Maria nos enseña a recibir y cuidar a Jesus en nuestro corazon

miércoles, 28 de diciembre de 2011
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Presencia de Jesús: Pesebre – Eucaristía

 

Hoy la Iglesia va haciendo memoria de grandes santos. Hoy conmemora a San Juan Evangelista, ese discípulo amado al que Jesús le confía su Madre, ese discípulo amado que se reclina sobre el pecho de Jesús para escuchar el latido de su corazón, para sentir desde lo más profundo de la intimidad de Jesús y así tener experiencia de su amor y cercanía. Nosotros queremos disponernos hoy para poder seguir caminando en este poder contemplar el pesebre en este tomar conciencia de que Dios quiere habitar en nosotros. En la catequesis de ayer decíamos que Jesús quiere habitar en nuestro corazón, él quiere transformarnos en un pesebre viviente, en un pesebre que sea un signo para este mundo que atraviesa una noche oscura, fría, tenebrosa, para que a través nuestro Jesús pueda ser el transformador en una noche buena.

Queremos invocar a la Señora de nuestra vida, a nuestra Madre, la Virgen que dio a luz al Salvador, para que ella también, en esta catequesis de hoy nos enseñe a recibir a Jesús y a cuidarlo en el pesebre de nuestro corazón.

“Madre, gracias por ser estrella, ser luz y guía en la noche del pesebre, en la noche del silencio y de la oscuridad. Señora de la Misericordia, ayúdame a peregrinar hacia la cruz, protege mis pasos y serena mi esperanza. Madre de los que nada tienen, cuídame en la soledad, ensancha mi pecho esquivo y ruega al Espíritu Santo me haga perseverante con su gracia. Señora del amor, ternura de los pobres, que minado en la soledad se fortalezca mi espíritu con el milagro de la fe. Madre, sabemos que el amor es entregar la vida para servir a los demás, entonces, gracias por enseñarme a tu hijo el Servidor y Redentor de los hombres. Señora de la caridad, otórgale a nuestro pueblo el pan y la salud, la justicia y el trabajo, la paz y la esperanza. Líbranos del egoísmo orgulloso que divide a las familias, destierra a los hijos más cansados. Madre, tu mirada penetra mis huesos y me desnuda el alma. Ayúdame a discernir con rectitud de intención la voluntad de Dios Padre, y poder decirle con humildad: Señor, soy todo tuyo, te serviré donde quieras, estoy dispuesto a todo, dame valor y alegría. Señora de la vida hoy toma mis intenciones, las abandono en tus brazos. Gracias por el fruto bendito de tu vientre y por tus caricias de Madre. Amén.”

 

Queremos dejarnos conducir por nuestra Madre, la Virgen, en este día en el que seguimos peregrinando y recorriendo este misterio, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Y qué mejor que ella nos puede enseñar a recibir y a cuidar a Jesús en nuestro corazón. Este va a ser el tema de nuestra catequesis. Queremos, junto con María, poder concentrar nuestra mirada en la Escritura, en la enseñanza de la Iglesia y poder descubrir la relación que existe entre el pesebre y la eucaristía. La presencia de Jesús a través de María, la presencia de Jesús a través de la Eucaristía. María nos enseña a recibir y a cuidar a Jesús en nuestro corazón.

 

Consigna: ¿Cómo preparas el pesebre de tu corazón para recibir y acunar a Jesús? ¿De qué modo te dispones para recibirlo cuando vas a misa, cuando entras a una Iglesia, cuando Jesús viene a vos en ese momento tan sagrado de la comunión, cuando Jesús viene a vos a través del hermano que te necesita, que está sufriendo, cuando Jesús viene a vos en la oración? ¿Cómo preparas, ordenas, el pesebre de tu corazón? ¿Cómo lo haces una morada digna para que el Señor pueda sentirse acunado y protegido en él?

La experiencia de todos nos ilumina. Dios nos revela su pedagogía a través de las experiencias de fe, por eso, hoy quise elegir para iniciar con el texto bíblico de la Primera Lectura de la Liturgia de hoy que es la Primera Carta del Apóstol San Juan

 

1 Juan 1, 1-4

“Queridos hermanos, lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos. Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado. Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa.”

