La fuerza que transforma la vida, la Eucaristía

viernes, 26 de junio de 2009
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El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús:  “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida Pascual?”.  Él envió a dos de sus discípulos diciéndoles:  “Vayan a la ciudad, allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua.  Síganlo.  Y díganle al dueño de la casa donde entre:  “el Maestro dice:  “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero Pascual con mis discípulos?”.  Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones, y ya dispuesta.  Prepárennos allí lo necesario”.  Los discípulos partieron, y al llegar a la ciudad encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la Pascua.  

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos diciéndoles:  “Tomen, esto es mi cuerpo”.  Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó y todos bebieron de ella, y les dijo:  “Esta es mi sangre.  La sangre de la alianza, que se derrama para muchos.  Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.  Después del canto de los salmos, salieron hacia el monte de los olivos.

Mateo 26, 17-19, 26-30

El pan de la Eucaristía, un pan para el camino que fortalece:

El pan ácimo, del que habla hoy la Palabra es el pan sin levadura que los judíos comían durante siete días, para conmemorar su liberación de la esclavitud de Egipto. En esa ocasión, la primera Pascua, se celebró con ese pan, porque no había tiempo para que leudara el pan, para que fermentara. La prisa de la partida, la urgencia de la presencia de Dios que venía, obligó al pueblo a preparar el pan en estas condiciones.

Es propiamente un pan para peregrinar. Es un pan para los que están de camino, es un pan de viajeros. Es el pan que fortalece, y que al mismo tiempo, en él no se puede uno detener, sino sólo recibiendo lo necesario para vivir de toda Palabra, en todo caso, que alimenta y sale de la boca de Dios.

En las palabras citadas se usan dos expresiones cuando se habla acerca de la Pascua judía: sacrificar la Pascua, y comer la Pascua. La Pascua se celebraba ofreciendo en sacrificio un cordero, que luego se comía, en memoria de los hechos salvíficos, obrados por Dios a favor de su pueblo.

Esto es lo que había que preparar. “¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos?” le preguntan a Jesús. En realidad la pregunta es, ¿Dónde quieres comer tu Pascua? ¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua? Esta es la traducción, que hoy hemos leído del texto evangélico de Mateo. Y Jesús fíjense cómo contesta. “Vayan a prepararnos”. No es mi Pascua, es nuestra Pascua. “¿Dónde está mi sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?” Él les enseña el piso superior, una sala grande, dispuesta. Allí está todo preparado.

Los discípulos quieren hacer los preparativos para que comas tu Pascua. Jesús manda preguntar la sala, donde pueda comer la Pascua con los discípulos. Preparar allí para nosotros, dice Jesús. La Pascua de la que Jesús habla, la que él va a establecer, es una cena que crea una comunión con Él. Todos los que participan son uno con Jesús.

Rara vez Jesús utiliza un pronombre personal, nosotros. Donde aparezca unido con otros. Aquí lo usa y lo subraya, en vista de lo que tiene preparado. Y de lo que importa y significa. Esta presencia nueva del misterio de Dios, instalado en medio de nosotros.

Llega el momento culminante de la cena, mientras están comiendo, toma el pan, lo bendice, lo parte y se lo da. “Tomen, este es mi cuerpo”. Toma luego la copa, da las gracias, se la entrega, beben todos de ella, y dice, “esta es mi sangre, de la alianza que se derrama por ustedes”.

Cuerpo y sangre indican la totalidad de la persona. Es su cuerpo entregado, es su sangre derramada, para indicar que son materia de un sacrificio. Que es para ser comido, igual que en la primera Pascua. Sólo que ahora, el pan ázimo y el cordero se constituyen en una misma realidad: el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús.

Este es mi pan, y este es mi vino. Soy yo mismo. Pero en estado de víctima, que se ofrece, para ser comida. De esta manera Jesús anuncia su muerte y declara su sacrificio. Por eso, podemos afirmar Jesús es el verdadero Cordero Pascual. Jesús da a los discípulos su Cuerpo a comer, su Sangre a beber, para establecer con ellos la comunión más estrecha posible. Hay que celebrar no la Pascua de Jesús, si no nuestra Pascua con Jesús.

