Libérate

jueves, 29 de marzo de 2007
De la misma manera ustedes los jóvenes, sométanse a los presbíteros, a los sacerdotes. Cada uno se revista de sentimientos de humildad para con los demás porque Dios se opone a los orgullosos y da su ayuda a los humildes. Humíllense bajo la mano poderosa de Dios para que Él los eleve en el momento oportuno. Descarguen en Él todas sus inquietudes, ya que Él se ocupa de ustedes. Sean sobrios, estén siempre alertas porque su enemigo, el demonio ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes. El Dios de toda Gracia, que nos ha llamado a su Gloria eterna en Cristo, después que hayan padecido un poco, los restablecerá y confirmará, los hará fuertes e inconmovibles. A Él sea la Gloria y el Poder eternamente. Amén.

1 Pedro, 5
Estamos buscando en este tiempo de cuaresma y en estas catequesis, la manera de disipar en nuestro interior las sombras, las nubes, las tormentas. Tal vez inspirado, en parte importante del país, donde se extraña la presencia de la luz del sol, su calor, su compañía. Como las cosas que realmente valen, las extrañamos cuando nos faltan.

En lo más hondo de nuestro corazón hay momentos en la vida, donde sentimos esa extrañeza, ese anhelo de mayor luminosidad, de mayor claridad, de mayor sentido. Son momentos de sombra, de oscuridad, de tormentas. Le llamamos temporales, como éste que estamos viviendo ahora, parece que el mal tiempo hubiera venido a instalarse. Sin embargo, sabemos que “no hay mal que dure 100 años”, es real y por lo tanto, este tiempo de clima adverso que estamos viviendo en nuestros campos, ciudades, cuanto estas sombras que oscurecen nuestra interioridad, no es para que se queden para siempre. Y en el anhelo, la espera, el deseo de que aparezca la luz del sol y la luz de Cristo, sol que ilumina nuestro corazón, nos disponen como para ir en lucha, quitando lo que en medio no nos permite recibirlo. Quisiéramos nosotros por allí que sople un viento fuerte que se lleve todas estas nubes, toda esta tormenta y que traiga el sol y seque nuestra tierra. Disponga mejor los campos para la cosecha, que nos permita secar la ropa o lavarla, que no se nos pegote tanto en la humedad el cuerpo a la ropa.

Lo mismo decíamos para nuestras tormentas, que sople el Espíritu de Dios, que disipe las sombras, que en el corazón han venido a cubrir aquel sentido que da la presencia de Jesús, luz de Jesús, sol que nace de lo alto.

¿Cómo se llaman estas nubes? ¿Qué nombre tienen estas tormentas? Son demonios. Acciones, presencias del mal que oscurecen el brillo que trae a Cristo Jesús para nuestra vida.

Entre esas nubes, está la nube de la ira. Esta como muy ligada a la tristeza. Casiano coloca a la ira antes que la tristeza y E. Póntico, este monje del tiempo antiguo, del que Anselm Grüm, toma muchos de los elementos para proponernos su doctrina trata la ira antes que la tristeza también, es su escrito sobre los ocho espíritus de la acción del mal”. Y fijate que es tal cual. Si uno analiza el proceso de depresión, en el que puede a veces resbalar la propia vida, o contempla y acompaña a personas que están en procesos depresivos. En algún momento esa honda depresión explota. Y se expresa con cierta violencia, incontrolable para la persona. De hecho, la manía depresiva es eso. Es la honda depresión por la que atraviesa un momento determinado en la vida de una persona que de repente se abra ante la grieta de ese profundo valle, una vez, una expresión, un gesto, una actitud violenta, incontrolable. En ese estado de vaivén, en el que se pone el corazón cuando está ciertamente en un estado depresivo.

