31/01/2019 – Jesús sigue hablando en parábolas, todo este cap. 4 de Marcos que estamos leyendo son las parábolas de Jesús. En Mateo esta parábola de la lámpara la encontramos después del discurso de las Bienaventuranzas, aquél que se hace discípulo de Jesús se convierte en luz para iluminar.
Jesús en sus palabras y en sus gestos nos va regalando su luz, esa luz es un regalo de él, si esa luz se apaga ya se pierde todo el sentido del discipulado.
¿Cuál es la Buena Noticia que querés anunciar al mundo? ¿Con qué noticia querés iluminar a otros?
“Jesús decía a la multitud:
«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Y les decía: «¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.»” (San Marcos 4, 21-25)
Conservar y cuidar la luz que se recibe
El discípulo está llamado a conservar y custodiar esa luz que recibe de Jesús, pero no custodiarla debajo de la cama o adentro de un cajón, custodiarla y conservarla encendida para que otros la vean… Ser lámparas encendidas! Pero no siendo reflectores con una térmica que se prende y se apaga, porque el Evangelio de Jesús es una vela, es una antorcha que se pone en un lugar visible para que muchos la vean y para iluminar y no para encandilar, porque la luz de Jesús es promesa que va a iluminar toda la vida y no una noticia bomba que descubre un hecho de último momento
La luz de Jesús es una luz humilde. No es una luz que se te impone, sino que es humilde. Es una luz apacible, con la fuerza de la mansedumbre; es una luz que te habla al corazón y es también una luz que te ofrece la cruz. Si nosotros, en nuestra luz interior, somos hombres mansos, entonces oímos la voz de Jesús en el corazón y vamos a mirar sin miedo la cruz.
Llamados a ser lámparas encendidas
A veces podemos guardar nuestra lámpara u ocultarla cuando amamos el silencio y rehuir el encuentro con el otro, deseamos el descanso y rechazamos la actividad, buscamos la oración y menospreciamos el servicio. Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión.
¿Acaso el Espíritu Santo puede lanzarnos a cumplir una misión y al mismo tiempo pedirnos que escapemos de ella, o que evitemos entregarnos totalmente para preservar la paz interior? Sin embargo, a veces tenemos la tentación de relegar la entrega pastoral o el compromiso en el mundo a un lugar secundario, como si fueran «distracciones» en el camino de la santificación y de la paz interior. Se olvida que «no es que la vida tenga una misión, sino que es misión»
Esto no implica despreciar los momentos de quietud, soledad y silencio ante Dios. Al contrario. Porque las constantes novedades de los recursos tecnológicos, el atractivo de los viajes, las innumerables ofertas para el consumo, a veces no dejan espacios vacíos donde resuene la voz de Dios.
Nos hace falta un espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el servicio, tanto la intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. De este modo, todos los momentos serán escalones en nuestro camino de santificación y seremos lámparas encendidas!
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS