Las bienaventuranzas, un camino para el discípulo

jueves, 10 de septiembre de 2009
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Catequesis del Miércoles de la XXIII del Tiempo Ordinario

 

Evangelio según San Lucas 6,20-26.

Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: "¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!

1. Las bienaventuranzas, un camino para el discípulo

Jesús habla en las Bienaventuranzas de la felicidad de la vida eterna; y de los anhelos, luchas y sufrimientos de la vida presente, en los cuales se gesta la recompensa del cielo. Esto que parece contradictorio sólo se puede entender, cuando uno mira al mismo Jesús. Porque lo que enseña, lo ha vivido primero él mismo.

Cuando El proponía el programa de las bienaventuranzas nos estaba mostrando lo que hizo por nosotros: fue pobre de espíritu, lloró por su amigo Lázaro y por Jerusalén, fue sufrido como cordero llevado al matadero, tuvo hambre y sed de justicia y no dudó en proclamarlo, practicó la misericordia y el perdón, fue limpio de corazón, trabajo por la paz y fue perseguido por los poderosos de este mundo a causa de haber defendido la justicia. Este camino es arduo y costoso. Quien lo emprende necesita coraje, decisión, firmeza y constancia, buenos pies y mucho ánimo. Sabemos que hay alguien que sostiene los pasos del que elige este camino, el propio Jesús El siempre va por delante abriendo senderos como luz del mundo y buen pastor. Pero no lo hace todo, sino que cuenta con nosotros, nos exige espíritu de lucha y que aceptemos los riegos que se presentan.

Las Bienaventuranzas[1], nos ofrecen el mapa de nuestra vida cristiana, una senda del seguimiento de Jesús y el camino real hacia la madurez y la libertad espiritual.
Jesús dice "Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los que lloráis, los que tenéis hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los que trabajáis por la paz y los perseguidos". ¡Bienaventurados! Pero las palabras de Jesús pueden resultar extrañas. Es raro que Jesús exalte a quienes el mundo por lo general considera débiles. Les dice:  "Bienaventurados los que parecen perdedores, porque son los verdaderos vencedores:  es de ellos el reino de los cielos". Estas palabras, pronunciadas por él, que es "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29), plantean un desafío que exige una profunda y constante metánoia del espíritu, un gran cambio del corazón.

2. Una voz para elegir y otra para dejar

Comprendemos  por qué es necesario el cambio del corazón. En efecto, conocemos otra voz dentro nuestro y en torno a nosotros, una voz contradictoria. Es una voz que nos dice:  "Bienaventurados los orgullosos y los violentos, los que prosperan a toda costa, los que no tienen escrúpulos, los crueles, los inmorales, los que hacen la guerra en lugar de la paz y persiguen a quienes constituyen un estorbo en su camino". Y esta voz parece tener sentido en un mundo donde a menudo los violentos triunfan y los inmorales tienen éxito. "Sí", dice la voz del mal, "ellos son los que vencen. ¡Dichosos ellos!".

 Jesús presenta un mensaje muy diferente.  Jesús llamó a sus primeros discípulos, como nos llama ahora a nosotros. Su llamada ha exigido siempre una elección entre las dos voces que compiten por conquistar nuestro corazón:  la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. Confiar en Jesús significa elegir creer en lo que nos dice, aunque pueda parecer raro, y rechazar las seducciones del mal, aunque resulten deseables o atractivas.

 Hoy escuchamos su voz y creemos en lo que nos dice, pero, como los primeros discípulos en el mar de Galilea, debemos dejar nuestras barcas y nuestras redes, y esto nunca es fácil, especialmente cuando  afrontamos un futuro incierto y sentimos la tentación de perder la fe en vuestra herencia cristiana. Ser  cristianos comprometidos puede parecernos algo superior a nuestras fuerzas en el mundo actual. Pero Jesús no está de brazos cruzados; no nos deja solos al afrontar este  desafío.  Está  siempre  con  nosotros para  transformar  nuestra  debilidad en fuerza. Confiemos en él cuando nos dice:  "Mi gracia te basta, pues mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12, 9).

 Los discípulos pasaron algún tiempo con el Señor. Llegaron a conocerlo y amarlo profundamente. Descubrieron el significado de lo que el apóstol san Pedro dijo una vez a Jesús:  "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Descubrieron que las palabras de vida eterna son las palabras de las bienaventuranzas. Este es el mensaje que difundieron por todo el mundo.

En el momento de su Ascensión, Jesús encomendó a sus discípulos una misión y les dio una garantía:  "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones. (…) Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20).

Hoy nos toca a nosotros ir al mundo a predicar el mensaje  de las bienaventuranzas.

 
3. Una propuesta para preguntarse y vivirla en lo cotidiano [2]

– Si estás hundido en la tristeza y te sientes solo, no te aísles sino busca a otro que sufre la misma aflicción para consolarlo, como lo hizo Jesús que acudió a la casa de Marta y María cuando estaban llorando la muerte de Lázaro. Y tú mismo recibirás consuelo. "Felices los afligidos, porque serán consolados."

– Si estás sufriendo por la desigualdad de las oportunidades en la sociedad, no cedas a la tentación de la violencia, pide al Señor la fortaleza de poder resistir a la violencia propia y ajena. "Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia."

– Si tu reclamo profundo es un mundo de verdadera hermandad, entrégate a la causa de los demás. Y ya ahora tu hambre y sed de justicia recibirá satisfacción a pesar de la incomprensión. "Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados."

– Si te sientes muy débil y miserable, sé comprensivo y misericordioso para con el pecador y excluido. Y ya ahora tu mismo sentirás la misericordia de Dios que ama a los humildes. "Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia."

– Si anhelas estar en intimidad con Dios y verlo, déjate mirar por él y ábrele con confianza tu corazón. Y él purificará tus ojos para que lo puedas contemplar. "Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios."

– Si quieres que el Padre providente te quite los miedos y la inseguridad, trabaja por la paz entre los hombres. Y harás la experiencia de ser hijo o hija de él y de tener muchos hermanos. "Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios."

– Si sueñas con un mundo en que Dios sea reconocido por todos, prepárate para sufrir por practicar su ley en el ambiente público. Pero ahora ya sentirás que perteneces al Reino y que Cristo está a tu lado. "Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos pertenece el Reino de los Cielos."

 

 



[1] S.S. Juan Pablo II, Santa Misa para los jóvenes en el Monte de las Bienaventuranzas



[2] Mons. Luis Teodorico Stöckler, obispo de Quilmes