Las apariencias

jueves, 26 de enero de 2012
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 “Los letrados que habían bajado de Jerusalén decían: “lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios”, Él los llamó y por medio de comparaciones les explicó: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir. Una casa dividida internamente no puede mantenerse. Si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede subsistir, más bien va camino de su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse las cosas si primero no lo ata. Después podrá saquear la casa. Les aseguro que a los hombres se les pueden perdonar todos los pecados y las blasfemias que pronuncien. Pero el que blasfeme contra el espíritu jamás tendrá perdón; será culpable para siempre. Jesús dijo esto porque ellos decían que tenía dentro un espíritu inmundo.”

                                                                                                                                Mc 3, 22-30

 

El texto que acabamos de escuchar, del evangelio de San Marcos, nos propone una imagen muy particular, este encuentro de los escribas, aquellas personas que conocían muy bien la ley, el contenido de la Palabra, lo escrito y lo conservaban no solo en su corazón, sino que también lo proclamaban y presentaban delante del pueblo, son ellos los que viendo la expresión, la palabra, el testimonio del Señor Jesús. Tienen esta particular manera de juzgar por lo exterior, por lo visible esa presencia de Jesús y entonces esta afirmación primera que escuchábamos esta poseído por el príncipe de los demonios porque solo Él puede dominarlos. Ciertamente podríamos decir de entrada es una de estas expresiones que nos pintan como de cuerpo entero, tantas veces nos dejamos llevar por las apariencias, tantas veces nos quedamos en la primera impresión o nos quedamos con esto que me llega, que me toca, que miro y que no puedo superar si no abro el corazón. A los escribas les pasaba algo así, se quedaron con esta primera mirada de Jesús, quizás cuidando demasiado sus propios intereses o mirando a penas con su punto de vista tan particular pero también tan singular, esta expresión de alguna manera les va a impedir conocer la riqueza de la salvación que Jesús propone y presenta. Cómo entonces, nos enfrentamos ante el misterio de un nuevo día, cómo nos acercamos al encuentro de nuestros hermanos, sin duda no se trata solo de esperar, sino de una actitud interior por la cual nosotros nos animamos a mirar más allá de lo que nos muestran las apariencias. Por eso, el relato del evangelio nos va a mostrar, precisamente, la respuesta de Jesús. Jesús los llama, Jesús los convoca y después de este estilo tan particular del Señor, las comparaciones, las parábolas que conocemos a lo largo del relato del evangelio, les presenta esta pregunta, casi como devolviéndoles el punto de vista, ¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas, no puede subsistir, así como una familia dividida tampoco puede subsistir, es decir el Señor les hace ver más allá de sus palabras o expresiones, la inconsistencia de la afirmación. Jesús no puede venir en nombre del príncipe de los demonios, sino por el contrario, solo el amor de Dios es el que nos libera de todo mal y es así, en esa perspectiva de amor y de plenitud que el Señor quiere abrir el corazón no solo de los escribas, sino de todos nosotros para que en este día y en nuestra vida recibamos la gracia que el Señor nos ofrece. Por eso también, seguimos leyendo y nos dirá el texto si el propio Satanás estuviera dividido, su reino se vendría en ruinas, de la misma manera entonces, en una casa nadie puede entrar por más que esté bien asegurado si antes no ata al hombre fuerte para saquear sus bienes, de esa manera también nosotros podemos entender lo que el Señor nos invita, a abrir el corazón solo al amor de Dios, a ponernos en su presencia que nos fortalece, esa gracia que nos sostiene, que nos alienta y que incluso, nos invita a dar una mano al que está a nuestro lado. Por eso, la fortaleza que viene de Dios, ciertamente es una fortaleza que nada, ni nadie podría explicar si no es gracias al don de la fe.

 

¿Cómo es nuestro encuentro con los demás, con nuestra realidad, con este nuevo día que el Señor nos regala?

