La Navidad, escuela de sencillez

viernes, 13 de diciembre de 2013
Pesebre

19/12/2014 – En su habitual espacio en “Palabras de Vida”, el P. Ángel Rossi centró su reflexión de preparación a la Navidad en la sencillez.

El sacerdote jesuita dijo que “el desafío de la Navidad es llegar con las puertas abiertas del corazón, que el niñito nos encuentre como estamos no como quisiéramos estar. Él viene para eso, para hacerse cargo de nuestra debilidad”.

La navidad es una escuela de sencillez. Como el ángel le dice a los ángeles “encontrarán a un niño envuelto en pañales”. El signo es bien sencillo y casi cotidiano. Para encontrar al niño se necesita una capacidad de descubrir la presencia escondida del Señor en las cosas simples. Pedimos la gracia de la sencillez en el modo de mirar, de juzgar y de vivir.

Ser sencillo está muy desvalorizado en nuestro tiempo. Muchas veces hablamos de sencillez para hablar de alguien que no tiene tantos dotes “es sencillo, pobrecito”. Dios es infinitamente sencillo. La sencillez se ha convertido en el diploma que hemos regalado a quienes carecen de títulos más valiosos. Es al revés, la sencillez es el culmen de la palabra. Una persona sencilla es alguien que se ha liberado los estorbos, diría San Ignacio, se ha ido desprendido de cosas inútiles y superfluas.

En el monacato antiguo la sencillez se consideraba la virtud más grande. El vértice de todo el itinerario del monje era llegar a ser sencillo. Solo las personas verdaderamente grandes logran a ser sencillas. La sencillez tiene su centro y su enganche en la interioridad del hombre; el no sencillo es frívolo. Una persona sencilla va al meollo, su mirada apunta a la escencia de las cosas.

Uno de los desafíos a la Navidad es revisar nuestros caminos de sencillez… qué cosas hay enturbiadas y necesitamos simplificar.

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Martín Descalzo cuenta el relato de un papá que cuando vuelve de trabajar se encuentra con su niñita chiquita armando el pesebre. Al llegar de la oficina se choca en el living con su hijita de 8 o 9 años armando el pesebre, y esta imagen lo interpela de tal manera que después lo escribe y lo toma Martín Descalzo.

 El papá, un hombre que vuelve del trabajo con mil enredos, mil dificultades, mil broncas y todo lo que implica un día arduo de trabajo, frente a ésta sencillez dice y escribe: “¿No será que pretendes decirnos Señor, que son ellos, los niños, los más grandes en el mundo? ¿No será que intentas explicarnos que un niño es más que un hombre porque su carne todavía huele a tus manos, a sencillez?. Se que tú estás en ella mucho más que en nosotros, se que su risa huele aún a paraíso, se que vive en su ojos la luz de tu pureza. Contemplándola pienso en mi corazón envejecido y descubro qué enormes montañas de cansancio va acumulando el tiempo sobre el alma del hombre, y me pregunto a mí mismo en qué esquina del tiempo perdí yo mi alegría.

 Por eso ante al pesebre, hoy quisiera rezarte más por mí que por ella, rezar por cuántos hemos perdido la alegría, por quienes no cabemos por la puerta pequeña que conduce a tu reino.

Te suplico Señor, que la conserves a ella tan niña como es, que no crezca entre luchas como he crecido yo, y que se vuelva limpio mi coprazón como lo es el suyo. Que cuides de sus pequeñas manos que hoy tocan temblorosas las imágenes de nuestro pesebre, para que siga siempre tocando así las cosas de la vida. Que conseves su gozo, que detengas los años, que crezca como Tú, sin dejar de ser niña. Y que su vida entera sea fresca y alegre como este tierno niño ante el que hoy rezamos”

 Creo que esta escena de tanta sencillez es un signo, de como muchas veces la sencillez, puede ser para nosotros de gran interpelación y un llamado a simplificar y allanar las zonas tortuosas del corazón. Que este sea uno de los trabajitos que nos animeamos a emprender o a continuar en este tiempo de adviento.

 

Padre Ángel Rossi

Material tomado de archivo  13/12/2013