La pobreza en la vida de Cristo

miércoles, 11 de septiembre de 2019
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11/09/2019 – Miércoles de la vigésima tercera semana del tiempo ordinario

Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

San Lucas 6,20-26.

La mejor bienaventuranza exegéticamente hablando en torno a los pobres es la misma vida de Jesús. San Pablo pone esto por delante: “Nuestro Señor Jesucristo siendo rico por ustedes se hizo pobre a fin de enriquecerlos con su pobreza” en 2 Cor 8,9.

No hay duda que aquí se muestra claramente la pobreza de Jesús en términos materiales y en términos de sentido. El sentido es Cristo estando en posición de rico se hizo pobre naturalmente y materialmente y lo hizo para enriquecernos espiritualmente. Él soporto la pobreza material, dice Santo Tomás de Aquino, para regalarnos la riqueza espiritual. No vino a hacer más rico de bienes terrenos a los seres humanos sino vino a hacer herederos de la vida eterna, vino a darnos, no un gran bien sino el gran bien, el de la identidad a semejanza con Él, a recuperarla. La beata Ángela Folino escribió una página de gran profundidad sobre esta pobreza del salvador. Decía la mística italiana: “la pobreza tiene 3 modos de ser:

El primer grado de la perfecta pobreza de Cristo fue que él quiso vivir pobre de todos los bienes temporales de éste mundo. No quiso para sí una casa ni un terreno ni salario. Fue pobre, tuvo hambre, sed, padeció el calor y el frío y la fatiga, todo tipo de privación y necesidad. No dispuso de valor ni refinamiento.

La segunda pobreza fue que Él quiso ser pobre de parientes y amigos.

La tercera pobreza fue que quiso despojarse de sí mismo, quiso hacerse pobre de su misma fuerza divina, de su sabiduría, de su gloria, de su poder. Abandonó en cierto modo algunas cualidades divinas, por así decirlo, y en ese revestimiento real como nosotros nos animó a descubrir que en la humildad y en la sencillez está la fuerza del que quiere lo nuevo para sí mismo”.

En Cristo la pobreza brilla porque la grandeza del Dios viviente se muestra en sus milagros y Palabras, en su decir y en su obra detrás de ésta condición austera, laboriosa, peregrina. Igual a nosotros en todo menos en la condición del pecador.

Se hizo pobre y en la pobreza mostró la gran riqueza que Dios esconde para los que asumiendo su propia condición pobre y vulnerable se dejan empoderar en Dios como el que verdaderamente todo lo puede, para quien nada es imposible.