La ofrenda un camino de cielo

lunes, 25 de noviembre de 2019
image_pdfimage_print

 

Camino de consagración a María (Día 12)

 

25/11/2019 – Lunes de la trigésima cuarta semana del tiempo ordinario

Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, ha
y dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda dado más que nadie.
Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir.”

San Lucas 21,1-4.

La ofrenda de la viuda nos invita a hacer de la vida un camino de ofrenda. Esto es lo que ocurre cuando en Dios nos entregamos nosotros en sencillos actos de ofrenda y amor en profunda comunión con El y los hermanos a los que somos invitados a amar dando lo que tenemos y lo que somos. Se abre un camino. Un camino de cielo, un camino de eternidad como el misterio trinitario se va haciendo eterno porque es un acto de ofrenda en la comunión donde las personas se entregan sin reservas. El hombre, vos y yo, solamente somos fieles a la imagen de Dios que hay en cada uno de nosotros cuando no dejamos de entregarnos como lo hacen ellos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vivir la vida en clave de ofrenda es posible si hay un amor que la impulsa, motiva y sostiene.

Ese amor siempre tiene un rostro concreto en donde la ofrenda de la vida creyente va yendo hasta donde Dios nos guía, se refleja en un contexto, en una geografía, en historias, en rostros de hermanos con los que compartimos el camino. Ahí es donde somos invitados a darlo todo silenciosa, profunda e intensamente a dar la vida, a entregarnos sin reservas a ofrendar la existencia con la certeza de que ese es el lugar desde donde se construye lo de todos los días.

Dios nos regale la gracia de hacer de nuestra vida una ofrenda de eternidad movidos desde aquel lugar desde donde el cielo se nos acerca y las tres personas: el Padre, Hijo y Espíritu Santo ofrendándose eternamente una a otra nos impulsa en esa dinámica y esa corriente a entregar la vida. Quizás estés pensando pero a mi no me sale, es una gracia de Dios que hay que pedir. Esto de dar y darse, de dar la vida como Jesús hasta el extremo tiene mucho que ver con la cosa nuestra de todos los días en comunión con Jesús y dejando que nuestra vida toda en las cosas más simples y sencillas en lo cotidiano sean tomadas por el Señor.

El Señor todo lo multiplica. La vida de todos los días transcurre y en el silencio vos estás haciendo que las cosas sean distintas. Tal vez no tengas tanto registro del sentido, del significado, la importancia que tiene tu estar en la oficina, tu servicio como barrendero en la calle. Todo esto tiene un carácter eterno, tiene un sentido de eternidad si lo vivimos en Dios y nos damos cuenta del valor que tiene la ofrenda y la entrega cuando estamos en comunión con El por la gracia del amor.

Se trata de amar hasta olvidarse uno de sí mismo por los demás, de darse por entero para entrar en comunión con los demás, para enriquecerlos y hacer posible que la acción de Dios dé en ellos sus frutos.

¿Quién no ha oído hablar de la Madre Teresa de Calcuta? Siendo aun muy joven, se consagró al Señor y se fue a la India, una tierra de todos conocida por la gran miseria que mata cada año a millones de habitantes. Una vez allí, quedó todavía más impresionada por los millones de personas que morían por año en la calle en la más absoluta pobreza. Y no le bastó con haber dejado su patria, con indianizarse, iniciándose en las costumbres y en la lengua, con adquirir la nacionalidad india para acercarse más aquella gente para llevarlas a Dios. Necesitaba además permiso de sus superioras para ir a vivir entre ellos, trabajar como ellos, alimentarse como ellos, para darles la prueba suprema de su amor.

Y su ejemplo arrastró tras sus huellas, a imitación suya, a otras almas, decididas a dar dándose por entero, sirviendo a los pobres y a los desvalidos asemejándose a ellos. Su convento se convirtió en hospital, en hogar donde los pobres tienen todos los derechos: derecho de entrar, de alimentarse, de ser servidos y cuidados, asistidos en la hora de la muerte.

Esa mujer pobre y humilde sólo conoció una palabra, la de la bondad, que conmueve los corazones porque sale de un corazón abrasado de bondad y de amor.

Catequesis completa