Queridos hermanos, estamos entonces transitando en esta mañana para poder contemplar cómo María nos enseña a ir profundizando la Palabra de Dios, y algunas reflexiones del catecismo de la Iglesia Católica ir asimilando en nuestro corazón la importancia de la presencia de Jesús en medio de nuestra historia. Jesús se ha encarnado, se ha hecho hombre, para estar con nosotros, para estar en nosotros, y aquí en esta lectura vamos a ir desarrollando y comprendiendo cómo la vida se ha hecho visible y cómo en Jesús, que es la vida misma, entramos a través de él en comunión con el Padre.

San Juan nos dice entonces en su primera carta que “lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que  hemos tocado con nuestras manos a cerca de la Palabra de vida es lo que les anunciamos”. Así como entonces contemplamos al inicio del evangelio de San Juan que “la Palabra estaba junto a Dios, que la Palabra era Dios y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, y nos dice también ahí San Juan “y nosotros hemos visto su gloria”. Y dice que “aquellos que la recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios”. Nosotros queremos hoy seguir avanzando en este camino de contemplar el pesebre y de reconocer que nosotros también podemos ser, de una manera simbólica también que nos ayude para comprender este misterio de la encarnación y de la presencia de Dios en nosotros, también nosotros podemos ser un pesebre, por eso María nos enseña a recibir y a cuidar a Jesús en nuestro corazón.

