La revelación del Evangelio a los humildes

miércoles, 25 de junio de 2008
image_pdfimage_print
“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”.

Mateo 11, 28 – 30

Los pesos de la vida a veces tienden como a quitarnos las fuerzas en el andar y en el peregrinar, parece que una parte importante de nuestra marcha, se la lleva el cargar con lo cotidiano, como que las energías todas se desvanecen en el intento de vivir cada día en la rutina que se nos ofrece con la mayor entereza posible. Sin embargo en la invitación de Jesús encontramos que, además de sobrellevar nuestra carga cotidiana en la rutina que nos toca todos los días afrontar, contamos con una energía que nos hace ser felices en medio de estas dificultades y se hace liviano el peso de la carga de lo cotidiano, de la vivencia de la rutina de cada día.

Es la presencia de Jesús que transforma lo nuestro de todos los días en una gran oportunidad diaria para encontrar allí lo que andamos buscando y lo que al corazón humano anhela, su plena realización, su plena felicidad, su reposo y su descanso. Encontrarán descanso en mi y en el yugo que yo les propongo que es suave y es una carga ligera.

No es que el Señor nos quita el peso de lo que nos toca sobrellevar, sino que este mismo peso que nos toca cargar, se hace ligero y se hace liviano.

¿Cómo es el peso que propone Jesús o que tiene de distinto el modo que Jesús, mejor dicho nos invita a cargar con el peso de todos los días? El yugo de Jesús es el mandamiento del amor y esto hace liviana nuestra carga.

Afrontar un día con todo lo que ello implica de responsabilidad, trabajo, dificultades a afrontar, conflictos que resolver, tensiones en las que hay que aprender a resistir, búsquedas que hay que reiniciar, iniciar un día con todo esto que supone siempre un afrontar con grandeza y entereza lo que se nos presenta como desafío, acompañados de una presencia de amor que le da sentido a lo que afrontamos, es distinto que afrontarlo sin una presencia de amor que hace que lo que tenemos por delante sea todo muy difícil, se nos presente como muy pesado.

Es el amor el que le da el verdadero sentido de liviandad a la carga, de soportable al peso y de descanso al camino que se presenta fatigoso al principio cuando iniciamos una jornada.

Estas palabras finales del texto que hemos compartido de Mateo, mi yugo es suave, mi carga ligera nos invita a vincularnos o a revincularnos con la persona de Jesús que nos ofrece en su mansedumbre y en su humildad que brotan de su corazón amoroso, la posibilidad de tener nosotros reposo y alivio en nuestro andar.

La devoción al sagrado corazón de Jesús, nos invita a capacitarnos para valorar esa mansedumbre, esa humildad que Jesús mismo dice son cualidades típicas suyas y con las cuales quiere cualificar también nuestra vida.

Un cristiano no puede ser una persona sacada, un buen cristiano no puede ser uno que ante cualquier circunstancia se le sale la cadena, como solemos decir habitualmente. Un buen cristiano esta llamado a guardar la centralidad de la vida y en torno a ella no perder la calma y el centro, el eje de la vida es el Señor y no vale la pena, bajo ningún aspecto y ninguna circunstancia justifica que uno pierda el vínculo con El, en el centro de nuestra vida y la verdad sea dicha que cuando nos alteramos, cuando fácilmente nos dejamos llevar por las circunstancias que nos hacen salir de nuestro cauce, perdemos esa posibilidad de encuentro y de vínculo con el Señor.

Es verdad que la tribulación, forma parte del modo como Dios nos purifica el corazón y el alma, pero una cosa es la tribulación donde uno puede padecer, resistir y afrontar con grandeza de alma su mal venida no su bienvenida y a partir de allí superar y hacer de esta tribulación una posibilidad de crecimiento. Una cosa es esto y otra es que ante la pequeña dificultad, ante la mas simple de las cosas que salen de nuestro calculo, nosotros no seamos capaces de permanecer seres y tranquilos y tiremos todo por la borda, por la falta de tolerancia, por la incapacidad para soportar lo distinto, lo diverso, lo no planificado, lo que no entra dentro de nuestros parámetros.

Justamente cuando es así, cuando lo que nos ocurre es una circunstancia no prevista, es una relación que exige una mayor entrega, la que nos esta invitando a guardar la calma. Cuando perdemos nosotros la serenidad, porque justamente lo no previsto es lo que nos hace sacarnos o es una relación que nos pide un poquito mas, lo que nos hace sacarnos, es justamente porque nos esta faltando la tolerancia, la capacidad de resistencia, la fortaleza interior.

