La voz de los que no tienen voz

jueves, 1 de septiembre de 2016
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madre tesa

01/09/2016 – ¡Griten de alegría, cielos, regocíjate, tierra! ¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres! Sión decía: «El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí».  ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!  Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos, tus muros están siempre ante mí.

Isaías 49,13-16

La Madre Teresa no hablaba en contra del aborto; también procuraba salvar vidas de no nacidos de manera muy práctica. “Combatir el aborto con la adopción” era su lema. Este es el motivo por el que quería cuidar de todos los niños para los que pudiera obtener permiso, como, por ejemplo, en la Unión Soviética, un país con unos índices de aborto elevadísimos. Allí le dejaron escoger doce niños de una lista. Junto al nombre y edad del niño estaba anotado el tipo de discapacidad o, en el caso de aquellos con discapacidades más graves, “idiota”, que significaba “no apto para la vida”.

La Madre Teresa dijo:
-Me llevaré a todos los niños “no aptos para la vida”.
Entre ellos estaba Sergei y Alexei. Sergei era un niño de cuerpo pequeño y escuálido que no podía andar y tenía que arrastrarse por el suelo con unos dolores terribles. Al final resultó que su único problema era que tenía un tendón demasiado corto. No le habían proporcionado ningún cuidado y estaba famélico porque en el orfanato no conseguía llegar a tiempo al puchero de sopa, con lo que casi siempre se quedaba sin nada cuando la repartían. Un cirujano operó el tendón de Sergei y resolvió el problema.

Desde el primer momento, las hermanas llevaron a los niños que necesitaban terapias de rehabilitación a una fisioterapeuta. Inicialmente, la fisioterapeuta no quería tocar a los niños. Como muchos rusos, opinaba que esos niños no son útiles a la sociedad y, por tanto, no tienen derecho a la vida.

Al principio, a Alexei se le consideraba un niño bastante malo. Las hermanas decían que estaba triste porque se daba cuenta de que sus madre bliológica lo había maltratado y abandonado. Como todos los niños, llevaba al cuello una Medalla Milagrosa. Las hermanas le explicaron que, en adelante, la Madre de Dios sería su madre. A partir de entonces, Alexei era el niño que mejor se portaba durante la comida de mediodía; besaba su medalla una y otra vez. Cuando se vestía, los que intentaban ayudarle tenían que besar primero la medalla; si no, no podían tocarle.

La fisioterapeuta también cambió. La medalla le llamó la atención. Al día siguiente, las hermanas le dieron una a ella. Desde aquel día, se alegraba cuando venían los niños discapacitados y trataba a Alexei con especial cariño, cuidado y respeto.

En un viaje rápido que hice a Moscú en los años noventa, acababan de encontrar una familia en Novosibirsk que quería adoptar a Alexei. Los trámites de adopción eran muy complicados y un médico tenía que examinar a Alexei y hacerle unas preguntas. Alexei contestó en Ruso y en inglés, el cual había aprendido con las hermanas. Finalmente, cuando Alexei le preguntó al médico por qué le hacía todas aquellas preguntas estúpidas, este se quedó un buen rato mirando pensativo el certificado que decía que Alexei era idiota (en ruso, no apto para la vida), lo rompió y dio luz verde a la adopción. En Novosibirsk, Alexei se convirtió en un fervoroso monaguillo del obispo Werth. En la actualidad, aquel niño no apto para la vida está estudiando para la universidad.

A menudo encontrábamos niños con problemas muy serios. Entre ellos estaban algunos con la terrible deformación de la elefantiasis, con las caras hinchadas o a los que faltaban extremidades. Con frecuencia, me producía repugnancia y hubiera preferido evitarme aquel espectáculo. La Madre Teresa se limitaba a decir: ¡Qué niño tan maravilloso!. Y muchas veces añadía: “Mire con qué ternura me coge el dedo”.

Ella tenía claro que los rayos de luz de Dios llegan al mundo incluso a través de niños gravemente discapacitados. Todo niño es un regalo de Dios. El gozo, la alegría y el amor tan tierno que la Madre Teresa mostraba por los niños y recién nacidos nos impresionaba mucho. Yo solía pensar que, si Dios nos trata con la misma ternura, alegría y gozo que la Madre Teresa derrochaba con aquellos niños, todavía puedo albergar esperanzas. Para la Madre Teresa, que había que aceptar a todo niño con amor era lo más evidente del mundo.