¿Qué relación tiene el pesebre con la eucaristía, con la misa? Si nosotros seguimos contemplando el pesebre, vemos la humildad, la pobreza de un establo, vemos la pureza, la simplicidad de María y José para recibir, para hacer presente en este mundo al Hijo de Dios, al eterno Hijo de Dios que viene a salvarnos, podemos contemplar y descubrir también la simplicidad de la Eucaristía. Jesús se queda en algo tan simple, tan pequeño, tan humilde, para alimentarnos, para perdonarnos, para sostener y fortalecer nuestro caminar, nuestra peregrinación, nuestra fe. Jesús, al encarnarse, al asumir totalmente la humanidad, recibe el cuerpo y la sangre de su madre. Dios se hace hombre, Jesús es verdaderamente hombre y verdaderamente Dios. Jesús nace, toma la condición de hombre, de ser humano, y el nace para entregarse en la cruz, para entregar su cuerpo, para entregar su sangre. Su cuerpo que será entregado por nosotros, su sangre que será derramada para el perdón de todos nosotros. La sangre, la carne que comulgamos en la misa bajo las especies del pan y del vino, son la carne y la sangre que Jesús ha tomado de la Virgen. María le ha dado su cuerpo, su sangre, y el, al recibir esta humanidad, al hacerse hombre, al ser como nosotros, en todos nosotros el realmente realiza la obra de la salvación. Por eso quisiera compartir con ustedes para poder ir profundizando un poquito esta presencia de Jesús, esta presencia real en medio de su pueblo, el que se encarnó y se quedó para siempre, hasta el fin del mundo, en el catecismo de la Iglesia Católica, en el cuál está contenida la doctrina y enseñanza de la Iglesia sobre nuestra fe, sobre la celebración de nuestra fe, lo más importante que la Iglesia Católica tiene como para creer y poder expresar. En el número 1373 comienza explicando el catecismo sobre esta presencia de Cristo por el poder de su palabra y del Espíritu Santo. Nos dice el catecismo que Cristo Jesús, que murió, que resucitó, que está sentado a la derecha de Dios e intercede por nosotros, está presente de múltiples maneras en su Iglesia, está presente en su palabra, en la oración de la Iglesia, como nos decía el evangelio de Mateo: Allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre allí estaré yo en medio de ellos. También Jesús está presente en los pobres, los enfermos, los presos. También en Mateo 25 contemplábamos eso cuando el nos dice: Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste, enfermo, preso y me viniste a ver, de paso y me alojaste. ¿Cuándo Señor hemos hecho eso con vos? Cuando lo hiciste con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hiciste. También Jesús está presente en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro, del sacerdote, pero sobretodo está presente bajo las especies eucarísticas, es decir su Cuerpo y Sangre, las especies de pan y vino que son transformadas, son convertidas bajo la acción del Espíritu Santo en la misa en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús. Este modo, el modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular, eleva la Eucaristía, la misa, esta celebración tan importante de la vida de la Iglesia, la eleva por encima de todos los sacramentos y hace de ella la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, ahí en la presencia de Jesús en el pan y vino consagrados, que ya no es pan y vino sino Cuerpo y Sangre, están contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, es decir, Cristo entero, Dios en persona está ahí. Esta presencia se denomina real no como algo exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino que es una presencia por excelencia, porque es sustancial, Dios en persona está ahí, y por ella Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se hace totalmente presente. Hermanos, así como en aquél tiempo, cuando Jesús nació en un niño pequeño, indefenso, humilde, un niño recién nacido en los brazos de su madre, envuelto en pañales, sin un lugar donde habitar, hoy también nosotros podemos contemplar a Dios en persona, igual que en el pesebre, de una manera simple, de una manera cercana. Quién iba a pesar en ese momento que Dios se nos iba a manifestar en un niño recién nacido, en un niño pequeño. Quién iba a pensar que Dios se iba a quedar para siempre con nosotros en algo tan simple como es su cuerpo y sangre bajo la apariencia de pan y vino. Si hoy querés vivir y contemplar realmente un pesebre tenés que ir y arrodillarte delante de un sagrario. Si hoy querés ver a Dios en persona indefenso, humilde, por amor a vos, por amor a la humanidad, tenés que ir y adorarlo presente ahí en la Eucaristía. En el número 1375 el catecismo nos dice que mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los padres de la Iglesia, los grandes santos de los inicios de la Iglesia, que nos fueron educando en la fe, que fueron reflexionando, afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y en la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. San Juan Crisóstomo declara que no es el hombre quién hace que las cosas ofrecidas, es decir el pan y el vino que hacemos en la presentación de ofrendas, se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. “Esto es mi cuerpo” dice, esta palabra transforma las cosas ofrecidas. San Ambrosio también dice al respecto de esta conversión de pan y vino en Cuerpo y Sangre de Jesús: Estamos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido sino lo que la bendición ha consagrado, y que la fuerza de la bendición supera a la naturaleza porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada. La Palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, no podía cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía. Por eso no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiarlas. ES decir que Cristo cambia la sustancia, cambia la naturaleza del pan y del vino y lo transforma en él mismo, en su Cuerpo, en su Sangre, y ahí está Cristo presente, su Cuerpo, su Sangre, Alma y Divinidad. Hermanos, en la misa, cuando el sacerdote extiende las manos e impone las manos sobre el pan y el vino que están ahí en el altar, la presencia eucarística de Cristo, la presencia de Jesús Sacramental, real, comienza en el momento de la consagración, y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas, es decir que no se termina la presencia de Jesús cuando termina la misa. Las hostias que han sido consagradas quedan reservadas en el sagrario, y ahí Jesús está, queda, no es un simple signo de la presencia de Dios. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que cuando el sacerdote hace la fracción del pan, parte una hostia, no divide a Cristo, no quiere decir que Cristo esté una parte en el pan consagrado y una parte en su sangre, no, Cristo está totalmente entero, por lo tanto hermano, si vos comulgas solamente con el Cuerpo de Cristo estás recibiendo a Cristo entero, si vos comulgas solamente con la sangre de Cristo, estás recibiendo a Cristo entero. Ustedes saben hermanos que hay algunos hermanos en las comunidades que son celíacos, no pueden ingerir harinas y otros elementos, entonces no lo pueden recibir al Señor en la hostia. Hay hostias para celíacos pero hay algunos celíacos que tampoco pueden consumir esas hostias, entonces solamente comulgan con la sangre de Cristo. Nosotros aquí tenemos personas que comulgan así. Las personas que comulgan solo con la sangre o solo con el cuerpo reciben a Jesús entero. No pensemos que por no recibir las dos especies recibimos la mitad de Jesús o que por recibir un pedacito de una hostia recibimos una parte de Jesús. Nosotros, al ir contemplando el pesebre y este modo de cómo María prepara el corazón, como primero ella lo recibe en su corazón y después en su vientre, y como ella prepara el pesebre para la humanidad junto con José, para que la humanidad se pueda encontrar con el Hijo de dios a través de este pesebre, nosotros cada vez que vamos a participar de una misa también debemos preparar nuestro pesebre. Por eso la consigna de esta catequesis, y es lo que queremos que nos compartas de esta experiencia, ¿Cómo preparas el pesebre de tu corazón para recibir y acunar a Jesús? No solamente preparar el corazón para comulgar sino para recibir a Jesús en todas las presencias que hemos mencionado. Jesús que viene a vos a través de un hermano, de una situación difícil, dolorosa, Jesús que viene a vos a través de la oración, de la Palabra, del encuentro fraterno, de la eucaristía, de la confesión. Hoy tu corazón es un pesebre, une establo que está llamado a recibir a aquél que viene a iluminar la noche de tu vida, que viene a calentar la frialdad de tu vida, que viene a ordenar el desorden de tu vida. ¿Cómo preparas el pesebre de tu corazón para recibir y acunar a Jesús?

