La unción de los enfermos

miércoles, 9 de noviembre de 2011
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La catequesis del día de hoy será en torno a “La unción de los enfermos”

 

"Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios"

 

 

Donde aparece la luz en el camino de los que vamos andando por la vida y encontramos la fragilidad de nuestra propia salud es en la enfermedad.

En el catecismo de la Iglesia Católica está bien dicho que la enfermedad en la vida humana es un clamor al que Dios no deja de escucharlo para darle una respuesta.

 

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que golpean la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad, de alguna manera,  puede hacernos entrever la muerte.

La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.

 

En torno a la enfermedad como posibilidad o como oportunidad va a ser nuestro compartir. La enfermedad en qué momentos te ha llevado a replegarte y en qué momentos ha sido una gran posibilidad en tu vida para madurar, para crecer, para distinguir entre lo que importa y lo que no importa tanto.

Seguramente el verte enfermo ha sido en más de una oportunidad una bisagra donde Dios se hizo presente.

 

La enfermedad un lugar visitado por Dios es la consigna de nuestro encuentro.

 

Porque yo, porque hoy, porqué, es la pregunta que surge muchas veces cuando la enfermedad nos golpea y cuánta oportunidad se abre detrás del dolor, la enfermedad, la situación no deseada de límite.

 

El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación. La enfermedad se convierte en camino de conversión y el perdón de Dios inaugura la curación. Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26). El profeta Isaías entrevé que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los demás. Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad.

 

La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso, dice el catecismo, de que "Dios ha visitado a su pueblo" y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados. ¿Qué es más fácil decirle al paralítico, toma tu camilla y vete, o tus pecados te son perdonados? El vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan. Es el médico de los que se encuentran llagados por el dolor del pecado. Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis". Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención que Jesús despierta en el corazón de los creyentes, ha dado origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.

Como deseamos aliviar cuando reconocemos la presencia viva de Cristo crucificado, así también cuando lo vemos vivo y presente en el corazón del que sufre, nos brota por gracia del espíritu, la gracia del consuelo para poder consolar a los que están en toda tribulación con el mismo consuelo con que nosotros somos consolados.

 

 

El amor de Jesús se vincula a los enfermos, Jesús pide a los enfermos que crean. Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de tocarlo "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.

 

Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal y quitó el "pecado del mundo", del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.

 

“Sanen a los enfermos…”

Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz. Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13).

El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre […] impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien", Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre. Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva y sana".

 

El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así san Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la debilidad", y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

"¡Sanen a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna y cuya conexión con la salud corporal insinúa san Pablo (cf 1 Co 11,30).

 

Que el Señor nos dé la gracia de reconocer cuanta presencia suya se esconde detrás de lo que tantas veces maldecimos, nuestros achaques y nuestras enfermedades, nuestras imposibilidades y nuestros límites.

 

Por eso hemos querido detenernos esta mañana en el compartir para que desde ese lugar podamos dar un paso, atrayendo a otros a ese lugar. Compartir cuántas veces nos hizo madurar la enfermedad y cómo nos ayudó a discernir entre lo que es importante y lo que no lo es tanto, y cuántas veces la enfermedad nos puso en situación de búsqueda de Dios.

 

 

 

Realmente una semana llena de gracia, que el Señor nos dé la gracia de seguir acompañándolos desde muy temprano, con la oración del Rosario en presencia del Santísimo, nos llena de gozo hacer este camino junto a ustedes. Lo más conmovedor de todo es el testimonio de las personas, es la vida la que aflora cuando compartimos al que es la vida.

 

Que tengan un feliz fin de semana y nos encontramos el lunes en el Despertar con María.