Maria nos introduce en la logica de la humildad

miércoles, 21 de diciembre de 2011
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“María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor,

y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,

porque Él miró con bondad la pequeñez de tu servidora.”

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,

porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!

Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.

 Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,

como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». (Lucas 1, 46-55)

 

María nos conduce, nos guía por el camino de la Palabra de Dios para meternos también nosotros, para que nuestra mentalidad se renueve y cambie nuestra lógica, adquirida a veces en el mundo, en las cosas que son pasajeras. María nos introduce en la lógica de la humildad.

Nos dice en el Magnificat:

¡su Nombre es santo!

Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.

María es portadora de la Palabra, Ella encarna la Palabra de Vida, Jesucristo, y con Ella queremos caminar con humildad, queremos conocer la humildad, introducirnos en la humildad de Dios. Por eso los invito a hacer la experiencia de meternos en el corazón de la Virgen, porque Ella en su corazón guardaba y meditaba la Palabra de Dios.

 

Un día, cuando Jesús iba caminando, una mujer le gritó: Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron. Y Jesús le respondió: Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.

Feliz de ti, María, por haber creído,feliz de ti, María, porque en tu corazón vive la Palabra, la Palabra se hace carne en tu corazón y en tu seno.

 

¿Cuál es la fuente de la cual María se nutre? Es Dios mismo. Dios la anima, la sostiene, le da la posibilidad de caminar en la esperanza. Nosotros también necesitamos nutrirnos y Ella nos enseña porque nos quiere introducir en esta lógica de la humildad, para poder cambiar la lógica de nuestra mentalidad, no según el modo de pensar del mundo, sino según el modo de pensar de Dios. Necesitamos conocer qué es lo que Él nos dice. Y María nos quiere enseñar a tener la actitud de escucha, de estar atentos a lo que Dios nos quiere decir.

 

Hay algunos textos bíblicos que nos iluminan. Comenzamos con un evangelio muy hermoso, que siempre nos anima, porque Jesús nos dice:

“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.” (Mt. 11, 28-30)

María nos va acompañando y Jesús nos invita a aprender de Él, a ser como Él, a que pongamos sobre Él nuestras inquietudes y cansancio, en su corazón, y que aprendamos a cargar con Él su yugo, que aprendamos de Él a ser pacientes y humildes de corazón. Y así encontraremos el alivio.

También tenemos este otro texto:

 “En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?». Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos.” (Mt. 18, 1-4)

Jesús nos va guiando y enseñando que no debemos buscar en este mundo el poder, el prestigio, ni quién será el más grande o buscar ocupar los primeros puestos. Sino vivir nuestra vida terrena, pasajera, que es como un soplo, vivirla como un niño confiado en los brazos de su padre o de su madre. Los niños realmente nos educan: piensan en jugar, cualquier motivo los alegra; la sonrisa, la frescura, la espontaneidad de un niño nos llena de vida.

La humildad es caminar de esa manera, en la confianza, en ese tomar conciencia de que no podemos solos, que estamos necesitados de Dios. Por eso Jesús también nos dice:

“ Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. (Mt. 23, 11-12)

Jesús nos habla a nosotros, a sus discípulos, a aquellos que realmente queremos seguirlo y entregarle nuestra vida. Nos debemos hacer servidores de los otros, incluso de aquellos que no creen en Jesús o no comparten la misma fe. Él es el modelo.

Y San Pablo nos dice algo muy importante:

“ Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor.” (Ef. 4, 1-2)

¡Qué hermosa vocación hemos recibido! Esto nos recuerda hoy la Virgen. La lógica de la humildad es propia de los hijos de Dios, de los verdaderos discípulos, de aquellos que han recibido la vocación al amor. Por eso debemos comportarnos de una manera digna: con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Este soportarse no quiere decir “tengo que aguantar a tal persona que ya no soporto, con la que ya no sé qué hacer…”. No es aguantar hasta explotar. Soportar es inclinarse, convertirse en un soporte, para que el otro, por sus limitaciones y dificultades, pueda apoyarse. La humildad, mansedumbre y paciencia te llevan a inclinarte, a ponerte por debajo para que el otro no caiga. Si tenés una actitud de soberbia, de superioridad, el otro quizás no tenga de quién sostenerse.

Por eso también nos dice Pablo:

“Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia.” (Col 3, 12)

Somos escogidos de Dios, somos sus hijos, sus amados, sus tesoros. Revistámonos de entrañas de compasión, benignidad, de humildad. Y Él nos da una gracia más grande todavía. Así nos dice Santiago:

“Pero él nos da una gracia más grande todavía, según la palabra de la Escritura que dice: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Sométanse a Dios; resistan al demonio, y él se alejará de ustedes. Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Que los pecadores purifiquen sus manos; que se santifiquen los que tienen el corazón dividido.” (Sgo 4, 6-8)

María también nos muestra que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes, cuando en su canto dice:

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.

El Señor, de la mano de la Madre, nos quiere enseñar la verdadera humildad, la que te une cada vez más a Dios. Por eso es muy importante abrir el corazón. Si nos creemos con una respuesta para todo, si realmente pensamos que todo lo podemos, estamos equivocados. Ser humildes no es bajar los brazos ni dejarse vencer por las dificultades. Es dejarse reposar en los brazos del Señor, es confiar en Él. Es saber y tomar conciencia de que Él es Dios y nosotros somos sus creaturas, salidas de sus manos.

