La omisión del bien es un mal

lunes, 10 de septiembre de 2007
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Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: “Levántate y quédate de pie delante de todos”. El se levantó y permaneció de pie. Luego les dijo: “Yo les pregunto ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?”. Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre “Extiende tu mano”. El la extendió y su mano quedó sana. Pero ellos se enfurecieron y deliberaban entre sí para ver qué podrían hacer contra Jesús.

Lucas 6, 6 – 11

Nos dice el evangelio de Lucas que era un sábado, otro sábado más en el que Jesús entra en la sinagoga y se pone a enseñar. Era un sábado, y era otro sábado porque Jesús no hace más que lo que habitualmente hacía y había aprendido desde niño y eso que en Lucas se subraya de manera muy particular, lo marca, esa costumbre de Jesús, esa fidelidad al templo; cada sábado Jesús asistía a la reunión de la plegaria para compartir la oración y la Palabra.

En esta oportunidad y en el marco también de Jesús observado porque estaba hablando sobre algunas de las realidades sobre las cuales, sobre todos los escribas y los fariseos, habían hecho como absolutas. Aquí había un hombre que tenía el brazo derecho con dificultad, atrofiado. Los escribas y los fariseos estaban al asecho para ver si curaba en sábado y encontrar de qué acusarlo. Y Jesús conoce sus pensamientos.

Muchas veces los evangelistas nos hablan que Jesús era un gran conocedor del corazón humano. Esto era en El un don divino pero que por razón de su encarnación se expresa también en esa mirada aguda en lo que va pasando a su alrededor.

Humanamente eso viene de una atención al otro, de una capacidad de ponerse en el lugar de los otros. Y este Jesús nos quiere hacer ver ahora que Dios es misericordioso, pero para que se contagie, no para que aprendamos algo lindo, algo armado, algo que lo podamos repetir de memoria como solemos decir. Dios es Misericordia, y lo es no solo conmigo, con mis pecados, con mis limitaciones, con mis debilidades, con mis problemas, sino que ese Dios que es amor, ese Dios que es Misericordia también quiere que lo seamos nosotros para con los demás.

Yo también tengo que ser imagen para mi hermano, de la misericordia de Dios. Partamos de que el texto no nos dice que le pidieran un milagro, Jesús actuó ante la necesidad. Nadie se acercó, como en otras oportunidades postrándose al frente, pidiendo el signo, pidiendo el milagro.

Pero Jesús antes los va a llevar al límite. Pone a este hombre de la mano paralizada en medio de ellos para ver si alguien reacciona haciendo algo por el. Como nadie hace nada por este pobre hombre, que no podía hacer nada, que no podía trabajar, que vivía de la limosna, Jesús se va a Jugar por él y hace esta pregunta, hace la consulta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o acabar con ella?

Tratemos de comprender bien lo que se juzga de esa pregunta. Los fariseos tenían un total sentido del honor de Dios que era preciso cuidar, era su gloria, la Gloria de Dios ante todo, la Gloria de Dios absoluta y el descanso obligatorio del sábado tenía ese sentido, el descanso de Dios ante la obra creadora tenía que ser respetado al extremo.

Su gloria primero. Jesús no viene a discutir ese sentido de la gloria de Dios, no se los viene a cuestionar, pero en lugar de considerarla una mera observancia de la Ley, va hasta el fondo de la razón que justifica el sábado, entiende que la Gloria de Dios es exaltada en primer lugar por el bien que se hace al necesitado, que se hace al desgraciado, a aquél que necesita, a aquél que está solo, a aquél que está fuera del sistema, como lo era este hombre.

Por eso, la Gloria de Dios que entiende Jesús debe vivirse el día sábado, es la gloria por la vida salvada a alguien. No la gloria simplemente vivida por el precepto. Se contraviene a una tradición y no es para ir contra este sábado. Qué difícil se hace para los fariseos y los escribas descubrir que Jesús quiere honrar el sábado en profundidad, liberar a un pobre enfermo de su mal. Este es para Jesús su modo más verdadero de santificar el día del Señor, mucho más verdadero que dejar a un hombre en el sufrimiento por el pretendido honor a Dios.

Volvemos a la pregunta de Jesús con este hombre enfermo, con este hombre en medio del grupo de gente que está en la sinagoga. ¿Es lícito en sábado hacer el bien o es necesario hacer el mal?

