Las bienaventuranzas: Felices los que lloran

sábado, 24 de septiembre de 2011
image_pdfimage_print
Las bienaventuranzas no son un código muerto que la Iglesia debe recibir y trasmitir lo mas fielmente posible, son una fuente de inspiración para siempre porque aquel que las ha proclamado ha resucitado y está vivo. A él se aplica aquello que el poeta Charles Benji dice de todas las palabras de Cristo, Jesús no nos ha dado palabras muertas     que debemos encerrar en pequeñas cajas y conservar en aceite rancio, nos ha dado palabras vivas para nutrir, las palabras de vida no se pueden conservar mas que vivas. Estando llamados a nutrir con la palabra de Dios, a nosotros nos pertenece y de nosotros depende hacerla entender por los siglos de los siglos, hacerla resonar.

Y cómo y de qué manera? Haciéndonos uno con Jesús y descubrir que la fuerza de la verdad existencial que esconde el mensaje de Cristo, viene a tomar la vida toda en cada una de sus instancias, en los mínimos momentos y en las máximas exigencias. Si nos dejamos tomar por esta palabra “Felices los que lloran porque reirán” entonces en el momento del llanto, en el dolor sereno expresado en el llanto por alguna circunstancia en donde es la única manera de expresar lo que nos ocurre, nosotros podemos abrir con las lágrimas un camino de esperanza. El que siembra llorando cosecha cantando.

Cuántas veces en tu vida las cosas fueron de una profunda pena, dolor, sacrificio, entrega, hasta las lágrimas se te cayeron cuando tuviste que enfrentar situaciones en donde veías la misma dificultad que afrontabas pero caminaste en la esperanza de encontrar una ruta y de repente ese caminar penoso y lacrimógeno fue en el mismo que regabas la tierra que ibas a fecundar lo mismo que en ese momento te hacía padecer. Hay muchas experiencias en ese sentido.

Yo pongo la que nos regala el Señor en este lugar que compartimos, y lo sé de tantos a los que nos ha costado mucho poner en marcha, sostener y acompañar, y hoy nos sigue costando este proyecto de maravilla que Dios nos ha regalado donde el primero que lo sembró con su sangre y sus lágrimas, fue Jesús y en comunión con él su madre. Y nosotros entendíamos que también por allí valía la pena apostar a este lugar y lo que costo tanta entrega, sacrificio, esfuerzo y vida, hoy es un jardín florecido en toda la República Argentina y con el aroma de María tantos reconocen la vida que se esconde detrás de esta obra suya.

Vos también serás testigo en tu camino, en tu búsqueda, en tu proceso de madurez, de que para sacarle fruto a la tierra hace falta que caiga el sudor de la frente.

 

Esa perspectiva de trascendencia en el sufrimiento que platea Lily Gudman es la que da sentido a la bienaventuranza de Jesús cuando dice: Felices los que lloran y están afligidos… los exégetas excluyen casi unánimemente que se trate de los afligidos solo en un sentido objetivo, sociológico, gente que Jesús proclamaría bienaventurada únicamente por el hecho de sufrir y de llorar, el elemento subjetivo, el motivo del llanto es determinante, desde donde la persona se ubica frente al dolor. Cuál es este motivo.

 

Los padres y los autores espirituales antiguos insistían sobre el motivo penitencial, las lágrimas del arrepentimiento por los pecados.

 

Los autores modernos proponen un motivo existencial, el llanto de aquellos que se sienten extranjeros sobre la tierra, lejos de la patria, de aquellos que se afligen por el sufrimiento desmedido que hay en el mundo.

Un llanto como el del Padre Pío, que en la Eucaristía entraba en tan profunda comunión con Jesús sufriente en la vida de los hermanos que se quebraba ante la sangre derramada incruentamente sobre el altar de la Eucaristía y cruentamente en tantas angustias de dolor y de búsqueda, de pena y sufrimiento de los que después se cruzaban penitencialmente sobre su confesionario.

 

Un llanto cósmico también, en la línea de lo que Pablo habla en el texto de Romanos 8, 19-23 “La creación y los hombres están en pena a la manifestación y a la espera plena de la redención” el llanto de quien está a la espera del tiempo nuevo que vendrá, pena y sufre porque no está. Como aquella expresión bonita y siempre elocuente de Madre Teresa de Jesús, difícil de entender pero que aquí claramente se comprende donde ella dice Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero porque muero, sufro, padezco, por el hecho de no estar definitivamente con Dios. Y en ese sentido quien ha tenido místicamente una experiencia profunda de encuentro con el Señor y ha tocado de alguna manera el cielo con las manos, encontrarse en la pena de lo cotidiano hace que su vida trascurra por aquí como en un valle de lágrimas.

