La ofrenda de la viuda

martes, 9 de diciembre de 2008
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Después, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.  Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo:  “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir”.

Lucas 21, 1 – 4

Esto le pasó a Jesús en el templo, y no sólo le pasó en ese momento esto, sino que esto estaba antecedido por gestos que llevaron a Jesús también a tomar de la situación la oportunidad de dejar una verdadera enseñanza. El magisterio de Jesús pasa por la vida, por lo que se es y también por lo que se hace. Pero a partir de lo que se es, aquí, Jesús rescata la profundidad del ser y destaca como Dios mira profundo y mira siempre adentro, y cómo vivir de la fe, implica vivir de eso profundo que Dios a puesto en nuestro corazón.

La palabra antes de que comience el final de capítulo 20 de Lucas dice: “mientras todo el pueblo estaba escuchándole, dijo a sus discípulos: cuídense de los maestros de la ley, a quienes les gusta pasearse lujosamente vestidos y desean ser saludados por la calle, buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros asientos en los banquetes.

Estos que devoran los bienes de las viudas, con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso”. La preocupación de Jesús y la advertencia, cuídense del maligno, del mal, de los hijos de las tinieblas. Estar atentos, ser hijos de la luz. Jesús está un poco molesto, pero no por una rebeldía social, digamos, nosotros tenemos muchas rebeldías sociales, me da bronca que le levanten el sueldo a tal sector de la sociedad y a este otro no, me da bronca que los docentes hagan paro, que los políticos tomen tales decisiones, tantas cosas nos revelan que parten de la injusticia. A Jesús, parece que hay cosas profundas que lo revelan.

La gran mirada de Jesús está puesta en el corazón humano. Yo quiero compartir con ustedes mi sentir que ha nacido este sentir de la oración en el encuentro con el Señor y la palabra en esta mañana. A mí me parece que realmente lo importante está en nuestro mundo interior, y que nosotros tenemos demasiadas situaciones que nos llevan a vivir desde afuera, que vivamos extrovertidos, extrapolados, saliendo de nosotros mismos. Lo propio de la vida espiritual es la intimidad, no el intimismo. Vamos a hacer una apreciación de sentido común, de sentido práctico. Intimidad es lo que lleva a la persona a tener razones adentro, y apoyarse así, para dar los pasos hacia afuera.

Es lo que hace que la persona tenga una profunda experiencia y mucho sentido de la vida, y descubra allí el sentido de su vida.  Es lo que la persona hace que tenga su sentido de pertenencia, su ser comprendido, abarcado, teniéndose con una misión. Es la experiencia de ser apacentado y saberse cierto y seguro. No saber todo pero saberse en el camino, y saber escuchar un llamado y aceptarlo. En la intimidad se produce todo esto, el sentido de la pertenencia.

El intimismo es una palabra parecida a la palabra intimidad, pero como experiencia es radicalmente opuesta a la intimidad. El intimismo es lo que anula la capacidad de la escucha, la percepción y es la que cierra a la persona en su propio egoísmo, tiene miedo de la vida y entonces se aísla. Busca seguridades, estructuras religiosas, de todo tipo de seguridades, p