La presencia de Dios ante nuestras debilidades y heridas

viernes, 2 de diciembre de 2011
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 “Los padecimientos de esta vida presente, tengo por cierto que no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. La creación entera está en expectación suspirando por esta manifestación gloriosa de los hijos de Dios, porque las criaturas todas quedaron sometidas al desorden; no porque a ello tendiesen de suyo sino por culpa del hombre que las sometió y abrigan la esperanza de quedar ellas a su vez libres de la esclavitud de la corrupción para tomar parte en la libertad gloriosa que han de recibir los hijos de Dios.”    Romanos 8, 18-21

 

 

En este Castillo Interior con el que Teresa nos invita a identificar el proceso por el que el Señor nos lleva a la más profunda comunión con él, diría Pablo, hasta llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús y llegar a decir, como dice también el apóstol, “Ya no vivo yo, es Cristo quién vive en mí”, en ese proceso estamos en la Sexta Morada. Todavía no hemos a lo que Teresa identifica como el lugar de fusión, de profunda comunión entre Jesús y nosotros sino que estamos como en la experiencia espiritual en lo que Teresa refiere es su propia experiencia y que cree ella, y uno, cuando la lee, cree que también es un mapa de referencia para toda vida interior. Estamos en esta Sexta Morada dejándonos llevar por la pluma, pero por sobre todas las cosas, por el corazón teresiano. Dice Teresa: “Aquí la unión con Dios, sin ser todavía total, es mayor que en la morada precedente, en la Quinta Morada”. Y siguiendo el texto de Pablo que compartíamos recién, que “la creación toda está como con dolores de parto”, Teresa dice “Los dolores internos también aquí son mayores, se acrecientan las oposiciones externas, (muy interesante esta perspectiva), a veces sobrevienen enfermedades, y aclara Teresa, gran don de Dios”. En esto cuánta sintonía con la experiencia de Teresita, del padre Pío, a quién también hemos encontrado en el camino. “No sería posible, dice Teresa, aguantar más tanto apretamiento del corazón, si el Señor no ayudara”. Ayer lo decíamos cuando hablábamos de la Quinta Morada, hay en la experiencia de Dios, por la gracia de su revelación, por su presencia, mucho gozo, pero también queda como todo uno al descubierto, hay mucho dolor en la experiencia de la propia fragilidad. Es como una experiencia, por un lado gozosa, de encontrarnos con tanto regalo de un Dios tan grande, tan maravilloso, que nos quiere tanto, que nos ama tanto, pero al mismo tiempo esto se sufre, por eso Teresa dice que son más intensos los dolores internos. No es que Dios nos quiera hacer sufrir. ¿Qué es lo que se sufre? Se sufre la conciencia de la propia fragilidad, la certeza de la propia miseria, la experiencia de ver a un Dios tan grande y nosotros tan pobres. Es gozosa la experiencia de un Dios grande, pero también es verdad que en una parte de la relación, Dios y nosotros, está la parte nuestra, y la nuestra, de cara a la de Dios, queda reflejada en toda su limitación, y por eso Teresa va a decir una y otra vez que para seguir avanzando hay que ser humilde. La humildad es la dama que conduce al encuentro. Es la que nos lleva al encuentro más profundo con el misterio. Porque si uno se queda mirándose a sí mismo en la propia fragilidad, se pierde de gozar, es decir, cuando aparecen estos dos actores, Dios y nosotros, está claro qué pone cada uno. Dios pone todo su ser, perfecto, luminoso, lleno de gracia, de bondad, de belleza, de fortaleza, y nosotros nuestra condición, frágil ciertamente al lado de semejante ser, real, nosotros un ser real pero frágil y herido además por el pecado. Este encuentro desproporcionado, si Dios no viene en nuestra ayuda, no podemos sino quedar como muertos, y diría Dios a Moisés: “Si yo te mostrara mi rostro morirías”. Esta es la experiencia, la experiencia dice Teresa, de “grandeza de Dios y de debilidad humana”. Para avanzar por esta experiencia ayuda el camino de la humildad que ya lo vamos a ver más en concreto en esta morada como es que actúa Dios. Y alrededor de todo esto hay muchas resistencias propias de la naturaleza que no sabe como terminar de ubicarse frente al misterio de Dios y de lo que rodea a uno por fuera, dice Teresa.  