Miradas que iluminan y oscurecen la ciudad

martes, 25 de octubre de 2011
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Hay una Pastoral Urbana*, con una certeza: Dios vive en la ciudad. Así lo ha expresado en el texto que lleva ese nombre, el Cardenal Jorge Bergoglio. Y también el padre Galli en los mismos términos se ha expresado en el Congreso de Pastoral Urbana. Y es en esta conciencia de que cuando se sale al encuentro de los hermanos, se sale al encuentro con el Dios que vive en medio de nosotros, y por lo tanto tiene que ser una experiencia gozosa, esperada, anhelada.

El salir en clave misionera no puede ser para nosotros un mandato externo, sino una vinculación que brotando de la experiencia interior hacia afuera nos lleve al encuentro mismo de Aquél que nos resulta más íntimo que nuestra propia intimidad, la experiencia del Dios vivo que al compartir la vida con los hermanos se muestra tan elocuentemente presente cuanto lo vivimos en lo más profundo de nuestras entrañas. En este sentido, casi que no podríamos hablar de una experiencia de Dios ad intra y ad extra, sino que hablaríamos más bien de la experiencia de un Dios global, incluyente en el todo, que con su presencia nos invade y llena todo el ser y todo el convivir humano.

 

El misionero no puede sentir que la misionalidad le resulte una carga, sino algo que es connatural a sí mismo. Y para eso hace falta una mirada que ilumina. Distinguirlas, como dice el Cardenal Bergoglio en el texto de apertura del Congreso, de miradas que oscurecen. Él plantea hablar de lo específicamente cristiano, en clave como de levadura que ya está leudando la masa; no como algo externo que se impone, sino como experiencia del Dios viviente que ha venido a poner su morada entre nosotros. Y dice el Cardenal que esto es lo mismo que sentimos apremiados por un Dios que ya está viviendo en la ciudad, mezclado vitalmente con todos y con todo. Es una reflexión que nos sorprende siempre, ya con las manos en la masa, comprometidos con la situación del hombre concreto, involucrados con todos los hombres en una única historia de salvación. No hacen falta propuestas ilustradas, rupturísticas, que parten de cero, que toman distancia para pensar cómo habría que hacer para que Dios viviera en una ciudad sin Dios. El Cardenal dice que éste es un presupuesto falso; no hay que retirarse sino hay que instalarse; no hay que hacer un fuga mundi para vivir en una espiritualidad contemporánea, sino que hay que hacer una inclussio, un instalarse con la conciencia de que en este mundo Dios vive. En las miradas que iluminan está el Dios vivo, y no en las miradas que oscurecen. Dice el Cardenal que la mirada de fe crece cada vez que la ponemos en práctica. No solamente cuando oramos, aunque necesariamente tenemos que tener un tiempo a solas con el encuentro en la Palabra contemplando el misterio. La contemplación mejora en medio de la acción. En el compromiso de acción que nace de la contemplación también crece nuestra perspectiva. Tenemos que actuar como buenos ciudadanos y desde allí, siendo buenos, seguramente mejora nuestro acto creyente. Pablo recomienda, en Rom. 13, 1, sean buenos ciudadanos. Es la intuición del valor de la inculturación. Vivir a fondo lo humano, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, fecunda la vida.

 

¿Cómo mirar a la ciudad? Con la luz de la fe, que combate otras miradas: las miradas del no ver. El no ver que el Señor reprocha con tanta insistencia en el Evangelio. La ceguera tiene muchas formas: la ceguera pertinaz de los escribas y fariseos; la del encandilamiento, no solo de las luces del centro, sino también de la misma revelación con la que se tienta a los apóstoles bajo apariencia de bien; o dejarse llevar por las fuerzas del mal que nos pintan como de Dios cosas que no son de Dios. La perspectiva busca ser una espiritualidad encarnada. Hay un nivel más básico de esta no mirada; es difícil de categorizar pero se puede describir, dice el Cardenal. En algunos discursos se entrevée que la perspectiva brota de una especie de nivelación de miradas. La mirada de fe no se valora existencialmente como don de Dios al hombre que se sitúa en la frontera de la existencia para ser mirado y mirar al Dios vivo. Sino que se considera la mirada de fe en cuanto resultado que ya se ha dicho en algún documento. Ésta podríamos decir que es una mirada de doctrina, de enseñanza, orientadora, pero no siempre es una mirada creyente. La mirada creyente califica al que ve de una manera distinta y es que cualifica la realidad sobre la que proyecta su mirada, dándole a la existencia de la convivencia un color, un sabor, un sentido, una perspectiva que no está sino en este saber que Dios está allí. La mirada del creyente dice hay una presencia del Dios vivo en esto y en aquello. Esta mirada la tiene el que cree, el que mira creyendo.

 

Cuando nosotros vivimos lo de todos los días, en casa, en el trabajo, en la facultad, en las conversaciones triviales, hay momentos en que decimos aquí Dios está. ¡Cuántos lugares de esos tenemos para rescatar y para saber permanecer allí! Y para tener, como San Francisco de Asís, una mirada de un Dios que nos hermana con todos y con todo.

 

La mirada creyente es una mirada encarnada, que se detiene, que no se le pasa el detalle, que contempla las circunstancias que rodean. No es una mirada abstracta, “científica”, sino que es la mirada de un sujeto que se compromete con lo que mira. Entonces, el mirar nos lleva a acompañar. Y en el acompañar mirando, ser fermento en medio de la sociedad. La mirada de la fe nos lleva a salir cada día al encuentro del que es próximo a nosotros, porque esta mirada se alimenta en la cercanía, no en la distancia; toca al mirar, genera contacto. Al salir a la calle se hace mirada comprometida, genera encuentro. El que mira creyendo supera la curiosidad y la distracción, supera el mundo de la imagen. Es como el Padre de la Misericordia, dice el Cardenal, que todas las mañanas y todas las tardes sale a la terraza para ver si regresa su hijo que se perdió en el camino, y apenas lo ve de lejos, corre a su encuentro y lo abraza, abriéndole un nuevo camino, sacándolo de la culpa. Y festeja. La mirada creyente siempre es celebrativa. Misericordiosa y celebrativa.

