La ley del Talión

martes, 30 de junio de 2009
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“Ustedes han oído que se dijo:  Ojo por ojo y diente por diente.  Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofeteada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.  Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado”.

Mateo 5, 38-42

El evangelio de Mateo cuando comienza el capítulo 5, lo hace con las bienaventuranzas y es bueno recordarlo, para ubicarnos en el texto de hoy, nos ubica a Jesús, hablándoles a sus discípulos y diciendo esas palabras que si las escuchamos por primera vez, siempre llaman la atención, “No crean que he venido a abolir la ley, he venido a dar cumplimiento”, y a partir de estas palabras de hoy del evangelio, Jesús comienza a hablar de esta perfección de la ley con la que vivía el pueblo de Israel, no viene a quitar, viene a darle perfección.

Por eso Jesús en el sermón de la montaña, en las bienaventuranzas, compara el Antiguo con el Nuevo Testamento, tema que no resulta nada fácil para los primeros cristianos, hoy nosotros los podemos leer gracias a Dios, al regalo del don del Espíritu Santo que nos ilumina y nos hace comprender las escrituras todas, podemos ir entendiendo aquello que fue revelado en el Antiguo Testamento, a la luz de la obra redentora de Jesús.

De este Jesús que no es nuevo, si decimos criticó tantas veces las interpretaciones que hacían de la ley de Moisés, pero que no la desautorizó, sino que la cumplió e invitó a cumplirla, porque durante siglos había sido para el pueblo elegido, lo que de manera concreta hacía vivir la voluntad de Dios. Por eso el Antiguo Testamento no está derogado, no pasó, sigue vigente, pero Jesús lo viene a perfeccionar. Fue renovado en Jesús, la buena nueva del Padre.

Por eso los diez mandamientos siguen siendo válidos y por eso es importante leerlos y vivirlos a la luz por ejemplo, de las bienaventuranzas, con la conciencia de que Jesús lleva a la perfección todo lo que dice el Antiguo Testamento, con esta mirada nos dejamos interpelar por la palabra de hoy. Jesús viene a traernos un estilo de vida más perfecto y auténtico.

Esta vez nos pone de frente a la relación con quienes nos han ofendido. Lo hace a partir de una ley, que tantas veces hemos escuchado, que a veces hasta sacamos de contexto y que utilizamos, diría yo en la vida diaria, esta ley del talión, digo la expresión, cuando vemos que alguien tiene en su corazón el deseo de venganza, ojo por ojo y diente por diente.

Una ley muy dura, pero para el tiempo de Jesús, era un verdadero progreso de la ley, un progreso jurídico, podríamos decir, aunque suene extraño que la ley del talión, que decía ojo por ojo y diente por diente, sea un progreso de la ley. Y aunque siga sonándonos extraño, es progreso, porque antes de que aparezca la ley del talión, la posibilidad de venganza entre los hombres era sin límites, había que vengarse a cualquier precio, no guardaba ningún tipo de relación con la ofensa que había recibido.

Si hoy todavía cuando el corazón se llena de rencor y en el extremo de odio, tenemos que cuidar para no vivir según la ley del talión. Me hizo sufrir tanto, voy a hacer sufrir tanto. Para ese tiempo de Jesús, para esa vida del pueblo de Israel y de los pueblos vecinos, era aún más extrema la ley, la venganza no tenía limites, esta ley del talión quería ahora contener el castigo en su justo límite y evitar que se tomara la justicia por cuenta propia, arbitraria.

Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado. Tal cómo se había faltado. De ahí su nombre, la palabra latina tal- como. Jesús va más allá. Jesús no quiere que se devuelva mal por mal. Pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, los pleitos, la petición de préstamos, “No hagan frente al que los agravia, preséntale la otra mejilla, dale también la capa”.

