María Manfredi: «florecer es encontrar el sentido y darse a más»

lunes, 1 de septiembre de 2025

01/09/2025 – Con la llegada de septiembre, la naturaleza nos regala una de sus estaciones más hermosas, un tiempo de renovación que invita a una profunda reflexión sobre nuestro propio florecimiento interior. Para María Manfredi, virgen consagrada de la Arquidiócesis de Córdoba, la primavera es más que un simple cambio de estación; es un llamado a despertar. Inspirada en el Cantar de los Cantares, Manfredi evoca la imagen bíblica donde “el invierno ya pasó” y “las viñas florecen y esparcen su fragancia”. Esta escena, describe, simboliza “la urgencia y la belleza del momento presente”, una invitación divina a ponernos en camino y abrir las puertas, porque “la vida resurge y el impulso para levantarse es más dinámico”.

Pero, ¿qué significa realmente florecer? Según Manfredi, va mucho más allá de lo estético. “Florecer es encontrar el sentido, y darse a más”. Retomando la teoría del sociólogo Corey Keyes, explica que florecer es “vivir dentro de un rango óptimo del funcionamiento humano”, un estado que engloba bienestar, bondad, crecimiento y resiliencia. No se trata solo de la ausencia de enfermedad, sino de una plenitud que le da un nuevo significado a la vida. Es un estado de florecimiento interno que nos impulsa a buscar siempre más, a vivir el magis del que hablaba San Ignacio de Loyola, porque “mientras más uno florece, más sentido le encuentra a la vida”.

Este florecimiento se manifiesta concretamente en la generatividad, la capacidad de dar y de darse. Manfredi subraya la necesidad humana de “salir de sí mismo, dejar una huella imborrable para la humanidad”. Esto implica cuidar de las futuras generaciones, transmitir valores y conocimientos, y contribuir al bienestar de la sociedad. Como dice el Papa Francisco, «No te mires el ombligo, sal afuera». Es una llamada a la acción, pues, como afirma Manfredi, “estamos en este mundo para darnos y dar lo que tenemos. No podemos guardarnos nada. Si lo guardamos, lo perdemos, se va marchitando dentro, no florece, no se multiplica”.

Sin embargo, el camino del crecimiento no está exento de dificultades. Florecer también implica atravesar procesos dolorosos, como la poda que sufre una planta para luego resurgir con más fuerza. Este crecimiento “sin duda trae una necesidad de recuperación porque vamos dejando cosas, y ese dejar cosas implica un duelo”. En medio de un mundo marcado por el dolor, la deshumanización y el sufrimiento, Manfredi nos recuerda que tenemos la capacidad de ser resilientes. Es en estos momentos críticos cuando se nos presenta la oportunidad de “vivir resucitados”, poniendo luz y esperanza donde parece reinar la oscuridad.

El verdadero desafío, entonces, es traducir esta actitud en el día a día. Manfredi plantea una pregunta fundamental para cada jornada: “¿A qué vida quiero volver cuando amanece y qué vida dejo en Dios o construí en el día cuando anochece?”. Se trata de encontrar el “para qué” de nuestra existencia en cada momento, aceptando que la realidad es superior a la idea y que es en el aquí y ahora donde debemos actuar. Es un llamado a ser “mujeres y varones de esperanza”, cuya fe se manifieste en “hechos concretos de caridad”.

Finalmente, este impulso vital no debe limitarse a una sola estación. La invitación es a “vivir en todas las estaciones de la vida jubilarmente, porque la esperanza nunca defrauda”. Tal como resuena en la canción de Mercedes Sosa y Piero que Manfredi evoca, “hay que sacarlo todo afuera como la primavera. Nadie quiere que adentro algo se muera”. Es un contagio de vida, una decisión de sacar lo que somos para que nazcan cosas nuevas, comprendiendo que todo está sostenido por un amor que nos hace capaces de generar el bien y construir, juntos, la anhelada civilización del amor.

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