Los llamados de Dios son diferentes en este tiempo. Ocurre aún sin tener presente a Dios. “¿Cómo sería esto? Claro, dice Teresa, ocurre que a veces uno está rezando vocalmente, casi sin mucha conciencia de la presencia y de repente se ve arrebatado por Dios y su presencia. Aquí no se sabe como es que ocurre, pero se produce un dulce y suave dolor de esta presencia grande. El que recibe estas heridas, imposibles de describir, se siente desmenuzar por la presión de los deseos que brotan en ese momento de su corazón”. Sería algo así como cuando uno dice “Siento que el corazón me va a explotar de alegría”, es despedazarse, no porque se hace pedazos, es distinto cuando uno dice “estoy hecho pedazos”, sino que es como un despedazarse en cuánto que es mucho lo que hay dentro y no se sabe como hacer para contenerlo. O cuando por ahí los chicos dicen: “Estoy loco de amor, o loca de amor, o estoy feliz”, uno siente como si fuera un dique que va a explotar, esa sería como la imagen que podríamos acercar para entender de que se trata esto de sentir una presencia que es muy cercana pero que al mismo tiempo nos hiere, es como que nos destroza, va mucho más allá de lo que nosotros podríamos si fuera que todo dependiera solo de nosotros, aquí hay una presencia que nos lleva más allá de nosotros mismos. “Al mismo tiempo, dice Teresa, no sabe qué pedir al Señor”. Claro, porque uno está tan pleno que dice más vale callarse. Es como dice Pedro a Jesús: “Qué bien que estamos acá, hagamos tres carpas”. Y ya empieza a hablar macanas uno también, más vale callarse. Jesús dice “mira, cállate porque no nos podemos quedar acá arriba, no podemos hacer tres carpas, tenemos que bajar”. Entonces es que uno tiende como a desvariar si se quiere decir de alguna forma. Teresa dice “Dios regala gracia de mucho más silencio y acalla el alma”. Es como si en este tiempo, una flecha que viene de dentro del corazón nos atraviesa por dentro. Teresa va a experimentar esto en el fenómeno místico que también lo compartíamos cuando hablábamos de la figura del padre Pío de Pietrelchina antes de la estigmatización, el fenómeno místico de la transverberación que dice es como un ángel que mete como un dardo dentro del corazón y lo hiere, es una herida de amor, es una herida en la caridad, una herida que traspasa el corazón, pero no es que salga uno herido, porque si es para salir heridos ni nos acerquemos a Dios, para qué acercarse uno si nos va a herir. Es una herida de amor, es como decir que el amor nos muestra la herida que tenemos también, si se quiere, pero acá además es como que el amor se mete en la herida y deja dulzura. El amor se mete en el lugar donde estamos heridos, deja dulzura, y al mismo tiempo revela en qué estado nos encontramos. Se pregunta Teresa: “¿Y quién tira estos dardos?” Es como la imagen de Cupido, el que tira flechazos, esa es la imagen del amor, que es una imagen que no viene del ámbito de la mística ni mucho menos, viene del ámbito de la experiencia humana. No sé de donde vendrá cupido como referencia pero es bien manifiesta, es como uno que tira flechas de amor y hiere el corazón a la persona que quiere conquistar. Bueno, ésta ella se pregunta de donde viene este cupido y de dónde larga estos dardos. Y se responde: “Aquí no hay ninguna duda de qué es un regalo del Señor, el pensamiento y la voluntad no quedan abstraídos, se tiene plena conciencia de lo que sucede pero sin poder acrecentar o quitar esa pena deliciosa”. ¡Qué lindo, qué bien dicho que está! “La certeza del origen de este dardo doloroso es una admirable combinación de sufrimiento y de gozo”. Decíamos ayer de ella: “Muero sin vivir en mí pero tan alta vida espero que muero porque no muero”. Es una experiencia que se da en lo profundo del corazón que se da como una Pascual realmente, se da como un sentir de que mientras Dios va pasando profundamente por el alma, ciertamente nos da alegría pero nos mata, digamos. Acá se da realmente aquello de que hay amores que matan, pero en el sentido que matan lo viejo y dan lugar a lo nuevo.

