Los tres pecados

miércoles, 16 de marzo de 2011
image_pdfimage_print
Sabiduría 9, 1-12

“Dios de los padres y Señor de misericordia, que hiciste todas las cosas con tu Palabra, y con tu sabiduría formaste al hombre para que dominara a los seres que tu creaste, para que gobernara al mundo con santidad y justicia e hiciera justicia con rectitud de espíritu, dame la sabiduría que comparte tu trono y no me excluyas del número de tus hijos, porque yo soy tu servidor, el hijo de tu servidora, un hombre débil, de vida efímera, de poca capacidad para comprender el derecho y las leyes, y aunque alguien sea perfecto entre los hombres, sin la sabiduría que proviene de ti será tenido por nada. Tú me preferiste para que fuera rey de tu pueblo y juez de tus hijos y de tus hijas. Tú me ordenaste construir un templo sobre tu santa montaña y un altar en la ciudad donde habitas, réplica del santo tabernáculo, que habías preparado desde el principio. Contigo está la sabiduría que conoce tus obras y que estaba presente cuando tú hacías el mundo. Ella sabe lo que es agradable a tus ojos y lo que es conforme a tus mandamientos. Envíala desde tus santos cielos, mándala desde tu trono glorioso para que ella trabaje a mi lado y yo conozca lo que es grato a tus ojos. Así ella, que lo sabe y lo comprende todo, me guiará atentamente en mis empresas y me protegerá con su gloria, entonces, mis obras te agradarán, yo gobernaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi Padre.”

María Reina de la Paz, ruega por nosotros.

San José, San Ignacio de Loyola, rueguen por nosotros.

 

 

 

1.- Los tres pecados

Hasta aquí nos hemos ido arrimando poco a poco sobre los ejercicios, hemos trabajado sobre la oración y el lugar clave de la oración para que se produzca el movimiento de espíritu en nosotros a partir de la contemplación de los misterios a los que nos vamos acercando de la mano del Espíritu Santo, en Cristo. Esto genera en nuestro corazón diversas motivaciones, movimientos, diversos espíritus se despiertan en nosotros a partir del ejercicio, y entonces, en discernimiento, vamos eligiendo los que nos acercan a Dios por el don de la paz, el gozo, la alegría, la armonía, la luz que nos dejan, y vamos rechazando todo aquello que dentro de nosotros se mueve como signo de desorden, de oscuridad, de sinsentido, de vacío, de apresuramiento, por aquello de que la ansiedad a veces es signo de la presencia de una fuerza de mal que busca apartarnos del camino de Dios. Al mismo tiempo hemos puesto un principio y fundamento en torno al misterio de nuestro camino de vida para gloria de Dios, santidad nuestra, bien de los hermanos, tomando lo que verdaderamente nos acompaña en ese sentido, dejando de lado lo que no, y con indiferencia a lo que Dios quiere con el sólo hecho de buscar que se haga su voluntad, principio y fundamento. Ayer nosotros hemos introducido otro tema básico, sobretodo para la primera semana y que nos va a acompañar todo el tiempo: cómo entrar en la oración con Dios, qué actitud humilde se nos pide a los orantes en el lugar sagrado en donde entramos que es la oración, la meditación, la reflexión. Se pide de parte de nosotros, para vivir aquella vergüenza y confusión de nosotros mismos por el pecado una actitud sencillamente de escucha obediente en humildad abrazados por la misericordia del Padre. Para que esto pueda ejercitarse en nosotros es bueno encontrarnos con la realidad más dura en nosotros mismos y entonces nos hacemos hoy sí al cuarto día de los ejercicios ignacianos: los tres pecados.

La única manera de poder entrar sobre este lugar es gracias a lo que nos viene de la misericordia de Dios y esa actitud orante y confiada frente a su amor desde nuestra debilidad. Los tres pecados, claro, para ello, la misericordia de Dios que obra sobre nuestra fragilidad.

 

2.- Consigna para compartir: Hoy te invitamos a compartir cómo se podría dibujar tu paisaje interior cuando están operando las fuerzas del pecado en tu corazón y cómo viene Dios a rescatarte y a liberarte.