La omisión del bien es un mal, sí, la omisión del bien es un mal. ¿Quién querrá decir que la ley del sábado prohíba que se haga el bien y exija que se haga el mal? No hay duda que Jesús con su mirada aguda ante la realidad, con su mirada profunda del corazón de estos hombres que está espiando, lo ha hecho caer nuevamente en la trampa: ¿Acaso la ley del sábado prohíbe que se haga el bien?, ¿acaso hay alguna ley entre los hombres que pueda prohibir en nombre de Dios hacer el bien?

Jesús reestablece el verdadero sentido del sábado, día en el que se disfrute y proporcione alegría a los demás. A mí hay algunas palabras de este texto que hoy particularmente me resuenan al oído después de tantas veces escucharlo, después de tantas veces escuchar como a Jesús lo van a cuestionar por la actividad que llevaba a cabo el día sábado con sus discípulos, se acuerdan, cuando arrancaban espigas para alimentarse el día sábado, pero después de tantas veces escucharlo, siempre el Señor tiene algo nuevo.

A Jesús lo están espiando para ver si se equivoca, si hace algo malo, y me hace acordar como tantas veces también yo estoy en la misma, mirando medio escondido para ver si el otro, si el que está cercano, lo que es peor aún, le pase algo que lo muestre vulnerable, que lo muestre débil, que lo muestre pecador, traicionando la ley de Dios.

Qué actitud tan fea la de los escribas y de los fariseos de la que a veces nosotros también nos hacemos cargo, la de estar mirando, estar espiando permanentemente al otro. Jesús, que conoce las intenciones, que sabe mirar el corazón, los pone ahora ante una disyuntiva: hacer el bien, que dejar de hacerlo es sinónimo de mal, y queda claro que si no se hace el bien se hace el mal.

Y por último, lo que me sigue resonando, es la importancia del sábado para el judío y para el mismo Jesús y la importancia del día domingo que hoy ocupa su lugar porque fue superado por el día del resucitado, por aquél día primero de la semana, de madrugada, cuando encuentran el sepulcro vacío.

Aquél primer día de la semana al anochecer cuando estaban encerrados por temor a los judíos, el día domingo, día del Señor. Por eso es importante ver el sábado, para los escribas y para los fariseos, también a la luz de nuestro domingo, día del Señor, día del Descanso.

Por eso te invito a pensar estas palabras, a dejarlas que también resuenen en tu corazón y que te animes también a compartirlas con aquél que tienes a tu lado, con aquél con quién hoy te vas a encontrar, y por qué no compartir también con nosotros lo que hoy resuena en tus oídos en la Palabra, tan sencilla pero tan eficaz, tan real, tan viva, tan presente.

Jesús siempre tiene estas actitudes, nos pone al límite para que no tengamos excusas, no podamos decir “no lo vi, no lo sentí, no experimenté esa misericordia de Jesús”. Ese poner al límite que había experimentado también en la última cena también el mismo Judas cuando tantas veces le ofreció la posibilidad de que se de cuenta de cuán grande era el amor en el corazón de Jesús.

Pero volvamos a nuestro hombre. Podríamos llamar a nuestro pobre hombre, enfermo, sin ayuda de nadie, y lo puso allí en medio de ellos. En medio de “ellos”, está hablando de alguien en particular, los escribas y los fariseos, los que conocían muy bien la ley, conocían muy bien la Palabra, expertos en religión. Hoy me lo pone delante de mí, que también nosotros nos consideramos tantas veces expertos en las cosas de Dios.

¿Qué es lo que está permitido en sábado, hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar una vida o acabar con ella? Si no hago el bien estoy haciendo el mal. Esta es la conclusión que nos deja muy claro Jesús. Muy poquitas palabras pero cuánta profundidad. Es que viendo a alguien que me necesita, paso de largo, no miro, y no me detengo porque tengo muchas cosas, no es nada nuevo.

¿No te hace acordar la parábola del buen samaritano? Fue pasando un levita, un sacerdote, iban apurados porque tenían muchas cosas y no podían complicarse la vida por este hombre medio muerto, fue el buen samaritano, aquél hombre que paro, que vió la necesidad, que hizo el bien. Es que si no hacemos el bien estamos ante un pecado al amor de Dios, que no siempre tenemos en cuenta en nuestra vida.