 

Hoy tu corazón puede ser el sagrario que este mundo necesita para encontrar en él a Jesús. ¿Cómo lo preparas para que Jesús esté ahí radiante? Más allá de la humildad, de la pobreza que pueda haber en tu corazón, Dios tiene el poder de irradiar su luz de una manera simple.

Jesús nos dice en el evangelio de Juan 6, 51 “Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Cuando Jesús nace en Belén, cuando Jesús reposa en el pesebre, nosotros, hay un dato que sería importante tenerlo en cuenta, Belén significa la casa del pan. Dice Jesús” yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús se hace pan. En el instante de que Jesús nace, en el instante que Jesús es acunado en los brazos de María, es ofrecido por María y por José a la humanidad, Jesús se transforma en alimento. Solo en él el corazón puede encontrar el alivio, la paz, la armonía, el perdón, solo en él. Por eso dice Jesús también en el mismo capítulo 6 de Juan: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día, porque mi carne es la verdadera comida y mí sangre la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Es decir hermanos, que cuando nos alimentamos de Jesús estamos transformando nuestro ser, nosotros mismos somos transformados por él, por su gracia, en un pesebre. También somos transformados en él más allá de nuestras miserias, de nuestras pobrezas. Quizás no tenemos una morada perfectamente preparada, una morada digna del Rey del universo, pero con la humildad del corazón, con el arrepentimiento sincero, dejándonos purificar, limpiar el corazón por el sacramento de la reconciliación, este niño también reposa en nosotros. Y en esto, María además de ser madre, es maestra. Ella con su actitud de recepción, con esa disponibilidad total: Yo soy la esclava del Señor, me rindo totalmente a sus pies, que se cumpla en mí según tu palabra, que se haga en mí lo que has dicho le dice al ángel, ella nos enseña que fue la primera que supo recibir al Hijo de Dios en persona, en su corazón y en su vientre. Por eso también cuando nosotros recibimos a Cristo ya sea en la Eucaristía, ya sea a través de la oración, en su Palabra, somos portadores de Cristo, como María, por eso la Iglesia la tiene a ella como modelo de discípulo. El Papa Juan Pablo II decía de ella que María es la mujer que peregrina en la fe, pero que lleva en su seno, en su ser, al mismo salvador del mundo. Por eso es fuente de alegría para Juan, para Isabel que estaba embarazada de Juan Bautista. Y así como yo, dice Jesús, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente. Si nosotros tomáramos conciencia de que en la misa, en el sagrario está presente Dios en persona, Dios entero, Jesús entero. Su cuerpo, su sangre, su alma, su divinidad, está presente ahí de una manera específica, no dejaríamos de ir a misa. A veces uno escucha que hay personas que dicen que rezan en su casa, que se confiesan con Dios en su habitación, que se relacionan a su manera con Dios. Queridos hermanos, tengo que ser muy sincero con ustedes, la oración es buenísima, a la oración no hay que abandonarla todos los días, el pedir perdón de una manera cotidiana es un gesto muy lindo, no hay que dejarlo de hacer, pero nunca vas a poder comparar una oración, nunca vas a poder comparar un pedir perdón simple, cotidiano, al encuentro directo, cara a cara en la misa con Dios. Cuando el sacerdote dice “Tomen y coman esto es mi cuerpo” Cristo lo está diciendo ahí. Cuando el sacerdote dice “Tomen y beban esta es mi sangre” Cristo lo está diciendo ahí. Y Cristo está presente ahí en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Es lo que rezamos cuando rezamos la coronilla de la Divina Misericordia: Padre Eterno, te ofrezco el cuerpo, sangre, alma y divinidad de tu amadísimo Hijo nuestro Señor Jesucristo, como expiación, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero. Cuando incluso rezamos la coronilla de la Divina Misericordia hacemos una referencia directa a la Eucaristía. Nosotros cuando vamos a misa le ofrecemos al Padre al mismo Jesús y con él nos ofrecemos nosotros también. Hermanos, cuando participamos de una misa no solamente Dios llega a nosotros, se hace presente, sino que hace presente al cielo, en él está contenido el Cielo y por lo tanto, también ahí en la Eucaristía se hace presente María, la Iglesia Celestial, entramos en comunión con la Iglesia del Cielo, la que ya está adorando a Dios cara a cara. Nosotros que seguimos peregrinando y lo adoramos de una manera simple sencilla, bajo la apariencia del pan y del vino, ese mismo Jesús al que nosotros adoramos y recibimos, es el mismo Jesús que la Iglesia celestial adora en