Los Sacramentos al servicio de la comunidad: sacramentos del Orden y del Matrimonio

miércoles, 1 de agosto de 2012
No es tan habitual hablar así de los dos Sacramentos. Vamos a redescubrir la gracia no solamente del Sacramento del Orden, sino del Sacramento del Matrimonio como Sacramentos al servicio de la comunidad. Dos realidades que nos hacen presente la vida de Dios entre nosotros en la gracia del sacerdocio y en la vida conyugal, no como algo para mí, sino justamente una gracia, una presencia de Dios en medio de su pueblo derramado en personas concretas, pero con el sentido de que es para la comunidad esa gracia, ese sacramento. Para poner al servicio de los demás.

Ésta realidad, lo encontramos en el Catecismo a partir del número 1533. Nos dice: “El Bautismo, la Comunión y la Confirmación son los sacramentos de la iniciación cristiana. Ellos fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo”. O sea, aquí encontramos el fundamento de nuestra vocación cristiana. No está en otra realidad, está en la recepción de éstos sacramentos que nos trasmiten una identidad de hijos de Dios y de discípulos de Cristo.

“Esta realidad que fundamenta la vocación de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo”. O sea, los tres sacramentos de la iniciación cristiana, nos fundan como miembros de la iglesia, con una identidad de hijos de Dios, para vivir ésta vocación, la vocación común de todo cristiano que es la santidad. Esa es la aspiración que Dios ha querido para nosotros y la que también nosotros tenemos que aspirar. La santidad no es para algunos, sino que justamente el Padre la ha querido para todos. Y junto a esta vocación a la santidad, recibimos la misión de evangelizar el mundo. A la misión, somos por vocación llamados a la santidad y en la misión con toda nuestra vida.

Estos sacramento de la iniciación, confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en ésta vida de peregrinos en marcha hacia la patria”. Así concluye el punto 1533 del Catecismo.

Horizontes amplios nos abre Dios. El horizonte de la santidad, el horizonte de la misión, de vivir cada día, lo cotidiano, lo ordinario, lo que sale fácil y lo que cuesta también, según la vida del Espíritu. Porque en estos sacramentos, Bautismo. Confirmación, Eucaristía, recibimos la gracia de vivir según el Espíritu para que la presencia en el mundo, para que el andar cotidiano, no sea un andar pesado y costoso, imposible de vivir, sino que justamente por la presencia del Espíritu, podamos llevar desde ésta vocación de hijos de Dios llamados a la santidad y a la evangelización. Y justamente desde esta vocación común que nos ofrecen los sacramentos de la iniciación, en el 1534, se nos presenta otros dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio. Que están ordenados a la salvación de los demás, nos dice el catecismo. Contribuyen a la propia salvación de quienes reciben esos sacramentos, pero esto lo hace mediante el servicio que prestan a los demás. Concretamente, confieren una misión particular en la iglesia y sirven a la edificación del pueblo de Dios. Sacramentos que santifican a quienes reciben el sacramento del Orden o Matrimonio, pero en tanto y en cuanto están al servicio que ellos prestan a los demás. Buscando la santidad en los hermanos. Una gracia grande que tenemos en la vida de la fe, en la vida de la iglesia, los sacramentos por los cuáles el Señor se hace presente

Sacramento del Orden

Consigna: Si vos tienes experiencia de haber sido acompañado, ayudado por algún sacerdote, que haya sido una presencia significativa para vos. O también algún sacerdote que nos comparta su testimonio sobre lo que le ha significado en su corta o larga vida de sacerdote, la gracia de la configuración a partir de su ordenación con Jesús sacerdote.