Y tantas veces, sobre todo a la hora de revisar nuestra conciencia, cuando nos ponemos a revisar nuestra vida, cuando queremos hacer un balance, cuando queremos revisarla a la luz de la misericordia de Dios que nos permite e invita a hacer el bien por sobre todo. Es que tenemos que mirar nuestra conciencia por ese bien que dejamos de hacer que no es otro que el pecado de omisión, que son los pecados cometidos por los que no hicieron ningún mal, más que el mal de no atreverse a hacer el bien que estaba a su alcance.

Es medio rara esa definición ¿verdad? es que cuántas veces nos escuchamos a nosotros mismos y escuchamos a otros con palabras tantas veces de alegría y reconocerse buenos diciendo yo no hago ningún mal. Es que allí no termina la vida del cristiano; no solamente no tenemos que hacer ningún mal, tenemos que hacer el bien, eso dice Jesús hoy en el Evangelio.

El error de creer que como tenemos la meta de nuestra vida en la eternidad no tenemos que trabajar por las cosas de la tierra, que no nos tenemos que comprometer con nada, que tenemos que mirar el cielo, y es verdad, es nuestro destino final, pero, te acordás en el momento de la Ascensión a los cielos de Jesús, te acordás en los Hechos de los Apóstoles aquellas palabras que los ángeles dicen a los apóstoles que están mirando al cielo: “¿Por qué miran hacia arriba?

 Claro, miramos hacia el cielo y esperamos a Jesús, y un día esperamos salir a su encuentro, pero mientras tanto tenemos que mirar a nuestro lado. Mientras tanto tenemos que bajar la mirada para descubrir que al lado nuestro hay alguien con quien tenemos que comprometer nuestra vida y nuestro amor.

Tampoco esto es para desesperarnos pero sí para tener en cuenta y nos ayudará entonces a revisar nuestra vida y todos nuestros días con la luz de lo que son las obras de misericordia. Estas obras de misericordia que están allí en el capítulo 25 del evangelio de Mateo que no es otra cosa que el amor al hermano.

Ellas te ayudan a no equivocar el camino, a no mirar para otro lado a pesar de estar o de tener al frente al necesitado como lo fue para los escribas y los fariseos tener presente a un hombre enfermo. Qué hermoso, que bello el saber que Dios no se queda en esto que es nuestro pecado sino que es misericordia pura.

Que lindo pensarlo para mi vida, para tu vida, para esta que estamos caminando. ¿Cómo estoy prestando atención al hermano que me necesita, a aquél que está a mi lado, aquél a quien me encuentro todos los días, aquél en quien, si estoy atento, lo puedo descubrir siempre necesitado?  

¿Te acordás de las obras de misericordia, de estas que nos permiten hacer el bien y hacerlo permanentemente? Aquellas que aprendimos en la catequesis? Las obras de misericordia que distinguíamos entre corporales y espirituales. Darle de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir a los desnudos, visitar a los enfermos, asistir al preso, dar posada al caminante, sepultar a los muertos, enseñar al que no sabe, dar el buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar la injuria que te hagan, consolar al que está afligido, tolerar los defectos del prójimo, hacer oración por los difuntos.

Qué hermosa lista pero cuánto que nos complica ¿verdad? porque si teniendo en cuenta la mirada en el cielo, hacia donde vamos, y un día esperamos encontrarnos con Dios misericordia, miramos al costado, vamos a ver a tantos a quienes podemos aplicar la ley del amor: “hacer el bien siempre”.

Para ver al hermano necesitado, para vivir esas obras de misericordia, tenemos que también imitar a Jesús, leyó el corazón, vió la necesidad del hombre que no había pedido nada pero quizá lo habrá estado pensando, lo podemos imaginar, estaba frente al Maestro, ante aquél que se hacía famoso por los milagros.

Nos pasa, cuando estamos pensando en algo que nos falta y el que está al lado lo tiene y no te animás a pedirlo, tal vez este hombre estaba así y Jesús vió la necesidad del hombre, la vió y la sintió, la experimentó. Jesús también leyó el pensamiento de sus acusadores y vió sus malas intenciones, lo estaban espiando.