Ese era quizá el secreto de su éxito: el poder de la ternura. No removía a la gente por ningún logro de tipo intelectual, ni siquiera por su ejemplar labor social, sino porque veían la ternura, empatía y olvido de sí con que trataba a las personas. Lo que toca el corazón de la gente es sentirse amados. Para la Madre Teresa aquello no era otra cosa que transmitir el amor que Dios le había dado a ella.

Aceptaba a personas que nos parecían repulsivas con la misma estima que manifestaba por nosotros. No hablaba de manera distinta con el presidente de una nación que con una prostituta ni hacía distinciones entre una monja carmelita y Mohamed Alí, el campeón del mundo de boxeo, que la visitó en Calcuta. Para mucha gente eso debió de suponer una sorpresa, lo mismo que será para nosotros cuando lleguemos al cielo y experimentemos la bondad de Dios cara a cara, algo que no somos capaces de anticipar ni de comprender racionalmente.

Esa bondad es muy conmovedora. Cuando la Madre Teresa daba la bienvenida a grupos visitantes y hablaba con ellos durante veinte minutos, era habitual que la mitad salieran llorando o con lágrimas en los ojos. La Madre Teresa se servía de la impotencia –indefensión- que produce el amor. Nunca intentó forzar a nadie; solo quería atraparlos en la red del amor.

Por todo lo anterior, le parecía terrible que muchos padres rechazaran a su propio hijo, que muchos niños fueran no deseados. En multitud de ocasiones –no solo en conversaciones personales, sino también ante los ojos y oídos del mundo- advirtió: “El aborto es un asesinato en el vientre de la madre. Un hijo es un regalo de Dios. Si no lo quieren, dénmelo a mí. Yo sí lo quiero”.

La Madre Teresa recibió el Premio Nobel de la Paz en 1979. Aprovechó la ocasión de su discurso del Nobel –que la ponía en el centro de la atención de un auditorio internacional muy amplio- para hablar con vehemencia en contra del aborto: “Siento que el mayor destructor de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra, una muerte, un asesinato perpetuado directamente por la propia madre. Mucha gente está muy, muy preocupada por los niños de la India, por los niños de África, donde muchos mueren, tal vez de desnutrición, de hambre y demás, pero millones están muriendo por una decisión consciente de la madre. Y este es el mayor destructor de la paz hoy en día. Porque, si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué falta ya para que yo te mate a ti y tú me mates a mí? No hay nada entre esas dos cosas.

Estas palabras eran muy duras. Cuentan que, al día siguiente, un sacerdote que había escuchado el discurso en la radio se lo recriminó; sus palabras habían ofendido a muchas mujeres escandinavas. La respuesta fue la que cabía esperar de la Madre Teresa.

Parece ser que miró a aquel joven sacerdote a los ojos y le dijo:
-Padre, Jesús dijo: “Yo soy la Verdad”, y es obligación de usted y mía decir la verdad. Después, ya es asunto de la persona que escucha aceptarla o rechazarla.

Retrospectivamente, puedo afirmar que la Madre Teresa decía la verdad cuando gustaba y cuando no, pero siempre con gran amor.
En el discurso de la ONU en 1985, la Madre Teresa hizo un apasionado llamamiento en defensa de la vida del ser humano no nacido:
“Las obras de amor comienzan en el hogar y las obras de amor son obras de paz. Todos queremos la paz, sin embargo, tenemos miedo de las armas nucleares, tenemos miedo del SIDA. Pero no nos asusta matar a un niño inocente, un niño pequeño no nacido, creado con el mismo fin: amar a Dios y amarles a ustedes y a mí.

Esto es lo que resulta una tremenda contradicción, y siento que hoy el aborto se ha convertido en el mayor destructor de la paz. Nos asustan las armas nucleares porque es algo que nos toca, pero no nos asusta, a la madre no le asusta, cometer ese terrible asesinato. Incluso cuando el propio Dios habla de ello, dice: “Aunque una madre pueda olvidarse de su hijo, yo no te olvidaré. Te he grabado en la palma de mi mano, eres precioso para mí, te amo”. Estas son las palabras del mismo Dios para ustedes, para mí, para ese niño no nacido. Y este es el motivo por el que, si de verdad queremos la paz, si queremos de verdad hoy la paz, con sinceridad de corazón, debemos hacer un propósito firme de no permitir que en nuestros países, en nuestras ciudades, haya un solo niño que no se sienta querido, que no se sienta amado, que sea excluido de la sociedad. Y ayudémonos unos a otros para que eso tome fuerza. Que en nuestros países esa terrible ley de matanza de inocentes, de destrucción de la vida, de destrucción de la presencia de Dios, desaparezca de nuestro país, de nuestra nación, de nuestro pueblo, de nuestras familias.