Comenzamos con el número 1536, en torno a este sacramento, el Catecismo nos dice: “El Orden, es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles, sigue siendo ejercida en la iglesia hasta el fin de los tiempos. Es pues el sacramento del ministerio apostólico, y comprende tres grados, el episcopado, el presbiterado, y el diaconado”. Aquí está la raíz del sacerdote que conocemos, aquí está la raíz del ministerio sacerdotal en la iglesia, en el ministerio apostólico, en esos apóstoles convocados por Jesús, que fueron llamados para constituir una primera comunidad apostólica y que recibieron del mismo Señor, el poder de prolongar su ministerio, el poder de continuar con la obra de salvación y redención del mundo entero por medio del anuncio de la palabra de Dios. En esa comunidad apostólica, en esos primeros doce apóstoles, se funda el ministerio sacerdotal de todo sacerdote a lo largo de la historia, en el sacerdocio de Jesús y en el sacerdocio apostólico que comprende tres grados. El episcopado: nuestros obispos; el presbiterado, los sacerdotes; y el diaconado, que puede ser transitorio o permanente.

En el número 1537 del Catecismo, dice que la palabra orden, designaba en la antigüedad romana, cuerpos constituidos en sentido civil. Sobre todo el cuerpo de los que gobiernan, o sea un cuerpo constituido en orden a un fin determinado, puntual. En el caso de la antigüedad romana, el gobierno. Pero la Tradición cristiana, esa experiencia viva trasmitida a lo largo de los siglos, también reconoce cuerpos constituidos para determinadas misiones o servicios en la vida de la iglesia. También reciben este nombre de Orden, otros grupos. Como por ejemplo el orden de los catecúmenos, el orden de las vírgenes, el orden de los esposos, el orden de las viudas. Puntualmente a esta integración, al cuerpo constituido concretamente, en el caso del orden de los presbíteros, de los diáconos o de los obispos, se ingresaba y se sigue haciendo por medio de una ordenación. Un acto litúrgico que justamente era para consagrar o instituir justamente este sacramento en la persona. Y por medio de este acto sacramental, esta ordenación, es que se incorpora a la persona que va a recibir el sacramento, ya sea el Orden de los obispos, al Orden de los presbíteros o al Orden de los diáconos. Y esta ordenación para ser parte de este cuerpo constituido de ministros no es una simple elección, designación o delegación de un poder de la comunidad, nos dice el 1538 del Catecismo, sino que más bien confiere un don del Espíritu Santo, que permite ejercer un poder sagrado. Para eso la ordenación en este ministerio, para poder participar del poder sagrado de Cristo. De modo tal que ese poder no se adquiere por sí mismo, sino que se recibe y se recibe de aquel que es el que tiene todo el poder de santificación, de salvación, de redención, que es Cristo.

También la ordenación es llamada consagración, porque es un poner aparte, un investir por Cristo mismo para su iglesia. O sea el que es consagrado por medio del orden, a la misión específica del sacramento del Orden, supone un salir desde el mismo pueblo de Dios, elegido desde el pueblo de Dios, para poner aparte. Aparte no en el sentido distante, sino en el sentido de darle una misión específica. Ubicarlo en una identidad que va ser la identidad de servidor, como Cristo que es el que plenamente sirve a la iglesia. Desde su identidad de Cristo servidor de la iglesia, es que se ubica el miembro de este cuerpo constituido que es el sacerdote, el diácono y por su puesto en plenitud el obispo, en función de la comunidad. La imposición de manos del obispo, con la oración consagratoria constituye el signo visible de esta consagración.