Vamos a ver ahora cuando hagamos la composición de lugar en la meditación del día de hoy cómo Ignacio dice al respecto: en este lugar nos encontramos como encarcelados y llenos de fieras alrededor nuestro, como atrapados y un montón de animales queriendo acechar contra nosotros. Es la imagen con la que Ignacio nos quiere pintar cómo nos encontramos cuando el pecado nos gana el corazón y la fuerza del mal puede más que la gracia de Dios por elección nuestra de no terminar de salir de esos lugares donde se pierde la vida de Dios, por fragilidad, por debilidad, porque se siente la fuerza de su misterio de iniquidad. Una imagen puede ser la sensación de sentirse como que uno se ahoga, otro como que está arrinconado, otro puede decir que está como atado, amordazado, ciego, otro puede decir con bronca, enojo. Las fuerzas del mal que operan en nosotros y nos hacen caer en enemistad con Dios pueden ser representadas de distintas maneras. Es bueno hacer esa representación y cómo nos sentimos para poder hacer bien el ejercicio y descubrir cómo viene Dios a liberarte. Viene a liberarte dándote la mano para sacarte del hundimiento. Viene a poner su mano sobre vos para calmar tu ansia, viene para sacarte la mordaza que tapa tu boca, viene a traerte luz en medio de tu ceguera, viene a ofrecerte liberación cuando te sentís arrinconado. Cada uno de nosotros tiene que elegir un modo de cómo representar en lo concreto las fuerzas del pecado cuando obran sobre sí y cómo es que uno queda allí atrapado, enredado.

 

3.-  Vergüenza y confusión de mí mismo por el pecado

El primer punto, y vamos sobre la materia, con el que Ignacio nos orienta para este ejercicio tiene que ver con entrar a este lugar toda la semana pidiendo la gracia de tener vergüenza y confusión de sí mismo viendo desde la comunión de pecado cuántos han sido dañados por un pecado mortal y cómo merecería yo, cuando caigo en esta situación, la ausencia de Dios, para siempre por mis tantos pecados. Atención sobre esto, como lo remarca el padre Miguel Ángel Fiorito: “Cómo estaría yo para siempre apartado de Dios por mis pecados”, para siempre hundiéndome, para siempre amordazado, por siempre arrinconado, por siempre enredado, por siempre ciego, por siempre enojado, por siempre como nos hayamos representado estar allí. Es importante entrar a este lugar de meditación con la conciencia de que ese siempre en el que yo me encuentro bajo esa figura que me representa Dios viene a sacarme de allí y por eso pido gracia de misericordia en este ejercicio, es decir, que Dios venga en su infinita misericordia a regalarme el don de poder salir de ese lugar de angustia, de tristeza, de dolor, de ceguera, de ausencia, de arrinconamiento, enredo, impotencia. Claro, en este lugar nos sirve lo que ayer hacíamos como ejercicio, saber que Dios me mira y detenerme allí con un acto de reverencia sobre un lugar sagrado, este, el de mi propia infidelidad. Dios mira también mi realidad pecaminosa. San Agustín decía al respecto, cuando tomó conciencia de la gracia de Dios y la totalidad de esa presencia en su vida “Aún cuando había pecado tú estabas conmigo”, aún cuando yo no estaba contigo decía Agustín en aquella oración: Tarde te amé hermosura tan antigua y tan nueva. Lo dice también en otros momentos en su reflexión en las Confesiones: “Yo reconocí con el tiempo que aún cuando yo pecaba Tu no dejabas de estar conmigo, yo me había apartado de Ti pero tú permanecías en mí. Yo te buscaba por lejos y tú estabas por dentro”. En este “dentro” donde Dios está queremos redescubrirlo, no desde cualquier lugar sino desde la misericordia de Dios. Saber que tomar conciencia en un acto humilde, sencillo, orante, contemplativo, del amor misericordioso de Dios, que el se abaja para estar con nosotros, se arrima a nosotros también en aquellos lugares en donde nosotros no nos sentimos plenos y felices para hacernos plenos y felices. Pedir la gracia de saberme mirado por Dios, pedir la gracia de poder descubrir que Dios me mira y está ordenándome a su servicio de alabanza. Podemos pedir aquí gracia de alabanza y de servicio progresivo, continuo y creciente en la medida en que yo vaya saliendo de aquellos lugares donde el pecado ha gobernado y no ha sido el Señor, señor de mi historia.

 