 

Decíamos entonces, lo difícil que es superar las apariencias, esta primera impresión que nos causan los demás y que también nosotros causamos a los demás o provocamos a los demás. Por eso, más allá de estas apariencias que Jesús les dejaba a los escribas, el Señor les va a mostrar una verdad, una verdad mayor, una verdad tan rica que no solo quedó para el evangelio, sino que quiere llegarnos al corazón, que quiere sacarnos todo aquello que nos entristece, que nos doblega, que nos frena en la vida y nos invita a caminar con Él. Por eso, seguimos leyendo en el texto de San Marcos en el capítulo 3 y nos señala esta hermosa expresión: “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres, todos los pecados y cualquier blasfemia que profiera” esta expresión de la generosidad de un Dios que sabe de nuestra pobreza y fragilidad que conoce nuestras miserias y que por eso nos regala justamente el don del perdón, un perdón ilimitado, generoso, grande como el amor de Dios y entonces una mirada primera sobre nuestra propia realidad. Algunos escuchamos, o a veces nos pasa en la propia vida que decimos: no me voy a confesar, no necesito del amor de Dios o tal vez en la otra mirada, cómo voy a confesarme, Dios no me va a perdonar. Necesitamos esta experiencia, la experiencia de un Dios que nos ofrece todo su perdón. Les aseguro que todo será perdonado, todos los pecados y todas las blasfemias que profieran, es decir Dios quiere darnos su perdón, Dios quiere liberarnos de todo mal, ese mal interior que provoca el pecado, que va corrompiendo nuestra propia historia, nuestra realidad, nuestra mirada a los demás y a nosotros mismos, esa relación con nuestro Padre Dios, nuestra relación fraterna, nuestra relación, incluso, con el mundo creado. Necesitamos este perdón que restaura las relaciones humanas, relaciones sociales, relaciones con el propio Dios, nuestro padre. Por eso, el perdón que el Señor nos regala generosamente es sin duda, el mayor don que podemos recibir, precisamente porque lo necesitamos a este perdón, entonces, es al que queremos hoy también seguir apelando, que el Señor nos regale el don de su gracia, que el Señor nos regale el don del perdón porque lo necesitamos. En el mundo en el que vivimos descubrimos ciertamente que es necesario buscar la gracia de la reconciliación, esta gracia del perdón que nos invita a mirarnos una vez más a los ojos, mirarnos como hermanos y ponernos en sintonía. Por eso, la gracia del perdón que el Señor nos quiere regalar hoy es sin duda el mayor gozo, sintonizar con su amor, sintonizar con su palabra y poder decirle: “Señor dame tu gracia, dame tu perdón, sácame del corazón todo aquello que me entristece o apaga el fuego de tu amor”. Así también nosotros queremos que este don del Espíritu Santo que nos regala su gracia y su misericordia vaya tocando, colmando nuestro interior. Dice el texto, como seguimos leyendo en el evangelio de Marcos: “El que blasfema contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás, es culpable de pecado para siempre”, esta expresión, el que ofenda al Espíritu Santo negando su acción, su presencia, el que no permita que el espíritu de Dios llegue a su interior, ciertamente se quedara al margen de la misericordia, no porque Dios no quiera, sino porque uno le ha cerrado las puertas del corazón. Por eso, en definitiva, la conversión será siempre el querer de Dios pero nuestra respuesta personal positiva. Entonces el pecado contra el Espíritu Santo del que tanto hemos escuchado hablar, es en definitiva no dejarle espacio a Dios en la propia vida, en el propio corazón. Dios nunca entrará en nuestra vida o en nuestro corazón por la fuerza, sino por amor y por eso entonces, tenemos que abrir el corazón y dejarlo obrar, dejarlo actuar. El Señor nos invita a aceptar su generosidad, su gracia, su perdón, su libertad. Por eso entonces, como les pasaba a los escribas en el evangelio, también nosotros tenemos que animarnos a mirar de una manera distinta, animarnos a este camino nuevo que el Señor nos invita a recorrer de su mano. Los invito entonces, a que mirando esta porción del evangelio, a que en esta mañana, iniciando la semana, podamos también reconocer si nos cuesta perdonar, si nos cuesta de verdad aceptar el perdón de Dios, si acudimos generosamente al trono de su misericordia, si nos reconciliamos de verdad con Dios y con nuestros hermanos, con nuestra familia, con el que tengo a mi lado, con aquel que comparte el tiempo del trabajo en mi jornada, con aquel que tengo que compartir el día, la semana, es decir aquellos que van a mi lado y que muchas veces necesitan de mi perdón, de mi paciencia, de mi generosidad y que al final el amor se transforme en una sonrisa, en un abrazo, en un apretón de manos.