espíritu y en verdad, por eso también nosotros tenemos esta enorme posibilidad de encontrarnos no sólo con Jesús en la misa sino también con todos aquellos seres queridos que ya han partido de este mundo y ya están con él, que ya están en el cielo. Si tomáramos conciencia de que Dios en persona está presente allí, iríamos rápidamente como los pastores que el ángel les anuncia: “No tengan miedo, les traigo una buena noticia, hoy, en la ciudad de David, Belén, casa de pan, les ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor, y esto le servirá de señal, encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Una señal simple. Hoy también el ángel nos podría decir a nosotros, “no tengan miedo, les traigo una buena noticia, no estás solo, Dios se ha quedado con vos”. En cada templo, en cada lugar donde hay un sagrario, en cada salón comunitario, casa, escuela, en cada lugar donde se celebre una misa, en cada lugar donde Cristo se hace presente, ahí está, y esto te servirá de señal, encontrarás a una comunidad reunida, un sacerdote, pan y vino. Esto te servirá de señal, entrarás en una Iglesia y verás un sagrario con una luz encendida, Dios está ahí, andá y adoralo. Dios se ha hecho hombre para salvarnos. Y en la primera carta de Juan, en el capítulo 4, 9 nos deja una enseñanza hermosa la Palabra de Dios: “Así Dios nos manifestó su amor, envió a su Hijo único al mundo para que tuviéramos vida por medio de él y éste amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios. Si nos amamos los unos a los otros Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud. La señal de que permanecemos en él y que él permanece en nosotros es que nos ha comunicado su espíritu y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como salvador del mundo”. Hermanos, el amor de Dios se hace carne. El amor de Dios se hace sangre. Es verdad que hay hermanos, quizás estás escuchando la radio en este momento y vos sos una de las personas que por distintas circunstancias todavía no podés recibir al Señor, quizás porque no te has preparado y no has hecho la primera comunión o quizás porque hay una situación en tu vida que primero tenés que ordenar, purificar, para entrar en una comunión perfecta con él. Comulgar en la misa no es un acto social. Comulgar en la misa es entrar en comunión plena con Jesús, estar en comunión plena con él y con su enseñanza. Si por ahí en mi vida tengo alguna incoherencia o no estoy viviendo realmente lo básico que él me pide es como que no tiene sentido comulgar porque al recibirlo a él y no estar en comunión realmente con su enseñanza, con su evangelio, con lo que él me pide, es como que hay una contradicción. Por eso, si estás atravesando una situación en la cuál no estás en condiciones de comulgar, no te sientas desesperado, no te sientas excluido. Realmente hay oraciones muy bonitas y está la posibilidad de que cuando no se pude recibir a Jesús en la eucaristía se hace una comunión espiritual. Consiste en orar con fe y con amor expresando el deseo de recibir a nuestro Señor Jesucristo en el sacramento de la eucaristía y pidiendo recibirlo espiritualmente. Una oración personal, espontánea, incluso delante del sagrario o ahora mismo en este momento que estamos escuchando en la radio, pensar en ese momento de la misa, pensar en un sagrario, pensar en el sagrario de tu capilla, y podés decir en tu corazón en este momento que estás enfermo, que vas de viaje, que no podés participar de una misa, podés decir “Yo quisiera Señor recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos, Señor, quisiera recibirte en este momento, te necesito como alimento, como sostén de mi vida, ven espiritualmente a mi corazón. Hay una fórmula de San Alfonso María de Liborio que es muy conocida y que es la que habitualmente se suele hacer cuando transmitimos incluso las misas por la radio que dice así: “Creo Jesús mío que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar, te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma, pero como ahora no puedo recibirte sacramentado, ven al menos espiritualmente a mi corazón y como si ya te hubiese recibido te abrazo y me uno todo a ti. No permitas Señor que Jamás me separe de ti”. Queridos hermanos, qué importante sería que nosotros tomáramos conciencia de que hoy tenemos toda la posibilidad de estar ahí cara a cara con él así como los pastores, los magos, estuvieron ahí adorando con María y José en el pesebre, no tenemos nada que envidiar porque todos los días, nosotros, si queremos, podemos acercarnos a un sagrario y venerar, adorar, a Jesús ahí presente realmente, contarle nuestras cosas, compartirle nuestra vida.