Este camino es un camino delicado. De atención a los detalles. ¿Cómo este pan para el camino, pan ázimo ofrecido, rápido que debe ser comido como entrega junto con Jesús al nuevo misterio Pascual, que Él celebra con nosotros, para ser bienvenido, necesita ser en los detalles bien preparado?

Es muy interesante descubrir esta delicadeza con que los discípulos y Jesús preparan la comida Pascual. Jesús se toma el tiempo para disponerlo y prepararlo todo, para la celebración. Y con delicadeza. Él les mostrará la pieza grande, arreglada con almohadones, ya dispuesto, “preparen allí lo necesario para nuestra Pascua”.

Pocas veces Jesús se toma tiempo para esto. Solamente en el Evangelio aparece Jesús así, observando los detalles de lo que hay que preparar, cuando tienen los discípulos que ir a buscar el burro que va a introducir a Jesús triunfalmente en Jerusalén, en los días previos a su muerte en el Gólgota.

También aquí, Jesús se toma el tiempo para que los discípulos preparen todo lo necesario para la celebración Pascual. Es que es con delicadeza que se preparan las cosas importantes. Y los detalles hacen al fondo de las cosas. Es todo un mensaje este, con el que el Señor nos advierte que las cosas, verdaderamente importantes, no pueden sino ser atendidas con profunda delicadeza. Y hay que estar atentos a cada uno de esos detalles. ¿O no ocurre así cuando preparamos una fiesta grande? ¿No empezamos a prepararla con tiempo? Y nos tomamos un tiempo para planificarla. Un tiempo para realizar lo planificado.

Un tiempo para evaluar lo hecho, para revisar lo que falta. Para ajustar sobre los detalles lo que importa a esa reunión, a ese acontecimiento que nos congrega junto a otros, para alguna celebración que sea significativa. Pensemos en alguna que sea familiar, que tenga que ver con la comunidad.

En este caso, Jesús se detiene en este lugar tan particularmente, en humano, que es lo festivo, y los detalles necesarios para que lo que celebre sea atendido con la hondura que merece ser atendido. Los detalles hacen al fondo de los acontecimientos. Jesús sabiendo de esto dispone todo, para que la fiesta Pascual, que va a celebrar Él con sus discípulos, pueda calar hondo en el corazón de los que comparte su suerte con Jesús. La suerte que los discípulos comparten con Jesús es, en el hacerse uno con Cristo, la posibilidad de morir con Jesús y resucitar con Jesús.

Esto es celebrar la Pascua. Pasar de un estado de vida a otro. Es lo que ocurre con el pan y el vino, que se ofrecen. Ahora, este pan y este vino pasan a ser mi Cuerpo, y mi Sangre. Así como el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, así también quien celebra la Pascua con Jesús es transformado en Él. Somos transformados con Cristo, somos hecho uno con Jesús, y transformados en Jesús.

Desde este lugar, el Señor nos invita a velar por los detalles que hacen a nuestra celebración.

Si tuviéramos conciencia, de todo lo que allí se juega… para nuestro ser uno con Jesús… Se juega eso, en realidad, nuestro ser uno con Jesús. Y todo lo que está ofrecido allí para hacernos uno con el Señor, con cuánto detalle prepararíamos nuestras celebraciones eucarísticas.

Un testigo de esto es Juan Pablo II. Juan Pablo II en la encíclica, acerca de la Eucaristía, nos relata una y otra vez el valor y de la importancia que tiene esta realidad, de la Presencia de Jesús en medio de nosotros.

Ecclesia de Eucaristía se llama esa Carta Encíclica, y en varios de sus párrafos, Juan Pablo II habla de esta Presencia salvadora de Jesús, en la comunidad de los fieles. Y esa transformación, hecha presente allí, quiere alcanzar a toda la humanidad.

Transformados en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús incorporamos a la humanidad toda en ese Misterio, que celebramos con Cristo.

El perfume de María en nuestra casa, el aroma de Su presencia visitándonos con su frescura, con su ternura, con su amor, nos trae, sin dudas, el rostro de Jesús. Justamente, en torno a la contemplación del rostro de Cristo, y la presencia de María donde aparece esta encíclica en torno a la Eucaristía.

