María sale a nuestro encuentro para regalarnos el don de la paz

lunes, 27 de noviembre de 2006
Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos. Para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Lucas 1, 76 – 79

Como madre, María sale a nuestro encuentro para regalarnos ese don que está en su corazón, el don de la paz, María hoy nos regala la presencia de su hijo, que ha colmado todo su ser y está en su vientre, para ofrecerlo especialmente en este tiempo en el que se aproxima la Navidad, en un nuevo nacimiento para cada uno de nosotros y para el mundo entero. María nos ofrece al Príncipe, al Rey de la Paz.

María conduce al Pueblo de Dios, con su guía maternal, sencilla, humilde, siempre laboriosa, casera y cercana, por el camino de la Paz, ella hace eco en su corazón de aquel que vendrá a comunicarnos el don de la paz, de aquel que vendrá a guiar nuestros pasos por el camino de la paz, María es la que nos acerca al que va a guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

La paz y María van de la mano, porque la paz es Jesús mismo, María nos ofrece, nos entrega al Príncipe de la paz, en el Evangelio vemos que María, a través de sus palabras, sus silencios, y las diferentes actitudes, irradia la paz que brota del interior de su corazón.  

El cristiano puede orar guiado por la oración del rosario, recorriendo las escenas de la vida de María y de Jesús mientras que pide a Dios el don de la paz interior; esta oración simple y sencilla sobre la que hemos insistido en las catequesis de los días anteriores nos conduce a entrar en comunión y en sintonía a la frecuencia en la que María acerca el don de la paz.

La frecuencia interior con la que María nos da el don de la paz viene por el impulso que el Hijo de Dios que vive en ella nos ofrece, María portadora de paz, María te trae la paz, María te regala la paz en lo más hondo de tu interioridad, de aquella interioridad de la que habla tan claramente Juan pablo II en distintos momentos y en particular cuando se dirigía a los jóvenes hace un tiempo atrás.

El Santo Padre les decía:  “el rosario, en su sencillez y profundidad es un verdadero compendio del Evangelio y conduce al corazón mismo del mensaje cristiano:  tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

María además de ser madre cercana, discreta y comprensiva es la mujer maestra para llegar al conocimiento interior a través de la contemplación, y decía el Papa:  “el drama de nuestro tiempo actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación, sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma”.

¿De que es capaz la humanidad sin interioridad?, lamentablemente conocemos muy bien la respuesta, cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano, sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad.

El camino de paz que María nos ofrece entregándonos a Jesús en el corazón, acompañándonos en todas y cada una de las cosas en las que nos movemos, las que hacemos, con las que nos comprometemos a transformar, apunta particularmente a esto de hacernos hondamente hombres y mujeres de paz.

Oramos para que lo compartido en torno a la paz y a María se afiance profundamente en el corazón de todos los que aquí en Argentina y en todo el mundo soñamos y esperamos con un orden nuevo, el único capaz de traernos ese don, ¿porqué?, porque el nuevo nombre de la paz es el desarrollo de los pueblos en la justicia social, eso es lo que se espera y por lo que se clama fuertemente a los gritos en esta tierra.

Todo lo que rodea el nacimiento de Jesús y todo nacimiento nuevo de la vida, está marcado por el signo de la paz, hay paz en aquel ambiente donde el Señor viene a hacerse presente y es la paz acompañada por el signo de la alegría lo que permite que María y José, a pesar de no tener lugar donde hacer que el niño nazca puedan encontrar un lugarcito, y a ese lugarcito acondicionarlo de tal manera que, en la sencillez y en la pobreza del pesebre de Belén, resuene de tal forma la presencia del Señor que pacifica que hasta el cielo se conmueve y el firmamento manda una señal sobre la tierra, una luz que indica a los que vienen de oriente que verdaderamente en aquel lugar ha nacido el Príncipe de la Paz.

Los magos, desde oriente, leyendo el firmamento, entienden que en aquel pueblo y en aquel lugar preciso, el de la gruta, hay un rey que ha nacido y es Príncipe de la Paz.

Pero hay paz también en el cielo, en lo sobrenatural, los ángeles cantan a los pastores:  “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor”; y los pastores, que en la noche se sienten profundamente turbados por semejante aviso que llega de los ángeles de Dios, se dirigen con paz y toman entre sus manos al niño, abrazan a la madre, la bendicen, felicitan a José y el ambiente se llena de ese mensaje de serenidad y de paz, que frente a la locura de Herodes de querer venir a destruir al que ha nacido como Príncipe de la Paz, porque viene a destronarlo de su reino se le contraponga esta otra mirada y este otro camino, el camino con el que el Señor viene a inaugurar un tiempo nuevo.