 

Se involucra en los procesos, que son propios de todo lo vital; y en ese sentido, la fe se hace compañera de camino, generando fuerza de transformación interior. Despierta lo que está dormido.

 

Mirar como mira Jesús. Que cuando mira, convoca, reúne; siente compasión  de la multitud que lo sigue y rápidamente traduce en un hacer su sentimiento profundo: dénle ustedes de comer. Es indicativo creyente, y al mismo tiempo confiado. Sabe que los discípulos lo podrán hacer, y lo va a hacer con ellos. Traigan aquí lo que tengan, cinco panes, dos peces, suficiente, es fermento para dar de comer a una multitud. Organícenlos, que se sienten por grupos. Y comienza a multiplicarse el pan, para que todos se sacien en su hambre. Es más, sobra. Sirve para darle a los pobres.

Jesús mira compasivamente a Pedro, a Mateo; mira con profundidad a Natanael, quien dijo puede salir algo bueno de Jerusalén?, Jesús en él ve a un judío sin doblez. Al frágil Pedro, a Simón, lo ve como roca.Al perseguidor Pablo lo ve como discípulo y proclamador de los gentiles. A Mateo, un vende patrias, lo ve como evangelista y discípulo. A Zaqueo con su mirada lo baja para llevarlo al encuentro de su casa, y él, que saqueaba los bienes de otros, comienza a dar de lo suyo lo mejor, repartiendo entre los pobres sus bienes, cuatro veces según lo que había mal administrado, lo que había robado. ¡Cómo mira Jesús! Esta capacidad de penetrar con su mirada es la que necesitamos, para empezar a ver lo que muestra la realidad más allá de las apariencias.

 

La mirada de Jesús es una mirada inclusiva

 

Y en la inlcusión no relativiza, sino que incorpora rostros, historias, acompaña procesos y se hace fermento en la masa, en espera paciente de que quien camina pueda dar los pasos para su crecimiento.

Es una mirada que despierta lo mejor de los otros, es una mirada de amor compasivo, que hace que cada uno saque lo mejor de sí mismo para compartir con los que más tienen necesidad de lo que uno tiene.

Es una mirada que descubre lo escondido.  

Dice el Cardenal Bergoglio (en adelante, lo que está en bastardilla es cita textual): Es una mirada de amor que no discrimina ni relativiza porque es mirada de amistad. Y a los amigos se los acepta como son y se les dice la verdad. Es también una mirada comunitaria. Lleva a acompañar, a sumar, a ser uno más al lado de los otros ciudadanos. Esta mirada es la base de la amistad social, del respeto de las diferencias, no sólo económicas sino también las ideológicas.

 

Podemos ser distintos, y está bueno que así sea; y ser uno en la distinción y en la diferencia.

Es también la base de todo el trabajo del voluntariado. No se puede ayudar al que está excluido si no se crean comunidades inclusivas.

La inclusión nace de una determinada manera de ver la realidad.

La mirada del amor no discrimina ni relativiza porque es creativa. El amor gratuito es fermento que dinamiza todo lo bueno y lo mejora y transforma el mal en bien, los problemas en oportunidades.

Esta mirada es clave para poder soñar con un mundo distinto. Y poder palparlo con las manos.

El pastor que mira con mirada de ágape descubre las potencialidades que están activas en la ciudad y empatiza con ellas, fermentándolas con el evangelio.

¡Qué hermosa mirada! ¡Cuánto nos lanza hacia delante! Todos soñamos con este modo de estar en el mundo: un modo empático, inclusivo, que potencializa lo mejor que está escondido. Que no solamente mira desde fuera, sino que se hace uno con la realidad que contempla, la realidad del que sufre, del que espera, del que sueña, del que yerra. Hacerse uno con todos.

La mirada y el actuar del pastor no son fruto de una descripción piadosa sino de un discernimiento que proviene del “objeto” (si se nos permite hablar así, ya que el Señor resucitado es mucho más que un objeto) que contemplamos y de la persona a quien servimos. Un Dios vivo en medio de la ciudad requiere profundizar en el camino de esta mirada que proponemos.

Esto nos ayuda mucho a darnos cuenta cuán necesario es salir. No vamos como quienes tienen algo que los otros no tienen. Vamos como quienes habiendo encontrado de una manera viva al Dios que habla en la profundidad del ser, lo descubre igualmente presente en los otros, en lo cotidiano.

Cuando los discípulos se encuentran con el Maestro le preguntan: ¿Dónde vives, Señor?. Y Jesús les responde: Vengan y lo verán. Nosotros también le preguntamos en esta mañana al Señor ¿dónde vives, Señor? Y Él nos reponde: Vengan a la ciudad y me encontrarán.

En la página de internet www.pastoralurbana.com.ar podrán encontrar este profundo y hermoso texto que hemos compartido del Cardenal Bergoglio, Dios vive en la ciudad y mucho más, muy buen material, muy recomendable todo lo que está allí; realmente un esfuerzo muy grande de la Iglesia local de la Arquidiócesis de Buenos Aires para introducirnos desde un lugar de novedad en la misión que nos espera.

*www.pastoralurbana.com.ar

Padre Javier Soteras