Los adultos mayores a la luz de la Palabra de Dios

martes, 27 de septiembre de 2011
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1. Algunos textos del Antiguo Testamento

 

            La Biblia como antiquísimo escrito de tradiciones de la cultura oriental tiene una gran valoración de la figura del adulto mayor. Por supuesto que esta expresión actual no aparece en la Palabra de Dios. Sin embargo, se nombra a la vejez o la ancianidad como un valor. La Biblia no tiene prejuicio de mencionar a la vejez como tal. Ella es una etapa más de la vida humana.

 

            Especialmente en los Libros Sapienciales, los sabios son los ancianos. Por ejemplo, el libro del Eclesiástico dice: “¡qué hermoso es un anciano que sabe aconsejar y qué preciso es el juicio de las canas!; ¡qué hermosa es la sabiduría de los ancianos y en los hombres reconocidos la reflexión y la prudencia! La corona de los ancianos es una rica experiencia” (25,4-6). En el Libro de Job se reconoce esta valoración positiva de la vejez haciendo una pregunta: “¿no está entre los ancianos el saber y en los muchos años la inteligencia?” (12,12).

 

            Los Salmos muestran la relación del anciano expresando su confianza en Dios: “no me rechaces ahora que en la vejez me van faltando las fuerza. No me aban­dones. Yo seguiré esperando. Ahora, en la vejez y en las canas, no me dejes Dios mío” (Sal 70,9-10.14-18). En otro Salmo, se percibe la diferencia entre los años del ser humano que pasan vertiginosamente y la permanencia eterna de Dios: “mis días son una sombra que se alarga, me voy secando como la hierba. Tú, en cambio, permaneces para siempre. Se agotaron mis fuerzas en el camino y se acortaron mis días. Tú, en cambio, eres siempre el mismo, tus años no se acabarán”. (Sal 101,12-13.24-28). En otro Salmo se afirma: “nuestros años se acaban como un suspiro, aunque se viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son trabajo, pasan aprisa y vuelan. Enséñanos a vivir nuestros años para que consigamos un corazón sabio. Que baje a nosotros la misericordia de Dios y haga fecunda las obras de nuestras manos” (Sal 89,2-6.9-10.12.17). En este Salmo se cantan los sentimientos de la a fugacidad del tiempo, la brevedad de la vida, la búsqueda de la sabiduría a través de la experiencia de lo vivido y la misericordia de Dios bendiciendo siempre el trabajo realizado en la vida.

 

            Hay un texto del Profeta Ezequiel que contempla un valle repleto de huesos secos en el cual tiene que convocar al Espíritu para que se realice en ellos la revitalización divina. Si bien este texto no habla de la vejez sino de la esperanza del Pueblo de Dios por resurgir, lo podemos aplicar a esta etapa de la vida en que muchas veces se necesita que los huesos secos y el alma se renueven con la fuerza pujante de la vida: “así dice el Señor Dios: ven Espíritu de los cuatro vientos y sopla sobre muertos para que vivan. Yo profeticé como se me había ordenado y el Espíritu entró en ellos y revivieron” (37,1-14). Sólo desde Dios, los huesos secos de nuestra vida pueden resucitar sintiendo, nuevamente, la corriente arrolladora del Espíritu.

 

            Hay un pasaje del Profeta Isaías en el cual advierte que Dios renueva la vida, no importando si se es joven o no. El texto afirma: “desde siempre Dios es el Señor, no se cansa, ni se fatiga. Al cansado, Él le da vigor y al que no tiene fuerzas, robustece su debilidad. También los jóvenes se cansan y se fatigan, vacilan y tropiezan. Los que esperan en el Señor sentirán que se les renuevan las fuerzas y que les crecen alas como de águilas. Correrán si fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40,28-31).

 

            En otro pasaje del mismo Profeta, Dios alienta a una confianza de abandono en sus manos. El texto dice: “escúchenme, ustedes a quienes he llevado en mis brazos desde su nacimiento y de quienes me he preocupado desde el seno materno. En su vejez yo seré siempre el mismo, los sostendré hasta que sus cabellos se pongan blancos. Así como lo he hecho y como me he portado con ustedes, así los apoyaré y los libraré”. (Is 46,3-5).

