15/09/2014 – Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Jn 19,25-27
Cada 14 y 15 de septiembre, la Iglesia nos invita a contemplar el misterio de la cruz, fuente de vida y de redención. Ayer contemplamos la exaltación de la cruz, y hoy María, al pie de la cruz.
Al pie de la cruz se da un parto múltiple: Jesús que entrega su vida y María, que es fecunda en su “sí”, adopta a la humanidad toda. Hoy celebramos la maternidad de María al pie de la cruz y nuestra filiación a ella en su hijo. La cruz es una compañera constante de la vida, por eso Jesús nos dice que el que quiera compartir su suerte que cargue su cruz.
He venido a la ermita, dice Mamerto, dejándolo todo, a propósito no he traído ningún libro, me bastará para estos días con el evangelio de San Juan en un pequeño y desarmado ejemplar, que está aquí, junto a mi, y sin embargo en este atardecer me siento profundamente unido a dos amigos a quienes visité ayer en la clínica, uno es Olegario Linares, viviendo la agonía Terminal de su cáncer, el otro Betina, una joven embarazada, a quien ya se le había cumplido su tiempo de espera, con un parto que se retrasa. Muy de veras me acompaña este misterio de los dos, y no quiero espantarlo de mi corazón mientras me recluyo aquí buscando la presencia de Dios, crecer en la búsqueda de Él.
Se parece tanto a este crepúsculo entre el día y la noche, entre el sol que se despide y la luna en creciente que irá trepando la noche. El año pasado preparé a Betina y a su novio para el casamiento, allí hablamos de la vida, había que entregar lo propio dejando que muriera lo individual, para llegar a ser plenamente uno mismo y a compartirlo todo con el otro. De la entrega de la vida nacería la vida, y ahora la luna llena de su vientre maternal encierra una vida que está llegando al ineludible paso hacia la luz.
La imagen de esta joven embarazada caminando lentamente por el pasillo superior de la clínica por entre las piezas donde se sufre, se nace y se agoniza, me parece tan similar a lo que estoy viviendo en la soledad de mi corazón mientras yo también espero en mi un nuevo nacimiento. También en mi hay algo que agoniza y algo que está por nacer, es un paso, y sin embargo es también la muerte de un día
El pequeño que está en el seno de Betina presiente que algo va a terminar, durante nueve meses fue creciendo para la vida, su cuerpito se fue formando miembro a miembro, sangre a sangre, en una íntima comunión de la que recibió todo lo que colmaba sus necesidades y constituía su mundo, y ahora constata que esos lazos se van deshaciendo uno a uno, presiente un ruptura, nada sabe aún del mundo que le espera mas allá de los límites del seno de su madre. Si supiera la alegría con que se lo espera, la ansiedad por su tardanza, los temores que se disipan a la hora de su llegada, pero todo eso es aún para él un mundo misterioso y desconocido.
A pesar de que está en medio de ese mundo familiar, él nada sabe, su ojo no vio, su oído no oyó, ni aún subió a su pequeño corazón todo lo que se tiene preparado para él por todos los que lo amamos. Por momentos su experiencia se estrecha en el pensamiento de un final, en la angustia de su partida, la contracción de este mundo que habita y que ya parece no poder retenerlo le preanuncia que tendrá que abandonarlo; es el mundo interior del vientre de su madre, y con él tendrá que abandonar todas sus seguridades, allí no había hambre ni sed, ni clases sociales, ni obligaciones, ni envidias, si hasta el oxígeno le era entregado sin necesidad de respirar, y todo esto sucede ahora, justo cuando estaba llegando a su plenitud.
No va a caer al vacío tu nacimiento, cuando abandones tu cascarón, no serán el frío y la nada los que te reciban, estarán los brazos de tu padre para estrecharte y los pechos de tu madre para amamantarte, y el dolor y el cariño de todos, y el calor de los que te esperan impacientes, la llegada de la nueva vida será la fuente de alegría para todos. Puede ser que el paso sea doloroso, al romperse la fuente de la vida en tu primera etapa, sentirás la angustia de ser libre. Si supieras como ese don sagrado de ser libres nos duele aún a todos a pesar del paso del tiempo y de que hemos roto con el primer lazo que nos unía a la vida en el vientre materno.