La tristeza que podríamos identificarla con ese estado interior, si no la sabemos sobrellevar luchando contra ella desde el gozo y la alegría, puede dar lugar a la ira. La ira, decía E. Póntico, es una pasión muy ardiente. Se lo define como un encrespado movimiento de la parte emocional del alma, contra quien ha hecho una injusticia a otro, o que como injusticia se considera. Amarga al alma durante todo el día y arrastra el entendimiento, sobre todo, durante la oración. Manteniendo el rostro del ofensor ante los ojos.

Son esas broncas que nos disponen mal y a veces las arrastramos de tiempo y entonces nos levantamos con el ceño fruncido y con cara de guerra, para enfrentar el día con ese espíritu que nos quita luminosidad a la hora de ver por donde ir. Estamos enojados y furiosos! Y si empezamos a buscar las razones, a veces, al encontrar una cierta injusticia, una cierta situación desagradable, no termina de explicarse que el estado anímico de ira, corresponda aquello, que desató este estado emocional descontrolado. Lo cual quiere decir que, en realidad, no está fuera de nosotros, la ira.

Está mal cuando decimos”meenoja mucho cuando haces esto o hacés aquello”; en todo caso lo que hay que decir “cuando pasan cosas como estas se desata dentro de mi el enojo”. Es distinto. Conviene dentro de nosotros, el enojo, la ira, la bronca, el ceño fruncido, la cara de guerra, ese espíritu de avanzar sobre la vida como habiéndose desayunado uno con vinagre. Y que hace que de algún modo todo pase por ese tamiz, que no termina de entender la realidad y nos vinculamos poco cordialmente con ella. La falta de cordialidad de vínculo con la realidad está asentado, muchas veces sobre este lugar de bronca.

Como ocurre con el ser humano desde que pisa sobre esta tierra, buscamos la forma de trasladarla sobre algún otro, al que identificamos como chivo expiatorio. Pero en realidad, no está fuera de nosotros esta bronca, está dentro de nosotros, hay realidades que la desatan.

Es verdad, hay situaciones que la ponen en marcha. A veces, somos así nosotros, solo cuestión de pecharnos un poquito y arrancamos, allá vamos. Así suele ser nuestro estado de ira. ¿Qué haces entonces con esta fuerza interior incontrolable que oscurece la mente, quita el discernimiento y pone el estado de ánimo en situación de conflicto con la realidad?

Lo primero que hay que hacer es denunciarlo, darse cuenta que nos pasa, que está dentro de nosotros, no afuera. Darse cuenta también, cuáles son las situaciones que nos ponen en ese estado de ánimo descontrolado, de ira, de bronca, de furia. ¿Qué es lo que no pone en esa situación? Para que estemos atentos así como lo dice la Palabra, que hoy hemos compartido “estén despiertos, porque alguien está buscando; una situación está rodeando sus historias porque se les salga la cadena”, podríamos decirlo así. La ira es eso, una falta de control y de tolerancia frente a situaciones que despiertan en nosotros una furia que nos ciega, y que no nos permite ver.

Soplemos sobre esta oscuridad, esta sombra, con la conciencia que nos ocurre. Estemos atentos desde donde nos viene. También porque tal o cual circunstancia me representa una cosa, que está instalada en el inconsciente o subconsciente y yo reacciono de una manera que no soy yo mismo.

Cuando nosotros nos enojamos por algún motivo, lo que ocurre es que nos sacamos del camino, nos salimos de ese proyecto, de ese proceso, de ese andar nuestro, detrás de lo que entendemos es lo que nos hace realmente felices. Lo que mediante esta emoción (lo que hace el inconsciente negativo con todas estas imágenes angustiosas), es penetrar en el consciente y arrebatar el señorío.

¿Desde dónde brota la bronca? ¿Desde un lugar que nosotros lo llamamos inconsciente. ¿Y cómo se hace para que no conviva con nosotros? Hay que liberarlo¿ Y qué genera la bronca en nosotros, en el inconsciente? Las cosas no resueltas, las situaciones de dolor, y de angustia, que no hemos podido terminar de elaborar. Quedan allí como haciendo presión desde dentro nuestro.

