La última palabra de Cristo en la Cruz

martes, 19 de abril de 2011
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Momentos de la oración:
 

¿Qué le pedimos?

“Dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión”.

¿Qué demandamos?

“Demandar en la pasión: dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas y pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí”.

 

 

“Padre, ¿por qué me has abandonado?”

 

Mateo 27, 45-50: La muerte de Jesús

45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: "Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.49 Pero los otros le decían: "Espera, veamos si Elías viene a salvarlo".50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

 

 

La entrega de Jesús, una suerte compartida de todo tiempo

 

 

Los profetas de Israel no se vieron libres de angustias. A veces, su misión se les hacía demasiado pesada. Moisés, desde el primer momento de su vocación, dice: ¿quién soy yo para sacar de Egipto a este pueblo, yo que soy torpe de boca y lengua?. Isaías exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido!” Y Jeremías trata de excusarse cuando es llamado: sólo soy un niño.

La suerte de Jesús no ha sido diferente a la de los profetas: su ministerio llevó consigo una tensión terrible entre el signo de contradicción que suponía su misión. Y Él prevé una suerte, al final de su vida, semejante a la de los profetas.

No se trata de la desesperación del hombre que se encuentra en un callejón sin salida, sino en una prueba que forma parte de su misión, su bautismo y no un ahogarse. La tensión interior que siente le hace tener prisa por encontrarse al final de ese paso difícil, cumpliendo su misión. Es la suerte que Jesús eligió y que el Padre le confió: la de cargar con el peso de nuestros pecados y librarnos de las ataduras de la muerte que el pecado ha dejado. Para eso, Jesús desciende hasta las profundidades del infierno y desde ese lugar clama el ¿por qué Padre me has abandonado?

 

En el texto que acabamos de compartir dice para qué más que por qué. El sentido del texto original, según algún análisis exegético, indica esta perspectiva de sentido con la que Jesús estaría allí, en las sombras del abismo, preguntándole al Padre el valor de aquella entrega en la que no se ve sino solo noche, oscuridad y muerte. ¿Para qué me has abandonado?

 

De hecho, muchas veces esto nos pasa a nosotros en la vida, cuando nos encontramos con el sufrimiento, con el dolor, con la cruz, con lo de todos los días y con aquello que en algún momento puntual de la vida nos golpea duramente. Entonces nos preguntamos ¿qué sentido tiene esto? Y a veces necesitamos que pase el tiempo para darnos cuenta del valor de madurez, de crecimiento, de purificación, de luz que nos trae el haber atravesado por oscuros dolores y quebrantos duros y difíciles de sobrellevar.

 

 

Aprender a orar desde el dolor

 

Jesús nos muestra un camino en este sentido con su lucha: en la angustia, el Señor permanece orando. No se endurece como un estoico ni se encierra en sí mismo, sino que se abre al Padre y, con gran amor, le manifiesta su angustia.

La actitud de Jesús constituye por sí misma una enseñanza de raíz: el marchar delante de ellos camino a Jerusalén (Mt. 10, 32); más que una decisión, es un deseo que es oración. Y en el huerto ora, hasta tres veces (Lc. 22, 44), sumido en la angustia, insistiendo más en la oración.

En Hbr 5, 7 dice: El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión”. No salvándolo de la muerte, sino resucitándolo después.

La angustia pone en el corazón humano de Jesús el sufrimiento y la queja; clama al cielo Padre, Dios. La oración expresa la queja, pero no impone nada, sino que pide, absteniéndose de decidir por sí mismo. La vida se abre a la plenitud que Dios trae con su providencia, cuando nosotros desde el límite le pedimos al Cielo que nos asista en el lugar donde la vida se hace parto, por la angustia de esa pulsión de la vida que no termina por salir, y de la muerte que no termina de morir.

 

Cuando el dolor nos golpea y nos desconcierta, si aprendemos a recibir y a decodificar los sentidos que abre ese sufrimiento, comprendemos su valor, su aporte, su significado, el regalo que nos esconde detrás de esa bofetada que el dolor nos da. Aprendemos a entender la pregunta que está en la base de todo sufrimiento humano, y que Jesús expresa en la cruz: ¿para qué? Aprendemos a vislumbrar la luz, que se va abriendo como en destellos después de haber atravesado determinados dolores y sufrimientos en la vida.

La angustia del Señor llega al colmo en el momento en que muere en la cruz. El Señor ha sido familiarizado con el dolor desde el principio, desde su nacimiento, cuando al ser perseguido por Herodes sus padres huyen a Egipto. Luego, cuando comienza su Ministerio, confronta con los fariseos, los escribas, los letrados… sufre el hambre, la sed, las cavilaciones que se hacen sobre Él. Todo ha sido una preparación para esa hora. La hora de Jesús es la hora de la Pascua y de la muerte. Esa hora encuentra su plenitud en la expresión: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

 

Esta frase ha dado lugar a muchas interpretaciones. Algunos han querido ver en este grito la expresión de desesperación desesperanzada. Pero no es así, porque cuando tomamos el Salmo 22 de donde la frase se insispira, ahí se expresa una angustia esperanzada.

No hay que irse al otro extremo y creer que el Señor no sufrió la desolación. En principio, el Salmo 22 expresa esta desolación extrema. Y esto corresponde a lo que Jesús está sufriendo en la cruz, como separado del Padre, abandonado por Él, en el sentido de que Él no interviene. No le viene más que una cierta compañía de ángeles. Pero no le es suficiente. Jesús ha tomado esta consecuencia del pecado, este dolor para cargarlo sobre Él, haciéndose maldición (Gal 3, 13), Él, que no tuvo pecado. Dice Pablo (2Cor 5,21): Dios lo hizo pecado por nosotros.

 

En un momento determinado, Jesús carga con todos los pecados y esta experiencia de ausencia de Dios la siente como lacerante, crucificándolo, más aún que por los clavos, que por los latigazos, la flagelación, la corona de espinas… Este estar en el abismo de la vida y desde ese lugar, clamar por el sentido: para qué, para qué…

Todo el saber está en la cruz. Es una locura para algunos, una necedad para otros. Para nosotros, los que creemos, es la fuente de la sabiduría.

La gracia de la sabiduría se esconde en el madero. De allí que los grandes santos tuvieron un vínculo muy particular con el Crucificado. Nosotros hemos aprendido con San Ignacio a orar con y desde la cruz. Estos días de Pasión son para eso, para poner en sintonía lo más duro de nuestro camino, lo incomprensible, lo difícil de aceptar, lo que moral, física, sicológica y espiritualmente nos parte por la mitad. Y desde allí, orar con el Incomprendido y dejar que el que no dice mucho, lo diga todo.

 

Padre Javier Soteras