La oración de María

miércoles, 30 de noviembre de 2011
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Oración

“Aquí estamos en tu presencia, Santo Espíritu, Señor nuestro. Míranos cautivos bajo el peso del pecado pero reunidos hoy en tu nombre. Ven a nosotros, quédate con nosotros, entra en nuestros corazones a mover lo que debemos hacer. Muéstranos hacia donde debemos caminar. Lleva a su plenitud lo que debemos realizar. Tú solo se nuestro inspirador, sólo tú el autor de nuestros juicios. Tu que con Dios el Padre y con su Hijo posees el nombre glorioso. No permitas que pongamos obstáculos a tu justicia. Tú que amas por encima de todo lo que es recto. Que la ignorancia no nos lleve a actuar mal. Que los privilegios no  nos lleven a claudicar. Que ningún regalo, ninguna preferencia de personas nos deje corromper. Que reunidos en tu nombre y guiados por nuestro cariño hacia ti nuestro juicio no se aparte del tuyo para que recibamos en el mundo futuro la recompensa a las acciones bien hechas. Por Cristo nuestro Señor, Amén.”

 

Amigos y amigas, ayer cuando meditábamos sobre el sí de María lo iluminábamos con el evangelio de la Anunciación, Lucas 1. Este don del sí de María abre la puerta a esta otra actitud cristiana que es la oración de contemplación, porque aquello que se recibe como gracia, como lo recibió María en la anunciación, necesita desde el alma y el corazón, ser meditado, guardado, conservado. Por eso hoy vamos a compartir, también del evangelio de Lucas 2, 46-52.

 

“Al tercer día lo hallaron en el templo en medio de los doctores de la Ley escuchándolos y haciéndoles preguntas, y todos los que lo oían estaban asombrados por su inteligencia y sus respuestas. Al verlo sus padres quedaron maravillados, y su Madre le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Jesús les respondió: ¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazareth y vivía sujeto a ellos. Su Madre conservaba todas estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, en gracia, delante de Dios y de los hombres”. Lucas 2, 46-52.

 

Consigna: Al compartir ayer el sí de María en el pasaje del evangelio de la Anunciación, hemos descubierto la riqueza de esta disponibilidad de María que nos ayuda también a nosotros a ser disponibles. Y la consigna que nos vamos a proponer en este día para profundizar en María, en su ser maestra de contemplación, va a ser poder preguntarnos ¿qué te ayuda, cómo te ayuda Santa María en tu vida de oración, de espiritualidad? ¿Qué descubres en ella que te ayuda a orar, a contemplar, el modo en el que Dios se acerca a tu vida?

 

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Apostólica Lumen Gentium, en el capítulo 8 cuando habla de la Virgen María, en este documento, habla sobre el misterio de la Iglesia y dedica este capítulo especial a la Virgen. Ayer hemos leído lo que hacía referencia a la Anunciación e inmediatamente en el número 57 hace referencia a este don de María, que guardó estas cosas en su corazón. En este documento conciliar dice: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación, se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta “bienaventurada” a causa de su fe, en la salvación prometida, a la vez que el precursor saltó de gozo en el seno de su madre. Y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios llena de gozo presentó a los pastores y a los magos a su hijo primogénito, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal. Y cuando, hecha la ofrenda propia de los pobres, los presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre, y para que se descubran los pensamientos de muchos corazones y finaliza diciendo el documento conciliar: “después de haber perdido al Niño Jesús y de haber andado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo ocupado de las cosas de su Padre. Pero no entendieron la respuesta del hijo, pero su madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo”. En este hermoso texto del Concilio Vaticano II se ha destacado aquellos momentos en la vida de María en la que fue necesario que su sí se hiciera motivo de contemplación, de guardarlo en el corazón para meditarlo, para rumiarlo, para masticarlo, y precisamente cada momento del evangelio donde aparece María es un momento y un motivo para que la Virgen sea contemplativa. Sabemos que en las Sagradas Escrituras, en los evangelios, la presencia de María en el escrito, no es de una forma fabulosa o estruendosa, bien sabemos que esa presencia de María está sujeta a su hijo, parece como la mujer sencilla y simple, sin buscar espectacularidades, sin buscar protagonismos. Pero precisamente en los momentos en que ella aparece, inmediatamente se asocia ese hecho a un motivo para que ella en el corazón lo guardara y pudiera meditarlo, pudiera conservarlo con esta actitud que vamos a reflexionar ahora, qué significa la contemplación, es esa oración que me hace gustar, meditar, pensar, poner en la presencia de Dios lo que me pasa para que no sea mi vida una sucesión de acontecimientos sino que sea de veras el ir descubriendo como Dios va actuando con los signos de los tiempos, que son los acontecimientos que me toca vivir, por eso María es Maestra de contemplación, porque en cada hecho de su vida, por el sí que ella dio a Dios, inmediatamente pudo tener esta actitud de fe y madurez cristiana, que es descubrir que allí estaba Dios presente, hablándole, y por eso necesitaba guardar esto en su corazón, meditarlo, pensarlo, masticarlo en sus entrañas para después hacerlo un gesto de vida, una obra de vida. Lo contrario a la contemplación es irrumpir en un arrebato, o muchas veces en una actitud de violencia, no física, pero a lo mejor violencia en nuestras intenciones, en nuestros pensamientos, en nuestros rechazos, revelarnos contra Dios, contra los hermanos, contra la vida. Cuando uno no tiene la capacidad de contemplar lo que nos toca vivir, estamos peligrando en reaccionar con aquellas actitudes que nos hacen violentos espiritualmente. Por eso, María, maestra de contemplación, es modelo, para que hoy vos, yo, la Iglesia, pueda entender que solo guardando en el corazón los hechos que nos ocurren podemos hacerlos acontecimientos porque descubrimos allí que Dios no nos suelta.