Este sacerdocio que tenemos en la vida eclesial, fue improvisado, nació de un día para el otro, apareció con Jesús ¿Cómo es esto? El Catecismo nos trae justamente sus antecedentes, nos relata cómo fue preparado el sacerdocio de la Nueva Alianza por medio de un sacerdocio en la Antigua Alianza, cómo progresivamente el sacramento del Orden fue apareciendo en la economía de la salvación. Por eso encontramos justamente la identificación de un sacerdocio propio de la Antigua Alianza. Esto lo vemos a partir del 1539 del Catecismo, nos dice: “El pueblo elegido, el pueblo de Israel, fue constituido por Dios como un reino de sacerdotes y una nación consagrada”. Todo el pueblo, mujeres y varones, niños y ancianos. Todo el pueblo elegido de Dios, fue un reino de sacerdotes y una nación consagrada. Siguiendo Éxodo 19, 6. Pero dentro del pueblo de Israel, Dios escogió una de las doce tribus, la tribu de Leví. Era la tribu encargada justamente del culto público, eran los sacerdotes del pueblo de Israel. Todo sacerdote lo era si participaba del la tribu de Leví. O sea un sacerdocio heredado por la familia podríamos decir. Estos sacerdotes de la tribu de Leví ejercían el servicio litúrgico. Los sacerdotes eran elegidos para intervenir en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios. Ofrecían los dones y los sacrificios por los pecados de todo el pueblo. Este antiguo sacerdocio, el sacerdocio de la Antigua Alianza también muy descripto en Hebreos 5, 1. Un sacerdocio instituído para anunciar entonces la palabra de Dios, para hacer presente a Dios en medio de ese pueblo elegido y para ofrecer los distintos sacrificios y dones a Dios pidiendo perdón por los pecados de todo el pueblo. Pero el sacerdocio de la Antigua Alianza, lo dice el Catecismo, era incapaz de realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad de repetir sin cesar los sacrificios, una y otra vez ofreciéndose en ese sacerdocio para pedir perdón, para querer reconciliarse con el Dios que los había elegido. Pero era una acción puramente humana que no podía restablecer lo que el hombre había roto en cuanto a su amistad con Dios. No podía alcanzar una santificación definitiva, un sacerdocio que intercedía por los hombres, pero que no podía restaurar, renovar, reparar esa amistad rota por la situación de pecado, por lo cual los distintos sacrificios se repetían una y otra vez. Este es el antecedente del sacerdocio cristiano, es la preparación de un sacerdocio definitivo, que es el sacerdocio de Jesús. Y aquí también, el Catecismo nos trae a partir del 1544, la realidad del sacerdocio de Cristo, “Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza, encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, único mediador entre Dios y los hombres”, siguiendo a la I Carta a Timoteo 2, 5, “Él es el único mediador entre Dios y los hombres porque justamente es Dios y es hombre. Está en la condición posible para poder unir lo que el hombre había roto por el pecado. Es Dios quien se hace hombre para poder levantar al hombre de su situación de caída, de abandono por su propio pecado, de ruptura en su vínculo con Dios. Entonces, este sacrificio que va hacer Cristo por medio de su vida entregada, fundamentalmente de su pasión y de su muerte, el sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Justamente lo que hacemos cada año en la celebración de la Pascua y cada día en la celebración de la Eucaristía, no es sino, actualizar el único acontecimiento pascual de salvación, que fue la Pascua de Jesús. La pasión, la muerte y la resurrección de Jesús.

Nos dice justamente el Catecismo en el 1545, y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo. Se hace presente por el sacerdocio ministerial, sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo, porque el sacerdocio es uno solo, el de Cristo, del cual todos los ministros ordenados participan de su sacerdocio o dicho de otra forma, el sacerdocio de Jesús se expresa, se manifiesta, se desarrolla, a través del ministerio sacerdotal de obispos, de presbíteros y de diáconos según corresponda diríamos.

En el 1546 del Catecismo nos dice que Cristo es el sumo sacerdote único, mediador, que ha hecho de la iglesia un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. O sea por medio del sacerdocio, Jesús ha podido consagrar a todo el pueblo de Dios, a todo el pueblo elegido, también constituyéndolo pueblo de sacerdotes para Dios, que es Padre de Él y Padre de todos los que han sido llamados también a la fe, es por esto que el Catecismo nos dice, “Toda la comunidad de los creyentes es como tal, sacerdotal. Los fieles ejercen su sacerdocio bautismal a través de su participación, cada uno según su propia vocación, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta, y Rey. Por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, los fieles son consagrados para ser un sacerdocio santo. Ésta es la gracia que nos trae la persona y la presencia de Cristo sacerdote. Como hemos sido bautizados en Él, todos los bautizados somos sacerdotes, participando de éste sacerdocio que llamamos sacerdocio común de los fieles, porque se recibe por la gracia bautismal, constituyéndonos a todos los bautizados en sacerdotes, en profetas y en reyes. Por eso también cuando nos bautizan, aparte de bautizarnos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por medio del cual recibimos esta gracia de adopción por parte del Padre para con nosotros, también se nos unge con el Santo Crisma, constituyéndonos como Jesús, sacerdotes, profetas y reyes. Llamados justamente a dar culto a Dios con la propia vida, a profetizar, a anunciar la palabra con la propia vida, a gobernar en la comunidad con la propia vida, por supuesto según cada uno tenga su vocación propia, específica. Pero partimos de este sacerdocio común por la entrega de Jesús y por el llamado a ser con Él también hijos de Dios y misioneros en el mundo.