 

Es condición del ser humano en su conjunto, cuando lo asumimos así en términos existenciales y de cara a Dios, el hecho de sufrir y de padecer, si subjetivamente asumimos esta condición, la bienaventuranza forma parte de todo ser humano, que en el momento mismo de dar a luz en el vientre y el seno materno, pega un grito y larga una lágrima, es así, es el modo de comenzar a transitar el valle de lágrimas, y la primera lágrima la soltamos cuando salimos del seno materno y después todo supone esfuerzo, entrega, dedicación, método, constancia. En un mundo de espiritualidad encarnado desde lo mágico y lo fácil esta perspectiva no es siempre bienvenida pero es la única que Jesús ha planteado como modo de alcanzar la plenitud.

Quien quiera seguirme que sepa que debe cargar mi cruz, la vida para ser conquistada en su plenitud es fruto del esfuerzo, fruto del sudor que es otro modo de lágrimas con la que nos encontramos todos los días en lo cotidiano, felices los que trabajan entonces, feliz los padres que tiene la difícil tarea de poner los límites a sus hijos para mostrarles el camino, feliz trabajador, feliz estudiante, feliz trabajador operador de radio, feliz quien coordina la programación. Todos estamos llamados a vivir en plenitud y en felicidad mientras en la vida sentimos que con pena conquistamos lo que nos hace falta para ser plenos y felices.

Él se fue pero nos dejo las bienaventuranzas.

 

 

Bienaventuranza de la juventud – 

 

Bienaventurados los muchachos y las chicas que hacen de la vida una ofrenda, un deber y una obligación.

Bienaventurados los muchachos y las chicas que deciden su futuro orando, consultando y reflexionando.

Bienaventurados los muchachos y las chicas que postergan su noviazgo hasta consolidar su voluntad, disciplinar su afectividad y madurar su inteligencia.

Bienaventurados los muchachos y las chicas que optan por una carrera o un oficio para servir mejor a la comunidad.

Bienaventurada la juventud que se enamora de Cristo y quiere proclamar ese amor.

Bienaventurada la juventud que sufre cuando la Iglesia y el país padecen, y se alegra cuando la Iglesia y la patria triunfan.

Bienaventurada la juventud que trabaja por la paz y la que tiene sed y hambre de justicia.

Bienaventurada la juventud que busca primero el Reino de Dios y lo demás lo considera añadidura.

Bienaventurada la juventud orante, penitente y eucarística.

Bienaventurada la juventud que prefiere perder el ojo, el brazo, el pie, si ese ojo, pie o brazo es ocasión de pecado.

Bienaventurada la juventud que es fría o caliente, porque la tibia será vomitada por el Señor.

Bienaventurada la juventud que, como María, se hace esclava de la Palabra del Señor.

Bienaventurada la Iglesia que cuenta con semejante juventud, porque el Señor hará grandes cosas con esa muchachada.

Bienaventurada la Patria que cuenta con una juventud recreada porque renovará su cultura, sus valores, sus instituciones, sus cuadros sociales, sus líneas de pensamiento, sus fuentes inspiradoras, y sus modelos de vida y recuperará así su identidad nacional y cristiana.

Felices ustedes, los jóvenes con alma de pobres, porque de ustedes es el Reino de los cielos.

Felices ustedes los jóvenes que ahora sufren, porque serán consolados.

Felices ustedes los jóvenes que ahora son incomprendidos, insultados y hasta odiados por la causa del Hijo del hombre, porque les espera una gran recompensa en el cielo.

Felices ustedes los jóvenes que proclaman la grandeza del señor.

Felices ustedes que se alegran en Dios el Salvador, porque a ustedes los miró y amó Aquel que es poderoso.

Felices ustedes, porque ha obrado con los jóvenes cosas estupendas Aquel cuyo nombre es santo y cuya misericordia se extiende de generación en generación.
A ustedes los colocó Dios en la vanguardia de su nuevo Israel, la Iglesia, para realizar sus designios misericordiosos, como lo había prometido a nuestros padres y a sus hijos por siempre jamás.