En este tiempo, dice Teresa de Jesús, comenzamos a sentir otras voces de Dios, otros llamados de Dios, puede ocurrir también, que al estar rezando vocalmente, con alguna distracción, como a veces uno reza el Padrenuestro o el Avemaría, con esa mecánica propia que viene de la oración, de repente uno se ve que el corazón se le dilata, dice ella: “De modo repentino, sin ningún dolor, el corazón se siente fuertemente atraído hacia Dios, y dice ella, es como si un fuego ganara el corazón. Muchas veces eso pasa, que vos estás rezando y sentís que hay fuego dentro, como que hay mucho fervor interior. Al mismo tiempo, dice ella, pueden oírse voces, puede oírse al Señor que nos habla. Y aclara, atención, atención, mucha atención, hay que tener cuidado en esto, quizás son meras ilusiones. Cuando uno comparte esto que estoy diciendo ahora puede ocurrir que mucha gente diga “A mí me pasó, el Señor me habló y me dijo tal y cuál cosa, yo tuve tal y cuál visión, ¡cuidado! Dice Teresa. No decimos que no, pero cuidado porque primero porque no es el modo habitual que Dios tiene de comunicarse así directamente salvo que a la persona Dios la quiera llevar a esta instancia, pero ¿cómo se resuelve esto en discernimiento?, como siempre, por los frutos, no está en las palabras sino en la constatación de qué está pasando. Uno puede decir que “la Virgen me dijo…” ¿sí? ¿cómo anda tu marido, tus hijos, cómo van las cosas en tu trabajo, cómo es tu servicio apostólico, cómo anda el corazón en términos de humildad, cómo va tu encuentro con Jesús en la Palabra? Difícil que la Virgen hable ahí si no está bien, o que muestre. Si no hay un cambio radical en la vida después de estas presencias hay que sospechar. Por eso Teresa dice que es el Señorío en el corazón y lo que produce en la expresión lo que determina si aquella voz que escuchamos es del Señor o no es del Señor. Aquí habla Teresa de una voz que claramente no suena dentro del corazón sino que suena afuera, como por el oído, Uno la escucha como si alguien le estuviera hablando afuera del oído. Después habla de la voz interior, de las locuciones interiores, que es distinto, pero en los dos casos, aunque sean fenómenos distintos, cuando es el Señor, cuando no es fantasía, cuando no es engaño del mal, se ve de inmediato en los frutos. Por ejemplo, ella cuenta su experiencia en un momento de mucha aridez, de mucha duda, de mucho conflicto, dice: “Claramente escuché una voz que me decía: Soy yo, no temas. ¿Qué pasó en mí? Se me fueron todas las dudas, los temores, todas las incertidumbres, y el alma estaba en otro lugar”. ¿En qué sentido en otro lugar? No es que estaba volando sino que estaba como puesta, estaba toda yo diría Teresa, parada de una manera distinta. Entonces, en estas experiencias que nosotros decimos tener, No hay que ni decir que no son ni decir rápidamente que son, tampoco permanecer en una duda eterna, no hay que darle importancia si fue o no fue, no hay que enredarse en eso, Si ocurre veamos como se traduce en la vida, qué ocurre de hecho, porque ahí es donde se juega. Como se dice, a los caballos se los ve en las pistas y a los jugadores se los ve en la cancha. Todo lo demás es verso. No digo que sea mentira lo que decimos, es que no nos tenemos que enganchar con qué pasó, como fue, porque no sabemos, se mezcla mucha cosa ahí. Cuando digo que se mezcla es que puede haber gracia de Dios pero también está el receptor del mensaje que puede traducir lo que Dios está diciendo de una manera distinta o sin toda la claridad que debería porque tiene dificultad para la recepción del mensaje y también para traducirlo. Hasta que el corazón se va purificando eso lleva tiempo. Y después, puede suceder que la persona sin mala intención, tenga fantasías desde lo religioso. Sí, eso puede ocurrir. Y puede ocurrir también que el mal espíritu se vista de forma de bien, también puede pasar. Dice San Ignacio: “Se viste de cosa de Dios”.

