor impulso, y que nos permitan arrimar algunas leñitas al fuego del amor, que se despierte en medio de nosotros.

San Gregorio Magno dijo: “ninguno por el mero hecho de amar a su prójimo, piense ya tener la caridad. Sino que primero debe examinar la fuerza misma de su amor. Si alguno ama a los demás, pero no lo ama por Dios, no tiene caridad, aunque piense que la tiene. Es caridad verdadera, cuando se ama al amigo en Dios y al enemigo también en Dios”.

No es cualquier amor, está diciendo san Gregorio Magno, sino en Dios. Y este amor en Dios sólo es posible, cuando hacemos experiencia de ser amados por Él. Lo que Pablo dice en la carta a los Gálatas, en el capítulo 4, “él me amó y entregó su vida por mí”.

Hay una dimensión personal del vínculo del amor con el Señor, que es el que nos habilita para amar en Dios a los amigos, y a los que no son amigos.

San Agustín decía, “amemos a Dios y al prójimo, con la misma caridad. Pero debemos amar a Dios por sí mismo. Y al prójimo, porque es presencia de Dios”.

“Cada una de las cosas que hagan, decía Jesús, a uno de estos pequeños, a mí me la hacen”.

San Fulgencio de Ruspe afirmaba, “la caridad es la fuente de todo bien, la mejor defensa, el camino que lleva a la plenitud. El que camina en la caridad, no puede errar ni tener miedo, porque ella es guía, ella es protección. Se camina seguro en la caridad. Por esto hermanos, ya que Cristo ha colocado la escalera de la caridad por la que todo cristiano puede subir al cielo, aferrémonos a esta pura caridad. Practiquémosla unos con otros. Y subamos por ella, cada vez más arriba, cada vez más alto.”

En ese sentido, es verdad, la Caridad eleva el alma. Cuando hablamos de dignificar nuestra vida y la vida de los hermanos, es desde este lugar. Donde nos podemos dejar poner de pie, y colaborar con otros, para que se pongan de pie.

Y si en algo hemos faltado a la Caridad, la misericordia de Dios, sobreabunda en aquel lugar donde hemos dicho que no, donde nos hemos cerrado, donde el corazón herido ha como hecho coraza dentro de sí mismo. Se ha enfrascado y tiene temor a abrirse a los demás. La caridad de la misericordia, sobreabunda allí donde es pecado la fuerza de la desunión, la destrucción ha venido a querer terminar con este plan de Dios, de hacernos familia, de hacernos hermanos. Hijos todos de un mismo Padre, que hace salir el sol para los buenos, y para los malos.