En el contexto del Novo Millennio Ineunte, donde Juan Pablo II nos invita, desde María, contemplando el rostro de Jesús a acercarnos al misterio Eucarístico. Del cual, él es un testigo como pocos, que ha habido en los últimos tiempos en la Iglesia. Y así lo refleja esta encíclica.

“Cuando pienso en la Eucaristía, dice el papa, mirando mi vida de sacerdote, de obispo, y luego de sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares, en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la Iglesia parroquial de “Neuowich….”, donde desempeñé mi primer encargo pastoral.

La Colegiata de san Florián, en Cracovia, la Catedral del Babel???, la Basílica de san Pedro, y muchas Basílicas e Iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la santa Misa capillas, situadas en senderos de montañas, a orillas de los lagos, en las riberas del mar.

La he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas, y de las ciudades. Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente el carácter universal, por así decirlo, cósmico.”

Sí, cósmico, dice el papa. Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una Iglesia, en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para reconducir todo lo creado en un supremo acto de alabanza, y aquél que lo hizo de nada.

De este modo, “el Sumo y Eterno Sacerdote, dice Juan Pablo, entrando en el santuario eterno, mediante la Sangre de la Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio del sacerdote en la Iglesia, y para gloria de la Trinidad. Es un misterio, que yo recuerdo con tanto gozo, y con tanta alegría,” da a entender Juan Pablo II.

En esta mañana, cuando hemos iniciado nuestro encuentro, hemos querido, siguiendo el aroma que en esta casa de Buenos Aires ha impregnado todo el espacio de la radio, y con el que nos hemos sentido abrazados en la delicadeza de María, ponerte en contacto con las realidades de la presencia de María visitando tu casa. Y cuántos aromas de vida ella te comunica, te regala, te trae.

Yo, ahora quiero llevarte desde este lugar de cercanía fresca, tierna, llena de vida, de aire puro que María con su presencia regala cuando visita tu casa, a este otro lugar donde la vida se renueva y transforma. Se hace nueva, por participar del misterio Pascual de Jesús. Que como alimento se nos ofrece y con Él nos hace uno, la Eucaristía. Y detenernos para recordar aquellas eucaristías, donde el Señor nos regaló la Gracia de una Presencia que sentíamos, nos transformaba y hacía nueva toda nuestra vida.

Hay celebraciones eucarísticas que han marcado particularmente nuestra existencia. Nunca olvidaré aquella eucaristía celebrada, la primera eucaristía como sacerdote el día de mi ordenación. Y la primera misa que celebré en la Parroquia de 1º de Mayo.

Ni tampoco puedo olvidar las eucaristías que celebramos, todos los días allí en la radio. Las que me tocaron también presidir cuando era párroco en Ferreira. Las de la radio, en este tiempo, tal vez porque haya madurado como sacerdote tienen un valor indescriptible para mí. Siempre siento la presencia de todos, a los que el mensaje de Jesús llega a través de la radio, y cómo en la celebración eucarística el don del Cristo Vivo, en mis manos, se ofrece a todos los que clamando por súplica, encuentran en el Pan de la Eucaristía celebrado por el pastor, la fuerza que transforma sus vidas.

Y cómo en ese momento, tan sencillo, tan simple, tan profundo, y tan solemne Dios hace nuevo todo, lo transforma y lo recrea. Últimamente las celebraciones eucarísticas, para mí, son de un gozo muy grande. De una alegría profunda. De una conciencia más crecida.

Yo te invito también a que vos nos compartas el aroma profundo. Viste cuando vos respiras algo que te resulta muy grato, que haces.  

Ese olor profundo, ese aroma intenso que el Misterio Eucarístico ha despertado en tu corazón, y que nos traigas a la memoria junto a vos, las eucaristías que marcaron o marcan tu vida.

El sentido que tienen, lo que representan para vos y cuánto la celebración eucarística hace que encuentres allí la Fuente y el término, la plenitud de a lo que Dios te llama.

Una frecuencia de amor que solamente en Él puede ser vivida. Cuando vivimos en Jesús, cuando en Cristo nos hacemos uno en la Eucaristía, entonces, todo comienza a ser de nuevo. Compartirnos esa experiencia fuerte en tus celebraciones eucarísticas, con las que das testimonio de que éste es el Verdadero Pan de la Vida.