 

Es una gran gracia el comprender que en la oración todo se recibe, lo que hay que pensar, decir, escribir, hacer, o callar, cuando se tiene un trabajo hay que hacerlo en la oración. Algunas veces hay que hablar, escribir, iluminar a alguno,  y no se encuentra nada ni se puede hacer nada si no es desde este espíritu motivador que es precisamente la vida de oración o la espiritualidad de un cristiano, donde nos pone en la presencia de Dios para experimentar que el está a nuestro lado, que el está ayudándonos a crecer en la fe, a ser dóciles a su voluntad. Hay que hacerlo en oración porque allí es donde se encuentra la inspiración. Con mayor razón se comprende este trabajo en Santa María, en la virgen, allí en su oración estaba también la inspiración que Dios iba dando a cada hecho, acontecimiento que le tocaba vivir a la Virgen, para que sea eso un hecho, un acontecimiento de salvación. Se estaba realizando la obra de la redención, por eso, meternos en este tema, es experimentar ese misterio de la relación con Dios, en María, y también en nosotros, para que podamos intuir esto que dice el poeta: “Mi corazón tiene un secreto y mi alma tiene su misterio”, somos concientes que cada uno de nosotros en nuestro corazón guardamos secretos y guardamos un misterio que debemos ir masticando para entender el modo en el que Dios obra en nuestra vida. Y lo que caracteriza el secreto de María, como cualquier otro secreto, es que no podremos penetrar en el si no nos abren la puerta. Nos pueden forzar a decir cosas materiales o a contar acontecimientos materiales que nos conciernen, pero nadie puede obligarnos a comunicar el fondo de nuestro corazón, si nuestra voluntad lo rehúsa. Precisamente recordamos como los regímenes totalitarios se arranca el secreto por medio de represiones violentas, de torturas, pero en la vida normal es preciso tener ese tiempo de amistad y confianza para que un hombre comparta con otro su secreto, ya se trate de su rostro de gloria, de esperanza, o también de su rostro de miseria. Y cuanto más avanzo en el conocimiento del otro, más descubro que es un misterio, y que hay una parte de sí mismo que no puedo ni debe desvelarse. No hay que tratar de perforar este misterio sino sería como un atropello hacia el otro, sino que hay que tratar de respetarlo y de entender que cada uno de nosotros en el misterio de la vida va contemplando, orando, haciendo carne, lo que Dios tiene preparado para nosotros y lo que Dios nos presenta a nosotros como un camino de vida. Es precisamente acercarnos a Cristo y a la Santísima Virgen, lo que nos ayuda a entender esta dinámica del Espíritu Santo en cada uno de nosotros. Porque meditar en la oración de María nos abre la puerta al misterio que en ella estaba ocurriendo y también esto nos pasa a nosotros. Cuando pensamos, reflexionamos, pensamos en nuestra vida en  la presencia de Dios, vamos entrando y entendiendo ese misterio de Dios en cada uno de nosotros. Y cuando lo hacemos en nuestros hermanos, en el respeto de la interioridad de cada uno, también vamos respetando el misterio de Dios en cada uno de los que