4.- Al rescate de la mano de la Misericordia de Dios

Esta imagen que los invitamos a compartir en la consigna respecto a cómo te sentís por el pecado, arrinconado, enojado, atado, hundido, y a esto considerarlo como si fuera un estado de “siempre” así, ayuda para hacer el ejercicio de los tres pecados y ya vamos a ver por qué le decimos los tres pecados. Es el lugar a donde queremos ir pero no de cualquier manera sino al rescate de esa realidad nuestra, muy nuestra, grabada dentro de nuestro corazón, de la mano de la misericordia del Señor que viene a darnos vida nueva y a sacarnos de aquél lugar de esclavitud. Ignacio de Loyola, cuando invita a hacer la composición de lugar dice: “En la primera semana el lugar soy yo mismo, (no es un lugar de contemplación externa sino interna) considerando con la vista imaginativa mi alma (encarcelada, amordazada, hundiéndose, atrapada, asaltada, despojada, ciega, enojada, toda corruptible en mi condición también corporal, como enfermo) y todo mi ser, cuerpo y alma desterrado entre brutos animales” (como si me hubieran tirado a la selva de repente). Es una imagen fuerte la que usa Ignacio para que nosotros tomemos conciencia de la gravedad de la fuerza del mal, del misterio de iniquidad como le llama Pablo. Esta invitación de Ignacio nos permite recordar las dos fueres experiencias del pueblo de Dios. La de la cárcel sería la de la esclavitud en Egipto y la de los brutos animales alrededor nuestro, la de la selva, el destierro, un lugar inhabitable. En el comienzo mismo de la gestación del pueblo de Dios tubo él su experiencia de una cárcel originaria cuando la tierra elegida por los patriarcas pasó a ser tierra de servidumbre. Esto aparece en Éxodo 13, 14 “Todo primer nacido de asno lo rescatarás con un cordero y si no lo rescatas lo desnucarás. Rescatarás también todo primogénito de entre tus hijos, y cuando el día de mañana te pregunte tu hijo qué significa esto le dirás: con mano fuerte nos sacó Yahvé de Egipto de la casa de servidumbre”. Tiene conciencia, el pueblo de Dios, de que ha permanecido bajo los signos de esclavitud. Si nosotros analizamos la realidad que nos rodea, la que compartimos todos los días, hay más de una situación de opresión social, de injusticia, de falta clara de distribución de bienes y de riquezas, no solamente económicas sino de todo tipo en lo humano que nos podría decir a nosotros también que como el pueblo de Israel nos encontramos bajo este signo de dominio donde no es Dios el que domina sino el imperio de algunas fuerzas que atentan contra el proyecto de Dios en nuestra vida. Dice Daniel 7, 8 “Por el amor que les tiene y por guardar el juramento hecho a sus padres, por eso los ha sacado Yahvé con mano fuerte y los ha librado de la casa de servidumbre, del poder del faraón, rey de Egipto”. Esta conciencia de que Dios viene a rescatarnos de esas fuerzas. Es verdad que las fuerzas del mal operan enredando las cosas y esclavizándonos, atándonos. Dios viene a desatar nuestra alma, ésta sería la imagen. Dios viene a librar las fuerzas positivas que hay en nosotros, esas que están oprimidas. Este ejercicio es muy bueno, sano. Hay muchas cosas buenas que en vos están escondidas, atrapadas, no están liberadas, y Dios viene a rescatarte de ese lugar. Más adelante, el pueblo de Dios, tuvo una vez más la experiencia de la deportación. NO solamente permaneció en tierra de esclavitud, en Egipto, sino que apareció en Babilonia bajo un modelo de destierro. Esta es la imagen de la selva, rodeado de fieras. Cuando uno no está habituado a vivir allí, ese lugar es inhóspito, nos perdemos, no es nuestro lugar. A veces nos pasa en la vida que nos sentimos en el no lugar y no es porque el ambiente sea más o menos hostil, también puede ser eso, pero como decía aquello que alguna vez compartí del cuadro que mi hermano me regaló cuando me iba al seminario y que me resultaba realmente un lugar no reconocido, decía “Cuando estás en paz con vos mismo cualquier lugar es tu hogar”. Nos sentimos realmente en destierro, en un lugar inhóspito, inhabitable, cuando nos falta la paz. Cuando estamos en paz, también en el exilio se puede encontrar el propio terruño.

 

5.- Dios, en Cristo, del mal saca un bien mayor

En realidad, la Palabra de Dios, ¿qué dice del pecado? Que es esclavizante, que nos deja sin piso, sin tierra, este es el mensaje, y San Ignacio no escatima expresión para referir con crudeza la realidad del pecado cuando en el punto 58 de los ejercicios dice: “Mirar toda mi corrupción y fealdad corpórea, mirarme como una llaga póstema de donde han salido tantos pecados y tantas realidades y ponzoñas tan torpísimas”, es decir, hacerme cargo de ver y de descubrir que es así, que en mi vida el pecado me hace obrar de una manera en donde aparece lo peor de mí mismo, donde no aparece lo mejor que estoy llamado a ser. Cuando me enganche la fuerza del mal la vida es habitada por esta presencia que busca terminar con mi vida que es la presencia del maligno que busca atentar contra la obra de Dios. La idea de Ignacio es mover nuestra confianza en la misericordia de Dios, es decir, no quiere el que estas imágenes crudas de esclavos, desterrados, heridos, habitados por la fuerza del mal, nos dejen desahuciados, sino por el contrario, Ignacio viene a decir que a todo esto Dios lo toma en Cristo Jesús en la cruz y de este mal Dios saca un bien mayor. Y es por eso que entramos a este lugar con confianza, con entrega, con decisión, con determinación. Diría yo con gusto, con ese modo que tenía Pablo de la cruz, de entender esa realidad, decía San Pablo de la Cruz: “He tenido un conocimiento grande de mi mismo cuando Dios me da este alto conocimiento de mi mismo, me parece ser el peor de todos, como un demonio, que soy una cloaca inmunda, como lo soy en verdad, pero jamás me abandona una muy tierna y gran confianza del Señor”. Es decir, cuando se descubre la fealdad de la fuerza del mal y del pecado que atenta contra la vida de Dios, solamente se la puede considerar cuando tenemos esta conciencia aún mayor de cuánta misericordia de amor tiene Dios por mí, si no a ese lugar no se entra. No puedo entrar al lugar de mi más fea realidad sin la mirada más bella que Dios tiene de mí mismo, que sin quitarle nada a lo mal que puedo estar, Dios me da la mano para sacarme de aquél lugar. Este es el ejercicio que hay que hacer, y después anotar qué me movió, qué me significó, cómo sentí la misericordia de Dios, cómo pude ver cosas en mi vida que no eran lindas históricamente y las pude ver desde otro lugar. Qué bueno poder hacerlo así, sólo es posible tener vergüenza y confusión de sí mismo cuando la misericordia de Dios nos habita con todo su poder y con toda su fuerza transformadora.

