Maestro, que yo pueda ver

martes, 27 de noviembre de 2012
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“Después llegaron a Jericó, cuando Jesús salía de allí acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. El hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí” Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte, “Hijo de David ten piedad de mi”. Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”. Entonces llamaron al ciego y le dijeron: “Ánimo, levántate, Él te llama” y el ciego arrojando su manto se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti? Él le respondió: Maestro, que yo pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. Enseguida comenzó a ver y lo siguió por el camino”.                                                                                                                          

                                                                                                                                                                     Marcos 10, 46-52

 

Para contemplar esta cita bíblica, vamos a sumar también algunas expresiones de la homilía del Papa Benedicto XVI del día domingo 28 de octubre, donde justamente el Papa comentaba este texto que era el evangelio de ese día, para también acercar su mirada y su palabra desde la contemplación que juntos podemos hacer de este texto. Un texto donde justamente nos acerca la persona, la presencia de este hombre ciego, mendigando al borde del camino. Bartimeo, estaba precisamente sentado al borde del camino pidiendo limosna.

El Papa nos comenta entorno a este texto, que todo el evangelio de Marcos es un itinerario de fe, que se desarrolla gradualmente en el seguimiento de Jesús. La curación de Bartimeo es la última curación prodigiosa que Jesús realiza antes de su pasión. El va camino a su pasión, a la Jerusalén que lo recibe para aclamarlo como rey, pero también luego para condenarlo injustamente. Y en ese hecho tan transcendental en la vida de nuestro Salvador, está este hecho también. Esta situación particular, Bartimeo, un hombre ciego al borde del camino. Y no es casual que sea la presencia de un ciego la que se encuentra en este momento antes de que el Señor se entregue en Jerusalén. Es una persona, el ciego, que ha perdido la luz de sus ojos. Sabemos también, por otros textos, nos dice justamente el Papa Benedicto, que en los evangelios, la ceguera tiene un importante significado. Representa al hombre que tiene necesidad de la luz de Dios, necesidad de la luz de la fe. ¿Para qué es que tienen necesidad de la luz?, nos dice el Papa, para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida. Estas palabras del Papa que justamente las ubica él como una interpretación, como la lectura de cómo es que se encuentra Bartimeo, se puede trasladar a cada una de nuestras vidas, a cada una de nuestras existencias. Podemos ser nosotros Bartineo.

Te invito a vos a que te ubiques en esa situación, a que nos ubiquemos como ciegos junto a Bartimeo. Porque muchas veces perdemos la luz en los ojos, perdemos visión, caemos en estado de ceguera y no podemos ver la realidad en su sentido más profundo, más pleno, más real. A veces vemos mucho, decimos mucho, describimos la realidad, la criticamos, sentimos que la comprendemos, que porque la padecemos la conocemos y la describimos y la describimos negativamente. Pero sin embargo a pesar de que viendo creemos que comprendemos la realidad, que estamos recorriendo un camino, sin embargo nos quedamos sin saber cómo recorrer el camino, cómo vivir bien y cómo fundamentalmente vivir bien con los otros. Estamos permanentemente en situación de conflicto, de discusión, de polarización de nuestras miradas de la realidad en cuanto a cómo la describimos, a cuanto cómo nos ubicamos frente a ella, y sin embargo aunque creemos ver, aunque creemos que tenemos la mirada justa de la realidad, no podemos aprender a vivir en el camino de la vida y del camino de la fe. Para esto es que justamente el Papa nos propone a nosotros también ubicarnos en la situación de ceguera, ubicarnos como necesitados de la luz de Dios. Necesitados de la luz de Dios es ser o estar necesitados de su presencia en nuestra vida, de su presencia entre nuestras vidas, necesitados de su presencia en la vida familiar, en la vida laboral, en la vida social. A gran escala nuestro país o en los vínculos, en la calle o en los mínimos vínculos que tenemos entre nosotros. Para esto necesitamos la luz de Dios, la luz de la fe, nos dice Benedicto. Para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida.