están al lado nuestro. Por eso a fuerza de este trabajo espiritual que hay que ir haciendo y también de contemplación humana, nosotros podemos descubrir la obra de Dios. Aquello que el apóstol San Pablo nos escribe en 1Corintios 2 “Hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano llegó lo que Dios preparó para los que lo aman”. Esto se puede decir de la Virgen. Santa María, ella, con su fidelidad a Dios, permanece libre para mostrarnos su misterio. Y nos hace ver como la función en el lugar que ocupa en el plan de salvación, sus secretos ayudan a comprender cuando nosotros los meditamos, los leemos en la Sagrada Escritura, los rezamos, nos ayudan a comprender como se fue llevando adelante el misterio de la redención que Dios tenía preparado para nosotros. El misterio de la Cruz, el misterio de la Iglesia naciente en Pentecostés, el misterio de la intercesión en las Bodas de Caná ante su divino Hijo, el misterio suyo cuando escucha de Jesús: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. No son meros hechos de la vida, ahí van presentando toda una temática y un dinamismo de Dios para la vida del creyente, para la vida del cristiano. Y conocer el misterio de Cristo o de María, reclama nuestro permanecer de rodillas porque contemplamos la obra de Dios en ellos, y por ellos la obra de Dios en nosotros. Esa es la contemplación. Lo que dice el Libro de la Sabiduría en el capítulo 7, versículo 7: “Dame a conocer tu secreto, revélame tu oración, por eso pedí y se me concedió la prudencia, supliqué y me vino el espíritu de sabiduría”. Qué hermosa expresión. Si hay que pedir para hablar de la Virgen, para meditar en su vida y en su contemplación, tenemos que pedir la gracia del entendimiento espiritual, para que su vida, en la simpleza y en la sencillez de lo que vivió, sea para nosotros un ejemplo de cómo tenemos que darle importancia en nuestra espiritualidad y poder, en la contemplación y oración, meternos en esa voluntad de Dios para cada uno de nosotros. El evangelio nos ha dicho: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Y también aparece en otro texto del evangelista San Lucas: “Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. La expresión bíblica “meditar en su corazón” es precisamente meditar esta fórmula en la que se quiere revelar esta actitud humana intelectual, espiritual, orante, de entrever que en lo que estaba ocurriendo había un paso de Dios, una visita de Dios que traía una gracia especial no sólo para María sino para la humanidad. También en mí, en vos, cuando meditamos, cuando contemplamos lo que nos va ocurriendo, entendemos que hay una visita de Dios, es un don para mí, para vos, para vivir el momento presente y por nosotros un don también para los demás. Como no acordarnos de aquél pedido, aquella súplica que los discípulos le hacen a Jesús: “Señor, enséñanos a orar”. Hoy también nosotros podemos pedirle a María: “María, enséñame a orar, enséñame a contemplar, a tener capacidad para darle un lugar a mi espiritualidad, a mi espíritu, a mi oración, porque la necesito para poder abrazarme a la voluntad de Dios.

 