 

Mensaje de Mons. Vicente Zaspe pronunciado durante la celebración del Congreso Mariano Nacional – Mendoza, 1980

 

 

En esto de superar los dolores y las penas en la que la vida nos pone y vivirlos en clave de expectativa de alcanzar la felicidad, dice Cantalamesa, yo quisiera exponer dos de los motivos por los cuales se llora en la biblia y por los cuales ha llorado Jesús.

Estos me parecen dignos de meditarse en el momento histórico que estamos viviendo.

El Salmo 41, son mis lágrimas el pan, de día y de noche, mientras me dicen dónde está tu Dios, con quebranto en mis huesos mis adversarios me insultan, todo el día repitiéndome, en dónde está tu Dios.

 

Claro, porque nosotros pasamos por la vida con el dolor y el llanto como parte constitutiva del ser humano, pero cuando esto va acompañado de la predicación del Dios de la felicidad, el mundo no cree que podamos sostener la esperanza de la felicidad mientras sufrimos y padecemos. En todo caso el mundo cree que es posible mitigar el sufrimiento del lado del placer, pero no sostenido a la espera de una felicidad en plenitud y aquí hay una diferencia, Jesús no propone el placer como modo de ser feliz, si propone que en la felicidad hay mucho placer. Por encima del placer está la plenitud que también puede sumar el displacer y esta es la gran novedad de la bienaventuranza.

 

La sociedad hedonista ha creado una fantochada de felicidad cuando ha querido sustituir la plenitud con el placer dejándonos instalados en nosotros mismos sin darnos la alternativa de trascender. La gran propuesta del Evangelio y de las Bienaventuranzas está en el orden de reconocer que es posible en la trascendencia, más allá de nosotros mismos, sin perder de vista el aquí y ahora donde estamos, darle sentido al dolor. Esto lo hace la Pascua de Cristo.

 

En estos días celebramos a Jesús exaltado en la cruz y a María al pie de la cruz. Que ella pueda estar al pie de la cruz es posible porque su hijo sostiene la esperanza frente al dolor y a la desesperación que genera el encuentro de él que no tiene pecado con el pecado y la muerte y lo hace justamente testigo de la vida que vendrá.

 

Es en la certeza de que la última palabra la tiene la vida en todas sus manifestaciones, donde el dolor no solamente puede ser mitigado, es superado, no solamente puede ser resistido, vencemos. Cómo es que un mártir como San Esteban o como otros, cante en el momento de ser liquidado mientras los otros lloran el reza, canta y alaba porque tiene la certeza en el interior de su corazón de que la vida es más que la muerte y que no hay dolor ni sufrimiento que pueda con la plenitud de felicidad con la que Dios nos quiere, viviendo, celebrando y alabando también en medio de las luchas y las dificultades.

 

La oportunidad de encontrar en medio de la fragilidad, en dónde está Dios, para nosotros como para el salmista el motivo de tristeza, la impotencia que experimentamos frente al desafío de la pregunta, dónde está Dios, encuentra su respuesta en el mismo silencio de Dios.

Dios llama al creyente a compartir su debilidad, su fracaso, prometiendo solo en estas condiciones la victoria, la debilidad divina es más fuerte que la fuerza de los hombres.

 

Allí donde yo soy frágil, soy fuerte, dice Pablo, tres veces le pedí al Señor que me quitara de la carne esa espina que yo llevaba clavada y tres veces me dijo, te basta mi gracia.

 

Ahí es donde el Señor nos invita a detenernos y a pararnos cuando en el dolor y en el sufrimiento sentimos el apuro interior de decir, ya basta, hasta aquí, no puedo más, no tengo otra fuerza que la que puedo poner, cuando llegó ese momento, entonces es el momento en que Dios te dice, ahora sí, Yo soy tu fuerza, ahora sí Yo soy tu escudo, ahora si soy Yo en vos. Pablo es el que expresa con tanta claridad esta debilidad en Dios, y esta fuerza de Dios en nuestra debilidad llega a decir que la verdad más profunda de su ser es Cristo: Ya no vivo yo es Cristo y su fuerza que viven en mí.

 

Por eso la experiencia de la pena, el dolor y el sufrimiento, el límite del fracaso, la vulnerabilidad como modo de sintetizar todo eso es la gran oportunidad para que Dios obre con poder.