 

Consigna: Buen día, hoy te invitamos a compartir qué debilidad puso al descubierto la grandeza del amor de Dios y en el camino se fue transformando por su gracia.

 

Aunque parezca mentira, las heridas que acá se abren están llenas de dulzuras dice Teresa, tranquilos, vamos para adelante.

Conciencia de la propia pequeñez se produce en nosotros cuando son regalos de Dios, es como que el corazón queda parado en otro lugar, con firmeza, con más gozo, con más deseo, con más ganas de servir y hacerse uno a la voluntad de Dios y al mismo tiempo con una certeza absoluta de indignidad. Entonces, dice ella así: “Si la persona que dice que recibió estos regalos se considera mejor, en vez de quedar más confundida, pude estar segura de que Dios no hizo nada. Digamos que es todo un invento. Es tan clara esta mujer para decir las cosas que no quedan dudas qué está queriendo decir, Cuando uno se encuentra con alguien que dice que Dios le habló y que además el es mejor que todos los otros, estamos mal, no es por ahí por donde Dios conduce. Eso no es Dios.

También Teresa habla de una experiencia suya de éxtasis. Hablar de éxtasis en Santa Teresa parece una contradicción, según lo que entendamos es el éxtasis, porque si hay alguien que tiene los pies sobre la tierra es Teresa, lo cuál nos hace pensar que hay una concepción del éxtasis que nada tiene que ver con lo que es la verdad del éxtasis. Teresa, que es una mujer muy de lo concreto, como lo es Dios, una mujer de Dios es una mujer de lo concreto porque Dios es concreto, dice que hay experiencias donde Dios nos saca de nosotros. Esto es el éxtasis. Que nos hace tan en él, ir hacia él, que uno es como si estuviera fuera de sí mismo y la verdad es que esto incomoda mucho, dice Teresa. Claro, para quién es muy de pies sobre la tierra, además de avergonzar, porque uno se siente como estar fuera de sí misma, y a veces esto ocurre delante de los otros, dice ella que queda la persona toda tiesa, en su cuerpo, como fría también en su mano, y como puesta en Dios, casi sin tener referencia de otra cosa alrededor suyo. Esta experiencia es mínima dice ella, es por unos segundos. Por eso, esa gente que dice que tuvo un éxtasis y estuvo como media hora perdido, no estaba perdido, no tenía ningún éxtasis, la persona estaba mal, tenía alguna cuestión que la hacía estar fuera de sí misma pero porque no era responsable de sus actos. No es eso lo que pasa acá. Dice ella que el éxtasis es una fracción de segundos, y primero que da mucha vergüenza dice ella, la persona se siente sumamente avergonzada, la expresión de Teresa es como reclamándole a Dios que no le mande esto, igual con el padre Pío también, el no sabía que hacer con su experiencia de Dios, no sabía donde ponerla digamos, porque la persona queda como muy expuesta, como muy  sorprendida sin saber que hacer, y si además lo otros se dan cuenta, peor, bueno, esto es lo que pasa cuando hay algún éxtasis en público, que vuelvo a repetir, no tiene nada que ver con algunas expresiones a veces de un determinado fanatismo religioso donde la persona busca más esto que buscarlo a Dios. Y de eso hay mucho dentro del camino de la renovación eclesial. No estoy hablando de la Renovación Carismática sino de la renovación eclesial. Porque hay deseos de vivir la experiencia nueva de la