Nos dice Jesús en el libro del Apocalipsis 3, 20: “yo estoy junto a la puerta y llamo, si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos”. Jesús está a la puerta de tu corazón, Jesús anda golpeando la puerta de tu corazón porque quiere entrar. Sería muy triste que le suceda lo que pasó en su nacimiento, que no había lugar para él en el lugar donde se alojaban las personas y tuvo que ir en medio de los animales. Qué hermoso sería que en este tiempo de navidad, que hemos venido trayendo un tiempo de preparación con el tiempo de Adviento, que en definitiva el tiempo de Adviento es eso, es preparar nuestro establo, nuestro pesebre, para que Dios pueda entrar. La vida en realidad es un Adviento, la vida es un tiempo de preparación para recibir a Cristo, para recibirlo en nuestra historia, por eso el está a la puerta y llama y a la hora de alimentarnos nosotros vemos en el catecismo que nos pone un ejemplo que nos ilumina mucho. En el número 1392 dice así: Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. Si nosotros pasáramos muchos días sin ingerir alimentos nos terminaríamos enfermando, incluso hasta morir. Así como nuestro cuerpo necesita del alimento, del agua, del cuidado, también nuestra alma, nuestra vida espiritual, nuestro corazón, si nosotros no nos alimentamos de Jesús a través de la oración, de la Palabra, del encuentro fraterno con el hermano que sufre, y por sobre todo a través de su cuerpo y sangre, se nos va muriendo el corazón, se nos va secando la vida, por eso no es indistinto ir o no ir a misa. Incluso aunque no puedas comulgar en ese momento es muy importante tu presencia, Dios en persona está ahí, se te entrega en ese momento, presente ahí en persona en el sagrario. Cuando vamos a rezar a un sagrario, cuando vamos a misa, aunque no lo recibamos sacramentalmente, tu corazón se va con una gracia porque has estado cara a cara con Dios. No es por tus buenas obras, tus capacidades, que Dios transforma tu corazón y tu vida, es por la misericordia de él, por eso no debemos dejar de aprovechar estas oportunidades tan hermosas que el Señor nos deja para encontrarnos con él hoy. Realmente la comunión con la carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo, vivificante conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación hasta el momento de la muerte. La comunión nos separa del pecado. Mientras más cerca estemos de Dios, mientras más nos alimentemos de él seremos más fuertes para resistir al mal, más fuertes seremos para resistir la tentación. Así como un atleta entrena para su carrera, también nosotros espiritualmente debemos entrenarnos y fortalecer los músculos del alma, alimentándonos de Dios a través de la oración, a través de las obras de misericordia, y sobretodo, de la eucaristía.

Si hasta hoy no te habías dado cuenta o ya sabés esto que hemos compartido y lo has descuidado un poco, esta es la oportunidad de volver, de encontrarte con Dios en persona. A veces alguno se ríe porque a modo de broma algunas personas me dicen que no van a misa porque no les gusta el cura, pero no se trata de que te guste o no te guste el cura, se trata de que Dios en persona está ahí esperándote: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos”

Padre Raúl Olguín

Nuestra Señora del Socorro

Tupungato – Mendoza