 Te propongo a que nos ubiquemos como ciegos necesitados de luz, de Dios que es la luz y que se hace luz para nosotros y así poder ver y caminar.

Consigna de hoy: ¿En qué situaciones de tu vida estás necesitando de la luz de Jesús? ¿En qué momentos o situaciones de tu vida recibiste la luz de Jesús, la luz de su presencia?

Descubrir el grito de Bartimeo como una oración confiada. Bartimeo representa al hombre que reconoce el propio mal y grita al Señor con la confianza de ser curado. Esta es la situación de él y es la situación en la que muchas veces nosotros también nos encontramos. Bartimeo reconoce su mal, reconoce el estado, la situación en la que se encuentra, está al borde del camino y al enterarse de que va pasando Jesús, grita, pega un grito. Bartimeo estaba ahí, al borde del camino, es un excluido, está al margen del camino de la vida, está al margen del camino de la fe. Y es por esto que también grita con fe, grita para ser escuchado. Gritas también porque ocurría en aquel tiempo lo que lamentablemente ocurre muchas veces hoy también. Bartimeo era un mendigo que estaba al borde del camino. Había otros tipos de mendigos también, aún otros que muchas veces tenían visión, podían ver, pero estaban enfermos, o no tenían familia o eran huérfanos. Y esos mendigos estaban rodeados muchas veces mientras pedían, mientras tenían un lugar al borde del camino para pedir ayuda, estaban rodeados por los que conocemos habitualmente con el nombre de avivados, una especie de mafiosos que le sacaban lo que esta gente mendigando recibía en las limosnas. Los utilizaban para hacer dinero, les daban un lugar, les decían vos pedís acá y luego le retiraban lo que ellos recibían en cuanto a las limosnas que recibían de quienes pasaban y les daban algo ante sus pedidos. Por eso que Bartimeo era uno de estos, estaba al borde del camino, acorralado por su ceguera, por no estar en el camino de la vida y por estar vigilado por quienes se avivaban y hacían dinero con su propia ceguera. Pero al enterarse que Jesús pasa, él pega un grito. Podemos imaginarnos esto. Muchas veces nos ubicamos en una situación religiosa o de oración, de silencio, de quietud, de mucha armonía, pero también esa oración muchas veces, un grito ante la situación de necesidad extrema, un grito que se hace oración, un grito que Jesús escucha. A veces también tenemos que animarnos a vincularnos con el Señor a través de un grito que exprese nuestra necesidad. Porque el Dios en el que creemos, Jesús de Nazaret, el Señor que se ha acercado a nuestra vida, que se acerca también al mundo de hoy en su infinidad de situaciones de injusticia, de dolor, de necesidades, es un Dios vivo. Creemos en un Dios vivo. Y porque nuestro Dios está vivo es que podemos hablarle, podemos gritarle, como Bartimeo. Jesús, hijo de David ten piedad de mí. Y el evangelio nos dice que muchos lo reprendían para que se callara, pero fíjense lo que decía el ciego Bartimeo mientras muchos lo querían callar. Dice el evangelio: “Pero él gritaba más fuerte, Hijo de David ten piedad de mí”. Esta es la oración de Bartimeo en su circunstancia. También puede ser nuestra oración en la circunstancia que nos encontremos. Pedir a Jesús por nuestra ceguera, pedir a Jesús la luz que es su presencia, para que Jesús se meta en nuestra vida, en nuestra existencia, se meta en nuestra ceguera y por su presencia quedemos iluminados, por su presencia podamos ver lo que queremos ver y muchas veces no podemos. Situaciones, conflictos, realidades de nuestra vida en las cuales tenemos que afrontar, resolver. Queremos aprender a ver, queremos aprender a resolver bien nuestras cosas y muchas veces no sabemos cómo. Pidamos la presencia de Jesús para hacer discernimiento con él. El Dios en el que creemos es un Dios que está vivo, que escucha nuestras oraciones, que escucha nuestros gritos y nos quiere ayudar a que nos pongamos en camino, a que recuperemos la visión para ver la realidad profundamente, para que la realidad no nos pase por el costado sino que la podamos ver realmente en plenitud, en profundidad. Pidamos esta gracia al Señor, que nos escuche para lo cual necesitan también que nosotros como Bartimeo, le gritemos nuestras necesidades, no solo las personales, sino las familiares, las culturales, las sociales, las necesidades que como nación necesitamos en este tiempo de nuestra vida, del año, del camino que hacemos juntos en Argentina. Pidámosle a Jesús lo que necesitamos. Hijo de David, tened piedad de nosotros.