Le pidamos al Señor esta fortaleza interior que nos hace guardar el corazón en comunión con todos y particularmente con nuestro Dios, en medio de las tormentas, en medio de las dificultades, en medio de las exigencias, a partir de los desafíos que la vida nos plantea, sostenidos por la fuerza de un amor que nos permite siempre ir un poco mas allá.

Se viene un nuevo tiempo para nosotros y a ese tiempo queremos prepararnos, predisponernos interiormente, será un tiempo nuevo que tendrá un escenario nuevo, lo descubrimos así como nación y nos cuesta dar el paso de ir sobre ese lugar, por eso la resistencia que encontramos para ponernos de acuerdo en el andar y en el caminar y a partir de esa búsqueda de consenso afrontar los nuevos desafíos que tenemos. Si no lo hacemos con serenidad, con mansedumbre y con humildad, lo único que vamos a lograr es desperdiciar una vez más las oportunidades que la vida nos ofrece.

Cuanto mas exigentes son los desafíos que tenemos por delante, cuanto mas dura se nos hace la circunstancia que tenemos que afrontar, la mansedumbre, la sencillez, la humildad, la serenidad, siempre son las mejores concejeras, ir de a poco con los ojos bien abiertos, con inteligencia, sin perder de vista lo esencial, sabiendo buscar así, paso a paso lo que tenemos que ir resolviendo, no hay que apurarse. Vamos despacio porque estamos apurados solía decir el dicho, citándolo a Napoleón cuando lo vestían para la guerra.

No nos apuremos vayamos con serenidad hacia lo nuevo que se presenta por delante en nuestra vida.

Todo el mundo coincide en estos días que en la Argentina estamos frente a una gran oportunidad por el contexto mundial que nos encontramos y podemos hacer a la humanidad, a partir de todos los recursos naturales que tenemos, un gran aporte, un inmenso aporte.

Mientras tanto nosotros como desesperados, como sin posibilidades de encontrar calma, serenidad, paz, inteligencia ordenada de los afectos puestos en su lugar, los populares sobre todo, vamos como perdiendo la oportunidad, perdiendo el rumbo y esto que decimos en estos días en la reflexión colectiva que hacemos sobre la nación, lo podemos decir también sobre nosotros mismos. Cuantas veces en la vida, la pérdida de la serenidad, la pérdida de la calma, es la que nos hace equivocarnos, es la que nos hace errar.

Pensemos en una charla, en una simple conversación, cuando por perder la serenidad, cuando por dejarnos llevar por el primer impulso, entendemos mal lo que se nos está diciendo o somos mal entendidos en lo que estamos diciendo y a partir de allí, desde la confusión, que lo genera un estado de ánimo, que hace que percibamos mal las cosas, comienza una discusión que sabemos como empieza, pero no sabemos como termina.

La serenidad, la calma, siempre son buenos consejeros, siempre.

Yo he contado en otras oportunidades, vuelvo a poner el mismo ejemplo para los que lo escucharon tengan paciencia, para los que no denle la bienvenida, siempre cuando hablo de la calma, me gusta poner el ejemplo de cuando era adolescente y me gustaba tirarme en la creciente del río acá en las Sierras, que había que hacer para tirarse en la creciente?

Esperar que pasara el primer ramalazo, la primera cantidad de agua que traía todo medio revuelto, después que pasaba toda esa primera fuerte correntada, que arrastraba palos, piedras, que sacaba las cosas que estaban en las márgenes del río y las metía en el cauce que estaba aumentado en su volumen, uno podía tranquilamente tirarse. Pero había que esperar primero que pasase este primer borbotón de agua fuerte que arrastraba con mucha velocidad y con mucha turbulencia todo lo que estaba a las orillas y todo lo que movía desde abajo del río.

Así también es la vida, uno puede meterse en la corriente fuerte, nueva de la vida, cuando ha pasado el primer impacto, que uno a podido observar, mirar serenamente, en función e eso, después de haberlo asumido, después de haber visto con mayor serenidad, meterse.

La serenidad siempre es buena consejera, siempre.

En las aguas mansas se ve mas claro, se ves mas hondo, se ve mas profundo.

En una atmósfera diáfana se ve más lejos. Cuando hay viento, cuando hay tormenta, cuando hay lluvia, cuando hay remolino, mas vale meterse debajo de un techito a esperar que pase y después que paso intentar ver para adelante como.

Por eso en estos tiempos de tanta turbulencia, de tanto mensaje cruzado, de tanta situación de tensión, serenidad, calma, no perder los estribos.

No hay que seguir los discursos de la violencia, es siempre mala concejera.