Qué interesante, mientras resuena esta actitud de Jesús, también revisar como está mi mirada con el hermano, en casa preguntarme si se me adelantar a lo que necesitan los otros, esa expresión que a veces tenemos, ganar de mano, adelantarnos, llegar primero, antes de que abran la boca pidiendo auxilio.

Esto de tener la mirada puesta para con el hermano, para ver más allá de lo que ver nuestros ojos, para ver el corazón, lo mismo lo podemos vivir en el trabajo, en la calle; que delicadeza la del que nos ubica si estamos cansados, si estamos nerviosos, si estamos un poco deprimidos o tristes. Es lindo cuando el otro descubre como estoy, es lindo cuando descubro en el otro una mirada preocupada por mí.

Signo de que tenemos que prestar más atención es también el no darnos cuenta de lo que el otro necesita, o darnos cuenta solamente cuando el otro grita, cuando se manifiesta, y cuánto tenemos que aprender de Jesús en este tiempo.

Cuántos gritos hay en la sociedad, cuantos gritos de violencia, cuantos gritos de falta de amor, cuántos gritos de cultura de muerte que vemos a nuestro alrededor y a veces no nos damos cuenta hasta que nos pasan las cosas, o no nos damos cuenta hasta que aquel que está sufriendo de manera distinta y hasta a veces de manera mucho más dolorosa que este hombre que se veía exteriormente que tenía una necesidad concreta, cuánto dolor causa cuando tenemos que escuchar el grito desesperado que a veces hasta llegamos un poco tarde. Adelantarme a la necesidad de los hermanos como se adelantó Jesús y como se adelanta a nosotros.

Te habrá pasado muchas veces que estás pensando en una necesidad, en un problema, en una situación, en una dificultad, estás pensando como superar este o aquél conflicto y en cuanto te diste cuenta Dios te ganó de mano, te lo resolvió, te lo mostró y te dio la gracia, y es allí donde con alegría descubrimos esta providencia de Dios, pero también yo puedo ser providencia para los hermanos, yo puedo adelantarme.

Tal vez tengas alguna experiencia bien cerca de esto de haber sido descubierto en una necesidad y que te haya salido al encuentro algún hermano o algún familiar para auxiliarte. En esos momentos te sentís más cerca de Dios, y si lo sentís a él cercano ¿por qué no compartirlo? Si tenés alguna experiencia de este Dios que se adelantó, pero que se adelantó con un instrumento concreto, el de alguien al lado tuyo, ¿por qué no decirlo? a lo mejor ayuda a otro que nos está acompañando. No sólo hay que mirar el corazón necesitado del otro sino después hacer el bien.

Lucas, en su evangelio, y también  lo hace Marcos, nos presenta en este episodio de la curación del hombre de la mano seca, en el día sábado; y uno y otro lo sitúan en el cuadro de las polémicas suscitadas por la enseñanza de este joven maestro, de Jesús, sobre las insistencias por allí enfermas de la religión, reglas en las purezas en las comidas, del ayuno, del reposo sabatino. Todo este capítulo 6 del evangelio de Lucas está preparado por esto, en primer lugar Jesús que se va a sentar a la mesa de los pecadores, y esto ya comienza a preocupar e inquietar a los escribas y fariseos.

El que acababa de invitarlo a seguirlo de cerca de Mateo y por eso comienza la discusión sobre el ayuno, sobre el sábado, sobre el alimentarse aún en día sábado, aquello de arrancar las espigas en el campo mientras Jesús va cruzando con sus discípulos. Sin embargo Lucas no se detiene mucho en esto. En la época del Señor, el ejercicio de la medicina y los cuidados personales estaban estrictamente anulados el día sábado; más valía que sufriera el enfermo antes que el honor de Dios, comprendiendo que la gloria de Dios está servida en primer lugar hacia los infelices, los que nos necesitan.

Suena feo decir infelices pero el infeliz es aquél que no tiene felicidad y este hombre era uno de ellos porque no podía hacer nada por su cuenta. Jesús no duda en practicar la honra en día sábado, el honor a Dios, la gloria a Dios a través del amor, a través del estar atento de lo que necesita el otro, de lo que necesitaba este hombre. Y hoy para nosotros hay un día que habla de la nueva creación, es el día después de la Pascua, este que recordábamos hace un momento, el primero de la semana.

