18/05/2025 – El 8 de diciembre de 1977, la Iglesia de la Santa Cruz en Buenos Aires, un tradicional refugio para los perseguidos, se convirtió en el escenario de una trágica emboscada. Allí se reunía un grupo de las Madres de Plaza de Mayo de la línea fundadora junto a militantes laicos y las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Buscaban un lugar seguro para organizarse y recaudar fondos para una solicitada en los diarios con un reclamo claro y conmovedor: «Por una Navidad en paz y sin presos políticos». Este grupo, conocido como los «12 de la Santa Cruz», encontró en la parroquia una puerta abierta, un espacio de contención que, sin saberlo, sería también el lugar de su delación y secuestro, hoy transformado en el «Solar de la Memoria».
La confianza del grupo fue brutalmente traicionada por un infiltrado. El represor Alfredo Astiz, bajo el falso nombre de Gustavo Niño, se hizo pasar por el hermano de un desaparecido. Según relata Luis Rey, miembro de la organización «Familiares y Compañeros de los 12 de la Santa Cruz», Astiz se ganó rápidamente el afecto de las Madres, quienes lo cuidaban como a un hijo, pidiéndole que no se expusiera en las plazas por su seguridad. Esta cercanía le permitió orquestar el operativo del 8 de diciembre, donde, en cuestión de minutos, la mayoría del grupo fue secuestrada. La traición fue tan profunda que el propio Astiz figura como firmante en la solicitada que el grupo preparaba, un testimonio escalofriante de su cinismo.
Las religiosas francesas, Alice Domon y Léonie Duquet, no llegaron a la iglesia por azar. Como explica Diana Viñoles, doctora en filosofía e historia, su vida fue una encarnación de la «opción por los pobres». Pertenecientes a las Hermanas de las Misiones Extranjeras, su carisma era estar «donde la iglesia no está presente». Alice, de 40 años, vivió una inserción radical en Villa Lugano y luego con las ligas agrarias en Corrientes, compartiendo la vida y las luchas de los campesinos. Léonie, de 60 años, tuvo un paso por Córdoba y fue una dedicada educadora y renovadora de la catequesis en Morón. Su profundo compromiso con los desprotegidos las llevó a acompañar a las Madres, venciendo el terror que paralizaba a gran parte de la sociedad.
Tras el secuestro del 8 de diciembre, el operativo continuó. El 10 de diciembre, Léonie Duquet fue secuestrada en Ramos Mejía, completando la desaparición del grupo. Todos fueron llevados a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros de detención y tortura más siniestros de la dictadura. Se estima que alrededor del 14 de diciembre, una semana después de su captura, fueron víctimas de los «vuelos de la muerte», arrojados vivos al mar. El hecho de que dos de las víctimas fueran ciudadanas francesas provocó un escándalo internacional, haciendo imposible que la dictadura continuara negando la existencia de los desaparecidos y visibilizando la brutalidad del régimen ante el mundo.
Hoy, la historia de las monjas francesas y los 12 de la Santa Cruz es un símbolo de resistencia y amor frente al horror. Luis Rey reivindica con orgullo la frase que se usaba para justificar las desapariciones, «en algo habrían andado», afirmando que ese «algo» era su inquebrantable compromiso con la justicia y los pobres. Cada 8 de diciembre, la tragedia se transforma en un acto de memoria y reafirmación de la lucha por los derechos humanos. Como subraya Diana Viñoles, la biografía de estas mujeres demuestra que el amor vence a la muerte, y su legado inspira a las nuevas generaciones a custodiar el «Nunca Más» para que el terror no se repita.
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