Cuando la provocación es la que invita a salir, cuesta mas soportar, entonces son tiempo de resistencia para la calma. Cuando a uno lo empujan para sacarlo del camino, si se para firme, si pisa fuerte, si hace frente, es imposible que uno pierda el lugar donde esta, ese el de la serenidad.

Por eso la serenidad no puede ir sino acompañada por un espíritu de firmeza, de fortaleza, de resistencia, capacidad de resistencia, de fortaleza, capacidad de fortaleza y resistencia, no para hacerse el duro, sino para guardar la calma. Hay un viejo dicho que nos permite como entender esto de guardar la calma, a río revuelto, ganancia del que esta a la pesca.

Si nosotros nos metemos en la turbulencia del río revuelto, lo más fácil es que no nos vaya bien y nos pesquen mal.

Es tiempo si, si se cree justo de protesta, es tiempo si de reclamo, si se cree que es justo, de lo que es justo, pero es igual tiempo de serenidad, es igual tiempo de firmeza serena o de serena firmeza, para poder encontrar el mejor momento.

En el deporte se nota mucho esto, en el deporte colectivo aparece mucho esto, en el básquet por ejemplo, cuando un equipo hace girar la pelota de un lado a otro, cuando hace que el juego no se resuelva rápidamente, está buscando que se abra la defensa, que se pide a los que conducen el equipo, que no apuren la definición, porque se está buscando por donde entrar y cuando se abre el hueco, por allí se puede entrar.

La serenidad es parte de la estrategia, un corazón inteligente, siempre tiene como base una serenidad que lo sostiene.

Una inteligencia cuando es serena es mas aguda, es mas sagaz.

No son los modelos que propone el mundo en el que nos movemos, el que es agudo es el que hiere en el mundo en que nos movemos. El que impone su voluntad con la fuerza, es el que prevalece. El que hace ejercicio del poder sin límite, es el que lidera. El reino de Jesús no pasa por estos lugares, el que prevalece y el que lidera es el que sirve. En el reino de Jesús el que sabe esperar, el que no se apura es el que a su tiempo, trae la mejor cosecha.

En el reino de Jesús los humildes y los mansos son los dueños de la tierra. Felices los que trabajan por la paz, serán llamados hijos de Dios, felices los mansos de corazón, porque ellos poseerán la tierra.

No nos apuremos, no entreguemos la tierra, permanezcamos mansos y serenos de corazón.

Nunca han sido popular la mansedumbre y la humildad, esto de estar tranquilo, esto de adentro hacia fuera ir transformando la realidad, nunca ha sido muy bienvenida, la naturaleza humana la búsqueda de su propia reivindicación ha intentado por la fuerza, históricamente poner las cosas en su lugar, hasta que apareció aquel, que haciéndose uno de nosotros siendo Dios, creador de todo, nos mostró que la verdadera transformación surge de adentro hacia fuera y para darle la oportunidad a lo mejor que hay dentro de nosotros de que aparezca lo mejor que tenemos para trasformarnos y trasformar hay que guardar serenidad, mansedumbre, tranquilidad, humildad.

En el tiempo de Jesús, tampoco era muy bien vista la humildad y la mansedumbre, de hecho las expectativas mesiánicas cabía en el tiempo de Jesús era que la aparición del Cristo, del Mesías, fuera capaz de reivindicar las características de Israel como pueblo venciendo por la fuerza, si era necesario, el imperio que había hecho que Israel retrocediera en su capacidad de ser nación y entonces se esperaba de un líder que reivindicara esas características propias de Israel, que lo habían hecho en otro tiempo un pueblo que de la mano de su Dios vencía a todos.

Ese vencer de Dios en la historia de Israel, era un signo de la presencia fiel de Dios para con su pueblo. El estilo en el proceso de madurez de la revelación que propone Jesús, hace que sea justamente desde la humildad y la mansedumbre, en lo más hondo del corazón de cada uno y del pueblo en su conjunto, donde Dios podría poner las cosas, de adentro hacia fuera, en orden, involucrándolos a todos. Ahora el Dios de Israel, en Cristo, es el Dios de todos. No hay vencedores ni vencidos sino Dios que vence por este camino de humildad y de mansedumbre a todos, haciéndose fuerte para todos.

Este camino de mansedumbre y humildad que no fue popular en el tiempo de Jesús, tampoco popular por estos tiempos. El triunfar, el ganar, el hacer prevalecer el propio criterio, o la propia fuerza, el imponer las condiciones, parecen ser como los motivos, los principios, las razones que asisten a quienes sienten, tienen el llamado a liderar, no es el servicio, no es la capacidad de entrega, no es la búsqueda de los otros para su bien por amor, sino la fuerza, la imposición de la fuerza, bajos discursos de derecha o izquierda, en esto los extremos se emparientan, se dan la mano.

