12/12/2014 – María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz”.
San Lucas 1,39-48
“Necesitamos de María esa protección materna que nos cuida pero que no nos malcría. No es nuestra niñera, sino madre” @Pjaviersoteras — Radio María Arg (@RadioMariaArg) diciembre 12, 2014
“Necesitamos de María esa protección materna que nos cuida pero que no nos malcría. No es nuestra niñera, sino madre” @Pjaviersoteras
— Radio María Arg (@RadioMariaArg) diciembre 12, 2014
“La Virgen, dice Francisco, es Madre por lo tanto engendra hijos para la vida, nos cuida, protege, pero nos lanza a la vida” @Pjaviersoteras — Radio María Arg (@RadioMariaArg) diciembre 12, 2014
En estas dos visitas, a Isabel y a Juan Diego, las motivaciones son las mismas: hay una necesidad grande de su presencia, que invita a María a acercarse allí donde están los que sufren y esperan en el Señor.
El Ángel se lo ha dicho: tu parienta Isabel también va a tener un hijo y ya está en el sexto mes. María también mira el dolor del pueblo que nace de la fusión y el mestizaje de dos culturas. Allá, es el gozo y la alegría que traen la paz a la anciana Isabel. Por aquí, por estas tierras, su presencia pacifica. Su presencia es para que se quede grabada en la tilma de Juan Diego y en el corazón de todo el pueblo de esta bendita tierra americana.
En la casa de Isabel, la visita es alegría. Se alegra el niño, Juan el Bautista, que está en el vientre de Isabel y salta de gozo ante el saludo de María: “Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre”.
Se alegra María, en el clima de gozo que supone el encuentro fraterno, y canta entonces ella la grandeza del Señor porque miró con bondad la pequeñez de su servidora. En el monte Tepeyac se presenta la firme ternura de su amor. En Guadalupe, la presencia de María es alegría tierna y firme. Así le habla María, en Guadalupe, a Juan Diego: “Hijito mío, Juan Diego, a quien amo tiernamente, como a un pequeño y delicado, ¿a dónde vas?”
En el peregrinar que la llevó a la casa de Isabel y Zacarías, María es portadora de la alegría con la que Dios ha visitado a su pueblo. Ésa que después se va a propagar por todas partes cuando nazca el Niño. Ahí será el gozo que se le comunique, a través de los ángeles, a los pastores que están metidos entre sus tareas en la noche y que luego se acercarán a ver al Niño que está envuelto en pañales. Ésa misma alegría que se puede contemplar en José cuando ve nacer al Niño. Todo es alegría mientras Dios está metido en medio de nuestras cosas, y María es la fiel testigo que guarda todo en su corazón. En el Tepeyac entre la ternura de Dios que queda grabada con su imagen en la tilma de Juan Diego se inicia un camino de alegría en medio de las penurias de ese pueblo.
En el contexto del Tepeyac, es la ternura lo que identifica el estilo mariano de la comunicación con Juan Diego, el más pequeño de sus hijos.
En las diversas apariciones de la Virgen a Juan Diego, en una oportunidad, antes del suceso de la tilma, pasaba por un camino diferente al habitual para evitar encontrar a la Señora, ya que estaba muy apurado porque su tío estaba muy grave. Entonces María se apareció frente a él, y le preguntó, “¿Qué pasa, hijito mío? ¿A dónde vas?”. Él, turbado, le contestó: “Mi jovencita, la más pequeña de mis hijas, mi niña, espero que estés contenta. ¿Cómo te encuentras esta mañana? ¿Te sientes bien?” Y le dijo que iba a buscar un sacerdote, porque su tío se moría. Ella le contestó: “Pon esto en tu corazón, mi pequeño hijo: no temas. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No te encuentras bajo mi sombra, a mi cobijo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás tú en el pliegue de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Necesitas algo más?” Y le dijo que su tío ya estaba fuera de peligro. (Y en aquel mismo momento se supo que sanó Bernardino, su tío)
María es madre de la ternura. Ella aparece dando la vida a Jesús, envolviéndolo en pañales, acariciándolo, cantándole y haciéndolo dormir. Ella misma recibirá el cadáver de su hijo cuando lo bajen de la cruz. Así también cuida, acaricia y nos ayuda a crecer a cada uno de nosotros, sus hijos.
De ahí esto que se dice de ella, María como la luna, que no tiene luz propia sino que su luz le viene del sol, su hijo. Ella nos ofrece la luminosidad para la noche del camino. Ella es la compañera en las noches del camino.
Necesitamos de María esa protección materna, cercana, que nos cuida pero que no nos malcría, no es nuestra niñera, sino nuestra madre. Ha dicho Francisco, la Virgen es Madre por lo tanto engendra hijos para la vida, nos cuida y nos protege, pero nos lanza a la vida y nos acompaña en el camino de la vida. A esta madre tierna, cercana y que cuida nuestras espaldas, le confiamos nuestro camino.
La Basílica Nuestra Señora de Guadalupe está ubicado a los pies del cerro del Tepeyac en México en donde la misma Virgen le indicó al indio Juan Diego. Es el recinto mariano más visitado del mundo, superado sólo por la Basílica de San Pedro. Anualmente unos veinte millones de peregrinos visitan el santuario, de los cuales cerca de nueve millones lo hacen en los días cercanos al 12 de diciembre, día en que se festeja a la Virgen María de Guadalupe.
María nos recibe, nos cuida como a sus hijos y nos envía a la misión y al compromiso con los más pobres. El Papa Francisco dice en el punto 286 de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium:
“María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas.
Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica.
Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida. Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí,que soy tu Madre?»”
Esta montaña de ternura, como la pobre tilma de Juan Diego, son señales que nos invitan a liberarnos de nosotros mismos a la hora de afrontar la misión que Él nos confía. Sólo por la gracia de Dios, a pesar de nuestra pequeñez, es quien obra con poder en medio de la fragilidad, de los vacíos y de la pobreza. Es Él quien se hace presente cuando nos hostigan las fuerzas que van en contra, y en María, “hace nuevas todas las cosas”, transformando una cueva de animales en el hogar de Jesús. Que la Virgen salga a tu encuentro y te envuelva en tu pobreza, como ella a Juan Diego.
¡Virgen Inmaculada,
Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas
tu clemencia y tu compasión
a todos los que solicitan tu amparo;
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos,
y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso,
a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino
De una plena fidelidad a Jesucristo a su Iglesia:
No nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos
los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos
de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios
y a las almas.
Contempla esta inmensa mies e intercede
para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios,
y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos,
fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares
la gracia de amar y de respetar la vida que comienza
con el mismo amor con el que concebiste en tu seno
la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias,
Para que estén muy unidas, y bendice a la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión,
Enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos
a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestra culpas
y pecados en el sacramento de la Penitencia,
que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos,
Que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
Con nuestros corazones libres de mal y de odios,
Podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz,
que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre y con el Espíritu Santo,
vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén
Juan Pablo II
México, enero de 1979
Padre Javier Soteras
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