Tu primer gesto será de llanto, con eso nosotros sabremos que ya sos libre, respirarás nuestro aire y sonreiremos, y reiremos de alegría, e incluso cuando hagas pucheritos tan vitales para vos, tan gratificantes para nosotros. Te lo aseguro, allá en Belén, José y maría también rieron a pesar de la pobreza y del desamparo, y el motivo de esta alegría era justamente que el Niño Dios también hacia pucheritos con su boca. Nació de mujer nuestro Dios Todopoderoso, quiso tener también la experiencia de ese paso, quizás pensó que lo necesitaría para marchar un día con angustia y con esperanza aceptando su segundo paso, el de la Pascua.
Entre lo que se fue gestando en el vientre de la mamá y lo que se gesta en el vientre del mundo hay un proceso para la vida en una primera etapa y para la vida en la segunda etapa, la que es para siempre. El llanto te acompañará, lo mismo que la risa, es que son dos características muy nuestras, de los que vivimos en este mundo en el que te estamos esperando, ahora en tu primer paso vos llorarás y todos nosotros reiremos, en el segundo paso, en la segunda etapa, cuando llegue tu segundo tiempo, vos podrás reír mientras nosotros lloraremos todos, los que aquí quedamos. Como está sucediendo en la otra punta del corredor de este primer piso de la clínica por la que se deslizan lentamente los pasos grávidos de tu mamá Betina.
Betina gime en su interior con dolores de parto a la luz que está por dar a su hijo que viene a nacer dando el primer paso en la vida, naciendo a lo nuevo, y Don Olegario está por dar el segundo paso a la vida para siempre, como cerraba recién el párrafo que nos dejaba Menapace. Cuando vos nacés, llorás y otros ríen, cuando en la segunda etapa nacés a la vida para siempre, vos reís y otros lloran tu partida.
Siguiendo un texto de Raniero Cantalamessa, “María espejo de la Iglesia”, decimos: “María está presente en el Nuevo Testamento en cada uno de los momentos constitutivos del misterio cristiano: la Encarnación, la Pascua y Pentecostés. Sin embargo, pareciera que María estuvo presente en una parte y no en todo el misterio pascual, si la mirada que hacemos no es ahondada desde la mirada que Juan hace de la Pascua. Este misterio completo supone la muerte y la resurrección. Pero el texto de Juan habla sólo de María al pie de la cruz, y nada dice de los momentos en que Jesús aparece manifestando su gloria de resurrección. Pero ¿qué significa la gloria en el Evangelio de Juan? ¿Y qué representa la cruz, el calvario en el Evangelio de Juan? Representa su hora, y ésta es su gloria, la hora por la que Él había venido al mundo. De esta hora habla Jesús cuando dice al Padre: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo. Y también, en el Evangelio de Juan, dice: Cuando haya levantado al Hijo del hombre -refiriéndose Jesús a su propia muerte- entonces sabrán que Yo soy -el Yo soy es la gloria de Dios, el momento de la muerte, el momento en que se revela plenamente la gloria de Jesús.
María, según dicen los textos evangélicos, no percibió la gloria de Jesús en la manifestación de la resurrección en el domingo de Pascua, dice Cantalamessa que la percibió en la oscuridad de la fe a los pies de la cruz en la espera de la noche, de esa noche que parte de la cruz cuando el velo del templo se abre.
Cuando todo tiembla, María siente en ese mismo momento que en la entrega de su Hijo en el discípulo ha comenzado ya la gracia de la resurrección. Y esta entrega, ahí tienes a tu hijo, es de algún modo el gozo del anuncio del ángel cuando se encarna el Hijo de Dios en el seno de María. Y así el dolor de la cruz, en cierta manera, es mitigado por el parto múltiple. El consuelo que María recibe es la gracia de la resurrección de su Hijo en los hijos por los que está dando la vida. La muerte en la cruz ha sido ya vencida y María es testigo de esto.
Padre Javier Soteras
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