vida en el espíritu pero a veces con más deseos de encontrarnos con los fenómenos de la gracia que con el que da la gracia, el que hace la obra, que es lo más importante. Es como decíamos ayer, somos tan infantiles en el trato con Dios que nos quedamos como los chicos, con el caramelito, y nos olvidamos de quién está al lado nuestro. Podemos quedarnos con el regalo, pero más que el regalo es importante su presencia. Por eso Juan de la Cruz va a decir que hay que ir con Dios nada tras nada. Nada tras nada quiere decir que no hay que engancharse con el regalo de Dios, Es más dice Juan de la Cruz, hay que desecharlos. Ese sí que tenía calibre de Santo. Teresa no dice eso, porque tiene otra perspectiva, pero se da cuenta que en esto no hay que quedarse. Es más o menos lo mismo sólo que la expresión de San Juan de la Cruz es mucho más austera. Y San Ignacio decía: Hay que ir por más. Que en el fondo es dejar lo que estabas haciendo, como diciendo: te dieron un caramelo, anda por el chocolate, en el sentido no buscando el chocolate, de ir por más, de encontrarte con el que lo es todo. Cuando Juan de la Cruz dice ir de nada tras nada es para quedarnos con todo. Eso plantea el en el camino de ascenso al monte Carmelo. Justamente sobre San Juan de la Cruz vamos a estar compartiendo las próximas catequesis cuando terminemos estas de las moradas.

Vamos sobre algunos aspectos finales donde ella describe una dimensión de Dios que es muy interesante: Dios es inagotable. Hay tanto que decir cuando uno se sumerge en Dios que se queda sin palabras y de golpe parece que de todo lo que tenía para decir no le sale nada hasta que tranquilo va como brotando ese manantial de agua viva que está dentro de nosotros. Por eso hay que darse tiempo también para la experiencia de Dios. No hay que hacerla rápido, sino dejar que en la suavidad del espíritu adentrándonos en ella. A veces el Señor da una oración extraña, una alegría desconocida invade el alma, un gozo interior tan desbordante que se desea comunicar con otros; se desea que todos sientan esa misma alegría para que todos juntos le ayuden a dar gracias. Dan ganas de salir dando gritos por las calles y plazas, para hablarles de la inmensidad de alegría que Dios ha puesto en mi corazón para servir. Ese torrente de alegría puede durar hasta un día entero. Aunque la comparación es muy burda ese estado se asemeja al de una persona que ha bebido demasiado. Como si estuviéramos borrachos. Bueno, dicho muy sencillamente, pasa a veces eso cuando tenemos estos encuentros profundos con el Señor, y los otros dicen: ¿qué le pasó a este? Está tan contento, contenta. Esa desbordante alegría que pone de manifiesto, como decíamos al principio, nuestra debilidad. Lo que tiene claro Teresa es que el camino es Jesús. Quizás se piense, a esta altura de la oración, que hay que dejar de lado nuestras consideraciones meditaciones sobre la vida, y la palabra de Cristo nuestro Señor, y aclara, tremendo error, la carne de Jesús es el camino. Claro uno podría decir que tiene tan elevadas expresiones de gracia en su corazón que ya vuela. Para Teresa volar es un problema, no es una solución. Mientras más arraigados estamos en lo concreto, más clara se muestra la espiritualidad. El mismo Jesús se llama a sí mismo camino y luz.

 

Padre Javier Soteras