Quedamos bajo la ira abandonados al afecto, de tal o cual modo que somos fácilmente manejables.

La ira tiene otra consecuencia; impulsa la venganza. Se maneja con la lógica de la ley del Talión “Ojo por ojo, diente por diente”. Si no hay posibilidades de devolverle al otro, que representa a la figura del objeto al que debemos tirarle todo nuestro sentimiento negativo de ira, entonces la ira como pasión se hace rencor. El rencor es como una herida permanente abierta en nosotros. Convive con nosotros y no encuentra cauce, es decir, es como la ira, más que trasladada sobre un objeto, puesta sobre nosotros mismos; se nos vuelve en contra. El corazón rencoroso es un corazón que se autodestruye.

Si nosotros no hacemos frente al afecto de la ira, vamos siendo devorados, como dice Póntico en el lenguaje de Jung; “El yo pierde su armadura”. ¿Qué quiere decir esto? Va como minando nuestra estructura interior, no podemos estar de pie. Hay que hacer algo con las broncas. No podemos agarrar a puñetes al que se nos cruza, por más que sea “justificado”, la reacción de ira que tengo frente a una acción de injusticia o frente a una ofensa recibida. Tampoco me la puedo tragar porque termina por hacernos daño. Se queda girando alrededor nuestro. Algo hay que hacer con esta energía negativa.

Lo primero que hay que hacer es agarrarla, decir “esto no es bueno”. Y agarrándola, decir “¿A dónde meto esto?”. Lo tengo que meter en un lugar donde verdaderamente no haga daño, ni me haga daño. Porque a veces lo ponemos en lugares que son muy dañinos. De hecho uno va al médico y le dice “me duele la espalda” y el médico te dice “está cargando todo el peso sobre su espalda”; o “tengo un dolor de estómago y una gastritis…”, “está metiendo toda su energía negativa en su aparato digestivo”… Entonces, en algún lugar del cuerpo, si no lo sabemos manejar, lo ubicamos y nos enfermamos.

De allí, que al tomar conciencia de que hay una energía negativa dentro de mi, una fuerza negativa y que me tengo que liberar de ella es importante. Ya el hecho de darnos cuenta de que está, es una manera de disiparla. Además es bueno descubrir que hay cierta tensión dentro de nosotros, que puede ser reelaborada positivamente, transformada en energía positiva, si por ejemplo la liberamos en ejercicio físico. Si encontramos espacio para una muy buena lectura. Si nos animamos a llevar eso mismo al encuentro con el Señor y decirle “Tengo bronca, me da bronca esto y aquello y esta situación”.

Entre el trabajo físico, manual, una buena lectura, la oración, el encontrar un espacio de diálogo con alguien que verdaderamente me hace bien, me recibe bien, son lugares donde verdaderamente puede ser muy positivo y la vida adquiere vigor, adquiere fuerza. Lo que en principio era negativo, encauzado le da fortaleza y vigor a la existencia.

Y ahora comenzamos a circular sobre otro lugar, que parece opuesto al que estábamos trabajando recién; es la fuerza de la asedia ¿Qué es la asedia? Dice Gruñí. “el demonio de la asedia es llamado también demonio meridiano, es el más oneroso de todos. Ataca hacia las 4 de la tarde hasta las 8.”Le pone un horario Gruñí, a partir de lo que es el ritmo de vida de un monje” En la vida de cada uno de nosotros puede darse en otro momento ¿Qué hace? Hace que el sol se mueva lentamente o que se detenga, cuando da la impresión de que el día tiene cincuenta horas. Es un momento que una dice ¿Cuándo se termina esto? ¿Cuándo pasará todo esto? Nos suele agarrar cuando la cosa se pone medio aburrida, pesada no? Pero más que nada es un espíritu interior. Si, puede ser que haya ciertas situaciones facilitadotas de la asedia pero en realidad, conviene dentro de nosotros.

