04/06/2025 – Jesús nos consagra en la verdad para que vivamos en unidad. Su Palabra nos transforma, nos une, nos envía y nos sostiene. Contemplarla es dejarnos moldear por ella y animarnos a tender puentes, allí donde hay distancia, para hacer real el sueño de Dios: que todos seamos uno.
“Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad”. Juan 17,11-19
Jesús, en su oración sacerdotal, no pide que seamos sacados del mundo, sino preservados del mal y consagrados en la verdad. Y afirma con poder: “Tu Palabra es verdad” (Jn 17,17).
La Palabra habita nuestra historia, la fecunda desde dentro, y nos invita a dejarnos transformar por ella. No se trata solo de leerla o estudiarla, sino de dejar que nos moldee. Como decía Santo Tomás de Aquino: «Nosotros como artesanos de la Palabra, nos dejamos trabajar por Ella.”
Jesús ora al Padre para que sus discípulos —nosotros— vivamos en la unidad que Él mismo vive con el Padre. Esta unidad es la credencial más fuerte del testimonio cristiano.En un mundo fragmentado, la contemplación de la Palabra nos forma en una espiritualidad de comunión. Evangelizar hoy implica ser testigos creíbles de un Dios al que conocemos íntimamente. Como nos recuerda Evangelii Nuntiandi (n. 76):
“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan.”
La unidad no se impone: se construye. Y esa construcción se da día a día, palabra a palabra, paso a paso. Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, hablaba de una “unidad a 360 grados”: con los que comparten nuestra fe, con los que creen en Dios y con los que no creen.
Cada uno tiene puentes por tender: con un hijo, un amigo, un compañero de trabajo. La Palabra es el punto de partida. Ella es luz en nuestras oscuridades y guía en los desencuentros.
Evangelizar es sembrar comunión
San Pablo lo expresa con claridad en Romanos 10:
“¿Cómo oír hablar de Él, si nadie lo predica?”
Evangelizar es, ante todo, encender el deseo de comunión. Y eso nace de la escucha profunda de la Palabra. Solo desde una unidad interior auténtica —entre lo que pensamos, sentimos y hacemos— podremos invitar a otros a esa misma armonía.
La Palabra unifica, armoniza, transforma. Es la fuerza que nos capacita para amar como Jesús ama.
Testimonios como el de Chiara Lubich o el del cardenal François-Xavier Nguyễn Văn Thuận —quien sobrevivió años de prisión sostenido por el Evangelio que llevaba colgado al cuello— nos muestran que la Palabra de Dios no es solo doctrina: es alimento, consuelo, camino.
“La Palabra de Dios era antorcha para mis pasos, luz para mi sendero” (Sal 119,105).
Cuando todo parece cerrado, la Palabra abre. Cuando no hay salida, la Palabra la crea. Ella nos libera de la oscuridad, nos permite tender puentes interiores y hacia los demás.
El clamor de Jesús sigue resonando: “Que todos sean uno”.Hoy, más que nunca, necesitamos construir unidad en la diversidad, puentes en medio de la separación, esperanza en el desencanto. Y lo hacemos comenzando por dejarnos transformar por la Palabra viva de Dios, que sana, consuela y guía.
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