Jesús que pone estos ejemplos concretos para devolver bien por mal como son los golpes, los pleitos, como es la petición de un préstamo. Y si lo hace así es para que en esta mañana, vos te pongas a pensar. Con Jesús algo nuevo a llegado, y hay algo que ha quedado muy claro la perfección de la ley, el amor, aquello que San Pablo lo recuerda tan claro, tan explícito, en aquella carta a los corintios. La perfección de la ley, el amor. La perfección de la ley ya no va a ser cumplirla simplemente. Cuando tenemos que vivir el amor, cuando tenemos que devolver el bien por el mal, ahí es más difícil.

“No hagan frente al que los agravia, preséntenle también la otra mejilla, dale también la capa”, dice Jesús en el evangelio. Es unos de los aspectos de la doctrina de Jesús que más nos cuesta, a mí, no sé a vos. No hacer frente al que nos agravia, no responder con violencia. Hoy Jesús nos dice, no le hagas frente, preséntale la otra mejilla, dale el doble de lo que te pide. Qué difícil pero que hermoso el desafío que nos deja.

Cuantas veces nos sentimos movidos a devolver mal por mal. Cuando perdonamos pero no acabamos de olvidar, no acabamos de sanar y estamos dispuestos a esperar el momento oportuno para volver a echar en cara la falta, es vengarnos de alguna manera.

No hay duda que no es tan sencillo, pero es posible, porque es posible en Jesús. Si, pero cuando uno dice olvidar la ofensa, vos digas, pero como voy a olvidar la tracción, la indiferencia, la infidelidad, el rencor que me demuestran, los desprecios, las calumnias, los robos, los maltratos que he recibido en la vida. Olvidar sin dudas es difícil, casi imposible.

Que sería de nosotros si de un momento para otro nos olvidáramos de lo que nos pasó y de lo que fue doloroso en nuestra vida, algo estaría faltando. Por eso el perdón, la perfección de la ley de la que habla Jesús, no es olvido, sino que es sanar, curar la herida de ese dolor, de ese desprecio, eso sólo lo hace el amor, eso sólo lo hace el amor de Dios en nuestro corazón.

No se trata tal vez de poner la otra mejilla al pie de la letra. Solemos ser crueles cuando tenemos que justificar nuestras faltas de amor o cuando tenemos que justificar nuestro no deseo de cambiar actitudes o gestos para con el hermano y solemos decir, o nos dicen y nos duele, “ ¿vos que te la das de cristiano, no leíste lo de poner la otra mejilla?”.

Es que no siempre va por allí el tema, aprender el espíritu de reconciliación, es no albergar en el corazón, no dejar que en el corazón esté el sentimiento de venganza, el que las hace las paga, no devolver mal por mal, cortar la escalada de rencor que a veces viene naciendo y brotando de nuestro corazón hacia aquel que me ha hecho mal. Jesús nos enseña a amar a todos, también a los que no nos aman, y lo va insistir la palabra de Dios durante toda la semana, vamos a escuchar que va a insistir en la perfección del amor.

Cuantas veces hemos sido testigo de cómo el perdón, dice el padre Emiliano Tardíz: El perdón a nuestros enemigos desencadena la acción salvífica de Dios. La oración que Dios nos enseñó dice claramente, perdónanos como nosotros perdonamos. Casi todas las veces que Jesús promete la eficacia de la oración y la respuesta de Dios a nuestras peticiones, las une y las hace depender del perdón.

Muchos piensan que perdonar es perder, y no nos damos cuenta que perder es ganar. Porque dios cuando perdonamos nos libera de nuestros odios, resentimientos, nos asemeja a Jesús que amó y perdonó a sus enemigos y nos abre al perdón y a la gracia de Dios, por eso cuando rezamos y pedimos por el que me está haciendo daño, no sólo rezo por el otro, estoy empezando a sanar yo.

Cuando escuchamos este evangelio no podemos dejar de pensar en el rencor que puede estar haciendo nido en nuestro corazón. Animate a mirar en el corazón si por allí no está haciendo algún nido el rencor. Y a veces nos podemos asustar, porque haya hecho casa el rencor.