Él ha venido a traer la paz sobre la tierra, es el Príncipe de la Paz, es Jesús, a quien María comunica.  En medio de esa actitud de ellos y particularmente de ella, es como pueden recorrer caminos donde claramente el Señor los va guiando y los va conduciendo; saliendo de Belén, se dirigen hacia Egipto sin conocer la cultura, bajo la amenaza de la destrucción de la familia desde el comienzo mismo de su nacimiento, y van bajo este signo, bajo el signo de la paz.

La familia de Nazareth comunica la paz que Dios ha puesto en su corazón.  El cielo entiende el mensaje que nace de la gruta de Belén y la sobrenaturalidad de la presencia de los ángeles pone a aquel acontecimiento tan sencillamente nuestro y terreno como algo que viene a cambiarlo todo, Dios se ha hecho uno de nosotros, se ha hecho hombre.

¿Qué comunica la paz de Dios?, ¿qué es lo que verdaderamente hace que Dios comunique su paz y se haga presente bajo el signo de la paz?:  el amor. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida y vida para siempre.

Es el amor el que pacifica, es el amor el que transforma, es el amor el que hace nuevas todas las cosas bajo el signo de la paz y el que se nos comunica desde la familia de Nazareth.  María es particularmente portadora de esa paz, porque Ella es la que ha llevado en su seno al Príncipe de la Paz y nos lo ofrece como luz para “alumbrar a las naciones al sol naciente”, como decía la Palabra, Jesús es aquel que comunica el don tan esperado por el corazón humano, el don de la paz.

El eco de la paz que surge en Belén con el nacimiento del niño que nos ofrece María, al que acompañan los pastores, al que indican los ángeles del cielo a los que caminan en la noche, al que se les muestra a los que vienen de muy lejos porque el firmamento así lo indica, es la estrella que brilla sobre Belén, a todos estos signos nos sumamos nosotros con el mensaje de paz que hoy el Señor te pide.

Que seas capaz de encarnar en tu corazón y en tu vida, muy simple y muy sencillamente, con tu compromiso, compromiso de que allí donde haya odio puedas poner amor, donde haya tristeza puedas poner alegría, donde haya oscuridad puedas poner tu luz, donde vos sientas que hay desazón puedas poner aliento y todo aquello tan bello que dice la oración de Francisco de Asís, que allí donde haya un contravalor de la paz pueda llegar, a través tuyo, el valor de la paz.

Seguramente vos en tu familia, en tu trabajo, encontrás situaciones donde sabés que un modo de decir las cosas, un modo de mirarlas, un modo de actuar con ellas, un modo de vincularte a ellas te trae paz, mientras que hacerlo de otro modo no la trae.

Es que delante nuestro se ponen dos caminos para que elijamos por donde ir, el camino por donde Dios te conduce a ser mensajero, mensajera de paz, y aquel otro donde nosotros, lejos de construir en el don de la reconciliación, nos hacemos conciente o inconcientemente, instrumento de división, no colaboramos a que las personas se encuentren, sembramos cizaña, nuestra palabra o nuestro silencio, nuestra mirada o nuestro darle vuelta la cara o ponerle la espalda a la situación, a la persona o a lo que acontece, colabora o deja de colaborar para construir la paz.

Te invito a sumarte a los que hemos elegido el camino de Jesús, da un paso mas, te invito a que camines con nosotros, decile que si a esto que nace del corazón humano y solamente desde allí puede tener vigencia, para que las estructuras logren transformarse una a una detrás de un mundo nuevo, el que esperamos todos, construido y hecho nuevo bajo este signo donde el corazón humano y las personas se terminan por encontrar, el signo de la paz.

El corazón de la paz es un corazón pacificado, el corazón mismo de la paz es la paz en el corazón humano, a esta paz te invitamos, a esta paz que nace en Belén, que encuentra eco en el firmamento, que penetra en la sobrenaturalidad por los ángeles que lo comunican a los pastores, que acompaña a los que vienen de oriente, que guía a los pastores hacia la cueva, que está en la mirada de María, que acompaña a José sereno y tranquilo, que los hace encontrar una luz en el camino que los lleve a Egipto y que sigue acompañando a todos y a cada uno de nosotros bajo el signo de que no solamente al comienzo de la vida de Jesús, sino que aún en el final de su vida, se nos ofrece como el gran don con el que Dios se acerca a los hombres.

En la resurrección, Jesús aparece con este mensaje, multiplicado una y otra vez en cada aparición y en cada manifestación suya después de su muerte.  Tengan paz, que la paz del Resucitado, que es la misma que nos acercó el que nacía en Belén, entre en tu casa, penetre en los lugares donde vos sabes que hace falta poner orden, donde hace falta acomodar las cosas, pero sobre todas las cosas que te gane el corazón, para que en la fuerza de la paz encuentres la posibilidad de poner cada cosa en el lugar que le corresponde estar, hoy el Señor te ofrece ese don, María te acompaña, para que en vos arraigue la paz.