La oración de María durante su vida aquí en la tierra, para nosotros es modelo. Nos es casi desconocida, no podemos más que entender, escrutar con la luz del Espíritu Santo, algunas palabras que el evangelio nos ha dejado. Con la expresión: “Meditaba todas estas cosas en su corazón”, estamos entendiendo lo que significa la oración y la contemplación, por el modo en el que María hacía oración y Dios la instruía en este secreto del corazón. La oración de María se parecía a un iceberg cuya parte oculta no guardaba proporción con la visible. Indudablemente que nosotros tenemos esta expresión: “Meditaba todas estas cosas en su corazón” pero lo que en ella ocurría era una realidad mucho más profunda porque la obra del mismo Dios la iba modelando y haciendo en ella la realización del misterio de salvación por ser la madre de su divino Hijo. Y para nosotros esta expresión es también un incentivo porque es lo que tiene que ocurrir en cada una de nuestras vidas. Nosotros sabemos que la oración de María es también motivo para nuestra vida espiritual y para nuestra oración, porque nos enseñó a orar como respiramos, nos enseñó a orar desde lo que somos, nos enseñó a orar lo que nos pasa, nos enseñó a orar desde lo que nos toca vivir, aún de aquello que no llegamos a comprender o desde aquello que nos duele porque es una cruz, o desde aquello que nos goza porque es una alegría, o desde aquello que no entendemos porque no llegamos a dar el alcance que este acontecimiento de la vida trae para mí. Allí María, frente a cada una de estas realidades, cuando meditaba estas cosas en su corazón, ha sido una motivación para nosotros. Que María guarde ese secreto en su corazón, lo haga suyo, también nos enseña a detectar la importancia del silencio en nuestra vida. San Lucas en el evangelio precisamente insiste en eso, la contemplación en la oración de la Virgen era una oración silenciosa, de allí que la llamamos bienaventurada, porque ese guardar las cosas en su corazón y meditarlas, sólo se puede hacer cuando existe el silencio. Es meditar en su corazón, estar asombrada y llena de admiración, reclama de una actitud de silencio y una actitud, por qué no, de adoración al misterio de Dios. Decir que la Virgen oraba en el silencio del corazón no es afirmar una cosa alocada sino al contrario, es intuir y discernir que es el modo en el que Dios habló en ella y que sigue hablando en nosotros. Allí está la raíz de nuestra espiritualidad y de nuestra necesidad de oración. De todos los que han contemplado a la Virgen para entrar en el misterio de su oración, quedan impresionados por su silencio, y han verificado que la verdadera oración, nos dicen los autores de vida espiritual, encuentra su perfección y su plenitud cuando de nuestra parte experimentamos una actitud de silencio. Aprender de la escuela de la Virgen como Maestra de Contemplación, es aprender que orar es ser conducidos por este camino del silencio de escucha, del silencio de mirada, del silencio de adoración. Porque el silencio es el movimiento de todo ser abierto hacia otro, es la contemplación de ese rostro de Dios y la escucha de sus palabras, y por eso el silencio se refiere a la palabra salida de la boca pero que es pronunciada desde el corazón, el silencio de María es ese silencio que la lleva a tener contacto con Dios porque le da todo su corazón, porque entiende que en lo que ella va ocurriendo, si bien no lo adivinaba, pero sí lo experimentaba y lo vivía, era el modo en el que Dios iba obrando en ella y a través de ella en todos los hombres. Esta actitud de silencio es la clave de la contemplación, y el silencio de María, como hay varios autores que lo han destacado en algunos escritos, en algunos libros, es ese silencio divino en el que el Padre engendra su palabra, su verbo, sin ningún ruido de palabras, y como dice San Juan de la Cruz, el Padre no ha dicho más que una sola palabra, Jesús, su hijo, en un silencio eterno. En este silencio fue colocada María, para recibir en el vacío de su ser la encarnación del Verbo. Y María responde a este misterio de Dios desde el silencio de su vida humana, aceptando, abrazando, y siendo fiel en la contemplación a lo que Dios iba a obrar. Es un hermoso programa de vida este, que sin duda, para poder llevarlo adelante, reclama de nuestro esfuerzo. En un mundo que es muy verborrágico, que hoy tiene muchas palabras, y no solo palabras sino también que a veces tiene muchos gestos, gritos, elocuencia verborrágica, predicar el silencio pareciera una contraposición, y sin embargo, el único modo en el que Dios obra y actúa en la vida y en el corazón del hombre es cuando nosotros aprendemos a hacer un silencio que contemple esa obra de Dios. Entonces, amigos y amigas, María meditaba todas estas cosas en su corazón, y lo hacía en ese silencio orante, activo, porque allí descubría como Dios la conducía por este camino en la salvación que estaba destinada a todos los hombres. Hoy nosotros también debemos aprender de María este modelo de orar: Guardar en nuestro corazón para que en el silencio contemplemos el rostro de Cristo, escuchemos sus palabras, experimentemos su obrar en nosotros y también de esa forma seamos discípulos suyos.

La consigna que nos hemos propuesto es preguntarnos cómo ayuda la Virgen en la vida de oración, de espiritualidad.

 

 

Padre Daniel Cavallo