 

            Iluminados así por la esperanza que brindan estos textos de la  Palabra de Dios, pidamos que la gracia siempre nos revitalice y vigorice,  concediéndonos una serena confianza y un reposado abandono en el Señor.

 

 

2. Algunos textos del Nuevo Testamento

 

 

            En el Nuevo Testamento, el mismo Apóstol San Pablo -cuando se acerca el momento del desenlace de su vida- testimonia diciendo: “yo estoy a punto de ser derramado como una libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en el buen combate, he llegado a la meta de la carrera, he conservado mi fe. A partir de ahora me aguarda la corona de la justicia que aquél día me entregará el Señor, el Juez justo, a mí y a todos los que hayan esperado en el amor” (2 Tm 4,6-8). En este texto, el Apóstol utiliza la metáfora de ser derramado como una libación comparando el sacrificio de la vida en la entrega final. ya que en los sacrificios judíos del Antiguo Testamento se derramaba agua, vino o aceite sobre las víctimas que se ofrecían (Ex 29,40; Nm 28,7) para prepararlas mejor y así las ofrendas eran más dignas.

 

            En otro texto el Apóstol afirma que hay que “saber perder” aludiendo a  lo relativo de todas las cosas ante el único Absoluto: “lo que era para mí una ganancia, lo juzgo una pérdida a causa de Cristo. Más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por nada para ganarlo a Él” (Flp 3,7-8).  Hay una sabiduría que consiste en “saber perder”. Antes de que todo sea inevitablemente arrebatado, todo tiene que ser libremente entregado.

 

            Para el Apóstol la etapa culminante de la vida es un tiempo de la relativización de todas las cosas porque se ha aprendido a discernir lo esencial. En otro texto quiere despabilar a los creyentes diciendo: “el tiempo es corto. Los que lloran vivan como si no lloraran. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no adquirieran. Los que gozan de la vida como si no lo hicieran. Porque todo pasa y se desvanece la figura de este mundo” (1 Co 7,29-31). San Pablo no está recomendandola indiferencia y la incapaz de sentir, sino a la libertad interior. En una ocasión afirma que hay “probado todo y quedarse con lo bueno” (1 Ts 5,21).

 

            Hacia el final del camino de la vida, el Apóstol tiene esta convicción: “lo que uno ha sembrado, eso cosechará. El que sembró en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien que, a su tiempo, si no desfallecemos, vendrá la cosecha. Mientras tengamos oportunidad hagamos el bien a todos” (Gál 6,7-10); “el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad. El que siembra con abundancia, cosechará también en abundancia” (2 Co 9,6).

 

            El Evangelio de San Juan, por su lado, termina con la escena de Jesús resucitado diciéndole a Pedro: “cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero, cuando llegues a viejo, extenderás tus brazos, otro te sujetará y te llevará adonde no quieras” (Jn 21,18). El Señor le advierte que llegará el momento en que pierda la autonomía y libertad de movimientos de la juventud, dependiendo de otro y que incluso, con sufrimiento, será llevado a donde no quiera.

 

            En esta etapa de la vida se manifiesta paradójica y acabadamente que la fuerza es por la debilidad ya que no quedan omnipotencias sino impotencias humanas. La victoria se encuentra misteriosamente en el vencimiento; el triunfo nace de la derrota; la ganancia resurge de la pérdida y la vida resucita de la muerte.

 

            Hay otro texto del Evangelio de Juan que tiene la misma perspectiva: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).

 

            En este tramo culminante de la vida está reservada una prolífera fecundidad, que no radica tanto en el hacer sino en el ser. Se manifiesta que sólo Dios es el Señor de la vida, el Único, el Todo, el Absoluto, “la mejor parte que no será quitada” (Lc 10,42) porque en la vida se trata de encontrar a “Alguien” y esta etapa  puede ser una mansa posesión del amor definitivo, el verdadero tesoro, el cual, una vez encontrado, nos hace dejar todo lo demás. (Cfr. Mt 13,44-45). Siempre hay que recordar que “allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,21).

 Eduardo Casas