 

Decíamos al leer la Palabra que las apariencias engañan, ciertamente, a los escribas que se dejan llevar solo por una primera impresión delante de Jesús y que en ese juicio primero, no terminan de reconocer la riqueza de un Dios que los llama, también a ellos como a nosotros, al perdón, a la reconciliación, a la mirada nueva y a la misericordia. Ahora los invito entonces a que en este nuevo bloque, podamos descubrir si en nuestra vida, el Señor nos quiere liberar, nos quiere sanar, nos quiere regalar su perdón, de qué cosas nos quiere curar, en qué rincones de nuestra vida el Señor todavía necesita entrar, echar luz, sanar, reconciliar. Si lo miramos en una perspectiva individual o personal, vamos a descubrir que en nuestro propio corazón, en nuestro tiempo, en nuestra historia personal, el Señor también quiere llegar y quiere llegar para hacer el gran milagro de su amor, llenarnos de paz, llenarnos de su gracia. El Señor quiere obrar en tu corazón como en el mío, como en el de cada uno de los hijos de Dios, pero como Él nos invita, también nosotros debemos abrirle el corazón y entonces así, dejar obrar a Dios será también animarnos a recibir su perdón, a reconocer su infinita misericordia, tantas bendiciones que el Señor nos regala a lo largo de la vida y entonces hoy también podríamos proponernos juntos esta mirada agradecida al Señor, una mirada que nos invite ante todo a reconocer que Él está siempre con nosotros, que nos acompaña en todos los momentos, aun en aquellos en los que parece estar ausente, justamente reconciliarnos con el Señor es agradecerle su amor cercano, su amor misericordioso, su amor generoso en todos los instantes de nuestra vida, es mirar más allá de la primera impresión. Recuerden este momento aquella familia que con dolor, se lamentaba porque Dios había estado ausente ante la muerte de su hijo y yo le decía justamente: “Dios en ese momento estuvo más presente que nunca, recibiendo el alma de ese hijo que ustedes entregaban con amor”, por eso, aun en las situaciones más difíciles, el Señor está presente aunque no lo sepamos encontrar. Qué bueno sería empezar entonces, esta semana, empezar esta mañana mirando nuevamente, nuestra historia, nuestra vida, acontecimientos recientes o quizás de mayor tiempo y decirle al Señor: “Gracias porque siempre estuviste a mi lado, gracias porque siempre estuviste en mi familia, en mi trabajo, en mi propia historia familiar, con mis amigos, con mi grupo de trabajo, gracias Señor porque no me abandonaste, gracias porque estas siempre a mi lado y querés ser el compañero de mi camino desde aquí a la eternidad”. Por eso, una mirada agradecida en definitiva, es aquella que mira más allá de lo que otros ven, que no nos quedamos solo en una apariencia que muchas veces puede aparecer adversa, áspera o que nos pone hasta de mal humor. Miremos cuanto bien nos puede hacer reconocer esa presencia de Dios en nuestra vida, no solo en la nuestra, porque el paso siguiente será descubrir y agradecer que Dios está en el corazón de mi hermano, en el corazón de quien está a mi lado, Dios está en cada uno de los que me rodean y precisamente desde esta mirada nueva lo vamos a reconocer. Por eso, mirar al Señor, ciertamente, exige tener un corazón nuevo, un corazón abierto a su gracia, abierto a su misericordia. Los escribas en el evangelio no lo podían aceptar, ni entender porque su corazón todavía estaba demasiado chiquito, demasiado duro, demasiado cerrado. Hoy queremos abrirle el corazón al Señor y pedirle que con la fuerza de su Espíritu Santo, su Espíritu de amor Él nos vaya haciendo crecer en esta capacidad interior, en esta perspectiva que nos invita no solo a reconocer su paso generoso y santificante en nuestra propia vida, sino también ese paso de Dios que da paz, que serena y llena de alegría el corazón de nuestros hermanos. Mirar cuántos a nuestro alrededor están construyendo un mundo nuevo, simplemente con hacer las tareas de cada día, pensemos sino en el hogar, en el trabajo, en la calle, en la sociedad en la que vivimos, cuántos desempeñando su responsabilidad, su tarea, su misión concreta están aportando y construyendo de una manera simple pero efectiva a que el amor de Dios se haga aun más presente para todos. Por eso, también nosotros descubriendo esta misión que el señor nos propone, démosle gracias con alegría, con generosidad porque Él está con nosotros y nos invita a abrirnos, a abrir el corazón y sumarnos también en esta construcción de la historia, una historia que lo necesita a Él como protagonista y que nos invita a nosotros a ser constructores junto a Él. Por eso ahora también, los invito a que podamos reconocer en estos espacios, en estas porciones de nuestra vida, de nuestra realidad, de nuestro mundo ¿En qué lugares el Señor todavía no ha llegado con su gracia, con su luz o no lo reconocemos o no lo hemos sabido mirar? Que podamos entonces profundizar en este sentido para dar gracias por su presencia pero también reconocerlo vivo y presente en nuestra historia, en nuestra realidad cercana y concreta, esta que vamos haciendo todos los días, esta que vamos haciendo mientras estamos pensando en el medio día, entre lo que vamos planeando para esta semana, para este mes de enero que va llegando a su fin, pero en definitiva en esta vida, la de todos los días, la que vamos haciendo juntos, también el Señor camina junto a nosotros. Por eso, le vamos a pedir al Señor que nuevamente con la gracia de su Espíritu, Él nos siga alentando para descubrir todavía en que rincones, en que lugares de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestra realidad, Él todavía no ha llegado a impactar con su gracia, con su amor y que podamos entonces, abrir el corazón y dejarlo generosamente entrar como la luz del sol que va entrando por la ventana aquí donde yo estoy, que también la luz del amor de Dios llegue a tu corazón y pueda iluminar tu vida y tu historia.

 

En este último bloque entonces, de nuestra catequesis de este día lunes, descubrir una vez más que la gracia del perdón, la gracia que Dios nos regala a través del perdón, es una gracia que recibimos pero que al mismo tiempo nos invita a compartirla y es una dificultad, es difícil muchas veces ofrecer el perdón si antes no lo hemos experimentado. Por eso también, el evangelio hoy nos está invitando a este encuentro personal con el Señor en su Palabra, a reconocer esta gracia que Él nos invita a vivir, pero fundamentalmente a preguntarnos ¿Por qué no animarme a regalar el perdón a aquel que hace tanto tiempo que no visito, que no veo, que me siento distanciado o simplemente alejado por la circunstancia? Qué bueno sería tomarnos en este día, comenzando la semana, esta nueva determinación, “quiero ir al encuentro de aquellos que están lejos”, de aquellos que están lejos en mi corazón, en mi historia, en mi vida personal, así como Dios también ha querido hacerlo con cada uno de nosotros enviándonos a su hijo para regalarnos la riqueza del perdón, de su misericordia. Qué bueno sería tomar esta determinación con la gracia del Espíritu Santo, el único que puede ayudarnos a recibir el perdón de Dios y a ofrecerlo generosa y genuinamente a nuestros hermanos, qué bueno sería que el fruto de esta Palabra en este día nos ayude a estar reconciliados, todavía más que en paz con el Señor y con nuestros hermanos, que no quede solo en un propósito, que busquemos la manera de concretarlo y hacerlo realidad, así como Dios que ha querido reconciliarse con toda la humanidad, no se quedó solo con la intención, sino que nos envió a su propio hijo.

Por eso, así también, en esta mañana queremos agradecer a todos los que han participado, que han estado sintonizando nuestra emisora y por supuesto los invitamos, como todos los días, a seguir compartiendo la catequesis de las mañanas.

Les pedimos que ustedes no solo agradezcan el amor de Dios, sino agradezcan a aquellos que en su vida los han perdonado, les han abierto el corazón y con ese abrazo fraterno de verdad les han dicho: “Dios está en mi corazón”. Que Dios los bendiga.

 

                                                                                                            Padre Daniel Tejeda