¿Qué es lo que despierta esto en mi? Puede ser el clima laboral. Hay lugares de trabajo, muy poco motivados, o carentes de motivación, donde la rutina se lleva a jornada y entonces el mate, la cara larga, el “si” haga cola atrás. Si, ya lo atiendo. Momentito por favor”. Esto que se hace como una tarea rutinaria, donde el vínculo con el otro no es lo que prima, sino la tarea en si misma y llevada con cierto desgano, expresa, hace presente este espíritu.

Es como dice Gruñí, mirar permanentemente hacia la ventana y pensar ¿Cuándo salimos de aquí?

Trae una cierta aversión al trabajo este espíritu de la asedia y hace pensar que el amor entre los hermanos ha desaparecido. Que no hay nadie que verdaderamente pueda darnos consuelo y paz. Nos hace tener nostalgia de otro tiempo.

Es atacado por la asedia el pueblo de Israel, cuando el pueblo le dice a Moisés y a Dios, ¿Por qué nos has traído hasta aquí? Están pasando por un momento de prueba y se hace interminable el camino en el desierto, donde el paisaje tan particularmente aburrido, porque arena más arena, más arena, sin que haya más referencia que la arena. Y alguna duna que aparece dibujando una parte del paisaje. En el desierto ataca la asedia. Es propia del tiempo de desierto, donde uno dice ¿Qué hago acá?

Cuando nos ataca la asedia el primer pensamiento que se nos viene es “todo tiempo pasado fue mejor” y entonces rápidamente empezamos como a construir un sentimiento nostálgico que duele. Es un pensamiento doloroso, es un mirar hacia atrás con dolor. No como quien busca sacar experiencia de pasado, o quien agradece lo vivido, sino quien se vincula a lo que fue sufriendo. La asedia va como carcomiéndonos por dentro, nos va como minando interiormente. Entonces pueden pasar días y días y días donde nos quedamos como sentados, viendo pasar la existencia, sin interactuar con la realidad, siendo protagonistas de la propia historia.

Hay momentos en los que la asedia se va emparentando con la depresión y lo que comienza siendo un bostezo termina siendo un largo sueño, un hondo entreverarse con las sábanas, hablando en términos figurativos.

Este asedio interior o angustia del corazón lo llama también congoja interior, es un desánimo interior que lleva al sueño, a huir de uno mismo, a querer perderse, a hibernar como los osos, hacer la del oso. Meterse en la cama y que pase la vida, sin que podamos enfrentarla. Dice el mismo Casiano, como es el perezoso. “El oso perezoso, podríamos decir nosotros”. El ojo de un perezoso, dice Casiano, mira frecuentemente por la ventana y su espíritu imagina al que viene. La puerta rechina y él salta, oye una voz y mira curioso desde la ventana. No se vuelve sino que mira fijamente con la boca abierta hacia fuera. Durante el tiempo de la oración bosteza y el sueño le gana el corazón. Se frota los ojos, estira las manos, aparta los ojos del libro, mira la pared, luego vuelve a mirar el libro, lee un poco, se esfuerza inútilmente por penetrar el sentido de las palabras, cuenta las hojas a ver cuanto falta, mira el reloj, para que a ver si mirando el tiempo se acorta.

Gregorio el grande enumera como consecuencia de la asedia: la desesperación, el desaliento, el andar malhumorado, la amargura interior, la indiferencia, la somnolencia, el aburrimiento, la evasión de uno mismo, el hastío, la curiosidad, la dispersión, la intranquilidad del espíritu y del cuerpo, la inestabilidad, la precipitación, la versatilidad. La asedia es la gran tentación para el que está solo.

Los ermitaños son muy atacados en la asedia. Todo se pone en cuestión, falta todo impulso interior, el corazón parece cada vez más enfermo, el alma se va como embrollando interiormente…