La ceguera de Bartimeo está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Aún cuando tenemos visión en nuestro sentido de la vista, muchas veces perdemos visión en cuanto al horizonte de vida, en cuanto al sentido de vida, en cuanto en qué pensó Dios para mí y cómo llevar adelante esa misión en la vida que nos propone el Señor.

Hasta aquí hemos mirado mucho la situación de Bartimeo y nos hemos visto a nosotros mismos en la situación de Bartimeo, pero lo central y lo principal en este evangelio es que está Jesús, el Hijo de Dios que es el que reconoce a Bartimeo. Jesús, Señor de la vida se hace presente. ¿Y qué es lo que hace Jesús frente a esta situación del mendigo ciego al borde del camino?

Jesús dice “Llámenlo” Pocas palabras de Jesús aparecen aquí en este relato de la curación del ciego Bartimeo. Es la primera palabra y clave, “Llámenlo”, dice Jesús. Jesús nos llama en el grito que le estamos haciendo a Él. Jesús nos llama de la situación en la que estamos, si estamos al borde del camino, si estamos en ceguera, si estamos en la situación de opresión en la que se encontraba Bartimeo, si gritamos, Jesús nos dice “Llámenlo”, nos hace buscar para que nos encontremos con Él. Y este llamado de Jesús, despierta en los que estaban alrededor de Él, justamente el mirar, el atender a esta persona que estaba en el borde del camino. Y estas personas le dicen a Bartimeo, ánimo, levántate. Fijémonos cómo la presencia de Jesús, y esta palabra llámenlo, provoca estas realidades, ánimo, provoca el levantarnos de la situación en la que estamos. La presencia de Jesús no nos deja igual, no nos deja encerrado en nosotros mismos. De hecho le dicen Él te llama y el ciego arrojando el manto dice la palabra de Dios, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. En este arrojar el manto, lo podemos contemplar a Bartimeo como envuelto en un trapo, en un manto, como metido en su problema, encerrado en su problema. Él lo que hace al escuchar el llamado de Jesús, salta, arroja el manto, sale de su encierro, sale de su ceguera, no se queda encerrado en sí mismo, ha sido escuchado por el Señor y este Señor que ahora lo llama provoca en él un salto, un levantarse, un ponerse de pie, un seguir buscándolo al Señor porque se pone de pie para ir hacia Él. Y Jesús le pregunta “¿Qué quiere que haga por ti?”, y él responde: “Maestro que yo pueda ver”.

 Jesús provoca eso en nosotros, nos levanta, nos habla, nos dirige su palabra personalmente a nosotros y también nos pregunta qué necesitamos, ese es el Dios en el que creemos, un Dios que está vivo, nos atiende, se acerca ante nuestra necesidad y nos pregunta qué necesitamos.

El ciego Bartimeo le respondió: “Maestro que yo pueda ver”. Así como decíamos, poder apropiarnos del grito de Bartimeo, también podemos apropiarnos de esta palabra, de este pedido de Bartimeo frente a la presencia de Jesús esta mañana. “Maestro que yo pueda ver”.