De madrugada, cuando fueron al sepulcro, por la noche, a la tardecita cuando se aparece y se pone en medio de ellos, cuando camina con los discípulos de Emaús, cuando se hace presente al partir el pan, también cuando no estaba Tomás y le costó tener que esperar otro domingo de la semana para compartir la alegría del resucitado.

El que hoy es el gran día, el que tenemos nosotros los cristianos para honrar la gloria de Dios en Jesús, muerto pero resucitado, vida nuestra y vida de El, el día domingo, día del Señor, que también es un día para compartir en familia y para vivirlo intensamente, y al domingo también corremos el riesgo de vivirlo jurídicamente, de ley solamente, en vez de alegrarnos porque en el día domingo nos reunimos para celebrar la fe comunitariamente, para compartirla, para tomarnos nuestro tiempo también de mirar distinto, de mirar tranquilos, de mirar pausados, de mirar de corazón a corazón, pero hoy también a veces nos pasa y nos pasa a todos, hasta nos pasa a los curas, podemos quedarnos solamente en la obligación del precepto, del cumplir con una ley, y por eso, cuanto antes la cumpla, cuanto antes quite de mi camino el precepto mejor.

Hay que conjugar siempre la caridad fraterna, el amor, con el cumplimiento de la ley. Jesús va a la sinagoga, y va todos los sábados como todos los judíos piadosos; desde niño lo había visto, desde joven lo había aprendido y lo había vivido, pero estando en la sinagoga, estando en este ambiente tan sacro, tan de presencia de Dios, se siente después en plena libertad para hacer el bien aún cuando le traerá problemas.

El domingo, el día del Señor, el día en que los cristianos debemos rezar, celebrar, participar, compartir la eucaristía y a la vez, precisamente este día, el domingo, es el día para mostrarnos fraternos y sanantes como se mostró Jesús con este hombre, tal vez porque estamos más tranquilos, porque podemos descansar un poco, porque podemos cambiar la actividad que llevamos adelante todos los días, podamos tener detalles de calidad y de buen corazón con las personas que nos son cercanas aún cuando no se nos pida, aún cuando sabemos, sin necesidad de que nos lo digan, que necesitan de nuestro interés y de nuestro cariño.

El domingo, el día del Señor, el día en que nos reunimos a celebrar la Eucaristía, como antaño se reunían para escuchar la Palabra y celebrar el día del Señor, el día sábado, hoy también nosotros tenemos que vivirlo para esto, para compartir. Habrás escuchado muchas veces y te habrá pasado otras tantas que el día domingo es “aburrido” y hasta por allí algunos se animan a estudiar esta dificultad como día domingo como el día en que hasta nos deprime porque se acaba el descanso y comienza la semana, cuánta falta de Dios hay en este corazón nuestro, cuántas cosas podemos hacer el día domingo, día del Señor, día de la caridad.

Estamos apurados siempre apurados y eso no nos permite ver a nuestro lado lo que nos pasa y en el día domingo tenemos esta oportunidad, por eso yo te invito a que lo pienses y que resuene en tu corazón y te animes a compartir tu actividad del día domingo que seguro tu compartir nos ayuda a todos.

Seguro nos va a dar a nosotros la posibilidad de ser creativos, de revisar que es lo que hacemos, como lo aprovechamos, como lo vivimos al día domingo. Cuánto dolor produce al corazón, y cuánto dolor, como sacerdotes, nos produce tantas veces el ver como este tiempo moderno ha hecho de este domingo un día en el que la familia no fácilmente se puede reunir, y es que por allí los chicos se acuestan tarde y es difícil al medio día tener esta imagen de nuestros abuelos, estas casas paternas en las que la mesa del domingo está rodeada por la familia toda. 

Juan Pablo II en el año 1998 nos dejaba una carta apostólica sobre la santificación del domingo: “El día del Señor desde los tiempos apostólicos”. Recortar que el precepto de la misa dominical quedaría vacío si no lo llenamos con gestos concretos de amor al otro, y si ese otro está abandonado mucho mejor, mucho más evidente que el precepto de la misa dominical no quedó meramente en una ley jurídica, no quedó meramente en algo que nos enseñaron y aprendimos en la catequesis, nos enseñaron y aprendimos algunos, gracias a Dios, en nuestras casas: “hay que ir a misa el día domingo, hay que participar, hay que compartir la fe, hay que celebrarla en comunidad, pero también es para tener gestos concretos de amor al otro.