En el 1547 del Catecismo, donde se nos dice que el sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros y el sacerdocio común de todos los fieles, aunque su diferencia es esencial y no solo en grado, están ordenados, el uno al otro. Un sacerdocio para el otro sacerdocio. El sacerdocio ministerial, en orden, en función al sacerdocio de los fieles. Sigue diciendo el Catecismo, ambos sacerdocios en efecto, participan cada uno a su manera del único sacerdocio de Cristo. ¿En qué sentido? Se pregunta. El sacerdocio bautismal, el común de los fieles que recibimos por el Bautismo se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal. ¿Cómo lo desarrollamos? Por medio de la vida de la fe, de la esperanza, de la caridad, según la vida del Espíritu. Viviendo las virtudes teologales, llevándolas a lo práctico, a lo concreto, a las realidades que vivimos nosotros. Para eso hemos recibido la fe, la esperanza y la caridad, y también la vida del Espíritu. Por medio de esta vida según el Espíritu desarrollamos cada uno de los bautizados el sacerdocio común de los fieles. El sacerdocio ministerial, está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Aquí se describe al sacramento del Orden al servicio de la comunidad. Instituido por Jesús para servir a los hermanos. Un sacerdocio ministerial para el desarrollo de la gracia bautismal. Un sacerdocio ministerial que existe para que los hermanos sean santos, para que esta palabra de Pedro, en la I Carta de Pedro, sea realidad, “Sean santos porque Dios es Santo”. Para esa identidad de todo bautizado, para el servicio a esa identidad de todo bautizado es que existe el ministerio sacerdotal, el diaconal y el episcopal. Para que los bautizados, para que la gracia bautismal, para que la identidad de hijos de Dios, llamados a la santidad, sea posible, llegue a su alcance, a su plenitud.

El sacerdocio ministerial es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su iglesia. Por esto es trasmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden. Para ayudar, para colaborar, para desarrollar esa gracia bautismal recibida en el bautismo de cada uno de nosotros, fieles de la comunidad eclesial, es que se encuentra a su servicio el sacerdocio, el ministerio sacerdotal en la iglesia. En torno a esta identidad de Jesús, único sacerdote, es que se nos presenta en el 1548, del Catecismo, el servicio de los ministros ordenados. Es Cristo mismo quien está presente en su iglesia como cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la iglesia expresa, al decir que el sacerdote en virtud al sacramento del orden, actúa en la persona de Cristo cabeza. Justamente este poder de santificar que ha recibido cada sacerdote ordenado, lo ha recibido del poder de Cristo, por lo tanto participa, obra el sacerdote ordenado, del único sacerdocio de Cristo, obra en la persona de Cristo cabeza. Cada gesto sacramental del sacerdote, no lo hace por sí mismo porque tenga un poder en su ser, en su naturaleza adquirido por sí mismo o heredado, sino que ha recibido un poder del sacerdocio apostólico que lo ha configurado con Cristo cabeza de la comunidad cristiana y justamente en la persona de Cristo, cabeza de este cuerpo eclesial, es que él puede hacer los gestos sacramentales que realiza para que sean realmente eficaces en quienes lo reciben. Por eso nunca obramos como sacerdotes por capacidad propia, cortándonos del único sacerdote que es Cristo. No lo podríamos hacer. Nada de lo que hacemos es posible sin ese único sacerdocio de Cristo. El 1549, del Catecismo, dice, “Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los Obispos y los Presbíteros, la presencia de Cristo como Cabeza de la iglesia, se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes”.

                                                                                   

                                                                                                        Padre Melchor López