Hay una razón de fondo, filosófica, si se quiere, que ha impuesto este modo y este estilo. Cuando Nietch plantea el nuevo escenario en torno al cual se ha desarrollar la vida política de los pueblos, sostiene que esta debe ser conducida por una voluntad de poder, una voluntad de poder que niega a Dios, y un ejercicio del poder por la fuerza, y eso también para la propia vida. La vida es voluntad de poder, es una expresión clarísima de la ausencia de Dios, que sostiene este postulado y el ejercicio de la omnipotencia como modo de ocupación del vacío de Dios que hemos creado en la sociedad.

El vacío de Dios que hay en nuestra sociedad hace que se imponga la voluntad de poder, la omnipotencia humana y entonces la propuesta de la mansedumbre, de la humildad, resulta como fragilidad. Los obispos lo han dicho claro en estos días, nuestro obispo en Córdoba, lo ha dicho clarísimo en el día de ayer: “un acto de grandeza no es un gesto de debilidad”. Los obispos lo han dicho claro, revisar el camino y decir que uno pueda haber fallado en la búsqueda de las soluciones y hacer una repropuesta, aún cuando contradiga lo dicho anteriormente, no es acto de fragilidad, es decir me equivoqué y como ser humano frágil, vulnerable, busco por otro camino.

Cuando los escenarios son nuevos, nadie conoce la lógica del nuevo escenario y por eso es posible errar, por eso es posible equivocarse. Yo digo, como está dado el mundo hoy, como están planteadas hoy las cosas en el mundo en el que se plantea este nuevo conflicto en la República Argentina, una vez que se solucione, que esperamos que sea pronto, el problema del campo, habrá que afrontar el problema de la crisis financiera mundial, y habrá que enfrentar la crisis que ya se está anticipando y aparece cada vez con más fuerza energética. No es que solucionado un problema el escenario que vamos a tener va a ser el cielo anticipado, habrá que afrontar otras.

Y cómo será nuestro ejercicio de ductilidad, de capacidad de adaptación a lo nuevo, para ver cuanto de inteligente realmente somos, para resolver los nuevos desafíos. A esto es a lo que hay que apuntar. Se dice que una persona, que un grupo humano, que un pueblo es inteligente, no cuando tiene ideas brillantes que lo asisten, sino cuando ejerce la capacidad de adaptación frente a lo nuevo.

Da la impresión que el nuevo escenario, que además es favorable, nos ha descolocado y nuestra incapacidad de adaptarnos a lo nuevo, muestra que no somos tan inteligentes, como creíamos que erramos.

Cuando uno se encuentra con otros pueblos, en alguna actividad de América Latina, nos achacan esto a nosotros, de ser muy creídos en nuestra Argentinidad y la verdad que este golpe a la verdad de lo que somos, que este acercarnos a la verdad de lo que somos dónde, no aparecemos tan inteligentes, ni tan capaces, bien nos viene, para ser más humildes.

Si algo de provecho, algo de aprendizaje tenemos que tomar de este momento duro que estamos vivienda es que debemos reconocer que no somos tan vivos como nos creemos, de lo cuál hemos hecho alarde durante mucho tiempo, de lo cuál hemos hecho carta de presentación de identidad durante mucho tiempo, la viveza criolla, no somos tan vivos, no somos tan de sabérnosla todas, si fuéramos tan vivos y la supiéramos todas, no estaríamos como estamos en este momento, donde lo que tenemos por delante, no es una circunstancia de posibilidad, es una muy buena, una gran posibilidad para desarrollo, para crecimiento, para sacar de la postergación a muchos que hace mucho tiempo históricamente, y de generaciones en generaciones, vienen rezagados en el acceso de los bienes a los cuales otros ya podemos ir accediendo, y hablo de lo básico, hablo de salud, educación, trabajo.

El que es verdaderamente inteligente, es el humilde y el manso que sabe guardar un estado de ánimo sobre el cuál mirar con claridad, lo nuevo que tiene por delante y sobre eso hacer las mejores opciones, las mejores elecciones.

Cuando uno dice que en este tiempo hay que pacificar el alma, no es solamente, que no haya problemas, que no haya sangre, básicamente es eso, que no haya sangre, que no haya golpes, que no hayan enfrentamientos, que no hayan divisiones, pero es más que eso, pacificar el alma, hacerla mansa y en humildad dejarla establecida sobre un lugar de firmeza es buscar con inteligencia lo nuevo que tenemos por delante y hacer las mejores elecciones. Pacificar, serenar, para ver con claridad y elegir con mayor precisión.