Tampoco nos debería dejar mal cuando para atender una necesidad de caridad, cuando no hay otra forma de participar de la misa, cuánto nos cuesta a veces en el diálogo personal a los sacerdotes hacer entender, comprender esta realidad, hay domingos donde el altar no es una mesa adornada con flores y con un lindo mantel, con luces, con velas, con cantos, sino que ese altar es la cama del enfermo que me necesita y que no lo puedo dejar un ratito sólo.

También ese es tu altar, también el día domingo allí celebraste la eucaristía, porque así como en el altar participaste de la misa y lo viste adornado y celebrativo, también podemos participar de ese mismo altar donde se hacía presente el cuerpo y la sangre de Jesús en la eucaristía, pero tantas veces ese cuerpo, esa presencia de Jesús, toma el rostro del enfermo, del anciano, del que no se puede mover de su cama y vos y yo ahí al lado compartiendo esa realidad.

Qué lindo descubrir esta realidad también del domingo cuando por esos motivos no te podes acercar al altar, cuándo por ese motivo lo tenés que ofrecer también con dolor el no poder acercarte en comunidad porque tenés a alguien cercano que te necesita y no lo podés dejar.

Compartimos el día domingo, día del Señor, día del reposo, día del encuentro, día de la celebración, y Juan Pablo II, en el año 1998, cuando nos dejaba esta Carta apostólica sobre el día domingo, marcaba cuatro ejes, para compartirlos, para tenerlos en cuenta, para reflexionarlos, por allí para que te detengas después durante la jornada a pensar.

El día domingo, como día del Señor, así fue llamado desde la antigüedad, no es el fin de semana como hoy a veces lo llamamos, no es el día en el que uno aprovecha para desenchufarse de las actividades, el día domingo debe ser una verdadera santificación del día del Señor para cada uno de nosotros los cristianos, no sólo tiempo de descanso, sino justamente día para santificar el día del Señor resucitado.

Es el día del descanso que sirve para ser de bendición y santificarlo, bendecido y santificado por Dios y si es bendecido y santificado es porque ha sido separado de los otros días para ser, entre todos los días de la semana, el día de El, el día del Señor. Es el día del Señor resucitado, es el día del don del Espíritu, celebramos el domingo por la venerable resurrección de nuestro Señor Jesucristo, no sólo en Pascua sino cada semana, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, y es también el día de la Iglesia: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”.

Esta promesa de Cristo sigue siendo hoy escuchada en la Iglesia como ese secreto fecundo de la vida, fuente de esperanza para cada uno de nosotros que somos miembros parte de este cuerpo que es la Iglesia. Y por último, también nos decía Juan Pablo II, el día de la alegría, del descanso y de la solidaridad, día para hacer fiesta, día del descanso en familia.

Gracias a Dios hoy escuchamos cada vez con más fuerza, pero tenemos también que seguir hablándolo, tenemos que dar el paso de hacer posible que el día domingo sea un día donde no se trabaje, donde podamos estar todos en casa, donde podamos compartir en familia, donde podemos ver comunidades en donde se puede vivir esto y se respeta el día.

Que lindo y que alentador para aquellos que tienen en sus manos la posibilidad de decidir y que tienen a su cargo también personas, decidir que esas personas puedan tener un día en el cuál se pueda vivir en familia porque los chicos no están en la escuela, están en casa, y porque papá y mamá no tienen que trabajar, pero es también el día para dedicarse a las obras y actividades de misericordia, de caridad, del apostolado, hacer algo por el otro.

Cuánto podríamos decir del domingo y cuántas cosas estoy seguro podríamos compartir. Pero nos quedamos aquí pensando en nuestro domingo, pensando en nuestro día de celebración, pensando en nuestro día de compartir la fe, pensando en nuestro día de descanso, y te lo propongo también con esta mirada puesta en Jesús, en el evangelio de este día, curando a este hombre que tenía una mano paralizada, curando a este hombre en día sábado, haciendo el bien en todo momento.

Animate a pensar tu domingo, animate a pensar el día del Señor, y animate a pensar, aún cuando hoy sea lunes, en el próximo domingo, donde estas llamado a hacer el bien, a donde estas llamado a no dejar que la omisión pase de largo sino que tu corazón, como el corazón de Jesús, vea la necesidad del hermano.