 

San Pedro nos inculca:

“Que cada uno se revista de sentimientos de humildad para con los demás, porque Dios se opone a los orgullosos y da su ayuda a los humildes. Humíllense bajo la mano poderosa de Dios, para que él los eleve en el momento oportuno. Descarguen en él todas sus inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes. Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes.” (1Pe 5, 5-9)

¡Qué hermosas Palabras!

Si nos dejamos llevar por la soberbia, por el odio, por la pereza, le estamos dando lugar a nuestro enemigo. Dios es Amor. Todo lo que no es amor no viene de Dios. Dios es Amor (1Jn 4, 8).Y todo el que ama permanece en Dios y Dios permanece en Él. La humildad también es una expresión del amor de Dios hecho carne en nosotros.

 

El Eclesiástico tiene un texto muy bonito:

“Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, Son muchos los hombres altivos y gloriosos, pero el Señor revela sus secretos a los humildes, porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes.” (Eclo 3, 17-20).

 

Y el mismo Jesús estalla de gozo y alaba al Padre diciendo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.” (Mt 11, 25-26).

 

El humilde tiene el corazón abierto a Dios, tiene su vida orientada a Dios. Porque el humilde busca a Dios, sabe que lo necesita y sabe que en Él encuentra el sentido de su vida. Lamentablemente, a veces incluso dentro de la familia, de las comunidades cristianas, de la Iglesia, nos encontramos con ciertas confusiones, distintas situaciones que en realidad no nos ayudan a crecer y que a veces son un obstáculo para que otras personas se acerquen a Dios. Como la historia que Jesús contó, de que dos hombres subieron al templo para orar: «Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas". En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!". Les aseguro que este último volvió a sus casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado». (Lc 18, 10-14).

A veces tenemos la tentación de creer que porque vamos a misa todos los domingos, porque rezamos el Rosario, ya somos mejores. No somos mejores que los demás. Jesús nos lo dice claramente:

“El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser vendido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud». (Mt. 20, 26-28)

El que quiera ser grande, que no se canse de ser servidor. Por eso la Virgen es un modelo precioso, es la gran obra de Dios. Y si queremos ser humildes, tenemos que caminar juntos con Ella. Ella nos enseña el camino de la humildad, Ella ha encarnado la Palabra viva y ha encarnado la humildad de Dios. María se nutre de su Hijo, modelo supremo de la humildad, y es un reflejo de esa humildad profunda de Dios que se hizo hombre y que murió en la cruz para salvarnos. Si nos dejamos meter en el corazón de la Virgen, si nos dejamos reposar allí, si realmente tomamos conciencia de entrar en el corazón de María, Ella misma nos lleva a Cristo, Ella es el mejor camino para llegar a Jesús. y centrados en Jesús, nos detenemos en un texto muy significativo:

“Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

Él, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:

al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,

se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.

Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,

para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,

y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor». (Flp 2, 5-11)

En definitiva, la Virgen hoy nos dice: «Hagan todo lo que él les diga». (Jn. 2, 5)

Ella, la primera discípula, se pone atenta a la escucha de la Palabra. Ella escucha la Palabra y la practica. Y entonces nos dice hagan lo que Él les diga, tengan los mismos sentimientos que mi Hijo. María nos ha querido conducir para que pensemos como piensa Cristo, para que miremos con sus ojos.

La humildad se va a hacer presente en nuestros corazones cuando realmente vayamos adquiriendo las actitudes de Cristo. Él es el modelo de la humanidad, el Hijo de Dios y por eso nosotros, para ser hijos de Dios, tenemos que ser como Él.

¡Dios te ama tanto, sos un tesoro tan grande para Dios! No te dejes llevar por impulsos bajos, pensá bien las cosas, no te arrebates, no pretendas grandezas que superen tu capacidad. Tené los mismos sentimientos que Cristo Jesús, Él, que siendo Dios, no hizo alarde de su condición divina. Él, siendo eterno, omnipotente, se humilló hasta la muerte, murió por amor; se sometió por amor a la voluntad del Padre y entregó su vida. Si querés alcanzar la verdadera felicidad, la verdadera paz en tu corazón, tenés que vivir como lo que sos. Has recibido una vocación de Dios: la vocación al amor. Y todo el que amor permanece en Dios, y Dios permanece en Él. Y la humildad no debe faltar. La humildad en la vida del cristianos debe ser como la música de fondo que embellece los momentos, que calma las tempestades. La humildad tiene que ser el cimiento de todas tus edificaciones. Por eso, si nos cuesta ser humildes, si a veces nos dejamos llevar por impulsos, o hay situaciones o personas que nos incitan a ser arrebatados, a creernos superiores, a confiarnos demasiado en nuestras propias fuerzas, acudí a María. Ella te va a ir introduciendo en el misterio de la humildad. Por eso, mientras más nos alimentemos de Cristo, mientras más respiremos su aroma, Él nos va a ir transformando en Él. Por eso, ¡qué importante es la participación en los Sacramentos, en la oración, estar frente a un Sagrario y adorar a Jesús! Porque te vas a ir transformando en aquello que contemplás. Si por distintas circunstancias de tu vida no podés comulgar, no dejes de ir a misa. Estar ahí, en ese sacrificio santo en el que Dios en persona se ofrece, se entrega para vos y para toda la humanidad, tu corazón no se va vacío. Cuando hacés la comunión espiritual, cuando desde lo más profundo de tu alma te querés unir a Jesús estando frente a un Sagrario, llamalo, pedile que venga, contemplalo. Sé humilde, reconocé tus limitaciones y dificultades delante de Él. Dios es bueno, y quiere lo mejor para nosotros.

 Padre Raúl Olguín