El rencor no tiene que estar en el corazón. Ese recuerdo alimentado, aumentado del mal que me hicieron no puede tener lugar en un corazón que quiere estar con Dios. Enferma, y tienes seguro experiencia de esto. Por eso el Papa Benedicto XVI, hace ya un año, en el Jueves Santo, nos invitaba y nos llamaba a la purificación, para no dejar que el alma quede envenenada por el rencor.

La necesidad de la purificación interior como condición para vivir la comunión con Dios y con los hermanos. Cuando algo intoxica nuestra salud, rápidamente acudimos al médico y pedimos que nos cure, ni pensar cuando circunstancialmente, comemos o tomamos algo que nos está haciendo mucho daño.

Nos animamos en esta mirada hacia el corazón, tal vez a compartir alguna experiencia donde sentiste la alegría del perdón. Es importante compartir cuando experimentaste la alegría y la paz del corazón porque pudiste perdonar, sanar una herida. Porque tu alegría de perdón hace mucho bien a los hermanos que tal vez hoy estén  con este corazón, con el veneno del rencor, pero con una buena noticia, la de Jesús, que viene a sanar, a purificar, que viene a darte nueva vida. Animate a vivir en libertad, la libertad de los hijos de Dios.

La invitación que hoy nos hace la palabra, al Señor que nos habla de no vivir en el rencor, de no vivir en el deseo de venganza, podemos pensar que esto es aceptar así, sin más las injusticias sociales, esto es cerrar los ojos a todos los atentados que hay contra el derecho de la persona humana, callarse la boca, ser sordos, ciegos, mudo, no, ni Jesús, ni los cristianos, ni vos, ni yo podemos permanecer indiferentes ante la injusticia, tenemos que permanentemente denunciarla, tenemos que trabajar para que la injusticia no exista, lejos de nosotros pensar que esta palabra de Dios nos está invitando a decir bueno, quedate quieto, no importa, seguí poniendo la otra mejilla.

El mismo Jesús pide explicaciones en presencia del sumo sacerdote, cuando el guardia lo abofeteó, cuando estaba comenzando el camino de la pasión. El mismo Pablo con una estrategia particular, apeló al Cesar para escapar de la justicia demasiado parcial de los judíos. Lo que sí nos enseña Jesús, y creo que hoy lo tenemos que recordar y dejar que resuene en el corazón. Cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder al deseo de venganza, al contrario tenemos que saber vencer el mal con el amor.

Aquella actitud que por allí podemos descubrir, y ver en alguien a quién el mundo entero respeta y ama y tiene memoria por haber respondido siempre con la no violencia, te acuerdas de Gandhi. Pero tantas personas al intentar resolver los problemas del mundo, lo siguen haciendo a ejemplo de Jesús.

Este ejemplo supremo de su amor, Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que lo han llevado a la cruz, de pronto podemos descubrir algunos componentes que motivan que en nosotros, en nuestro corazón, vaya surgiendo el resentimiento, el rencor.

Tal vez podemos pensarlo, cuando tomamos la ofensa que nos hace de manera exageradamente personal, cuando culpamos al que nos ofende por nuestro sentimiento, los del corazón, cuando vamos creando y agrandando las historias de rencor, deja que Jesús sane tu corazón, pero ábreselo de par en par para que Él pueda seguir obrando, actuando. Revisa el corazón, descubre si hay un nido o un gran edificio de rencor, esto de ver si estoy dispuesto de devolver bien por mal, si estoy dispuesto a acompañar dos kilómetros al que me pidió uno, si estoy dispuesto a prestar fácilmente mis cosas al que me parece que lo merece, aún cuando a lo mejor no me lo pueda devolver. Le pedimos a Jesús que sane nuestro corazón.

La palabra de Dios ayuda a sanar, a perdonar.

Ponte a los pies de Jesús y entrégale el corazón, ese deseo de perdonar. Si es que lo buscas ya lo tienes, tendrá que irse sanando ese corazón herido.

Descubrir que enfrentar el mal es una carnada del demonio cuando nos quedamos en él, cuando nos pegamos en él, que no quiere que seamos felices ni que amemos.

Se perdona amando al que nos hace daño.