 

6.- Cristo me amó y entregó su vida por mí, y yo, ¿qué voy a hacer por Él?

Ignacio habla sobre los tres pecados, porque el pecado del ángel rebelde que aparece en Ezequiel 28, 19 y en Isaías 14, 12-15, en el ejercicio 250 lo dice a Ignacio a esto, el pecado de Adán, el primer pecado, el pecado de origen, y el pecado de los pecadores, nosotros, los otros pecadores, representado en Caín, en Génesis 4, 1-6, en Esaú, en Génesis 26, 34-35, en Saúl, en 1 Samuel 15, 10-35. En todos estos pecados estamos llamados a considerar la pérdida que hubo en cada uno de ellos y cómo Dios viene a obrar sobre la humanidad que tiene posibilidades de recuperación para sacarnos del lugar de muerte que el pecado genera. Todo el ejercicio termina en un coloquio que es un diálogo que Ignacio dice debería estar centrado sobre Cristo, en la cruz. En este ejercicio es muy bueno orar con la cruz delante de nosotros y decirme a mí mismo, como decía el padre Ángel Rossi “Cómo Dios me amó y entregó su vida por mí” haciendo referencia a la expresión de Pablo en gálatas 5, 20, “me amó y entregó su vida por mí, no por la humanidad, por esta realidad mía de pecado que hoy medito, cómo me rescató de la muerte, y a partir de ahí preguntarme lo que hago por Cristo, lo que he hecho por Cristo y verlo ahí crucificado, lo que hago por Cristo, lo que debería hacer por Cristo, y ahí, mirándolo en la Cruz, discurrir por lo que se va a ofrecer, es decir, qué voy a ofrecer para ir de más en más mejorando mi situación en la vida en Cristo. Esto puede darse al final, como lo indica Ignacio, pero puede aparecer en cualquier momento de nuestra meditación.

 

7.- Síntesis para quienes realizan los ejercicios

Momentos de la oración

1-Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.

2- "Traer la historia" (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar Génesis 3,1-24.

3-"la composición de lugar" (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.

4- Formular la petición (EE 104) La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.

Pedir: “Vergüenza y confusión de sí mismo”

, viendo cuantas veces yo merecía ser condenado para siempre y por mis tantos pecados.

5- Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.

6-Coloquio En este coloquio puedo considerar: “lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debería hacer por Cristo y así mirándolo en la Cruz discurrir por lo que se ofreciere” (EE 53).

7-Examen de la oración me pregunto cómo me fue, las preguntas no hay que hacérselas a la cabeza sino a las imágenes. Me puede parecer que yo selecciono las imágenes. Pero es Dios quien me lleva a detenerme en ésta o aquella del álbum. Y desde ahí puedo hacerme preguntas como éstas: ¿Cómo es esta imagen? ¿De qué está construida? ¿Qué hay y qué no hay en la imagen? ¿Qué es lo que la imaginación se resiste a construir? ¿Qué explica que Dios quiera que me detenga en esta imagen o en esta palabra y no en las otras? ¿Por qué yo u otra de las personas están presentes o ausentes en la imagen?… Hay que hacerle preguntas a la imagen, a la sensación o a la palabra que ha resonado más en mi oración… Por eso a un buen contemplador le bastarán pocas imágenes…Es importante saberse ubicar bien en la contemplación: dónde estoy en ella y qué se me dice a mí en particular. Tal vez difiere de lo que se les dijo a los personajes del Evangelio… Me quedará la labor de interpretar ese signo y a la luz de Dios no me costará hacerlo. Así terminaba Jesús las parábolas: “El que tenga oídos para oír, que oiga”…

 

Padre Javier Soteras