 Muchas veces ponemos muchos medios para ver lo que tenemos que ver, para resolver lo que tenemos que resolver, para hacernos cargo de lo que aparece en torno nuestro como responsabilidades y no vemos como responder. Y esa situación no siempre, aunque nos duele y nos dificulta vivir con ellas, no siempre es porque no queremos, es porque no podemos, porque no sabemos. Y para eso también Jesús se nos hace presente en la vida, para poder ver, para poder ver cómo ve Él la realidad. Lo que supone, que tenemos que tirar el manto de lo que nosotros creemos que es la realidad. Muchas veces tenemos como aprendido, como sabido cómo es nuestra realidad, cómo son nuestros problemas o cómo deberían ser las soluciones, pero seguimos sin salir de nosotros mismos y de nuestra ceguera. Encontrarnos con Jesús supone tirar el manto de lo que conocemos. Dejar a un lado lo que sabemos de nuestros dolores, sufrimientos y conflictos, y preguntarle de cara a Él, “Maestro quiero ver” Para recibir una luz que no viene de nosotros mismos, que viene de la presencia de Jesús, que se hace presente Él con su luz, con su presencia en nuestros corazón, en nuestra inteligencia. Para que con Él podamos discernir, ver la realidad y tomar las decisiones.

La fe nos salva. La fe en Bartimeo lo salvó de su ceguera, pudo ver. Jesús hace eso. Restablece nuestra dignidad personal, nos pone de pie, nos escucha y atiende a nuestro pedido.

Queremos que el Señor se siga haciendo presente, le pedimos a Jesús lo que necesitamos.

En el último versículo, el 52, donde Jesús que ha recibido el grito de Bartimeo, que lo ha llamado, que le ha preguntado ¿Qué quieres que haga por ti?, que ha escuchado el pedido, le dice, “Vete, tu fe te ha salvado”. Enseguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. Pocas palabras, pocas expresiones, pero muy significativas para una persona que ha estado en la situación de Bartimeo. También esta puede ser nuestra situación, que siendo escuchado por el Señor, somos llamados y Él nos pregunta qué necesitamos y podemos vincularnos con Él. Esta es la propuesta que tenemos desde la fe, desde la comunidad eclesial, acercarnos a Jesús, ha abrirnos a una presencia que no es cualquier presencia. Es la presencia de Dios, es la presencia del hijo de Dios Padre que se hace presente en el camino de nuestra vida para justamente llamarnos, recibirnos, escucharnos y obrar en nosotros, obrar grandes milagros, que los necesitamos como en el caso de la ceguera de Bartimeo, como también el milagro de poder ver con el corazón, aquellas realidades de la vida que no sabemos cómo encararlas, cómo resolverlas. Él es la luz que necesitamos para esas situaciones y Él quiere serlo y por eso en aquel que deposita su confianza en Él, no queda defraudado. Nosotros también estamos llamados a poder recibir la vida de Dios, a poder escuchar de la boca de Jesús, “Vete, tu fe te ha salvado”, para lo cual tenemos que arrojarnos en fe a la presencia de Dios, escucharlo y recibirlo y nosotros mismos seremos testigos y podremos dar testimonio de lo que significa dejar que Jesús que es la luz se meta en nuestra vida, tome nuestra existencia, haga sus milagros en nosotros. La palabra dice que enseguida Bartimeo comenzó a ver y lo siguió en el camino.

Esta también es la propuesta de la fe, la propuesta de la comunidad eclesial para cada uno de nosotros. Sumarnos al camino, seguir el camino. El camino es justamente el itinerario de fe que podemos realizar en torno a la palabra de Dios, en torno a la vida de los sacramentos, en torno a Jesús Eucaristía que nos escucha y nos recibe, en torno a la comunidad que quiere celebrar y aprender a vivir la fe y la fe compartida con el mundo. Jesús nos quiere restablecer en el camino de la caridad y del servicio, para transformar las realidades a través de nuestra propia vida llena de Dios, a través de nuestra propia existencia, restablecida en su dignidad, para caminar con otros, para celebrar la vida, para servir y para amar. Para eso Jesús nos vuelve a poner en el camino.

 Esta es la gracia que le pedimos al Señor. Déjate tocar por Dios, déjate curar por Dios, escúchalo al Señor y deja que Él te restablezca en el camino de la vida y en el camino de la fe. Él puede obrarlo también en cada uno de nosotros. Dejémonos también tocar por Él, llamar por Él y animar a seguir en el camino de la vida.

 

                                                                                                                                      Padre Melchor López