La vida nos enseña a vivir

lunes, 3 de agosto de 2020
image_pdfimage_print

03/08/20- La Lic. Ángela Sannuti es psicóloga, investigadora y tallerista. Junto a ella dialogamos sobre las enseñanzas que nos deja la propia vida, a través de un relato de su autoría que transcribimos a continuación:

“Hay quienes llegan a la Montaña desde el sendero y quiénes desde el bosque.

En realidad, no hay ninguna diferencia de méritos ya que lo importante es la Montaña.

Pero…cada vez que dos o más corazones -que conocen los dolores y la Alegría del bosque- se encuentran, es el paraíso.

Yo no recuerdo ni el día ni la hora en que una Fuerza arrolladora me impulsó hacia adelante y me apartó del estrecho sendero -estrecho y pedregoso- para lanzarme a la anchura y profundidad del bosque.

En verdad, no vacilé…hasta era casi lógico dejarme llevar porque allá, a lo lejos, brillaba la Luz de la Montaña que tanto me atraía.

Luego, en el primer bosque tupido y vital, fui deteniendo mi marcha, estaba cada vez más lejos de mi sendero y tuve miedo.

Y fue en ese instante preciso que se desencadenó un viento con toda su potencia…y yo, ya lejos de mi sendero, me refugié en el hueco de un árbol.

A la mañana siguiente, inevitablemente, volví a buscar los rastros de un sendero. Aún no lo había encontrado cuando, nuevamente, se desató un viento furioso y frío.

Fue así por muchos días.

Y siempre, a la mañana siguiente, volvía a buscar los rastros de un sendero.

Una noche, ni siquiera encontré a mi árbol hueco ya que, la potencia del viento lo había desarraigado.

Fue la primera noche que pasé en la intemperie, junto a mi árbol hueco que parecía hablarme de muerte.

No sé cuánto tiempo después y ni sé cómo, me despertó un rayo de sol que me obligó a mirar hacia lo alto.

¡Oh…hacia lo alto! Cuánto tiempo hacía -un instante o una eternidad- que no miraba hacia lo alto.

Había un espeso tejido de ramas, secas las más bajas y verdes las más altas, besadas por el sol.

Había también muchísimos pájaros que se llamaban unos a otros, tan alegres y tan seguros.

Intuí entonces, por primera vez, que “no hay sendero en el bosque”.

De pronto, me di cuenta de que ya no era un pensamiento angustiante para mí.

Hasta el árbol hueco que estaba junto a mí, no hablaba más de muerte. Era natural que hubiese sido desarraigado, era un “signo” también él de la fuerza y de la dirección del viento y, quizás, de la altura de la Montaña.

Era otro el lenguaje del bosque.

Y desde entonces, la noche es todavía noche, gélida en la medida en que subo. Por lo tanto, el frío tal vez sea otro “signo” de la Montaña.

El viento es todavía viento, capaz de desorientarme, pero también, capaz de traerme olores parea descifrar, peligros para prevenir, pistas para explorar.

Desde entonces, estoy aprendiendo a no despreciar los frutos silvestres -aún los más pequeños-, ni a temer contaminarme con sus múltiples ofrecimientos.

Desde entonces, volví increíblemente a jugar con las ardillas más simples y alegres. Y a compartir con sinceridad las pequeñas-grandes tristezas de las lechuzas.

Y a escuchar encantada a los arroyos -amigos de la Montaña- que saben apagar mi sed, cantándome al oído Su Nombre.

Desde entonces, estoy aprendiendo a no tener miedo de los ojos blancos de los búhos -guardianes del orden del monte- sino más bien, a respetarlos, disolviéndome con humildad en el bosque.

En cambio, comencé a desconfiar de los reflejos lunares mientras gozo, siempre más, del sol con sus múltiples rayos, preludio de la Luz.

Pero…para reencontrar la intensidad y la frescura de esa Fuerza arrolladora, necesariamente, debo abrazar el riesgo de perderme porque -repito- “no hay sendero en el bosque”.

Debo amar, en cada instante, su Presencia ausente y saber esperar el don -porque siempre y maravillosamente es un don- de Su Presencia presente, segura, tangible, cada vez que, dos o más corazones -que conocen los dolores y la Alegría del bosque- se encuentran.

En verdad, ellos son el “signo” supremo de la Luz de la Montaña ya que, sólo esa Luz, pudo apartarnos del estrecho sendero.

Debo, entonces, anclarme en el presente y sólo en el presente para reencontrar el esplendor de esa Luz que tanto me atrae.

Cuando es así, el bosque es realmente mío y todo se vuelve como palpitando una nueva creación.”

 

Ángela Sannuti

No te pierdas de escuchar el programa completo en la barra de audio debajo del título.